ISMAEL.Iba a pedir los documentos a uno de los hombres, pero debí suponer que mi esposa subiría a la camioneta e iría a su casa a buscarlo, dado que no tiene casi nada, de sus pertenencias en esta casa.Todo parecía marchar muy bien, ella se adaptó a la idea de ser mi esposa sin dar tantos problemas, aunque, ciertamente, aún se mantiene tensa por a manera en lo hice.En mi defensa, no tenía otra opción.No obstante, algo me dice que hay algo más aquí. No pueden odiarla por el hecho de estar conmigo, o simplemente por ese dinero. El que debería de estar en constante peligro soy yo y no ella, pero al parecer, la quieren más muerta a ella de lo que creí.Mi celular suena en ese instante, y en el momento de escuchar la noticia, me pongo de pie, y camino hasta la salida, donde se estaciona la camioneta en la que fue mi mujer. La veo bajar, con las mejillas bañadas en lágrimas. Corro de inmediato hacia ella, y la reviso minuciosamente, para después, levantar la cabeza e indicarle a Roberts
Luego de lo sucedido en el cuarto, cada uno se vistió cómodamente; para posterior a eso, bajar a cenar. Por primera vez en mucho tiempo, al visualizar a mi esposa en la mesa, junto a su hija, me sentí tan afortunados de tenerlos. Nunca antes creí que anhelaría tener una familia, y ahora, siento que tengo sin pedirlo.Fui estúpido al querer juntarme con ella, creyendo que podría reemplazar a Jen, cuando en realidad, Amelie es tan diferente a ella. Ella es como un arcoíris después de la lluvia; la calma después de la tormenta. Ella es mi puerto de paz, mi tranquilidad.Pasada la hora, cada uno se despidió, y como la noche anterior lo hizo, fue a la habitación de su hija a arroparla, y luego vino a acomodarse a mi lado. Fingí estar dormido, solo para sentir la suavidad de sus labios sobre los míos, pero en esta ocasión, le correspondí.La mañana siguiente, ambos nos levantamos. En esta ocasión, no iría a la oficina, pues trabajaría desde la casa. Además, Wilson me ha facilitado los docum
Luego del desayuno, me encerré en mí despacho a trabajar un poco. Comunicándome con algunos clientes y regañando a mi asistente por su ineficiencia. Aunque ciertamente, es la mejor en su área. Debo admitirlo.Observo el documento de transferencia que había mencionado Amelie, y lo tomo sin dudar. La situación por la que está atravesando mi esposa, no es una que se deba dejar pasar. Si es lo que creo, probablemente me he casado con la mujer más adinerada de todo el país, incluso más que yo y ella ni siquiera es consciente de eso.Probablemente la persona que esté detrás de todo esto, sea alguien cercano en el apellido.Comienzo a leer el documente línea por línea, y con cada avance, mi ceño se frunce cada vez más, entendiendo que efectivamente, su madre quería quedarse con absolutamente todo, pero también me resulta extraño que quiera dejar sin nada a su hija.Mientras más leo, me resulta extraño los espacios vacíos del documento. Eso no debería ser así. Es como si quisiera rellenarlo c
AMELIE.No estaba tranquila con lo que había pasado. En definitiva, alguien lo había tomado o en mi descuido, yo lo había tomado. Al fin de cuentas, ese baúl lo escondí después de mi boda, y ya, nunca más lo volví a revisar.—¿Y si vamos a buscarlo? —pregunto. Aún sigo en el despacho de Ismael.Él se ha convertido en alguien sumamente importante en mi vida. En mi mano derecho. Esa fuente de alivio que todos necesitamos, cuando atravesamos momentos difíciles.En verdad, siento que le debo demasiado.Sus ojos observándome, entre sorprendido y dulce.—¿No te parece que es muy tarde? —inquiere. Quizás, tratando de hacerme entrar en razón.—Si tienes razón en todo lo que me has dicho, lo más probable es que alguien lo haya tomado. ¿Y si solo se ha caído al costado?Mi esposo, suelta un suspiro y se pone de pie. Toma las llaves, y extiende su mano para mí.—Vamos a ver. Los hombres se adelantarán. ¿Te parece? —Asiento, mientras salgo de su oficina y voy rumbo a la habitación a buscar mi bol
Cuando llegamos a la casa, no me importó en lo absoluto dejar atrás a Ismael. Subí por las escaleras, como si no hubiera un mañana, y me adentré a la habitación de mi hija, como si mi vida dependiera de eso.Se encontraba dormida, y el corazón volvió a mi cuerpo. Me quité los zapatos, y me acomodé a su lado; sin embargo, ella parecía no respirar, y eso, me aterraba.Comencé a mecerla, y tratar de escuchar su respiración.—¡Ismael! —grité, mientras buscaba su pulso. Lo sentí, pero muy bajo—. ¡Ismael!Volví a gritar, mientras me levantaba de la cama y la levantaba en brazos. Mi esposo me alcanzó y entendió todo. La subió en sus brazos y corrió escaleras abajo, mientras gritaba que abran la puerta de la camioneta. La colocó la parte de atrás y yo me metí junto a ella.El hombre acelera el vehículo sin importar llevarse a cualquiera por delante. Sin importar el tráfico, sin importar nada.—Ella va a estar bien —musitaba mi esposo. Pero su voz, estaba cargada de preocupación, estaba tan at
La mañana siguiente, desperté al lado de mi hija. Sentí que sus manitas me acariciaban el cabello, por lo que, cuando abrí los ojos, la encontré mirándome, con una sonrisita tierna en el rostro. —¿Cómo estás? —pregunto, enderezándome en mi lugar, para tacar sus mejillas, que han perdido su color habitual. —Me siento cansada —susurra. Tiene la voz rasposa, talvez por la garganta seca. —¿Quieres agua? —Me apresuro a ponerme de pie y servir en el vaso, el líquido vital, para después ayudarla a beber. Luego de que bebiera, dejo nuevamente el vaso en su lugar y la ayudo a acomodarse—. Maga…, ¿Recuerdas que comiste? —Solo la cena y el jugo. Luego comencé a sentirme cansada y me acosté. Lo último que recuerdo es que Lana dejó un beso en mi cabeza —dice. Lana. ¿Qué pasó de ella? Escucho un gruñido cerca, y cuando volteo, veo a Ismael, estirando su cuerpo, deteniéndose cuando nos ve a ambas, mirándolo. Se apresura en ponerse de pie, y llega hasta dónde está mi hija. —Princesa, ya te has
ISMAEL. Necesito tener paz un solo día, pero resulta ser que, en esta casa, ingresa cualquiera. Estaban observando a mi esposa mientras se daba una ducha, cuando, en realidad, la casa debería de ser el lugar más tranquilo y seguro. La madre ingresa por la puerta, al oír mis gritos. ¡Dios! Esta mujer me da tanta mala espina, que me cuesta tanto trabajo disimularlo. Presiento que tiene mucho que contar en esta historia. —¿Qué sucede? ¿Por qué los gritos? —pregunta, llegando hasta su hija, y arropándola. La observo de pies a cabeza, y salgo a la habitación. No tengo tiempo de dar explicaciones a personas que no me generan la más mínima confianza. Ella ha cambiado bastante, de una u otra forma lo ha hecho; solo que, aún no he encontrado la forma de comprobarlo, y mis hombres no encuentran nada sospechoso a su vez. O simplemente soy muy paranoico. Siendo honestos, no me importa, y no dejaré de serlo solo porque sí. Ella tiene mucho la de ganar en este juego peligroso, y aunque me cues
AMELIE. Las palabras que emitían sentimientos, no podían ser pronunciadas por mi boca. Seguía un tanto impactada, por lo que mis ojos veían, mis brazos, abrazaban, mi corazón se estrujaba en un cálido encuentro familiar. Una combinación de sentimientos tristes y alegres albergaban en mi pecho, pero sin duda, la felicidad es la que tenía el poder en este instante. Mi abuelo, el que me regaló un caballo en vez de una bicicleta, el hombre que nunca antes había visto aparte de aquella tarde de otoño, donde bajaba aquella yegua, con un enorme moño rojo, y su crin bien trenzados, como una obra de arte. Tan negra brillante y tan elegante. “Una imponente yegua, para mi más hermosa nieta.” Aun lo recuerdo, y ella, aún sigue aquí, conmigo. —¿Aún conservas las joyas de tu abuela? —Lo miro sorprendida. Pensé que nadie más lo sabía—. Tú abuela se lo entregó a tu padre antes de morir. Quería que tú lo tuvieras. —Aun lo conservo. ¿Por qué nunca intervinieron? Yo los he extrañado. —Tú padre es