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CAPÍTULO SEIS: EXTRAÑA

Capítulo seis: Extraña

— El discurso ha sido muy emotivo —comenta mientras bailamos. Aunque seguimos la misma coreografía, no es el mismo baile de hace unos días. Desde aquella escena, he mantenido las distancias, necesito hacerlo—. Las cosas que has dicho…

— Solo la verdad, Clinton —le corto. Mi voluntad comienza a quebrarse—. Solo la verdad.

— Te quiero, princesa.

La pieza musical termina y nos detenemos.

— Yo también, Clint. Te quiero más de lo que puedas imaginar —y lo he dicho demasiado tarde. O quizá nunca tuve una oportunidad; supongo que jamás lo sabré—. De verdad os deseo que seáis muy felices.

— Ten por seguro que lo seremos —mi hermana aparece en escena.

— Os dejo bailar. Un vez más felicidades, chicos.

Una nueva canción comienza y las parejas retoman el baile: la novia con su recién estrenado esposo; mis padres bailan juntos y los del novio también. Incluso Megan baila con su ex; lo que me sorprende por unos instantes. 

<< Ha sucedido >>

<< Ya ha pasado…, ahora es tiempo de salir corriendo >>

— ¿Te vas tan temprano? —Maximiliano me sorprende en la salida—. ¿Por qué no me sorprende?

— Tengo algo que hacer —me justifico.

— Por supuesto —suelta una pequeña carcajada—. ¿Vas a relamerte las heridas?

— ¿Cómo dices? —cuestiono sorprendida.

— No debe ser nada fácil ver a la persona que quieres casarse con otra, mucho menos presenciarlo en primera fila.

— ¡Lo sabes! —jadeo.

— Siempre lo he sabido.

— Necesito salir de aquí, Max —creo que he comenzado a hiperventilar.

— Vamos, te invito a una copa.

— La verdad, creo que he tenido suficiente alcohol en las últimas semanas.

— Entonces a una hamburguesa y patatas fritas —insiste.

— No creo que sea buena idea…

— He traído mi moto —no desiste.

Aprieto los labios con fuerza, meditando la posibilidad—. Vale, me has convencido. Usted lidera el camino, señor Bratter. 

Y aunque la ley dice que las penas deben ahogarse en el alcohol, las hamburguesas con patatas fritas son una muy buena alternativa.

***

Con suaves palabras intento calmar a mi cliente. Dona Brown es una víbora e incluso yo tengo ganas de tirarme encima de ella—. Mantenga la calma, señor Stallon. Ya llegará su hora.

— Tranquilo, Trent —repone mi socio—. Así no conseguiremos nada. Debemos mantener la cabeza fría.

— Es el turno de la defensa —informa la jueza.

Me pongo de pie y camino hacia el centro del juzgado—. Señora Brown, buenos días. ¿Dice usted que el señor Stallon, su ex marido, le fue infiel?

— Así es —confirma ella.

— ¿Y que le cedió la mitad de las acciones de la naviera por voluntad propia? —vuelvo a preguntar.

— Protesto, su señoría —salta el abogado de mi contrincante—. Esas preguntas ya fueron contestadas.

— Solo quiero comprobar las respuestas para llegar a la cuestión, su señoría —replico.

— Denegada la protesta —decide la jueza—. Puede continuar, señorita Price.

— Gracias, su señoría —continúo—. ¿Le cedió por voluntad propia las acciones el señor Stallon o no, señora Brown?

— Lo hizo.

Sin poder evitarlo, sonrío—. Entonces, en verdad me confunde, señora Brown. Tal parece que en esta historia hay alguien que no está diciendo la verdad.

— ¡Protesto, su señoría! —vuelve a saltar el abogado—. La señorita Price está acusando a mi cliente sin pruebas.

 — Señor Valley —intervengo—, en ningún momento he acusado directamente a su defendida. No obstante, tengo una serie de evidencias que me gustaría que el tribunal examinara —voy hacia mi mesa y Clinton me entrega la carpeta mientras me guiña un ojo. Luego la extiendo hacia la jueza—. El este file, podéis ver fotos, mensajes y correos electrónicos pertenecientes a Dona Brown y otro sujeto cuya identidad no viene al caso. Cada archivo tiene fecha y hora, siendo la más reciente el pasado seis de agosto. ¿Me puede aclarar la fecha en la que se llevó a cabo la demanda de divorcio, señora Brown?

— Diecisiete de septiembre.

— Hace seis semanas —señalo—. Entonces, seguro que vosotros os preguntáis lo mismo que yo: ¿Quién engañó a quién?

— Señoría, esto no viene al caso —vuelve a protestar el abogado—. El juicio del divorcio ya pasó y no estamos aquí para juzgar a mi cliente por adulterio.

— A lugar —decide la jueza—. Señorita Price, ¿a dónde quiere llegar con todo esto?

— Es cierto que no viene al caso, su señoría —aludo—. Sin embargo, este constituye uno de los alegatos en que se basó Dona Brown para presentar la demanda. Y ahora vemos que no ha dicho la verdad. Yo me pregunto, señores del jurado: Si mintió en cuanto al tema de la supuesta infidelidad, ¿sobre qué más habrá mentido en su declaración?

Regreso hacia mi mesa para tomar otra carpeta.

— Los tienes comiendo de tu mano, princesa —comenta mi socio—. Acábalos.

— Me gustaría presentar otra evidencia, su señoría.

— Adelante —accede.

Entrego los archivos y comienzo a rodear el tribunal—. Aquí podéis ver correos electrónicos, facturas, cuentas bancarias, transacciones… Los números indican que la señora Brown desviaba dinero de las cuentas de su esposo y de la Naviera Stallon. No solo eso, como podéis leer en los e-mails, la ex esposa de mi cliente explica al detalle cómo planeó la trampa para demandar a su entonces marido y hacerle firmar la sesión de las acciones. Y sí, puedo afirmar que todo fue calculado con absoluta frialdad. Como puede ver, su señoría; perjurio no ha sido el único delito que ha cometido la demandante; sino también extorsión, desfalco, malversación de bienes, e****a; la lista continúa. A mí me queda bastante claro. ¿Qué hay de vosotros, señores del jurado?

***

— Bien jugado, señorita Price —Richard Valley me extiende el brazo con cortesía—. Aun me sorprende su destreza en los juzgados, teniendo en cuenta su falta de experiencia.

— Todo depende de escoger el bando correcto, señor —señalo mientras estrechamos nuestras manos.

— Clinton —saluda mi socio—. Enhorabuena.

— Gracias, señor Valley.

Ambos nos quedamos parados frente al juzgado, viendo a Richard Valley marcharse con la derrota en su expresión.

— Estuviste maravillosa, princesa —comenta mi socio—. ¿Celebramos con un helado en The Palace?

— Tengo algo que hacer —replico.

— ¿Qué puede ser mejor que un helado de vainilla y yo? —cuestiona contrariado.

<< Nada >>

— De verdad tengo que irme, Clinton.

— ¿Qué sucede, Blair? —me examina con sus oscuros ojos—. Desde que regresé con Crys de la luna de miel estás extraña. Eso sin contar que el día de la boda te perdiste de repente. ¿Qué está pasando contigo?

— Nada —respondo—. Todo está bien, Clinton. 

— ¿Seguro?

Asiento con la cabeza—. ¿No tienes una esposa a la que consentir?

— Crys está de viaje en New York —me recuerda.

— Cierto, lo había olvidado. Supongo que tendrás que conformarte con la tele y tu vino preferido. O podrías llamar a Brad.

— Buena sugerencia —me sonríe y yo le devuelvo el gesto—. Hey, ¿estamos bien tú y yo, princesa?

Me toma de las manos y me mira como solo él sabe hacerlo.

Me obligo a romper el contacto y me alejo—. Estamos bien, príncipe —le doy la espalda, luego salgo casi corriendo—. ¡Nos vemos mañana! —le grito antes de entrar en el auto. Busco las llaves y enciendo el coche; pero antes de echarlo a andar, apoyo la frente en el timón—. Lo estás haciendo bien, Blair —suspiro—. Vamos bien.

***

Sin llegar a mi departamento, abro el de mi mejor amiga—. Megs, necesito…

Me quedo estática en mi sitio cuando encuentro a la susodicha medio desnuda, morreándose con su supuesto ex novio.

— ¿Interrumpo? —les observo a ambos con una ceja enarcada.

— No —responde Megan—. De hecho, Brad ya se iba.

— ¡Claro! —el aludido lanza una exclamación demasiado sobreactuada—. Princess —me dan un beso en la mejilla que me causa gracia—. Luces tan bella como siempre. Escuché que hoy pateaste más de un culo. Bien hecho.

— Gracias, Brad.

— Señoritas —se despiden en la puerta—. Siempre es un placer volver a veros.

— Adiós, Brad —lo despido con rapidez para prestarle atención a mi mejor amiga—. ¿Otra vez? ¿En serio?

— ¿Qué puedo decir? —se encoge de hombros—. Brad Fuller es una droga a la cual no puedo resistirme.

— ¿Ya le perdonaste lo de Gina? 

Hace una mueca de desagrado—. ¿Qué otra cosa puedo hacer? Él me perdonó a mí por mi enloquecimiento repentino.

— ¿Y ahora qué? —inquiero—. ¿Os casaréis y comeréis perdices?

— No —se sienta en el sofá—. Le he dicho que no estoy preparada para dejar ir mi independencia y él lo ha entendido.

— Así que estáis de vuelta al punto inicial.

— Algo así. Ambas tenemos llaves del departamento de la otra, pero intenta llamar antes de entrar, por favor. 

— ¿Ahora debo llamarte para entrar en el departamento? —pregunto con mofa—. ¿En serio?

Ella me mira fijamente y luego sonríe—. Nahhh —ambas reímos—. Que Brad se joda. O que mejor me joda a mí.

— ¡Megs! —la reprendo—. No tienes remedio.

— ¿Y qué te trae por aquí, señorita patea culos?

— Tú, yo, gimnasio —señalo.

— ¿Me estás pidiendo una cita?

— Tienes cinco minutos para cambiarte —advierto saliendo del departamento.

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