CAPÍTULO 2

El sonido de la lluvia es fuerte y claro en sus oídos, pero, aun así, todo su cuerpo se siente tibio y cómodo; un fuerte contraste con el frío y la dureza de la noche anterior. Intentó abrir sus ojos, pero una fuerte punzada en su cabeza y pecho se hicieron presentes en el momento en que la luz tocó la leve abertura de sus ojos, por lo cual volvió a cerrarlos.

— Descansa un poco más, — dice suavemente una gruesa voz — el médico dijo que estuviste cerca de la muerte.

Esa voz no era la de su padre ni la de alguno de sus conocidos. ¿El médico dijo? Entonces, había logrado escapar de aquel lobo, la habían encontrado y ahora estaba en un hospital, ¿verdad?

— No sabes lo asustado que estuve, mi luna.

¿"Luna"? Aquella era la palabra que había resonado en su cabeza durante la noche mientras el lobo la asechaba, y aquella voz era la misma voz que las había pronunciado. Su cuerpo le pedía poder dormir un poco más, pero su instinto, bueno, este estaba partido a la mitad. Una parte le decía que debía salir de allí lo antes posible, mientras que la otra le hacía sentir que estaba segura, que no había razones para temer o correr, pero prefirió silenciar esta última. Abrir sus ojos de golpe, ignorando, o por lo menos intentando ignorar aquella punzada constante, su cabeza dolía horrores, mientras que su corazón parecía partirse poco a poco.

— Veo que eres terca. — El sonido de pasos acompañó las nuevas palabras. — Pero también lo bastante insensata como para no escuchar a tu cuerpo, aun cuando este te pide descansar.

Cuando su mirada pudo por fin enfocar su entorno, fue consciente de la habitación en la que se encuentra. La cabaña es pequeña, pero no por ello deja de ser acogedora; la cama sobre la que descansaba está ubicada en un rincón de la estancia junto a la ventana. La chimenea está centrada en el lado derecho de la estancia, y el calor proveniente de ella es lo que mantiene tibio el lugar. Un sofá de tres plazas, otro individual y una mesa para seis son los que terminan de llenar el espacio. Pero faltaba algo, alguien había hablado, ella había escuchado pasos, entonces…

— ¿Dónde…? — murmura levemente, sus palabras, completando sus ideas, ideas que son cortadas por la respuesta obtenida.

— Pensé que tendrías hambre al despertar. — aquella gruesa voz resuena una vez más en la habitación, pero esta vez es acompañada del sonido de una puerta al abrirse. — Te preparé un poco de carne. — aquel desconocido da énfasis a sus palabras levantando un poco la bandeja con comida que traía en sus manos.

Al observar al dueño de aquella voz, sintió cómo el aire se queda atrapado en sus pulmones una vez más. Aquel hombre debía tener cerca de unos treinta años, o tal vez los pasaba únicamente por un par de años, cercano a los dos metros y de musculatura marcada, unos leves mechones de cabello rojo enmarcan su rostro, mismo que es decorado por dos profundos ojos grises; un color tan pálido que por un momento puede jurar que es como si viera la luna en ellos.

— ¿Está todo bien? — pregunta mientras se acerca un poco más a ella. — Luces como si te fueses a desmayar de nuevo.

— ¡No te acerques! — su cuerpo vibra envuelto en temor, no sabe dónde está, quién es aquel hombre y mucho menos entiende qué está pasando, solo sabe que quiere salir de allí e ir a casa.

— Está bien, — dice deteniendo sus pasos. — no me acercaré si eso es lo que quieres, pero debes calmarte y comer un poco.

— ¿Dónde estoy? — pregunta al tiempo que se retrae en la cama.

— Estás a salvo, en la manada del Sur, — responde con calma mientras deja la bandeja sobre la mesa del comedor. — Te traje conmigo hace unos días. Pensaba respetar tu decisión de no mostrarte aún ante mí, pero cuando comenzó la lluvia y seguías sin moverte de aquel lugar. Me preocupó que el latir de tu corazón fuese tan bajo, así que crucé la ribera; fue entonces cuando noté que te habías desmayado, así que no podía simplemente dejarte allí.

¿"Manada"? ¿"Unos días"? No, simplemente aquello es absurdo. Primero porque las manadas son cosas de animales y… ¡No! Se regaña a sí misma al pensar en aquellas viejas historias que le contaba su madre. Segundo, fue apenas la noche anterior que se había escondido entre las piedras en la ribera del río para escapar del lobo que la seguía.

— Me diste un gran susto, estabas tan pálida y fría. — dice aquel extraño cortando su línea de pensamiento. — El médico dijo que estuviste cerca de la muerte, pero gracias a la Madre Luna, tus signos vitales se calmaban cuando me acercaba, así que me quedé al pie de tu cama los últimos cinco días. No sabes la paz que sentí al verte recuperar tu color; tus mejillas son aún más hermosas si están bañadas por el tenue rubor natural que tienen.

Pero ¿de qué demonios habla ese tipo? No lo sabe, pero tampoco planea quedarse para averiguarlo.

— Quiero salir de aquí, por favor — dice con voz entrecortada.

— Bueno, aún llueve un poco y no es bueno que salgas con este clima. — responde con calma — Como te dije, el médico…

— ¡Quiero irme a mi casa! — grita cediendo al temor. — ¡Quiero irme ahora!

— Cálmate, si me dejas, te explicaré.

— ¡No quiero una explicación! — expresa subiendo más el tono de su voz. — quiero irme de aquí, no sé quién eres ni dónde estoy, solo, quiero ir a casa.

— Ahora esta es tu casa — replica en tono calmado.

— ¡Estás loco! — no puede decir de dónde sale su valor, pero hace el amago de levantarse de la cama — Tú…

No sabe exactamente en qué momento aquella imponente figura atravesó la estancia; lo que sí sabe es que, en un abrir o cerrar de ojos, estaba acorralada en la cama. En otros momentos se hubiese preocupado de aquella mano que sujeta con fuerza su cintura o de la que encierra sus muñecas, pero eso es lo de menos; en ese momento, lo que desea poder entender es cómo fue posible que la mirada de aquel desconocido cambiara de aquella manera tan inhumana. Sus ojos, ahora bañados de un profundo color rojo, son como los de una bestia, una bestia que, por alguna razón, está herida. En medio de su negación y horror, su memoria le deja ver de dónde reconoce aquella mirada.

— El lobo…

— Duerme, mi rebelde luna, ahora.

Tras aquellas palabras pronunciadas en un tono grave, Lían observó cómo los ojos de la contraria se comenzaron a cerrar de forma lenta; en ningún momento retiró su vista de aquellas dos piezas de cielo que adornan el rostro de su Luna. Acomodando el cuerpo de esta sobre la cama, la cubre para mantenerla caliente; el clima aún se mantiene inclemente y frío, y ya le basta con que la chica esté alterada; no necesita que recaiga de nuevo su salud.

Al momento de tomar la carne que había dejado sobre la mesa, logra escuchar un lúgubre aullido a lo lejos; aullido que reconoce al instante. Acercándose a la ventana, su mirada lobuna logra colarse entre la bruma, distinguiendo a lo lejos un lobo gris, su desterrado y viejo padre. Dejando salir un gruñido de advertencia, los pasos en reversa del lobo le indican que este fue captado por el mayor; retirándose de la ventana, se gira para ir a la cocina y guardar la comida, luego hablaría y le explicaría las cosas a su Luna.

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— Hay algo que se mueve desde la frontera humana. — Expone aquel hombre mientras caminan por los empedrados pasillos del lugar.

— Sí, también he sentido la extraña presencia de una profunda oscuridad que corre en el viento. Es como si ya se hubiera puesto en marcha algo que amenaza a nuestras manadas.

Ambos lobos guardan silencio por un momento, cada uno perdidos en su pensamiento, cada uno buscando una explicación para lo que pasa.

— Durante el solsticio, hubo una fuerte luz cubriendo el bosque con su armonía. No pude identificar qué es, pero sé que no fue como algo que sintiera antes.

— Los tiempos han cambiado desde que éramos jóvenes. Nuestras manadas han enfrentado muchos cambios a lo largo de los años, pero esto parece diferente, más sutil, pero no menos peligrosa.

Con pasos lentos, ambos lobos se detuvieron al estar frente a uno de los ventanales principales del lugar. después de un momento, el anciano líder habló: Debemos prepararnos para proteger a los más débiles.

— Si sospecha de algo tan grave, no sería lo mejor advertir a las manadas y prepararlos para lo que sea que está por pasar.

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