—¿Qué? ¿Vas a pegarme? —preguntó la joven tras decidirse a enfrentar lo que fuera si eso significaba no cambiar de postura—. Pues pégame, pero dale hasta matarme, porque ni medio muerta voy a regresar contigo. Yo no voy a perdonarte jamás lo que hiciste, y te odiaré el resto de mi vida, así que cualquier cosa que hagas a partir de ahora solo va a empeorar las cosas. Si me haces más daño, y me dejas viva para contarlo, voy a acabar contigo de verdad.Javier gruñó de nuevo el nombre de la mujer, su sangre hirviendo no le dejaba detenerse, aunque probablemente ni siquiera quería hacer eso. Él solo quería que esa idiota debajo de él sintiera toda la impotencia que ella le estaba provocando sentir.» ¡Dale! ¡Mátame! —gritó la chica, mirándolo con toda la furia que era capaz de sentir—. ¡Mátame y lárgate de mi casa, porque me da asco saberte en mi lugar!Javier la soltó, levantó la mano con rapidez y la hizo puño, María giró el rostro y se cubrió con el brazo que el otro había soltado, enton
Ni bien abrió los ojos, María comenzó a llorar, y es que la sensación de un mal sueño se desvaneció en cuanto fijó la mirada en una de las habitaciones de la casa de su hermana mayor, eso le aseguraba que no había sido una pesadilla la noche anterior, que definitivamente había sido su horrible realidad.Ni siquiera hizo por levantarse, Mari estaba tan cansada que quería quedarse en esa cama en que estaba y dormir para siempre, pero, en cuanto vio a su hermana entrar a la habitación que estaba usando momentáneamente, una extraña sensación de seguridad le envolvió, permitiéndole recobrar un poco de energía.—¿Qué te hizo? —preguntó Rose, caminando hasta ella y sentándose en la orilla de la cama en que Mari se había incorporado segundos atrás que la vio entrar.—Se acostó con otra —balbuceó Mari, terminando en agachar la cabeza para volver a llorar sin que Rose la viera.A su hermana mayor le pudría verla llorar, no lo soportaba y seguido la regañaba, porque usualmente la menor terminaba
María era una mujer algo peculiar, lo podría saber cualquier persona que escuchara sus infortunadas historias, empezando con la de que ella decidió estudiar algo que no le gustaba, solo porque no pudo aplicar para la carrera que sí quería, debido a otro de los intensos ataques de su mala suerte, fue entonces cuando la chica supo que le sería difícil encontrar un trabajo que le gustara, y aun así la eligió.María Aragall trabajaba porque tenía que trabajar, pero, en realidad, aunque ponía su mejor cara, no disfrutaba nada lo que hacía. De su cuenta habría sido una mantenida toda su vida, yendo al club de vez en cuando, viajando doce veces al año y escribiendo historias toda la vida.Ese era su sueño imposible, porque no le pagaban por escribir, al contrario, ella pagaba por las revisiones; y ya ni hablar de viajar, que en lugar de darle dinero se lo quitaría.La posición económica de su familia era media alta, nada le faltaba, pero no le sobraba nada tampoco. Y eso no era todo, lamentab
—¿Qué demonios? —se preguntó María al revisar su celular de escritora, ese del que se había olvidado un par de días en los que pretendía recuperarse del golpe emocional que había sido volver a terminar su relación con ese que no la había dado por terminada la primera vez.María usaba un teléfono aparte del personal, en donde tenía todas las aplicaciones en que publicaba, porque, como escritora de la red, creía que entre más lugares tocara más oportunidades tendría; aunque, con el paso del tiempo, se olvidó de qué tipo de oportunidades buscaba.Y es que ella escribía porque sí, porque le gustaba y amaba leerse. Podría sonar tonto, pero sus historias eran más para sí que para los internautas; es decir, escribía aquellas novelas que le gustaría leer y que nadie había escrito antes y, posiblemente, no había en el mundo nadie que la leyera como se leía a sí misma.La joven escritora revisó una a una las aplicaciones, y en las notificaciones de F******k e I*******m leyó la razón de todo el a
A las seis de la tarde, tras salir de la ducha con la que pretendía quitarse el cansancio del día, volvió a tomar el teléfono y envió un mensaje a ese número que había guardado entre sus contactos apenas unas horas atrás. “Hola, Marcos, soy Mari.” Eso era todo lo que contenía el mensaje, uno que, para su sorpresa, tuvo respuesta inmediata. Cuando la llamada de Marcos Durán comenzó a figurar en su pantalla, el corazón de María se detuvo. No lo esperaba, así que le sorprendió; y, aun cuando la sorpresa la dejó un poco en blanco, respondió, después de todo ella había decidido ser cortés con él, por todos los gratos momentos vividos a su lado y al lado de su familia. —Comenzaba a pensar que no me responderías jamás —dijo a modo de reclamo uno que ni siquiera saludó a quien le tomaba la llamada. —Disculpa —respondió Mari, en serio apenada—, no me había dado cuenta de los mensajes. —¿En serio? —cuestionó el joven, entre incrédulo y burlón—. Te imaginaba como la típica chica que está pe
Marcos se había quedado sin palabras tras escuchar a la joven escritora, pero podía entender bien lo que significaba estar en duelo por perder a alguien.Marcos estaba plenamente consciente de que toda perdida, por insignificante y pequeña que pareciera, generaría un proceso de duelo. Él había perdido a su hermano y a su cuñada, que fueron, a su vez, su mejor amigo y el amor de su vida, y se había sentido así, perdido y sin ganas de hacer mucho.Muchos podrían creer que una traición era mucho menos grave que la muerte de alguien, pero lo cierto era que no, pues ambos habían perdido lo mismo: el futuro junto a alguien, porque si María y ese tal imbécil Javier estaban comprometidos, era seguro que Mari había soñado un futuro junto a aquel hombre, y esa era la vida que ella había perdido.Sin embargo, aunque estaba casi seguro de que sería temporal, porque todo en la vida pasa, no se sentía bien dejando que esa chica, con tanto ingenio y una técnica tan atractiva de escritura, tirara todo
—¿Qué te parece escribir una novela con la vida de una mujer que dedicó toda su vida a hacer feliz a los demás y terminó traicionada por todos y sola? —cuestionó Marcos en cuanto Mari le respondió el teléfono, por segunda vez en un día cualquiera, de esos en que él le llamaba por teléfono, no siempre era por trabajo.La idea que Marcos proponía llenó de confusión a la joven escritora. Ella tenía ya cuatro meses trabajando con él, escribía columnas para otros boletines además del primero con el que Marcos la atrapó, y parecía que seguirían aumentando gracias a ese chico que le hablaba casi diario.—No me gustan los finales tristes —declaró Mari—; además, no sé si me encante la idea de escribir a petición, suelo escribir lo que quiero leer y, no sé, siento que no...—No me digas que no, todavía —pidió el joven hombre y la chica respiró tan profundo que Marcos pudo escucharla hasta Monterrey.—Ay, no, Marcos —exclamó María—. No te voy a dar chanza de que me laves el coco de nuevo, porque
—¡Mari! —exclamó emocionada Zuly, al ver entrar a la morena al comedor.La mencionada saludó con una sonrisa un tanto incómoda, y caminó hasta el mostrador para sentarse en un lugar que una vez atrás hubiera visitado ya.» Marcos comentó que vendrías —señalo la robusta mujer que salía de detrás del mostrador para encontrar a la que había mencionado con exagerado entusiasmo—, pero no dijo cuándo. Me da gusto que haya sido pronto. ¿Cuándo llegaste?—Hace algunas horas —anunció María su respuesta, y Zulema abrió los ojos enormes.—Son las nueve de la mañana —señaló Zuly y Mari sonrió—, ¿cómo que hace algunas horas?—Me gusta viajar de noche —respondió la chica algo apenada por haber recibido semejante reacción.—Eres un bicho... ¿Ya viste a Marcos? —cuestionó la mujer luego de abrazar a una joven que encantada recibió el abrazo de regreso.—No, no he hecho nada —declaró la cuestionada—. Llegué de madrugada y, tras algunas horas de sufrir el calor y de no poder dormir, vine para acá. Neces