María era una mujer algo peculiar, lo podría saber cualquier persona que escuchara sus infortunadas historias, empezando con la de que ella decidió estudiar algo que no le gustaba, solo porque no pudo aplicar para la carrera que sí quería, debido a otro de los intensos ataques de su mala suerte, fue entonces cuando la chica supo que le sería difícil encontrar un trabajo que le gustara, y aun así la eligió.María Aragall trabajaba porque tenía que trabajar, pero, en realidad, aunque ponía su mejor cara, no disfrutaba nada lo que hacía. De su cuenta habría sido una mantenida toda su vida, yendo al club de vez en cuando, viajando doce veces al año y escribiendo historias toda la vida.Ese era su sueño imposible, porque no le pagaban por escribir, al contrario, ella pagaba por las revisiones; y ya ni hablar de viajar, que en lugar de darle dinero se lo quitaría.La posición económica de su familia era media alta, nada le faltaba, pero no le sobraba nada tampoco. Y eso no era todo, lamentab
—¿Qué demonios? —se preguntó María al revisar su celular de escritora, ese del que se había olvidado un par de días en los que pretendía recuperarse del golpe emocional que había sido volver a terminar su relación con ese que no la había dado por terminada la primera vez.María usaba un teléfono aparte del personal, en donde tenía todas las aplicaciones en que publicaba, porque, como escritora de la red, creía que entre más lugares tocara más oportunidades tendría; aunque, con el paso del tiempo, se olvidó de qué tipo de oportunidades buscaba.Y es que ella escribía porque sí, porque le gustaba y amaba leerse. Podría sonar tonto, pero sus historias eran más para sí que para los internautas; es decir, escribía aquellas novelas que le gustaría leer y que nadie había escrito antes y, posiblemente, no había en el mundo nadie que la leyera como se leía a sí misma.La joven escritora revisó una a una las aplicaciones, y en las notificaciones de F******k e I*******m leyó la razón de todo el a
A las seis de la tarde, tras salir de la ducha con la que pretendía quitarse el cansancio del día, volvió a tomar el teléfono y envió un mensaje a ese número que había guardado entre sus contactos apenas unas horas atrás. “Hola, Marcos, soy Mari.” Eso era todo lo que contenía el mensaje, uno que, para su sorpresa, tuvo respuesta inmediata. Cuando la llamada de Marcos Durán comenzó a figurar en su pantalla, el corazón de María se detuvo. No lo esperaba, así que le sorprendió; y, aun cuando la sorpresa la dejó un poco en blanco, respondió, después de todo ella había decidido ser cortés con él, por todos los gratos momentos vividos a su lado y al lado de su familia. —Comenzaba a pensar que no me responderías jamás —dijo a modo de reclamo uno que ni siquiera saludó a quien le tomaba la llamada. —Disculpa —respondió Mari, en serio apenada—, no me había dado cuenta de los mensajes. —¿En serio? —cuestionó el joven, entre incrédulo y burlón—. Te imaginaba como la típica chica que está pe
Marcos se había quedado sin palabras tras escuchar a la joven escritora, pero podía entender bien lo que significaba estar en duelo por perder a alguien.Marcos estaba plenamente consciente de que toda perdida, por insignificante y pequeña que pareciera, generaría un proceso de duelo. Él había perdido a su hermano y a su cuñada, que fueron, a su vez, su mejor amigo y el amor de su vida, y se había sentido así, perdido y sin ganas de hacer mucho.Muchos podrían creer que una traición era mucho menos grave que la muerte de alguien, pero lo cierto era que no, pues ambos habían perdido lo mismo: el futuro junto a alguien, porque si María y ese tal imbécil Javier estaban comprometidos, era seguro que Mari había soñado un futuro junto a aquel hombre, y esa era la vida que ella había perdido.Sin embargo, aunque estaba casi seguro de que sería temporal, porque todo en la vida pasa, no se sentía bien dejando que esa chica, con tanto ingenio y una técnica tan atractiva de escritura, tirara todo
—¿Qué te parece escribir una novela con la vida de una mujer que dedicó toda su vida a hacer feliz a los demás y terminó traicionada por todos y sola? —cuestionó Marcos en cuanto Mari le respondió el teléfono, por segunda vez en un día cualquiera, de esos en que él le llamaba por teléfono, no siempre era por trabajo.La idea que Marcos proponía llenó de confusión a la joven escritora. Ella tenía ya cuatro meses trabajando con él, escribía columnas para otros boletines además del primero con el que Marcos la atrapó, y parecía que seguirían aumentando gracias a ese chico que le hablaba casi diario.—No me gustan los finales tristes —declaró Mari—; además, no sé si me encante la idea de escribir a petición, suelo escribir lo que quiero leer y, no sé, siento que no...—No me digas que no, todavía —pidió el joven hombre y la chica respiró tan profundo que Marcos pudo escucharla hasta Monterrey.—Ay, no, Marcos —exclamó María—. No te voy a dar chanza de que me laves el coco de nuevo, porque
—¡Mari! —exclamó emocionada Zuly, al ver entrar a la morena al comedor.La mencionada saludó con una sonrisa un tanto incómoda, y caminó hasta el mostrador para sentarse en un lugar que una vez atrás hubiera visitado ya.» Marcos comentó que vendrías —señalo la robusta mujer que salía de detrás del mostrador para encontrar a la que había mencionado con exagerado entusiasmo—, pero no dijo cuándo. Me da gusto que haya sido pronto. ¿Cuándo llegaste?—Hace algunas horas —anunció María su respuesta, y Zulema abrió los ojos enormes.—Son las nueve de la mañana —señaló Zuly y Mari sonrió—, ¿cómo que hace algunas horas?—Me gusta viajar de noche —respondió la chica algo apenada por haber recibido semejante reacción.—Eres un bicho... ¿Ya viste a Marcos? —cuestionó la mujer luego de abrazar a una joven que encantada recibió el abrazo de regreso.—No, no he hecho nada —declaró la cuestionada—. Llegué de madrugada y, tras algunas horas de sufrir el calor y de no poder dormir, vine para acá. Neces
—¡Oye! —casi gritó el hombre en cuanto su llamada fue atendida—. Zulema dijo que estás aquí ya. ¿Por qué no me dijiste nada? Podía haber ido al aeropuerto por ti y llevarte a tu casa.—Le prometí la vez pasada que, si alguna vez volvía a Monterrey, ella sería la primera persona a la que visitaría —explicó María—. Además, no te enojes, aún puedes venir a mi casa y devolverme al aeropuerto.—¿Qué? ¿Por qué? ¿Sucedió algo? —preguntó Marcos, preocupado por las implicaciones de semejante declaración.—Sí —aseveró la joven—. Pasa el clima. ¿Cómo demonios pueden vivir con este calor del demonio?—Ah —exclamó Marcos, por mucho más aliviado, y casi divertido—, por eso te dije que rentaras un lugar con aire acondicionado.—Nunca en mi vida había necesitado aire acondicionado —declaró María, en un tono de completa molestia.—Pues qué bendecida que estabas —jugueteó el joven hombre—. Acá solo tenemos de dos climas: calorón y fríllazo.—Odio ambos, así que me voy a mi casa —informó la joven, segura
“Estoy afuera de tu casa” decía el mensaje que María había recibido justo cuando había terminado de hacer su maleta para salir a buscar cualquier hotel.La noche había comenzado a caer, pero, aunque seguía haciendo mucho calor, la puesta de sol le había restado algunos grados a la temperatura, lo que le había mejorado el humor solo un poco.Mari salió y, entre la opacidad de la calle, pudo vislumbrar al hombre que le había escrito.—Hablé con el casero —dijo el hombre de la nada—, tendrá un departamento con aire disponible para final del mes.Los ojos de la morena se abrieron enormes. Para final de mes faltaban cerca o pasado de tres semanas. No lo soportaría. Y eso fue justo lo que el chico leyó en la exagerada reacción gesticular de la joven.» Así que te he conseguido un refugio temporal —añadió Marcos y María pudo relajar su rostro—. Anda, vamos.María lo pensó un poco. Se estaba muriendo de ganas de salir corriendo de ese lugar, pero no es como que pudiera costearse un mes entero