UN TRATO OSCURO CON MI JEFE
UN TRATO OSCURO CON MI JEFE
Por: REINA ROJA
TRATO

Me limpié las lágrimas mirándome el espejo, tratando de calmarme después de leer el mensaje que me envió mi amiga Alejandra. Me confirmó que mi ex la persona que me engañó con Daniela que era mi supuesta mejor amiga, irían juntos a la boda de Luciana, otra de nuestras amigas comunes.

Perra m*****a.

Chille mas alto destrozada por la traicion de los dos y lo peor, era que sentia que mis amigas no me apoyaban en nada. Tres años con Jack y resulta que todo era un mentira.

No entendia porque las personas hacian eso, si ya no aman a su pareja, porque no terminan, antes de cometer ese acto tan despreciable.

—Estás bien, Verónica? —preguntó, su voz fría y calculadora.

Rápidamente me limpié las lágrimas y respiré profundo antes de responderle.

—Sí, señor, estoy bien —dije, tratando de mantener la calma—. Ya salgo. Discúlpeme.

Lo escuche gruñir y eso me puso más nerviosa.

—Por favor, hazlo rápido —dijo—. Y ven a mi oficina inmediatamente.

Asentí y me apresuré a salir del baño, tratando de recomponerme antes de enfrentar a mi jefe. Sabía que Bruno Romano no era un hombre que tolerara la debilidad o la emotividad, y yo no quería darle ninguna excusa para cuestionar mi capacidad para hacer mi trabajo.

Mientras caminaba hacia su oficina, no pude evitar pensar en la reputación que tenía Bruno Romano entre las empleadas de la empresa. Lo llamaban "el hombre de hielo" debido a su falta de emoción y su capacidad para tomar decisiones difíciles sin vacilar. Pero también era un hombre muy inteligente y calculador, y había llevado la empresa de publicidad de su padre a nuevas alturas en solo unos pocos años.

Me limpié el vestido y respiré hondo, tratando de calmarme después de la llorera. Me di unas palmaditas en la cara para despertar y me abanicé con la mano para que mis ojos no se vieran más irritados de tanto llorar.

Con una sonrisa forzada, abrí la puerta de la oficina de Bruno Romano y entré. Lo encontré sentado en su silla detrás del escritorio, su rostro impasible como siempre. Era el hombre más deseado y más insensible del mundo, y yo no podía evitar sentir una mezcla de emociones al verlo.

—Señor Romano —dije, tratando de mantener la calma—. ¿En qué puedo ayudarlo?

Bruno Romano me miró con sus ojos fríos y calculadores, y yo sentí un escalofrío recorrer mi espalda. Sabía que estaba en presencia de un hombre que no se dejaba llevar por las emociones, y que siempre obtenía lo que quería, sin importar el costo.

—Siéntate Verónica.

—No es necesario señor.

—No lo volveré a repetir—lo dijo de una manera que de inmediato tome asiento.

—¿Qué es lo que le pasa, Verónica? —preguntó, su voz sin inflexiones—. Estaba llorando en el baño.

Me sentí incómoda, no queriendo mentirle, pero tampoco queriendo compartir mis problemas personales con él.

—No es nada, señor —dije, tratando de restar importancia

—No me gustan las falsedades, Verónica —dijo, su voz aún más fría—. Y mucho menos que me traten de mentiroso. La escuché llorar en el baño. Así que quiero saber qué le pasa a mi secretaria.

Sentí una punzada en el estómago al escucharlo referirse a mí como "su secretaria". Nunca me había hablado de esa manera antes.

—No quiero abrumarlo con mis problemas personales, señor —dije, tratando de mantener la distancia.

Pero Bruno Romano me miró con una intensidad que me hizo sentir incómoda.

—La escucho —dijo, su voz un poco más suave.

Me tomé un momento para recopilar mis pensamientos antes de hablar porque estaba muy dolida, pero también con ganas de devolverle el golpe a cada uno de ellos.

—Estaba muy triste y tenía mucha rabia —dije finalmente—Mi ex, Jack, va a asistir a la boda de mi mejor amiga, Luciana. Y no solo eso, va a ir con la persona que lo engañó... mi otra amiga, Daniela.

Quería venganza, quería que Jack me viera con un hombre mucho mejor que él, alguien que lo hiciera sentir insignificante. Y quería que Daniela se muriera de envidia al verme con alguien tan atractivo y exitoso.

Pero, sinceramente, sabía que no era el tipo de mujer que podía atraer a ese tipo de hombres. Mi belleza era promedio, no era una mujer deslumbrante, pero tampoco me consideraba fea.

Y conseguir un hombre asi, era como pedirle el favor a mi jefe y eso nunca iba a pasar ni en sueños.

—Entonces, no eres amiga de Luciana —dijo—. ¿Cómo pudo invitar a la persona que te traicionó?

—Ella es amiga de ambas —dije—. Ninguna de mis amigas quiso tomar partido con una u otra. Pero eso no cambia el hecho de que Daniela me traicionó.

—Eso es muy malo —dijo—. Ninguna de ellas es tu amiga. Lo malo es malo, y se debe reprochar, sea quien sea. La traición no se debe perdonar, especialmente cuando se involucra a personas cercanas.

—Sí... —empecé a decir, pero Bruno Romano me interrumpió.

—Nada, esas personas, tu amiga Luciana y las demás, no son tus mejores amigas. ¿Cómo pueden invitar a Daniela, sabiendo lo que hizo? Esa persona que traicionó a una amiga, quitándole el novio y destruyendo su relación... Eso no es un buen ser humano. Si yo fuera tú, me alejaría de una persona como esa. Alguien que no tiene valores, que no tiene principios... No es alguien en quien debes confiar —dijo, su voz fría y calculadora.

Tenia razón, pero sinceramente ellas eran lo unico que tenia en esta ciudad. Vine a estudiar este país y desde entonces nos conocemos, pero nunca pensé que Daniela me hiciera eso.

Hay códigos, que ella no cumplió y nos traiciono.

—Y lo peor es que seré el hazmerreír de todos en esa boda —dije, sintiendo una oleada de ansiedad—. Van a querer todos hablar de mí cuando vean a Daniela con mi ex.

Bruno Romano me miró con una expresión seria, pero luego una sonrisa se dibujó en su rostro.

—De igual forma, no deberías sentirte mal —dijo—. Tu ex es una imbécil por dejar perder a una mujer como tú.

Me sorprendí al escuchar sus palabras. Nadie había hablado de mí de esa manera antes.

—¿Qué quieres decir? —pregunté, sintiendo una curiosidad repentina.

Pero mi jefe simplemente se encogió de hombros.

—Olvídalo —dijo—. Si no tienes con quién ir, yo puedo acompañarte.

Sin mentir, sentí que me habían dado con una pelota en la cabeza. Soltó esa bomba sin darme tiempo para nada, sin previo aviso. Me quedé con la boca abierta, sin saber qué decir.

—¿Qué...? —tartamudeé, intentando procesar lo que había dicho.

Mi jefe dejo sus manos sobre el escritorio, se inclinó hacia adelante, su mirada intensa y seria como si la situación fuera cómica para él.

—Yo puedo acompañarte —repitió, como si fuera la cosa más normal del mundo.

—Está seguro, señor —pregunté, intentando mantener la calma.

—Sí —respondió, con una sonrisa leve—no tengo nada que perder, soy un hombre soltero, no tengo compromisos ni nada que hacer.

Me rasque el cuello confundida.

—Señor, es que….

—Disculpa, para cuándo es la boda? —preguntó.

—Para mañana —respondí, sintiendo un poco de nerviosismo.

—No tengo nada que hacer mañana —dijo, con una sonrisa.

—Pero usted sabe lo que eso implica... nos van a relacionar, creerán que tenemos una relación—dije, intentando expresar mis preocupaciones.

—No es la primera vez que una secretaria sale con su jefe —dijo, con una sonrisa.

—Y su reputación... —empecé a decir.

—De eso me encargo yo —dijo, con confianza—. Además, tú me subirías el estatus. Eres una mujer muy hermosa.

Sus palabras me hicieron sentir un calor intenso en las mejillas, que se volvieron coloradas. Fue la primera vez que me habló de esa manera, y me sentí un poco abrumada por la atención.

Me puse de pie y comencé a caminar por la oficina, sintiendo la mirada azul de Bruno Romano encima de mí. Mis manos estaban en la cintura, y mi mente estaba llena de pensamientos.

"De igual forma, es una muy buena oferta", pensé para mí misma. "Me daría la oportunidad de darle una lección a mi mejor amiga y a mi ex, llegando con un hombre mucho más atractivo y adinerado que ellos". La idea me hizo sonreír para mí misma.

Mientras caminaba, podía sentir la mirada de Bruno Romano siguiéndome, y me sentí un poco más segura de mí misma. Tal vez, justo tal vez, esta fuera la oportunidad que necesitaba para demostrar mi valor y dejar atrás el dolor del pasado.

—No tienes nada que perder —dijo Bruno Romano, su voz firme y convincente.

Me detuve en seco y me di la vuelta para mirarlo. Una sonrisa se dibujó en mi rostro mientras me acercaba a él.

—Está bien, señor —dije, extendiendo mi mano—. Tenemos un trato. Usted me acompaña a la boda.

Bruno Romano sonrió ligeramente y estrechó mi mano.

—Está bien, Verónica —dijo—. Tenemos un trato. Pero después de la boda, tú y yo vamos a hablar muy seriamente.

No me importaba lo que pasara, sabia que iba a causar sensación en esa boda al ir, de la mano de uno de los hombres mas poderosos de Italia.

Mi jefe.

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