VERONICA
Me encontraba en mi apartamento de dos piezas, que había sido mi refugio y mi hogar durante tanto tiempo. Sin embargo, después de descubrir la traición de mi ex novio y mi amiga, la habitación principal se había convertido en un espacio insoportable para mí. Había pasado todas mis pertenencias a la segunda pieza, que era mucho más pequeña, pero al menos me permitía dormir sin sentirme invadida por los recuerdos dolorosos.
Mientras me preparaba para la noche, no podía evitar pensar en cómo mi vida había cambiado en tan poco tiempo. Mi trabajo como secretaria de Bruno me había permitido pagar las cuotas del banco por mi apartamento, que había comprado con un préstamo. Sin embargo, después de la traición, me sentía como si estuviera viviendo en un lugar que ya no me pertenecía.
Pero no tenía tiempo para pensar en eso ahora. Tenía solo 4 horas para alistarme para la cena con Bruno, y estaba decidida a hacerlo. Me pasé horas buscando el vestido perfecto, hasta que finalmente encontré uno negro alto que estilizaba mis piernas y me hacía sentir como una mujer nueva. Me puse unos tacones altos y decidí hacerme ondas en mi cabello rojo, dejándolo suelto para que cayera sobre mis hombros.
Finalmente, me maquillé, resaltando mis ojos verdes y dándole un toque de elegancia a mi rostro. Me miré en el espejo y no reconocí a la mujer que me devolvía la mirada. Era como si hubiera renacido, como si la traición y el dolor hubieran sido solo una etapa en mi vida. Me sentí fuerte, segura y lista para enfrentar lo que la noche me deparara.
Me miré en el espejo y comencé a hablar conmigo misma, recordando las palabras del audiolibro que había escuchado:
—Eres fuerte, Verónica —me dije—. Eres capaz de superar cualquier obstáculo.
Me sonreí a mí misma, intentando creer en mis propias palabras.
—Eres hermosa, tanto por dentro como por fuera —continué—. No dejes que nadie te haga sentir lo contrario.
Me recordé a mí misma que había superado momentos difíciles antes y que podía hacerlo de nuevo.
—Eres valiente, Verónica —me dije—. No tienes miedo de enfrentar tus miedos y de seguir adelante.
Me miré en el espejo y vi a una mujer que estaba empezando a sanar, a una mujer que estaba empezando a encontrar su propia fuerza y confianza.
—Eres digna de amor y respeto —me dije—. No te conformes con nada menos.
Me sonreí a mí misma, sintiendo una sensación de paz y tranquilidad que no había sentido en mucho tiempo.
Recibí el mensaje de Bruno, mi jefe, que ya estaba abajo esperándome. Me tomé un momento para recoger mis pertenencias: mi bolso, mi abrigo y mis llaves. El invierno había llegado, y aunque no hacía un frío extremo, decidí llevar mi abrigo para estar segura. Lo coloqué sobre mi brazo y tomé mi bolso con la otra mano.
Me dirigí al ascensor y presioné el botón para bajar al vestíbulo. Cuando las puertas se abrieron, salí y saludé al vigilante y al chico de la recepción con una sonrisa. El vigilante se apresuró a abrirme la puerta principal, y me despedí de ellos con un gesto.
Al bajar las escaleras, sentí la mirada de Bruno sobre mí. Estaba recostado contra un auto deportivo rojo, que parecía un verdadero monstruo de la carretera. Me esforcé por mantener la calma y no dejar que mis piernas me fallaran, ya que Bruno parecía estar detallando cada movimiento mío. Me sentí como si estuviera en una pasarela de moda, y no en el estacionamiento de mi edificio.
Me acerqué a él, y Bruno me miró con admiración.
—Estás radiante, Verónica —dijo, su voz llena de sinceridad.
Mi rostro se calentó con un rubor suave.
—Muchas gracias —respondí.
—Dime Bruno —me corrigió—. En este momento, no somos... no soy tu jefe.
—Pues, parece que tienes muchos papeles. En la tarde eras mi novio falso, y ahora eres... ¿mi amigo?
—No creo que "amigo" sea la palabra correcta —dijo—. Digamos... conocido.
—Conocido suena interesante —conteste serena—. Es que sí, porque con los amigos no les hacen el tipo de propuestas que tú estás a punto de hacerme.
Bruno me miró con una sonrisa misteriosa y me hizo un gesto para que subiera al auto.
—Sube —dijo calmado—vamos a cenar.
No me dejo responder.
El interior del carro deportivo de Bruno era impresionante. El cuero negro brillaba bajo la luz tenue de los instrumentos, y el olor a nuevo era intenso. Me senté en el copiloto, sintiendo el suave cuero bajo mis manos. Era la primera vez que veía este carro, a pesar de haber trabajado con Bruno durante cinco años.
—¿A dónde vamos a cenar? —pregunté, mirando a Bruno con curiosidad.
—Hay un restaurante francés que me encanta —dijo—. Pero si no te gusta, podemos ir a otro lugar.
—La comida francesa me fascina —dije, sonriendo.
Bruno me miró con una sonrisa.
—Sí, lo sé —dijo.
—¿Cómo que sabes? —pregunté, sorprendida.
—Yo sé muchas cosas de ti, Verónica —dijo Bruno, su voz baja y misteriosa.
—Bruno, debo preocuparme.
—No te preocupes —dijo—. Lo que sí te podrías preocupar es en que el recorrido va a ser muy aburrido si no ponemos algo de música.
Rebuscó en su teléfono y seleccionó una lista de reproducción. La música de jazz llenó el auto, y me sentí relajada.
—Me encanta el jazz —dije—. Es tan... sofisticado.
Bruno se rió.
—Sí, es un género muy especial —dijo—. Pero también me gusta la música clásica. Hay algo en la complejidad de las melodías que me fascina.
—A mí me gusta la música de cine —dije—. Hay algo en la forma en que la música puede evocar emociones que me parece increíble.
La conversación fluyó fácilmente, y pronto nos encontramos hablando de todo, desde nuestros libros favoritos hasta nuestros lugares preferidos en Italia. El tiempo pareció volar, y antes de que me diera cuenta, estábamos llegando al restaurante.
—Estamos aquí —dijo Bruno, sonriendo—. Prepárate para una noche inolvidable.
El interior del restaurante francés era elegante y sofisticado, con mesas cubiertas de manteles blancos y candelabros de cristal. La comida que habíamos pedido era exquisita, y el aroma de la cocina francesa llenaba el aire.
—¿Cómo descubriste que tu mejor amiga estaba con tu novio? —preguntó, su voz baja y seria.
Asentí con la cabeza, sabiendo que era hora de hablar de esto.
—Fue una noche, en su casa —empecé a explicar—. Los encontré juntos, en la cama. Fue como si me hubieran golpeado en el estómago, les reclame y no lo ocultaron, de hecho mi amiga se reía mientras yo lloraba.
Su mirada se intensificó, y pude ver la empatía en sus ojos.
—No es necesario que hables de esto si es muy duro para ti —dijo—. Pero a veces, decir las cosas ayuda.
—Es vergonzoso—admiti.
—Estoy seguro de que no has hablado de esto con nadie —dijo
—¿Por qué es tan importante? —le pregunte
—Porque te necesito —dijo—. Sin cargas, sin problemas, sin pasado, sin sombras. Sé que estás herida y estás lastimada, pero puedo ayudarte a sanar. Sin embargo, si tienes estas ataduras, va a ser muy difícil para mí.
—No te entiendo Bruno—pregunté—. ¿Por qué quieres ayudarme si simplemente soy tu secretaria?
Su sonrisa se intensificó.
—Para mí, nunca has sido una simple secretaria —dijo—. Ni una simple mujer. Siempre has significado mucho más para mí.
Miré la copa de vino que tenía en la mano y le di un sorbo, intentando procesar lo que acababa de escuchar.
—¿Qué significa eso? —pregunté, intentando mantener la calma.
—Significa que te he estado observando durante mucho tiempo —dijo—. Y he visto cosas en ti que me han hecho darme cuenta de que eres alguien especial. Alguien que merece ser feliz. Y quiero ser el que te haga feliz.
Mi estómago se apretó antes de que él terminara de hablar. Sus palabras habían sido como un golpe en el pecho, y mi respiración se volvió superficial.
Nos miramos por largo tiempo, nuestros ojos entrelazados en una conexión intensa. Sus ojos azules eran como un abismo sin fondo, arrolladores y salvajes. La intensidad de su mirada era abrumadora.
Opté por dejar la lucha y darle un sorbo a mi bebida, intentando romper el hechizo que nos había envuelto. El líquido frío me ayudó a recuperar la compostura, pero la conexión entre nosotros seguía siendo palpable.
—De qué manera puedes hacerme feliz —le pregunté, mi voz apenas un susurro.
—De todas las maneras posibles —respondió, su sonrisa sugiriendo infinitas posibilidades.
Me atreví a hacer la pregunta que había estado flotando en el aire:
—Discúlpame mi atrevimiento, pero... estás enamorado de mí?
Su expresión cambió, y por un momento, pareció que estaba buscando las palabras adecuadas.
—El amor es un término muy... limitado —dijo finalmente—. No alcanza a describir lo que siento por ti. Es algo más profundo, más intenso. Algo que trasciende las palabras.
Sus palabras me dejaron sin aliento. Durante cinco años, había trabajado como su secretaria, y siempre lo había visto como un jefe frío, calculador y distante. Incluso, en ocasiones, había sido grosero conmigo.
Pero nunca, ni por un momento, me había imaginado que pudiera tener una conexión emocional conmigo.
La habitación pareció reducirse a solo nosotros dos, y su presencia se volvió casi palpable. Su mirada era intensa, y pude ver en sus ojos una profundidad que nunca había visto antes.
El silencio entre nosotros se volvió denso y pesado, como si estuviéramos al borde de algo nuevo y desconocido. Y en ese momento, supe que nada volvería a ser igual.
—Me desconciertas sinceramente —le dije, intentando procesar mis emociones.
—Eso es bueno —respondió, su sonrisa enigmática.
—No, no es bueno —repliqué—. Porque no sé qué esperar de ti.
—Yo jamás te haría daño —dijo, su voz suave y tranquilizadora.
—En este momento, no puedo confiar en nadie —le dije—. Y mucho menos sé qué es lo que tú quieres de mí exactamente.
—Todo —respondió, su mirada intensa.
—¿Por qué tanto misterio? —le pregunté—. ¿Por qué no vas al grano de las cosas?
—Quiero hacer las cosas bien contigo —dijo—. Quiero todo contigo.
—¿Todo es qué? —le pregunté, mi curiosidad picada.
—Tu alma, tu corazón, tu cuerpo... y tus orgasmos —respondió, su voz baja y sensual.
—Mis orgasmos —repetí, mi voz apenas un susurro.
—Y tu cuerpo, y tu alma, y tu corazón —añadió, su mirada intensa y sensual.
Me sentí confundida y abrumada por sus palabras.
Su mirada era un misterio que albergaba una sensualidad que me hacía sentir tan diferente y excitada al mismo tiempo. Era como si sus ojos fueran dos pozos profundos que me atraían con una fuerza irresistible
Me hacían sentir como si estuviera al borde de algo nuevo y desconocido, algo que me aterrorizaba y me excitaba al mismo tiempo.
—No estoy entendiendo nada —le dije, intentando procesar mis pensamientos.
Su media sonrisa era como un golpe de seducción. Una curva sutil de sus labios que me hacía sentir un escalofrío en la espalda. Era sexy, era sensual, y me hacía sentir como si estuviera al borde de algo prohibido. Una sonrisa que decía "te deseo" sin necesidad de palabras.
—No te preocupes, la noche es joven y lo vas a entender—me dijo—Ahora, termina de comer. Eso apenas está iniciando.
—Apenas estamos iniciando —le dije.
—Es correcto —respondió él—. Te voy a hacer una pregunta: ¿tú quieres conocerme?
—Todo el mundo quiere conocer a Bruno Romano —le dije, intentando sonar indiferente.
—No quiero que todo el mundo me conozca —dijo él—solamente quiero que tú quieras conocerme.
—La verdad es que sí —le dije—. Sí quiero conocerte.
—¿Por qué? —me preguntó.
—Porque me intrigas —le dije—. Y...
—¿Y? —me interrumpió.
—Eres un hombre muy misterioso —le dije—. Además de atractivo.
—Es suficiente para mí —dijo.
—¿Suficiente para qué? —le pregunté.
—Para tenerte —respondió, su voz baja y sensual.
—¿En donde? —le pregunte.
—En mi cama.
Dijo y mis pezones se endurecieron con las imágenes vergonzosas que tomaron mi cabeza.
VERONICAIngresamos en un lugar que parecía una discoteca, pero que en realidad era un bar con un ambiente muy peculiar. La luz era tenue, casi oscura, y el aire estaba cargado de una energía sensual.Me sentí incómoda al principio, ya que nunca había estado en un lugar como ese. Parecía que solo admitían parejas, y el ambiente era muy íntimo y exclusivo. Bruno me guió con su mano en mi espalda baja, lo que me hizo sentir un poco más segura en ese entorno desconocido.Mientras caminábamos hacia la mesa privada, pude sentir la mirada de los demás clientes sobre nosotros. Era como si estuviéramos en un mundo aparte, un mundo de placer y sensualidad.La mesa privada era un rincón acogedor con sillones en forma de L. Me senté junto a Bruno, y él se sentó junto a mí, muy cerca. Pude sentir el calor de su cuerpo y su respiración en mi oído.— ¿Qué te apetece beber? —me preguntó Bruno, con su voz baja y sensual.— Un cosmopolitan, por favor —respondí, intentando sonar segura.Bruno sonrió y
VERONICALa mujer suspendida, cegada y rodeada de cadenas por todo el cuerpo.Eso era impactante, pero asombroso era que estaba dando una escena para muchas personas que observaba como un hombre usaba su cuerpo dándole látigos, tocándole el coño y penetrándola el ano con un dildo mientras ella de piernas abiertas para el público.— Te sientes horrorizada por la escena —susurró.Me volví ligeramente hacia él, sin dejar de mirar la escena que nos rodeaba.Era imposible, ya que la mujer gemia demasiado.— Más que horrorizada, sorprendida —le respondí.— ¿Crees que le están haciendo daño? —preguntó, su voz baja y sensual.— Por los gemidos, al parecer no —le dije, mi voz apenas un susurro.Bruno se rió suavemente y me volteo, para que siguiera viendo. Dejo sus manos grandes en mi cintura y me susurro al oído, provocando que por un momento quisiera cerrar los ojos.— Tienes muy buena percepción —dijo deleitándome con su tono—. No le hacen daño, le están haciendo lo que ella desea.Me volví
El cuarto rojo de Bruno era un espacio que parecía haber sido diseñado específicamente para explorar los límites del placer y el dolor. La primera cosa que noté al entrar fue la iluminación tenue y rojiza que parecía envolver todo en una atmósfera de pasión y sensualidad.Las paredes estaban adornadas con herramientas y accesorios que parecían haber sido diseñados para el placer y la restricción. Vi cadenas, cuerdas, y dispositivos que parecían haber sido creados para estimular y controlar el cuerpo.En el centro de la habitación, había una gran cama con una estructura de madera oscura y adornos de cuero. La cama parecía haber sido diseñada para permitir una variedad de posiciones y restricciones, y había varias herramientas y accesorios dispuestos alrededor de ella.En una esquina de la habitación, vi un gran armario que parecía contener una variedad de ropa y accesorios de cuero y látex. Había también una gran mesa de madera oscura que parecía haber sido diseñada para permitir la ex
La suavidad de la tela de mi vestido parecía potenciar la sensación de sus manos en mi piel, y me sentía envuelta en una sensación de calor y comodidad. Era como si el vestido estuviera diseñado para maximizar el placer de su tacto, y yo me sentía afortunada de poder experimentarlo.—Bruno—susurre su nombre cuando presiono mis pezones con fuerza.— Silencio —me dijo, su voz baja y firme.No dejó de tocarme, por el contrario ahora sus caricias estaban en mis piernas, subiendo mi vestido.— ¿Tengo que callar? —le pregunté de nuevo, sintiendo un escalofrío recorrer mi espalda y mordí mi labio cuando sus dedos, tocaron mis bragas.— Solo hablas cuando yo te lo permita —me dijo sin vacilar y un tono que me alarmo demasiado.Corrió la tela de mi panti, tocando mi intimidad y me avergoncé, un rubor baño mis mejillas porque lo descubrió y lo sabia por el gruñido masculino que soltó y reverbero en mi cuerpo.—¿Quién es la mentirosa ahora? —me preguntó Bruno, su voz baja y sarcástica.—Me discu
VERONICAEl sonido de mi teléfono me sacó de mi estado de semi-sueño. Mi cabeza dolía y mi cuerpo estaba cansado después de una noche sin dormir. Miré el reloj y vi que era sábado, mi día de descanso. ¿Quién podría estar llamándome a esta hora?Tomé el teléfono sin mirar quién era y contesté con un tono de voz algo irritado.—¿Sí?—Hola, mi amor —escuché la voz de mi mamá al otro lado de la línea—. ¿Cómo estás?Mi culpa se activó al escuchar su voz. No quería parecer descortés.—Hola, mamá —le dije, intentando sonar más amable—. Estoy bien, gracias. Solo que no dormí muy bien anoche.—¿Qué pasó? —me preguntó mi mamá, preocupada—. ¿Te pasa algo?Estaba tentada de contarle a mi mamá sobre lo que había pasado con Bruno, pero algo me hizo dudar. No estaba segura de cómo reaccionaría ella, y no quería preocuparla innecesariamente.—No, mamá —le dije—Solo que tuve un día un poco estresante en el trabajo, eso es todo.—Tu jefe te maltrata, te explota —dijo mi mamá—. No entiendo por qué aguan
VERONICA—Yo sé que estás ahí —dijo Jack, golpeando más fuerte en la puerta—. ¡Ábreme!—Vete —le dije, sin abrirle la puerta—. Yo no tengo absolutamente nada que hablar contigo.Le grite, esperando que tuviera madurez y se fuera porque me parecia un insulto su visita.—No me voy a mover de aquí hasta que no hablemos —dijo Jack, con una voz firme y amenazante.—No tenemos nada de qué hablar —le dije—. No sé qué haces aquí. Vete. O si no, voy a llamar a seguridad.Jack se rió.—Pues si no lo hacemos hoy, tú verás —dijo—. Si no hablamos, iré a tu empresa y no creo que a tu jefe le guste un escándalo como el que yo soy capaz de hacerte.—Deja de intentar manipularme —le dije, intentando mantener la calma.—Ábreme inmediatamente —dijo, su voz baja y amenazante—. Tenemos que hablar, tú y yo. Y sabes que soy capaz de hacer lo que digo.No quería que Jack entrara en mi apartamento, pero no me quedaba más alternativa. Abrí la puerta y él ingresó inmediatamente.—Por qué no querías abrir —me pr
VERONICAEl moretón en mi mejilla era un recordatorio constante de lo que había sucedido.Bruno se sentó a mi lado, su expresión seria y preocupada. Me tomó la mano, y yo sentí un escalofrío en mi espalda.—¿Qué te pasó en la cara? —preguntó, su voz baja y firme.Me encogí de hombros, intentando minimizar la situación.—Nada, no pasó nada —respondí, mi voz débil y poco convincente.Bruno me miró fijamente, su expresión escéptica.—No me mientas, Verónica —dijo, su tono de voz subiendo ligeramente—. Eso no es un golpe cualquiera. ¿Qué te pasó?Me removí incómoda en el sofá, intentando encontrar una excusa creíble. La oscuridad de la noche parecía cerrarse sobre mí, como si me presionara para que revelara la verdad.—Me golpeé, nada más —dije, mi voz aún más débil.—No te creo absolutamente nada —dijo, su voz baja y amenazante—. Me dices ya qué te pasó, porque no creo que eso haya sido un golpe cualquiera.Me puse nerviosa, mi respiración acelerada. La oscuridad de la noche parecía envo
VERONICALa conocí, la familia de Bruno, que es bastante grande y espontánea. Me presentaron a todos, y me costó un poco recordar todos los nombres.Primero, me presentaron a los tíos de Bruno, hermanos de su papá. El tío mayor se llama Alejandro, está casado con una mujer llamada Gabriela, y tienen dos hijos: Lucas, de 19 años, y Julieta, de 18 años. La tía de Bruno se llama Valeria, está casada con un hombre llamado Rafael, y tienen dos hijas gemelas: Daniela y Adriana, ambas de 20 años.Luego, me presentaron al tío de Bruno, hermano de su mamá. Se llama Francisco, está casado con una mujer llamada Isabel, y tienen dos hijos: Mateo, de 15 años, y Emma, de 12 años.También me presentaron a los hermanos de Bruno. El mayor se llama Gabriel, tiene 25 años y está soltero. El menor se llama Julián, tiene 22 años y está en una relación.Me sentí un poco abrumada por tantos nombres y caras nuevas, pero todos fueron muy amables y acogedores. Me alegra haber conocido a la familia de Bruno.—A