El estridente timbre del teléfono atravesó la habitación, rompiendo la tensión del drama en pantalla en el que Andrew había estado absorto. Por un momento, pensó en dejar que saltara el buzón de voz; después de todo, ese tiempo que estaba pasando con su mujer era sagrado. Pero al mirar el identificador de llamadas y reconocer el número de su casa, soltó un suspiro resignado y cogió el auricular.“Señor Andrew, disculpe la intromisión…” comenzó a decir Ramón, su voz formal como siempre, pero teñida de una urgencia que sugería que no se trataba de una llamada casual.—Ramón, ¿No puede esperar? Estoy intentando pasar un rato con mi mujer mientras se recupera de lo ocurrido —respondió Andrew, con un deje de irritación en la voz.“No le molestaría si no fuera importante, señor” insistió Ramón con respeto. “¿Ha visto por casualidad las noticias vespertinas?”—No, no las he visto —dijo secamente Andrew, sintiendo una oleada de fastidio por la interrupción."Le sugiero que vea las noticias. S
Andrew apretó la mandíbula mientras miraba fijamente a su padre, con una mezcla de sorpresa e incredulidad que le marcaba profundas líneas en la frente. Apenas podía creer las palabras que habían salido de los labios de su progenitor; palabras que parecían socavarlo e infantilizarlo de un solo golpe. Con una opresión en el pecho, Andrew se volvió completamente hacia Angus, con la mirada cargada de decepción.—¿En serio, papá? ¿De verdad crees que estás hablando con un niño de preescolar?La pregunta flotó entre ellos, severa y aguda, cortando cualquier pretensión de paciencia. Andrew no se detuvo a esperar una respuesta; estaba claro que ninguna sería suficiente. —Sr. Davis —, continuó, con voz firme, a pesar de la agitación interior—, por si lo ha olvidado, yo salí de esa etapa hace más de veintidós años.El aire de la sala se sintió cargado, tenso por los agravios no expresados y el peso del legado. —¿Crees que estoy dispuesto a sacrificar lo que más valoro en este mundo por un
Claudia abrió los párpados lentamente y frunció el ceño al ver el dosel de la habitación de la cama de la habitación de Andrew en la mansión. Su mente se arremolinó desorientada; el último retazo de memoria era el apartamento de Andrew, viendo películas en la sala, entre risas y bromas compartidas.Se incorporó, por un momento la habitación le dio vueltas, cerró los ojos un par de segundos, pensando en qué había provocado ese comportamiento de su parte, y recordó que lo único que había consumido era aquel zumo recién hecho que la señora Leonor había estado preparando. Con la urgencia atenazándole el pecho, Claudia saltó de la cama, estaba decidida a buscar a su suegra y preguntarle qué había colocado en esa bebida para que le provocara ese efecto.Sus ojos se fijaron en la nota garabateada apresuradamente por Andrés sobre la mesilla de noche. “Amor, debo salir a resolver algunos asuntos, estaré pronto”.Se apresuró a rebuscar en el armario, sacó varias prendas y se vistió con rapide
El corazón de Claudia latió con fuerza contra su pecho, a un ritmo entrecortado que coincidía con el movimiento de su cabeza mientras retrocedía. Las paredes que los rodeaban parecieron encogerse, el parloteo y el ruido se desvanecieron en un túnel de silencio mientras las palabras de Andrew flotaban en el aire. Sus instintos le gritaron: esto era lo que había temido, ¿no? Un desconocido que sabía demasiado sobre su vida. Acosador, susurró en su mente, una etiqueta escalofriante que parecía demasiado apropiada.Andrew, sin embargo, se dio cuenta de la sombra de miedo que cruzó su rostro, y sus labios se curvaron en una sonrisa suave, casi de disculpa. —Ya te dije que no soy un acosador —le dijo en voz baja y tranquilizadora, como si pudiese leer sus pensamientos.Ella respiró entrecortadamente y abrió los ojos. Hablaba con tanta seguridad, con una familiaridad tan inquietante. Pero antes de que Claudia pudiera ordenar sus pensamientos en una respuesta coherente, él continuó.—Te con
Andrew se quedó viéndolos con interés, porque aunque no habían dicho nada, el reconocimiento en las miradas de su suegra y de su padre no le pasaron desapercibidas.—¿Se conocen ustedes? —preguntó Andrew, su mirada oscilando entre uno y otro, aguardando una respuesta que despejara la tensión flotante y las dudas que habían empezado a emerger en su interior.—¡No! —exclamaron ambos al unísono, con una sincronía que rozaba lo cómico si se hubiese dado en otro contexto. En ese preciso instante, como si el mismo aire se hubiera cargado de presagios, la madre de Claudia palideció, su mano buscando apoyo en la nada antes de que su cuerpo cediera a un mareo traicionero.—¡Mamá! —Claudia se lanzó hacia ella con una agilidad nacida del pánico, sus brazos convirtiéndose en el ancla que evitó la caída —¿Qué pasa? ¿Qué tienes? ¿Estás bien? —preguntó preocupada.—Me... me siento mal —balbuceó la madre, su voz, apenas un hilo de voz—. Llévame a otro lugar… por favor —expresó en tono suplicante.Si
La sirena de la ambulancia surcaba la noche, un aullido insistente que anunciaba urgencia. En medio del caos, la voz de Claudia era un extraño ancla de calma mientras se mantenía cerca de la camilla donde los paramédicos habían subido a su madre. Andrew la seguía, con el corazón acelerado y la necesidad de hacer algo, cualquier cosa, a cada paso.Al llegar al hospital, el alboroto de batas blancas y bolígrafos chasqueando le desorientó. Las luces fluorescentes proyectaban un resplandor clínico sobre la escena mientras la madre de Claudia era conducida rápidamente a una sala. Claudia mantuvo una breve conversación con una enfermera, asintiendo a intervalos, antes de volverse hacia Andrew. Sus ojos contenían una tormenta de preocupación, pero su voz no tembló cuando habló.—Andrew, es mejor que no entres ahora —dijo, extendiendo la mano para tocarle suavemente el brazo, una súplica silenciosa de comprensión.— No quiero alterarla más de lo que ya está. Vete a casa por ahora; te llamaré
Los dedos de Claudia temblaron mientras agarraba el teléfono frío y liso, con el corazón, golpeándole en el pecho como un pájaro enjaulado desesperado por escapar.La noche en vela había dejado su marca bajo sus ojos enrojecidos, medias lunas oscuras que pintaban un marcado contraste con su piel blanquecina.No quería tomar esa decisión, pero después de lo que había descubierto, ellos no podían estar juntos. Inhaló un suspiro tembloroso y marcó el número de Andrew, cada tono, haciendo eco del tamborileo de su propia inquietud.Cuando el primer tono cortó el silencio al otro lado de la línea, Claudia se colocó un mechón de pelo detrás de la oreja, un hábito nervioso que se le escapaba a pesar de sus intentos de mantener la compostura. La voz de Andrés, cálida y llena de preocupación, fluyó a través del altavoz, bañándola como una melodía familiar. —Hola, amor, ¿Qué pasó? ¿Estás bien? ¿Cómo está tu madre?Sintió el peso afectuoso de sus palabras, la tierna pregunta sobre su madre; era
Andrew se quedó afuera, sin atreverse a entrar, pero escuchando la conversación que se daba en el interior del despacho. Entretanto, el pesado silencio que reinaba en la habitación sólo fue roto por el sonido de la silla de Angus al levantarse, con una mirada decidida, pero cansada. Caminó hacia Leonor, con un aire cargado de frustración, y quizás de irritabilidad, y hasta con una inquietante desolación que se aferró a las paredes como un espíritu inoportuno. Extendió la mano, buscando instintivamente quizás darle consuelo con su tacto, o impedir que se fuera sin escucharlo, realmente no sabía que impulso lo había guiado. Porque a decir verdad, ni siquiera sabía que sentía por Leonor, porque hasta la rabia se había ido disolviendo. —¡No me toques! —La voz de Leonor fue aguda y clara, como una cuchilla que cortaba la tensión entre ellos. Aunque era una mujer fuerte, tenía el peso de la confianza rota, deteniendo la mano de Angus en el aire como si hubiera erigido una barrera invisi