La sirena de la ambulancia surcaba la noche, un aullido insistente que anunciaba urgencia. En medio del caos, la voz de Claudia era un extraño ancla de calma mientras se mantenía cerca de la camilla donde los paramédicos habían subido a su madre. Andrew la seguía, con el corazón acelerado y la necesidad de hacer algo, cualquier cosa, a cada paso.Al llegar al hospital, el alboroto de batas blancas y bolígrafos chasqueando le desorientó. Las luces fluorescentes proyectaban un resplandor clínico sobre la escena mientras la madre de Claudia era conducida rápidamente a una sala. Claudia mantuvo una breve conversación con una enfermera, asintiendo a intervalos, antes de volverse hacia Andrew. Sus ojos contenían una tormenta de preocupación, pero su voz no tembló cuando habló.—Andrew, es mejor que no entres ahora —dijo, extendiendo la mano para tocarle suavemente el brazo, una súplica silenciosa de comprensión.— No quiero alterarla más de lo que ya está. Vete a casa por ahora; te llamaré
Los dedos de Claudia temblaron mientras agarraba el teléfono frío y liso, con el corazón, golpeándole en el pecho como un pájaro enjaulado desesperado por escapar.La noche en vela había dejado su marca bajo sus ojos enrojecidos, medias lunas oscuras que pintaban un marcado contraste con su piel blanquecina.No quería tomar esa decisión, pero después de lo que había descubierto, ellos no podían estar juntos. Inhaló un suspiro tembloroso y marcó el número de Andrew, cada tono, haciendo eco del tamborileo de su propia inquietud.Cuando el primer tono cortó el silencio al otro lado de la línea, Claudia se colocó un mechón de pelo detrás de la oreja, un hábito nervioso que se le escapaba a pesar de sus intentos de mantener la compostura. La voz de Andrés, cálida y llena de preocupación, fluyó a través del altavoz, bañándola como una melodía familiar. —Hola, amor, ¿Qué pasó? ¿Estás bien? ¿Cómo está tu madre?Sintió el peso afectuoso de sus palabras, la tierna pregunta sobre su madre; era
Andrew se quedó afuera, sin atreverse a entrar, pero escuchando la conversación que se daba en el interior del despacho. Entretanto, el pesado silencio que reinaba en la habitación sólo fue roto por el sonido de la silla de Angus al levantarse, con una mirada decidida, pero cansada. Caminó hacia Leonor, con un aire cargado de frustración, y quizás de irritabilidad, y hasta con una inquietante desolación que se aferró a las paredes como un espíritu inoportuno. Extendió la mano, buscando instintivamente quizás darle consuelo con su tacto, o impedir que se fuera sin escucharlo, realmente no sabía que impulso lo había guiado. Porque a decir verdad, ni siquiera sabía que sentía por Leonor, porque hasta la rabia se había ido disolviendo. —¡No me toques! —La voz de Leonor fue aguda y clara, como una cuchilla que cortaba la tensión entre ellos. Aunque era una mujer fuerte, tenía el peso de la confianza rota, deteniendo la mano de Angus en el aire como si hubiera erigido una barrera invisi
Claudia, al cortar la llamada, sintió que el mundo se le derrumbaba, sintió que el aire le faltaba, y sentía que estaba a punto de caerse al suelo. Apretó los ojos con fuerza, mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas. Le temblaron las manos, caminó de nuevo al closet y volvió a revisar, deseando que estuviera viendo mal, pero nada había cambiado. Sintió el pergamino como un peso de plomo cuando terminó de leer por segunda vez las palabras. Una conmoción visceral la recorrió, dejándola sin aliento, y por un momento la realidad misma pareció distorsionarse. El hombre que se había abierto paso suavemente en su corazón, cuyo amor sentía tan real como el sol sobre su piel, era ahora un imposible, una broma cruel gastada por las sombras del pasado.Con unas piernas que ahora parecían no poder sostenerse, Claudia se balanceó. Se agarró a la cosa sólida más cercana, la puerta del closet, para estabilizarse. Sus dedos se aferraron a la madera, buscando la estabilidad que prometía.Cuan
El mundo se desplomó bajo los pies de Claudia, una implosión silenciosa que retumbaba solo en su interior. —¡Eso no… puede ser! —susurró, la voz teñida de un terror tan profundo que parecía emanar desde las raíces mismas de su existencia—. Debe haber un error, yo no puedo... haber estado con mi propio hermano.Su tono se fue haciendo más bajo, mientras las lágrimas brotaron incontenibles, cada gota un reflejo del amor prohibido que nunca debió florecer. Se presionó el pecho, intentando contener el dolor que amenazaba con romperla en mil pedazos. Sentía que el aire le faltaba y que no podía respirar.—Tranquila, hija, —murmuró su madre con demasiada calma, extendiendo sus manos temblorosas hacia ella, pero Claudia retrocedió como si el mero contacto pudiera quemarla.—¡¿Cómo me pides que me calme?! —La pregunta salió entrecortada por sollozos. —¡He estado con él, mamá! ¡Con mi propio hermano! Sin saberlo —. El asco y la desesperación se mezclaron en su voz.—Debes olvidarlo, Claudia
La mirada de Angus se clavó en Ramón, un desafío silencioso colgando entre ellos. —¿Qué quieres decir? —Su voz era baja, firme, exigiendo una explicación, pero traicionando un atisbo de vulnerabilidad que se había colado en su conducta habitualmente inquebrantable.Ramón le sostuvo la intensa mirada, inquebrantable. —Ella tenía sueños —comenzó, con palabras cuidadosamente escogidas, deliberadas. —. Sueños grandes, como usted. Pero el padre de la señora y su padre... fueron quienes planearon todo.—¿Planearon qué? Los puños de Angus se cerraron a los lados, los músculos de su mandíbula se crisparon con una mezcla de ira y confusión.—Todo eso, señor —señaló Ramón vagamente —. La unión de las dos fortunas, el matrimonio... incluso que ustedes estuvieran juntos… y yo fui el encargado de darle la bebida a ella. Todo fue un arreglo desde el principio. —¿Por qué estás hablando ahora? ¿Acaso es porque estás buscando defenderla? La voz de Angus restalló como un látigo, cortando la tensió
Andrew arrojó hacia atrás otro trago de whisky, la quemazón en su garganta, un recordatorio de lo que aún podía sentir. Su risa resonó en el abarrotado bar, disonante entre la música y las conversaciones ajenas. La luz parpadeante del neón danzaba sobre su rostro, ocultando las sombras de una reciente desolación.—¡Vamos, otro más! —gritó su amiga, alzando su vaso, una cómplice en su intento de escapismo.Mientras se sumergía en esa distracción efímera, afuera, en la penumbra urbana, los periodistas acechaban como lobos a su presa. Cámaras en mano, capturaron cada gesto de descuido, cada sonrisa forzada, dando una impresión distinta.—¿A quién intentas olvidar esta noche? —preguntó ella, apoyándose en la mesa con una mirada llena de sospecha juguetona.—Al mundo entero —suspiró él, evitando su mirada.Entretanto, en otro lugar, a muchos kilómetros de allí, Claudia empujaba la puerta del edificio que ahora llamaría hogar. Subió los escalones con una mezcla de resignación y esperanza,
Leonor cerró su puño alrededor de las muestras, sintiendo el peso de la pequeña bolsita en su mano que le había pedido al fiel mayordomo, la miró por un momento y luego dirigió su mirada a él. —Ramón —dijo con una voz que pretendía ser firme —, voy a salir. Necesito que te quedes aquí pendiente de mi hijo, no lo dejes solo, tampoco le permitas salir hasta que yo llegué.—¿A dónde va, señora? —preguntó Ramón, su frente surcada por líneas de preocupación.—Voy a enfrentar el pasado Ramón, voy a descubrir la verdad de todo esto, porque necesito saberlo por mi hijo y quiero seguir mi corazonada.Con esas palabras colgando en el aire como un presagio, salió de la casa, se dirigió hacia su coche y condujo hasta el hospital. Una vez allí preguntó por su nuera y su madre, pero tan pronto la pregunta salió de sus labios, la respuesta del personal no se hizo esperar, fue como una piedra en su estómago. —Lo siento señora, pero no están —dijo la chica que la atendió con amabilidad.—¿Tendrán a