El mundo se desplomó bajo los pies de Claudia, una implosión silenciosa que retumbaba solo en su interior. —¡Eso no… puede ser! —susurró, la voz teñida de un terror tan profundo que parecía emanar desde las raíces mismas de su existencia—. Debe haber un error, yo no puedo... haber estado con mi propio hermano.Su tono se fue haciendo más bajo, mientras las lágrimas brotaron incontenibles, cada gota un reflejo del amor prohibido que nunca debió florecer. Se presionó el pecho, intentando contener el dolor que amenazaba con romperla en mil pedazos. Sentía que el aire le faltaba y que no podía respirar.—Tranquila, hija, —murmuró su madre con demasiada calma, extendiendo sus manos temblorosas hacia ella, pero Claudia retrocedió como si el mero contacto pudiera quemarla.—¡¿Cómo me pides que me calme?! —La pregunta salió entrecortada por sollozos. —¡He estado con él, mamá! ¡Con mi propio hermano! Sin saberlo —. El asco y la desesperación se mezclaron en su voz.—Debes olvidarlo, Claudia
La mirada de Angus se clavó en Ramón, un desafío silencioso colgando entre ellos. —¿Qué quieres decir? —Su voz era baja, firme, exigiendo una explicación, pero traicionando un atisbo de vulnerabilidad que se había colado en su conducta habitualmente inquebrantable.Ramón le sostuvo la intensa mirada, inquebrantable. —Ella tenía sueños —comenzó, con palabras cuidadosamente escogidas, deliberadas. —. Sueños grandes, como usted. Pero el padre de la señora y su padre... fueron quienes planearon todo.—¿Planearon qué? Los puños de Angus se cerraron a los lados, los músculos de su mandíbula se crisparon con una mezcla de ira y confusión.—Todo eso, señor —señaló Ramón vagamente —. La unión de las dos fortunas, el matrimonio... incluso que ustedes estuvieran juntos… y yo fui el encargado de darle la bebida a ella. Todo fue un arreglo desde el principio. —¿Por qué estás hablando ahora? ¿Acaso es porque estás buscando defenderla? La voz de Angus restalló como un látigo, cortando la tensió
Andrew arrojó hacia atrás otro trago de whisky, la quemazón en su garganta, un recordatorio de lo que aún podía sentir. Su risa resonó en el abarrotado bar, disonante entre la música y las conversaciones ajenas. La luz parpadeante del neón danzaba sobre su rostro, ocultando las sombras de una reciente desolación.—¡Vamos, otro más! —gritó su amiga, alzando su vaso, una cómplice en su intento de escapismo.Mientras se sumergía en esa distracción efímera, afuera, en la penumbra urbana, los periodistas acechaban como lobos a su presa. Cámaras en mano, capturaron cada gesto de descuido, cada sonrisa forzada, dando una impresión distinta.—¿A quién intentas olvidar esta noche? —preguntó ella, apoyándose en la mesa con una mirada llena de sospecha juguetona.—Al mundo entero —suspiró él, evitando su mirada.Entretanto, en otro lugar, a muchos kilómetros de allí, Claudia empujaba la puerta del edificio que ahora llamaría hogar. Subió los escalones con una mezcla de resignación y esperanza,
Leonor cerró su puño alrededor de las muestras, sintiendo el peso de la pequeña bolsita en su mano que le había pedido al fiel mayordomo, la miró por un momento y luego dirigió su mirada a él. —Ramón —dijo con una voz que pretendía ser firme —, voy a salir. Necesito que te quedes aquí pendiente de mi hijo, no lo dejes solo, tampoco le permitas salir hasta que yo llegué.—¿A dónde va, señora? —preguntó Ramón, su frente surcada por líneas de preocupación.—Voy a enfrentar el pasado Ramón, voy a descubrir la verdad de todo esto, porque necesito saberlo por mi hijo y quiero seguir mi corazonada.Con esas palabras colgando en el aire como un presagio, salió de la casa, se dirigió hacia su coche y condujo hasta el hospital. Una vez allí preguntó por su nuera y su madre, pero tan pronto la pregunta salió de sus labios, la respuesta del personal no se hizo esperar, fue como una piedra en su estómago. —Lo siento señora, pero no están —dijo la chica que la atendió con amabilidad.—¿Tendrán a
Los miembros de Claudia protestaron con un dolor sordo cuando se levantó de la cama. Su reflejo en el espejo reveló unas ojeras como moratones que parecían haberse acentuado durante la noche, mucho más de lo que las había tenido.Se dirigió a la cocina y encontró a su madre de pie junto a la cocina, con una cuchara de madera, removiendo una olla y un cálido aroma a ajo y tomates en el aire.—Madre, ¿Por qué estás cocinando si no te encuentras bien? —preguntó Claudia, con el ceño fruncido por la preocupación.—Me he sentido mejor, además, me desperté temprano y me sentí aburrida, por eso cociné.—Entiendo, tengo que salir madre, debo encontrar un trabajo —respondió con voz firme, pero cansada —. Se nos están acabando los ahorros.—Yo quería que nos fuéramos de esta ciudad, creo que es lo mejor para nosotras. Cuando habló de marcharse, Claudia sintió que un ancla de responsabilidad la sujetó. —No podemos irnos sin más, mamá, no me veo empezando en otro lugar —dijo con firmeza.Las man
Los dedos de Leonor se apretaron contra el volante cuando aparcó frente a la notaría, porque haría su divorcio por esa vía. Su corazón era un tambor de inquietud, un eco de la sensación de derrota que se aferraba a ella como una segunda piel. Respiró hondo, a pesar de eso, no consiguió calmar su determinación. Salió del coche y sintió el peso de sus errores pasados sobre los hombros, porque nunca debió quedarse donde no la querían, donde no le daban amor, aunque lo hizo esperando que en algún momento Angus la amara, pero no sucedió. Cruzó la acera con pasos decididos, cada uno de ellos una promesa silenciosa de la nueva vida que le esperaba más allá de este último obstáculo. Al llegar a la puerta de cristal de la notaría, Leonor se detuvo. Su reflejo le devolvió la mirada, una imagen de una mujer que parecía tener más edad de la que tenía, seria, hasta gris, empañada por la confusión interna que sentía. Por un momento, el tiempo se detuvo, y en los ojos de la mujer que le devolvi
Los tacones de Claudia chasquearon con firmeza contra el suelo pulido de la oficina inmobiliaria, y su nuevo cargo de ayudante la tenía animada. El lugar era un hervidero de actividad, con los agentes de un lado para otro y los teléfonos sonando sin cesar, ella tenía que atender llamadas, sacar fotocopias, llevarles café a los agentes, archivar, organizarles la agenda, todo esto era un marcado contraste con la tranquila soledad de su ahora lejano apartamento. Había adorado el lugar que había alquilado a través de esta misma agencia, pero los largos desplazamientos roían su rutina diaria, dejándola exhausta. Al darse cuenta de lo poco práctico que resultaba, Claudia se puso manos a la obra y, aprovechando su nuevo trabajo, pidió ayuda a uno de los agentes de alquileres para encontrar algo más cercano.—¿Ha habido suerte con la oferta cercana? —preguntó, con la mezcla de esperanza y urgencia que se había convertido en su tono característico desde que empezó a trabajar.—Mira tu correo
La tensión crepitó en el aire cuando Andrew se levantó de la silla, con un brillo decidido en los ojos. Acortó la distancia que los separaba con pasos decididos y, antes de que Claudia pudiera reaccionar, la agarró del brazo con firmeza. Ella retrocedió instintivamente, intentando zafarse de su agarre. —¡Suéltame! —exclamó desesperada, pero él estaba decidido a no dejarla.—No te dejaré —, respondió Andrew, sin discutir. A pesar de sus forcejeos, la guió hacia el estudio, y sus pasos resonaron en el silencioso vestíbulo. Una vez dentro, la envolvió en un abrazo protector y posesivo. El cuerpo de Claudia se agarrotó contra él; por un momento fugaz, fue una estatua envuelta en su abrazo, luego la vida volvió a surgir en ella y luchó por liberarse, lanzándole acusaciones. —¡Falso! Te exhibes con esa mujer por toda la ciudad —dijo señalando hacia dónde dejaron a Wanda—. ¿Qué clase de amor es ese que tienes?—Quería que aparecieras porque me has ignorado, ni siquiera me llamas a pregun