Los tacones de Claudia chasquearon con firmeza contra el suelo pulido de la oficina inmobiliaria, y su nuevo cargo de ayudante la tenía animada. El lugar era un hervidero de actividad, con los agentes de un lado para otro y los teléfonos sonando sin cesar, ella tenía que atender llamadas, sacar fotocopias, llevarles café a los agentes, archivar, organizarles la agenda, todo esto era un marcado contraste con la tranquila soledad de su ahora lejano apartamento. Había adorado el lugar que había alquilado a través de esta misma agencia, pero los largos desplazamientos roían su rutina diaria, dejándola exhausta. Al darse cuenta de lo poco práctico que resultaba, Claudia se puso manos a la obra y, aprovechando su nuevo trabajo, pidió ayuda a uno de los agentes de alquileres para encontrar algo más cercano.—¿Ha habido suerte con la oferta cercana? —preguntó, con la mezcla de esperanza y urgencia que se había convertido en su tono característico desde que empezó a trabajar.—Mira tu correo
La tensión crepitó en el aire cuando Andrew se levantó de la silla, con un brillo decidido en los ojos. Acortó la distancia que los separaba con pasos decididos y, antes de que Claudia pudiera reaccionar, la agarró del brazo con firmeza. Ella retrocedió instintivamente, intentando zafarse de su agarre. —¡Suéltame! —exclamó desesperada, pero él estaba decidido a no dejarla.—No te dejaré —, respondió Andrew, sin discutir. A pesar de sus forcejeos, la guió hacia el estudio, y sus pasos resonaron en el silencioso vestíbulo. Una vez dentro, la envolvió en un abrazo protector y posesivo. El cuerpo de Claudia se agarrotó contra él; por un momento fugaz, fue una estatua envuelta en su abrazo, luego la vida volvió a surgir en ella y luchó por liberarse, lanzándole acusaciones. —¡Falso! Te exhibes con esa mujer por toda la ciudad —dijo señalando hacia dónde dejaron a Wanda—. ¿Qué clase de amor es ese que tienes?—Quería que aparecieras porque me has ignorado, ni siquiera me llamas a pregun
Las rodillas de Leonor se doblaron, el peso de su angustia la arrastró hacia la silla mientras las lágrimas caían sin freno por sus mejillas. La crudeza de su garganta convirtió sus palabras en susurros desgarrados.—¿Cómo es esto posible? —inquirió sintiendo un profundo dolor en el pecho, ni siquiera podía imaginar cómo se iba a sentir su hijo.Pensó que la vida era demasiado injusta, sacó su móvil y tomó una fotografía de la imagen de las dos niñas. Frente a ella, la disculpa de Laudina atravesó un velo de dolor compartido.—Lo siento —murmuró con una sinceridad que solo ahondó la grieta en el corazón de Leonor—. Puedes llevarte los dos ombligos —le ofreció amablemente, —, y cuando tengas listos sus análisis, me los devuelves… yo he odiado a los Davis por años, no solo por lo que me hizo su padre, sino por lo que él le hizo a mi esposo, él fue causante de su muerte.Leonor negó con la cabeza.—No sé en qué te basas para culparlo de eso, pero te puedo asegurar que aunque a Angus se
Los ojos de Leonor se abrieron de par en par, con una mezcla de confusión y preocupación en sus facciones, al ver la postura ofensiva de su hijo, pero antes de que ella pudiera decir algo, Franco intervino.—Andrew —empezó Franco, con voz de paz más que de desafío —, lo siento, te debo una disculpa—. Extendió la mano, no como una barrera, sino como un puente, con un gesto de amabilidad y diplomacia.El silencio se prolongó un instante, espesándose con el peso de las palabras no dichas. A Leonor le latió el corazón en el pecho, mientras suplicaba en silencio una armonía.Vio que Andrew vaciló, su mirada pasó de la mano extendida de Franco al su rostro ansioso, antes de que sus dedos se encontraran tentativamente con los de Franco en un cauteloso apretón de manos.—Yo también lo siento —murmuró Andrew, el fuego en sus ojos disminuyendo a una brasa ardiente—. Es que... quiero proteger a mi madre. No quiero que nadie le haga daño.Franco asintió con la sinceridad, suavizando las líneas d
La mano de Angus se posó en el pomo de latón de la puerta y lo giró con desgana. Su regreso al hogar, que antaño bullía con el calor de una familia, se encontró con un silencio que resonó en los pasillos vacíos. La puerta sonó al abrirse, revelando la figura familiar de su ama de llaves, que había sido algo más que una simple cuidadora de su hogar: era la testigo silenciosa de cómo el tejido de sus vidas se deshacía hilo a hilo.—Señor Angus —, saludó ella, sus ojos se desviaron más allá de su hombro, buscando una sombra que ya no lo seguía. Él captó la pregunta en su mirada antes de que pudiera desprenderse de sus labios y soltó un suspiro lo bastante pesado como para soportar el peso de su confesión.—Leonor no viene... ya nos hemos divorciado, no tenemos que ver uno con otro —murmuró, con un sabor a ceniza en la lengua. El ama de llaves se llevó las manos a la boca, con los ojos desorbitados por la sorpresa, reflejo de la incredulidad que había sentido al enterarse de la noticia
El mundo se hizo añicos en una cacofonía de metal arrugado y cristales rotos. El chillido de Leonor se perdió en medio de su auto porque iba detrás de su hijo, un grito de angustia que brotó de su garganta de forma cruda e imprevista al presenciar el horrible ballet de destrucción que tenía ante sí. El coche de su hijo, ahora un amasijo de acero destrozado, había colisionado con el camión, y el impacto resonó en sus huesos.Sin pensar ni un segundo en su propia seguridad, abrió de golpe la puerta del coche y corrió hacia los restos, con su instinto maternal, anulando todo atisbo de razón. Cada paso golpeó el pavimento con urgencia, mientras su corazón latía con fuerza contra su pecho, un tamborileo frenético que coincidió con su mente acelerada.—¡Dios mío, por favor, no! —Las palabras brotaron de sus labios, una plegaria en medio de la desesperación.Llegó a la retorcida tumba de metal donde yacía su hijo, con la sangre pintando un marcado contraste carmesí contra el frío hierro. S
Las manos de Leonor temblaron mientras intentaba calmar sus pensamientos, la incertidumbre nublaba su juicio. Las palabras que Franco acababa de pronunciar parecieron resonar en la habitación; sus implicaciones eran demasiado vastas y enmarañadas para comprenderlas a la vez. —Franco, no lo entiendo —dijo, con una voz mezcla de incredulidad y desesperación. —¿Estás diciendo que no es posible que Claudia sea...? —Míralo, de esta manera —respondió Franco con una calma que contrastaba fuertemente con la agitación dentro de Leonor —. La genética rara vez miente. Que dos individuos de cabelleras negras tengan un hijo rubio es muy improbable. Eso plantea dudas sobre la paternidad de Angus sobre Claudia. El corazón le dio un vuelco; el concepto era tan extraño para ello, pero innegable. La habitación parecía girar mientras preguntaba: —¿Cómo podríamos averiguarlo? —Esos muñones de los cordones umbilicales que te dio Laudina ¿Los tienes aún? —dijo Franco, clavando sus ojos en los de ella
La mano de Franco se cerró en un puño, su mandíbula apretada mientras se preparaba para defenderla contra la avalancha de acusaciones. Pero con un rápido movimiento, ella se deslizó delante de él, interceptando su creciente ira. Su mirada recorrió a Angus de pies a cabeza, cubriéndolo de visible desprecio. —Vámonos de aquí —le susurró a Franco con urgencia, mientras sus dedos se entrelazaron con los de él.Su tacto era un salvavidas en medio de la toxicidad. —Creo que este ambiente es altamente dañino. Con esas palabras decisivas, se alejó con Franco, dejando a Angus sumido en una volátil mezcla de furia e incredulidad.Pero Angus no era de los que dejan que las brasas de la confrontación se enfríen tan rápidamente. Se abalanzó sobre Leonor y la agarró del brazo, haciéndola girar hacia el caos del que intentaba escapar. Sus ojos ardían con una necesidad de respuestas que no se había calmado con su marcha. —¿Crees que puedes ignorarme de esa manera? Por lo menos merezco una explic