Las manos de Leonor temblaron mientras intentaba calmar sus pensamientos, la incertidumbre nublaba su juicio. Las palabras que Franco acababa de pronunciar parecieron resonar en la habitación; sus implicaciones eran demasiado vastas y enmarañadas para comprenderlas a la vez. —Franco, no lo entiendo —dijo, con una voz mezcla de incredulidad y desesperación. —¿Estás diciendo que no es posible que Claudia sea...? —Míralo, de esta manera —respondió Franco con una calma que contrastaba fuertemente con la agitación dentro de Leonor —. La genética rara vez miente. Que dos individuos de cabelleras negras tengan un hijo rubio es muy improbable. Eso plantea dudas sobre la paternidad de Angus sobre Claudia. El corazón le dio un vuelco; el concepto era tan extraño para ello, pero innegable. La habitación parecía girar mientras preguntaba: —¿Cómo podríamos averiguarlo? —Esos muñones de los cordones umbilicales que te dio Laudina ¿Los tienes aún? —dijo Franco, clavando sus ojos en los de ella
La mano de Franco se cerró en un puño, su mandíbula apretada mientras se preparaba para defenderla contra la avalancha de acusaciones. Pero con un rápido movimiento, ella se deslizó delante de él, interceptando su creciente ira. Su mirada recorrió a Angus de pies a cabeza, cubriéndolo de visible desprecio. —Vámonos de aquí —le susurró a Franco con urgencia, mientras sus dedos se entrelazaron con los de él.Su tacto era un salvavidas en medio de la toxicidad. —Creo que este ambiente es altamente dañino. Con esas palabras decisivas, se alejó con Franco, dejando a Angus sumido en una volátil mezcla de furia e incredulidad.Pero Angus no era de los que dejan que las brasas de la confrontación se enfríen tan rápidamente. Se abalanzó sobre Leonor y la agarró del brazo, haciéndola girar hacia el caos del que intentaba escapar. Sus ojos ardían con una necesidad de respuestas que no se había calmado con su marcha. —¿Crees que puedes ignorarme de esa manera? Por lo menos merezco una explic
El frío metal de la aguja apenas rozó su piel cuando Angus sintió el pánico cerrarle la garganta. Mientras la sangre fluía en la jeringa, su corazón bombeaba un torbellino de celos y ansiedad. Cerró los ojos con fuerza, intentando bloquear las imágenes tortuosas de Leonor en los brazos de Franco, sus ojos brillantes al posar su mirada en su rostro como lo hizo en el pasado cuando lo veía a él, ese hombre que se había convertido en su enemigo.Cuando pasó el tiempo, la enfermera se le acercó con una expresión de preocupación.—¿Todo bien, señor? —preguntó la enfermera, su voz, un hilo de preocupación que apenas logró atravesar la neblina de su desesperación.—Uh... sí, sí —murmuró Angus, pero su mente estaba lejos, revolviéndose en pensamientos oscuros y escenarios inventados donde la risa de Leonor resonaba como una traición.La enfermera retiró con cuidado la aguja, presionando un algodón sobre la pequeña herida. —Ya hemos terminado, solo debe esperar un momento antes de levantarse
—El divorcio —susurró ella, la palabra cayendo como un guijarro en el silencio. Su corazón latía con fuerza, y cada fibra de su ser se negaba a aceptar la realidad de su petición. Andrew, acostado frente a ella, parecía una estatua, inmóvil, excepto por sus ojos, que revelaban una tormenta interna.—¿Divorcio? —replicó su voz temblorosa, pero su postura desafiante. Ella sintió el golpe del shock, aún sosteniendo la esperanza de una broma cruel, una malinterpretación. Pero no había lugar para dudas; la gravedad de su tono lo decía todo.Andrew, cuya mente hasta ese momento había estado navegando por las turbulentas aguas de su pensamiento, centró repentinamente toda su atención en ella. Algo había cambiado; al verla allí, vulnerable, pero fuerte, una nueva resolución oscureció su mirada.—Ese bebé no puede nacer —afirmó con una frialdad que cortaba. La sentencia llegó sin preámbulos, brutal en su finalidad.Ella lo miró, incrédula, como si estuviera viendo a un extraño. Sus manos
La cara de Leonor era un lienzo de angustia, mientras se acercó al médico con pasos apresurados. —¿Cómo es eso posible? —preguntó, con una voz mezcla de confusión y miedo. Las luces de la habitación, parpadearon al compás de los latidos erráticos de su corazón.—No se preocupen, vamos a realizar más análisis —respondió con calma el médico, con un tono clínico, aunque no exento de empatía —. Los resultados preliminares no muestran ninguna afección, pero no nos detendremos allí y haremos unos más especializados... lo más probable es que sea algo temporal.Insatisfecha, Leonor cuadró los hombros, endureciéndose ante la incertidumbre. —Debe hacer lo que sea necesario para que mi hijo vuelva a caminar —imploró, atravesando con la mirada la coraza profesional del médico. —No escatime en recursos. Traiga a los mejores especialistas, no importan lo que cuesten, pero hágalo, por favor, mi hijo tiene que volver a caminar —expresó sin poder ocultar la desesperación en su voz.Como convocado p
El ceño de Angus se frunció en señal de concentración, su mirada recorrió los rostros reunidos en la sala escasamente iluminada. —¿De qué resultados están hablando? —. Las palabras sacudieron el silencio, resonando con el peso de miedos y esperanzas no expresados.La voz de Leonor, calmada, pero decidida, rompió la tensión. Se volvió hacia él con una mirada seria en sus ojos verdes. —Pedí a Franco que nos ayudara con unas pruebas de ADN —, empezó, con las manos juntas como si rezara—. Andrew y Claudia necesitaban saber si realmente había un parentesco entre ellos. Angus asintió, la máscara estoica que tan bien llevaba no revelaba ninguna emoción. Sin embargo, en su interior rugía un mar tumultuoso: sabía lo mucho que esto significaba para todos los implicados. Después de lo que pareció una eternidad, su voz volvió a cortar el aire espeso. —¿Y cuáles son los resultados?Todos los ojos se fijaron en Franco, cuyos dedos se mantenían firme en el primer sobre color crema. Deslizó una
Las zancadas de Claudia resonaron en el pasillo poco iluminado, sus pasos alimentados por una tempestad de emociones que emergían dentro de ella, mientras se acercaba a la habitación donde estaba hospitalizada su madre. Laudina yacía allí, en reposo, sobre la pila de almohadas; sus ojos se agudizaron al ver el rostro tormentoso de su hija. Conocía a Claudia lo suficiente como para reconocer la ira que se estaba gestando, pero la confusión le hizo fruncir el ceño. —¿Qué pasa, hija? —le preguntó.La voz de Laudina era suave, con un hilo de preocupación que contradecía su falta de comprensión.El aire pareció espesarse, cargado con las siguientes palabras de Claudia. —¿Cuándo pensabas decirme que fui melliza con otra niña y que ella era hija de Angus Davis? —. La pregunta flotó, entre ellas, una acusación velada de incredulidad.La respuesta de Laudina fue, inmediata, a la defensiva. —Yo... te dije que eras hija de Angus… —. Pero la sorpresa se reflejó en sus facciones cuando Claudia
Andrew tenía los ojos clavados en el médico, sus manos agarraron los bordes de la fina sábana del hospital con una intensidad que reflejó la desesperada esperanza que parpadeó en su mirada, mientras esperaba la respuesta del médico.—Andrew —empezó el médico, con una voz que combinaba seguridad profesional y empatía genuina —, si podrás volver a caminar.Hizo una breve pausa, dejando que las palabras calaran hondo, observando cómo aliviaron físicamente el peso de los hombros caídos de Andrew. —Aunque no va a ser de la noche a la mañana, va a ser un proceso gradual, pero hemos visto recuperaciones en casos similares como el tuyo.Con esas palabras, una frágil semilla de determinación echó raíces en el pecho de Andrew. El camino que tenía por delante se presentaba difícil y escarpado, pero la posibilidad de recuperar la capacidad de andar despertó una resistencia a la que se aferró con fiereza. A medida que el médico exponía el plan, cada palabra se convertía en un peldaño en la ment