Claudia abrió los párpados lentamente y frunció el ceño al ver el dosel de la habitación de la cama de la habitación de Andrew en la mansión. Su mente se arremolinó desorientada; el último retazo de memoria era el apartamento de Andrew, viendo películas en la sala, entre risas y bromas compartidas.Se incorporó, por un momento la habitación le dio vueltas, cerró los ojos un par de segundos, pensando en qué había provocado ese comportamiento de su parte, y recordó que lo único que había consumido era aquel zumo recién hecho que la señora Leonor había estado preparando. Con la urgencia atenazándole el pecho, Claudia saltó de la cama, estaba decidida a buscar a su suegra y preguntarle qué había colocado en esa bebida para que le provocara ese efecto.Sus ojos se fijaron en la nota garabateada apresuradamente por Andrés sobre la mesilla de noche. “Amor, debo salir a resolver algunos asuntos, estaré pronto”.Se apresuró a rebuscar en el armario, sacó varias prendas y se vistió con rapide
El corazón de Claudia latió con fuerza contra su pecho, a un ritmo entrecortado que coincidía con el movimiento de su cabeza mientras retrocedía. Las paredes que los rodeaban parecieron encogerse, el parloteo y el ruido se desvanecieron en un túnel de silencio mientras las palabras de Andrew flotaban en el aire. Sus instintos le gritaron: esto era lo que había temido, ¿no? Un desconocido que sabía demasiado sobre su vida. Acosador, susurró en su mente, una etiqueta escalofriante que parecía demasiado apropiada.Andrew, sin embargo, se dio cuenta de la sombra de miedo que cruzó su rostro, y sus labios se curvaron en una sonrisa suave, casi de disculpa. —Ya te dije que no soy un acosador —le dijo en voz baja y tranquilizadora, como si pudiese leer sus pensamientos.Ella respiró entrecortadamente y abrió los ojos. Hablaba con tanta seguridad, con una familiaridad tan inquietante. Pero antes de que Claudia pudiera ordenar sus pensamientos en una respuesta coherente, él continuó.—Te con
Andrew se quedó viéndolos con interés, porque aunque no habían dicho nada, el reconocimiento en las miradas de su suegra y de su padre no le pasaron desapercibidas.—¿Se conocen ustedes? —preguntó Andrew, su mirada oscilando entre uno y otro, aguardando una respuesta que despejara la tensión flotante y las dudas que habían empezado a emerger en su interior.—¡No! —exclamaron ambos al unísono, con una sincronía que rozaba lo cómico si se hubiese dado en otro contexto. En ese preciso instante, como si el mismo aire se hubiera cargado de presagios, la madre de Claudia palideció, su mano buscando apoyo en la nada antes de que su cuerpo cediera a un mareo traicionero.—¡Mamá! —Claudia se lanzó hacia ella con una agilidad nacida del pánico, sus brazos convirtiéndose en el ancla que evitó la caída —¿Qué pasa? ¿Qué tienes? ¿Estás bien? —preguntó preocupada.—Me... me siento mal —balbuceó la madre, su voz, apenas un hilo de voz—. Llévame a otro lugar… por favor —expresó en tono suplicante.Si
La sirena de la ambulancia surcaba la noche, un aullido insistente que anunciaba urgencia. En medio del caos, la voz de Claudia era un extraño ancla de calma mientras se mantenía cerca de la camilla donde los paramédicos habían subido a su madre. Andrew la seguía, con el corazón acelerado y la necesidad de hacer algo, cualquier cosa, a cada paso.Al llegar al hospital, el alboroto de batas blancas y bolígrafos chasqueando le desorientó. Las luces fluorescentes proyectaban un resplandor clínico sobre la escena mientras la madre de Claudia era conducida rápidamente a una sala. Claudia mantuvo una breve conversación con una enfermera, asintiendo a intervalos, antes de volverse hacia Andrew. Sus ojos contenían una tormenta de preocupación, pero su voz no tembló cuando habló.—Andrew, es mejor que no entres ahora —dijo, extendiendo la mano para tocarle suavemente el brazo, una súplica silenciosa de comprensión.— No quiero alterarla más de lo que ya está. Vete a casa por ahora; te llamaré
Los dedos de Claudia temblaron mientras agarraba el teléfono frío y liso, con el corazón, golpeándole en el pecho como un pájaro enjaulado desesperado por escapar.La noche en vela había dejado su marca bajo sus ojos enrojecidos, medias lunas oscuras que pintaban un marcado contraste con su piel blanquecina.No quería tomar esa decisión, pero después de lo que había descubierto, ellos no podían estar juntos. Inhaló un suspiro tembloroso y marcó el número de Andrew, cada tono, haciendo eco del tamborileo de su propia inquietud.Cuando el primer tono cortó el silencio al otro lado de la línea, Claudia se colocó un mechón de pelo detrás de la oreja, un hábito nervioso que se le escapaba a pesar de sus intentos de mantener la compostura. La voz de Andrés, cálida y llena de preocupación, fluyó a través del altavoz, bañándola como una melodía familiar. —Hola, amor, ¿Qué pasó? ¿Estás bien? ¿Cómo está tu madre?Sintió el peso afectuoso de sus palabras, la tierna pregunta sobre su madre; era
Andrew se quedó afuera, sin atreverse a entrar, pero escuchando la conversación que se daba en el interior del despacho. Entretanto, el pesado silencio que reinaba en la habitación sólo fue roto por el sonido de la silla de Angus al levantarse, con una mirada decidida, pero cansada. Caminó hacia Leonor, con un aire cargado de frustración, y quizás de irritabilidad, y hasta con una inquietante desolación que se aferró a las paredes como un espíritu inoportuno. Extendió la mano, buscando instintivamente quizás darle consuelo con su tacto, o impedir que se fuera sin escucharlo, realmente no sabía que impulso lo había guiado. Porque a decir verdad, ni siquiera sabía que sentía por Leonor, porque hasta la rabia se había ido disolviendo. —¡No me toques! —La voz de Leonor fue aguda y clara, como una cuchilla que cortaba la tensión entre ellos. Aunque era una mujer fuerte, tenía el peso de la confianza rota, deteniendo la mano de Angus en el aire como si hubiera erigido una barrera invisi
Claudia, al cortar la llamada, sintió que el mundo se le derrumbaba, sintió que el aire le faltaba, y sentía que estaba a punto de caerse al suelo. Apretó los ojos con fuerza, mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas. Le temblaron las manos, caminó de nuevo al closet y volvió a revisar, deseando que estuviera viendo mal, pero nada había cambiado. Sintió el pergamino como un peso de plomo cuando terminó de leer por segunda vez las palabras. Una conmoción visceral la recorrió, dejándola sin aliento, y por un momento la realidad misma pareció distorsionarse. El hombre que se había abierto paso suavemente en su corazón, cuyo amor sentía tan real como el sol sobre su piel, era ahora un imposible, una broma cruel gastada por las sombras del pasado.Con unas piernas que ahora parecían no poder sostenerse, Claudia se balanceó. Se agarró a la cosa sólida más cercana, la puerta del closet, para estabilizarse. Sus dedos se aferraron a la madera, buscando la estabilidad que prometía.Cuan
El mundo se desplomó bajo los pies de Claudia, una implosión silenciosa que retumbaba solo en su interior. —¡Eso no… puede ser! —susurró, la voz teñida de un terror tan profundo que parecía emanar desde las raíces mismas de su existencia—. Debe haber un error, yo no puedo... haber estado con mi propio hermano.Su tono se fue haciendo más bajo, mientras las lágrimas brotaron incontenibles, cada gota un reflejo del amor prohibido que nunca debió florecer. Se presionó el pecho, intentando contener el dolor que amenazaba con romperla en mil pedazos. Sentía que el aire le faltaba y que no podía respirar.—Tranquila, hija, —murmuró su madre con demasiada calma, extendiendo sus manos temblorosas hacia ella, pero Claudia retrocedió como si el mero contacto pudiera quemarla.—¡¿Cómo me pides que me calme?! —La pregunta salió entrecortada por sollozos. —¡He estado con él, mamá! ¡Con mi propio hermano! Sin saberlo —. El asco y la desesperación se mezclaron en su voz.—Debes olvidarlo, Claudia