La señora Davis presionó el botón del altavoz de su móvil con una estratégica sonrisa tallada en sus labios. Los murmullos de los periodistas se filtraron por la línea en el salón donde los había dejado, mientras ella aclaraba su garganta, preparándose para encender la mecha de un escándalo.—Quiero que todo el país sepa la verdad sobre Javier Cáceres —comenzó con voz firme y clara—, su detención no es más que la punta del iceberg de sus atrocidades—. No hubo vacilación en su tono mientras detallaba cada acusación, cada acto inmundo que había llevado al divorcio de Javier y su Claudia. —Él la maltrató físicamente, le fue infiel, la anula como mujer y señores, ninguna de nosotras —enfatizó—, debe tolerar una vida llena de abusos.Casi de inmediato, las noticias empezaron a vibrar con la historia, y la imagen de Javier esposado llenó las pantallas de televisión y los titulares digitales. Desde la ventana de su despacho, la señora Davis observó cómo la ciudad se empapaba de su victoria,
Ignorando la punzada de malestar que sintió en el estómago, salió corriendo por la puerta. Sus tacones repiquetearon en la acera mientras corría hacia su coche, para dirigirse a pocas manzanas de donde estaba el edificio de oficinas donde la esperaba su entrevista de trabajo. La proximidad fue un golpe de suerte, pero no pudo evitar la extraña sensación que recorría su cuerpo: un hormigueo que parecía susurrar un caos inminente. Se estacionó cerca del edificio, y caminó con pasos firmes hacia la oficina. Una especie de fuego líquido le abrasaba la garganta, dejando un rastro de nerviosa expectación en su cuerpo. Sus pasos resonaron al ritmo de la extraña sensación de hormigueo que se deslizó bajo su piel. El vestíbulo era una silenciosa catedral de ambición empresarial, y ella se deslizó en él casi sin darse cuenta. Antes de que pudiera recuperar el aliento, un enérgico asistente la condujo por los relucientes pasillos hasta la sala de entrevistas. Entró a la sala de entrevist
El corazón de Leonor dio un vuelco ante la repentina aparición de su esposo. Se quedó paralizada, porque no lo esperaba, con la respiración entrecortada, mientras su mente corría a toda velocidad, tratando de encontrar una salida a la situación incómoda en la que se encontraba.Angus avanzó hacia ella con paso firme, su mirada puesta en ella, como si intentara leer sus pensamientos con solo un vistazo. La tensión en la habitación era palpable, como si estuvieran al borde de un abismo emocional.—Angus, yo... yo... —balbuceó Leonor, sin poder encontrar las palabras adecuadas para explicar la vergonzosa situación.El silencio se prolongó, llenando la habitación con su pesadez. Leonor se mordió el labio inferior, tratando de mantener la compostura mientras esperaba la reacción de su esposo.Angus habló, su voz profunda resonando en la habitación.—No esperé que una señora de tu clase y elegancia se pronunciara de esa manera. ¿Por qué, Leonor? —preguntó, con seriedad.Leonor se sintió co
Andrew subió a Claudia al asiento del copiloto con una suavidad que contradecía lo que acababa de suceder. Sus dedos, firmes y seguros, encajaron el cinturón de seguridad en su tembloroso cuerpo. Metió la mano en la guantera, sacó un paquete de toallitas húmedas y procedió a limpiar las manchas de su piel con meticuloso cuidado. Cada toque era una promesa silenciosa, un susurro de preocupación mientras atendía sus necesidades.Al terminar con un suave beso en la frente, Andrew esperaba transmitir una sensación de calma para tranquilizar la agitación que percibía de su esposa; sin embargo, el estimulante que corría por las venas de Claudia le negaba tal serenidad. Su respiración entrecortada delató la batalla que se libraba en su interior, una lucha contra una fuerza invisible que la empujaba a la acción, a cualquier acción.Antes de que Andrew pudiera retirar completamente la mano, los dedos de Claudia, cargados de una energía desesperada, se aferraron a él. Tiró de él con una fero
Las manos de Andrew, firmes, pero suaves, acariciaron los costados de la cara de su esposa. Sus ojos, antes desorbitados por los restos del estimulante, ahora comenzaban a mostrar un poco más de tranquilidad. —Vuelve al asiento, mi amor —, le dijo suavemente, su voz era un bálsamo tranquilizador. —, por favor, vístete mientras yo hablo con el oficial, ¿De acuerdo? Su pregunta era tierna, casi un susurro, y ella asintió con la cabeza, como una marioneta muda que se dejaba llevar por sus cuidados.Se apartó de ella para arreglarse la ropa, en un intento de recuperar algo de dignidad en medio del caos. La tela le resultó áspera y contrastó con la suavidad de sus mejillas. Pero antes de que pudiera terminar, el golpe impaciente de los nudillos contra la ventanilla del coche por parte del agente, le interrumpió. Andrew levantó la vista y la irritación se reflejó en sus facciones al reconocer la impaciencia del agente de policía.—Espere que ya bajo —, gritó Andrew, con tono firme, pero
El estridente timbre del teléfono atravesó la habitación, rompiendo la tensión del drama en pantalla en el que Andrew había estado absorto. Por un momento, pensó en dejar que saltara el buzón de voz; después de todo, ese tiempo que estaba pasando con su mujer era sagrado. Pero al mirar el identificador de llamadas y reconocer el número de su casa, soltó un suspiro resignado y cogió el auricular.“Señor Andrew, disculpe la intromisión…” comenzó a decir Ramón, su voz formal como siempre, pero teñida de una urgencia que sugería que no se trataba de una llamada casual.—Ramón, ¿No puede esperar? Estoy intentando pasar un rato con mi mujer mientras se recupera de lo ocurrido —respondió Andrew, con un deje de irritación en la voz.“No le molestaría si no fuera importante, señor” insistió Ramón con respeto. “¿Ha visto por casualidad las noticias vespertinas?”—No, no las he visto —dijo secamente Andrew, sintiendo una oleada de fastidio por la interrupción."Le sugiero que vea las noticias. S
Andrew apretó la mandíbula mientras miraba fijamente a su padre, con una mezcla de sorpresa e incredulidad que le marcaba profundas líneas en la frente. Apenas podía creer las palabras que habían salido de los labios de su progenitor; palabras que parecían socavarlo e infantilizarlo de un solo golpe. Con una opresión en el pecho, Andrew se volvió completamente hacia Angus, con la mirada cargada de decepción.—¿En serio, papá? ¿De verdad crees que estás hablando con un niño de preescolar?La pregunta flotó entre ellos, severa y aguda, cortando cualquier pretensión de paciencia. Andrew no se detuvo a esperar una respuesta; estaba claro que ninguna sería suficiente. —Sr. Davis —, continuó, con voz firme, a pesar de la agitación interior—, por si lo ha olvidado, yo salí de esa etapa hace más de veintidós años.El aire de la sala se sintió cargado, tenso por los agravios no expresados y el peso del legado. —¿Crees que estoy dispuesto a sacrificar lo que más valoro en este mundo por un
Claudia abrió los párpados lentamente y frunció el ceño al ver el dosel de la habitación de la cama de la habitación de Andrew en la mansión. Su mente se arremolinó desorientada; el último retazo de memoria era el apartamento de Andrew, viendo películas en la sala, entre risas y bromas compartidas.Se incorporó, por un momento la habitación le dio vueltas, cerró los ojos un par de segundos, pensando en qué había provocado ese comportamiento de su parte, y recordó que lo único que había consumido era aquel zumo recién hecho que la señora Leonor había estado preparando. Con la urgencia atenazándole el pecho, Claudia saltó de la cama, estaba decidida a buscar a su suegra y preguntarle qué había colocado en esa bebida para que le provocara ese efecto.Sus ojos se fijaron en la nota garabateada apresuradamente por Andrés sobre la mesilla de noche. “Amor, debo salir a resolver algunos asuntos, estaré pronto”.Se apresuró a rebuscar en el armario, sacó varias prendas y se vistió con rapide