Andrew salió de la ducha, dejando escapar el vapor mientras cogió una toalla. Se comenzó a secar con lentitud, con los ojos fijos en la figura que había frente al inodoro. Claudia, con la mirada fija en él, estaba hipnotizada con cada uno de sus movimientos.Sin pensarlo, Andrew cruzó la habitación a grandes zancadas, con la toalla olvidada en el suelo. La abrazó, la levantó y sus labios se encontraron con los suyos. Ella soltó un pequeño jadeo cuando sus manos recorrieron sus curvas, su tacto encendió un fuego en su interior.—Andrew —suspiró, girándose hacia él, con los ojos oscuros de deseo.Él no pudo resistirse más. La apretó contra su cuerpo y la devoró con pasión, pero eso no le era suficiente, necesitaba más de ella y esta vez no iba y, a decir verdad, no quería contenerse.La alzó entre sus brazos, mientras no dejaba de devorar sus labios con urgencia y una pasión que la dejaron sin aliento. Sus lenguas se enredaron en una feroz danza mientras él recorrió su cuerpo con las ma
Claudia abrió los párpados, y un vestigio de lo ocurrido de la noche anterior se aferró a los bordes de su conciencia. Sus dedos buscaron el calor de Andrew al otro lado de la cama, pero nada más que sábanas frías saludaron su tacto.Un apretado nudo de ansiedad se enroscó en su garganta, sintió su pecho oprimido mientras se apoyaba en los codos y la habitación giraba ligeramente a medida que un cúmulo de oscuros pensamientos amenazaba su calma.Cada músculo de su cuerpo protestaba con un dolor sordo, restos de la apasionada noche anterior.Cuando se preparó para un nuevo intento de levantarse, Andrew entró con una bandeja con el desayuno.Su presencia fue como un repentino amanecer en la penumbra de la habitación. Claudia parpadeó, sorprendida, cuando él se acercó con aquella sonrisa ladeada tan familiar.—¿Pensabas que te dejaría sola?Su corazón dio un tartamudeo. Asintió con la cabeza y luego la sacudió, una confesión silenciosa de sus dudas pasajeras.—Solo andaba buscando comida
La señora Davis se acercó a ellos con una gracia que no mostraba su turbación interna. —Disculpen —dijo, posando su servilleta de lino al lado del plato, apenas tocado—, pero me temo que tengo que salir.Andrew, aún con el tenedor en mano, frunció el ceño ante las palabras de su madre. —¿Salir? ¿Sola? —. La preocupación se asomó en su voz, una mezcla de curiosidad e inquietud.—Es algo... ineludible —. Las comisuras de sus labios se tensaron en un intento de sonrisa tranquilizadora. —Te puedo llevar o mandar a un chofer que te lleve —ofreció Andrew, dejando su cubierto sobre la mesa con un gesto decidido.Ella negó con la cabeza y sus dedos, jugueteando con el broche de su collar. —No, gracias. Prefiero manejar esto yo misma. No quiero interrumpir tu rutina ni la de la casa.—Madre, eso no es problema —insistió Andrew, pero ella levantó la mano, poniendo fin a la discusión.—Ya lo decidí, voy a ir sola —afirmó con una firmeza que sorprendió a ambos. Andrew observó a su madre con
La señora Davis presionó el botón del altavoz de su móvil con una estratégica sonrisa tallada en sus labios. Los murmullos de los periodistas se filtraron por la línea en el salón donde los había dejado, mientras ella aclaraba su garganta, preparándose para encender la mecha de un escándalo.—Quiero que todo el país sepa la verdad sobre Javier Cáceres —comenzó con voz firme y clara—, su detención no es más que la punta del iceberg de sus atrocidades—. No hubo vacilación en su tono mientras detallaba cada acusación, cada acto inmundo que había llevado al divorcio de Javier y su Claudia. —Él la maltrató físicamente, le fue infiel, la anula como mujer y señores, ninguna de nosotras —enfatizó—, debe tolerar una vida llena de abusos.Casi de inmediato, las noticias empezaron a vibrar con la historia, y la imagen de Javier esposado llenó las pantallas de televisión y los titulares digitales. Desde la ventana de su despacho, la señora Davis observó cómo la ciudad se empapaba de su victoria,
Ignorando la punzada de malestar que sintió en el estómago, salió corriendo por la puerta. Sus tacones repiquetearon en la acera mientras corría hacia su coche, para dirigirse a pocas manzanas de donde estaba el edificio de oficinas donde la esperaba su entrevista de trabajo. La proximidad fue un golpe de suerte, pero no pudo evitar la extraña sensación que recorría su cuerpo: un hormigueo que parecía susurrar un caos inminente. Se estacionó cerca del edificio, y caminó con pasos firmes hacia la oficina. Una especie de fuego líquido le abrasaba la garganta, dejando un rastro de nerviosa expectación en su cuerpo. Sus pasos resonaron al ritmo de la extraña sensación de hormigueo que se deslizó bajo su piel. El vestíbulo era una silenciosa catedral de ambición empresarial, y ella se deslizó en él casi sin darse cuenta. Antes de que pudiera recuperar el aliento, un enérgico asistente la condujo por los relucientes pasillos hasta la sala de entrevistas. Entró a la sala de entrevist
El corazón de Leonor dio un vuelco ante la repentina aparición de su esposo. Se quedó paralizada, porque no lo esperaba, con la respiración entrecortada, mientras su mente corría a toda velocidad, tratando de encontrar una salida a la situación incómoda en la que se encontraba.Angus avanzó hacia ella con paso firme, su mirada puesta en ella, como si intentara leer sus pensamientos con solo un vistazo. La tensión en la habitación era palpable, como si estuvieran al borde de un abismo emocional.—Angus, yo... yo... —balbuceó Leonor, sin poder encontrar las palabras adecuadas para explicar la vergonzosa situación.El silencio se prolongó, llenando la habitación con su pesadez. Leonor se mordió el labio inferior, tratando de mantener la compostura mientras esperaba la reacción de su esposo.Angus habló, su voz profunda resonando en la habitación.—No esperé que una señora de tu clase y elegancia se pronunciara de esa manera. ¿Por qué, Leonor? —preguntó, con seriedad.Leonor se sintió co
Andrew subió a Claudia al asiento del copiloto con una suavidad que contradecía lo que acababa de suceder. Sus dedos, firmes y seguros, encajaron el cinturón de seguridad en su tembloroso cuerpo. Metió la mano en la guantera, sacó un paquete de toallitas húmedas y procedió a limpiar las manchas de su piel con meticuloso cuidado. Cada toque era una promesa silenciosa, un susurro de preocupación mientras atendía sus necesidades.Al terminar con un suave beso en la frente, Andrew esperaba transmitir una sensación de calma para tranquilizar la agitación que percibía de su esposa; sin embargo, el estimulante que corría por las venas de Claudia le negaba tal serenidad. Su respiración entrecortada delató la batalla que se libraba en su interior, una lucha contra una fuerza invisible que la empujaba a la acción, a cualquier acción.Antes de que Andrew pudiera retirar completamente la mano, los dedos de Claudia, cargados de una energía desesperada, se aferraron a él. Tiró de él con una fero
Las manos de Andrew, firmes, pero suaves, acariciaron los costados de la cara de su esposa. Sus ojos, antes desorbitados por los restos del estimulante, ahora comenzaban a mostrar un poco más de tranquilidad. —Vuelve al asiento, mi amor —, le dijo suavemente, su voz era un bálsamo tranquilizador. —, por favor, vístete mientras yo hablo con el oficial, ¿De acuerdo? Su pregunta era tierna, casi un susurro, y ella asintió con la cabeza, como una marioneta muda que se dejaba llevar por sus cuidados.Se apartó de ella para arreglarse la ropa, en un intento de recuperar algo de dignidad en medio del caos. La tela le resultó áspera y contrastó con la suavidad de sus mejillas. Pero antes de que pudiera terminar, el golpe impaciente de los nudillos contra la ventanilla del coche por parte del agente, le interrumpió. Andrew levantó la vista y la irritación se reflejó en sus facciones al reconocer la impaciencia del agente de policía.—Espere que ya bajo —, gritó Andrew, con tono firme, pero