5. Una alucinación.

P.O.V Arón

Despierto. No sé cuánto tiempo he dormido, solo sé que he tenido las noches y los días más ardientes que un hombre puede vivir.

Ahora que mis hormonas están calmadas, aunque mis deseos por volver a sentir su piel persisten. Pero debo contenerme y hablar con ella.

"Quiero pedirle que sea mi Luna… Mi reina."

Al recordar su aroma, sé que no es una loba.

Sus ojos… son los de una criatura mitológica. Y muero por volver a tenerla entre mis brazos… por volver a recorrer cada rincón de su cuerpo.

Intento acomodarme.

Caperucita ha drenado todas mis fuerzas.

Ni con el entrenamiento más brutal me habían dolido tanto los músculos.

Thor aún sigue agotado, por eso ni siquiera puede ayudarme con el dolor de mi cuerpo.

—¡Mierd4! —gruño al levantarme e intentar dar el primer paso.

Mis piernas duelen despiadadamente, pero este dolor… este maldito dolor vale cada segundo con mi potra salvaje.

Caperucita es un nombre demasiado tierno para mi diosa indomable.

Ahora que lo pienso, las únicas palabras que nos dijimos, después de que ella me llamó lindo lobito y se presentó como Caperucita, fueron:

"¡Dame más!"

"¡No te atrevas a detenerte!"

"¡Más rápido!"

Hago mi mayor esfuerzo por llegar al baño. Tal vez esté allí, aunque no escucho el agua correr… Pero hay algo más… Algo que me sacude el pecho.

No siento su olor.

Y hasta ahora me doy cuenta de eso.

Olvido el dolor de mis extremidades.

En segundos, recorro cada rincón de la cabaña en su búsqueda.

Tomo mi teléfono que ya está habilitado y llamo a mi Delta. Él es el encargado de mi seguridad.

Pero ahora viene una pregunta a mi mente…

"¿Acaso todos se han aliado?" El único que tiene la clave de la cerradura es Lennon. Debe haber sido él.

"Mi Potra no podría haber ingresado sola."

Antes de que pueda llamar a Fabricio, aparece una llamada entrante.

Es mi Beta.

Intento contener la ira que su traición despierta en mí, aunque… en el fondo, ya no me importa…

De hecho, planeo recompensarlo generosamente por haberme traído a mi Potra. Ahora solo necesito una cosa: tenerla a mi lado.

Podría jurar que ella es... mi compañera.

"¡Mi mate!"

—Alfa, hasta que al fin te dignas a despertar. Pensé que te habías suicidado —escucho los sarcasmos de Lennon, pero no tengo tiempo para juegos.

—¿Dime dónde está? —pregunto con voz neutral y firme. Es lo único que quiero saber.

—¿Podrías ser más específico? —responde con otra puta pregunta, quebrando mi paciencia.

—¿Dónde está mi diosa? La mujer con la que estuve estos días —le escupo, seco, sin espacio para sus chistes.

—Arón… ¿qué te estás metiendo? —pregunta, y puedo sentir el desconcierto real en su voz.

—Abre la puerta —respondo simplemente, mientras mi mente rebobina cada una de sus caricias, sus gemidos, su piel resbalando con el sudor de nuestros actos.

—¡No! ¡No! Eso no fue un sueño! ¡Ella estuvo aquí! —gruño, incapaz de aceptar lo contrario.

Mi cuerpo duele inclementemente. Thor la marcó.

Intento conectarme con él, pero está… apagado. Como si hubiera viajado a otro hemisferio.

Me niego a creer que mi Potra haya sido una alucinación.

Un juego sucio de mi mente.

Mi entrepierna reacciona solo con recordarla.

Sus besos cargados de necesidad.

Sus caricias desesperadas.

Mi Potra salvaje.

Lennon cuelga el teléfono y lo escucho el crujir de las cerraduras, abriendo la puerta principal.

Entra en la cabaña y da un vistazo rápido al lugar.

Lo veo detener su mirada en el desorden que hay en el sitio, pero en mi defensa diré que no tuvimos tiempo… solo queríamos tener nuestros cuerpos entrelazados.

Lo miro atentamente, necesito leer sus movimientos. Comienza a mover su nariz como si un olor penetrante lo atrajera y le es imposible mantener la boca cerrada.

—¿Cuántas veces te masturbaste? Este lugar apesta y huele a semen. Creo que te has secado, amigo. Menos mal que guardamos algunos renacuajitos.

—Lennon —gruño.

Él encoge los hombros y continúa con su inspección.

—Diosa… además de darle con manuela —hace un gesto asqueroso con la mano alrededor de la entrepierna —casi terminas con el lugar, creo que lo mejor es quemar todo lo que hay aquí. Esta totalmente manchado y oloroso —dice sin dejar de hacer gestos.

Lo observo detenidamente, esperando encontrar en su rostro algún rastro de traición, pero sus palabras solo aumentan mi frustración. Él no sabe que hubo una mujer aquí.

Salgo con pasos apresurados y me dirijo hacia los guerreros, invadiendo sus mentes en busca de la mujer que estuvo a mi lado.

Ingreso en sus memorias uno a uno y solo encuentro charlas banales, recorridos custodiando la propiedad y juegos de cartas.

—Maldición —mascullo entre dientes, apretando con fuerza los puños.

En ninguno encuentro el rastro de que esa puerta hubiese sido abierta. Esas imágenes, en vez de darme consuelo, me llenan de inquietud, y hacen que mi rostro palidezca y mis piernas tiemblen.

—Alfa, ¿qué tienes? No me digas que tantas descargas con manuela te frieron el cerebro —lanza con ironía, dejando escapar una sonrisa socarrona.

Le lanzo una mirada penetrante. Calladito puede sobrevivir.

Veo en su rostro la intriga… y a la vez, preocupación.

—Alfa, déjame ayudarte. Me imagino que por estar luchando contra los deseos irracionales no has comido como se debe.

Me guía hasta el sofá de la sala. Me siento, tomo mi rostro entre las manos, y las preguntas vuelven a surgir.

¿Dónde está? ¿Ella no fue una alucinación?

Mi cuerpo lo sabe.

Mi piel la recuerda.

Mi boca aún la saborea.

Escucho los pasos de Lennon dirigiéndose a la cocina.

—Alfa, te devoraste todo lo que había en la nevera y en la alacena. ¡Esa era la comida para veinte días! ¿Cuándo vayas a comer personas, podrías avisarme? ¿Y tus faenas con manuela no te dejaron tiempo para limpiar un poco? —recrimina, molesto, por el desorden que tanto detesta.

Me levanto del sofá y lo observo con una bolsa, arrojando las sobras en ella. Escaneo el desastre de la cocina.

La imagen de ella, recostada sobre la encimera, sus piernas abiertas haciéndome un llamado, sus pezones duros deseando ser atendidos… se apodera de mi mente.

Mi imaginación se llena de su cuerpo decorado con fresas, cerezas, miel y helado.

Mi Potra no puede ser producto de mi imaginación.

Ella fue mi postre…

Después de haber saciado el hambre, devoré el deseo.

Me acerco lentamente a la barra, rozando mis dedos por la fría y suave superficie de mármol, reviviendo la sensación de su piel tersa y delicada bajo mis manos. Evoco cómo devoré con ímpetu cada bocado, cómo lamí cada rincón de su cuerpo sin pudor, saciando cada una de mis necesidades e instintos… tanto físicas como carnales.

Aún siento en mi boca el relieve de sus pezones al rozarlos. Esa textura fina y excitante se impregnó en mi memoria… y ahora amenaza con enloquecerme ante su ausencia.

—Mi Potra es real —susurro.

Mi Potra no puede ser un invento. Si lo fue, que alguien me encierre, porque no voy a sobrevivir a esta locura. No después de haberla sentido en mi piel. No después de haberla saboreado como si fuera lo único real en este maldito mundo.

Mis manos recuerdan el recorrido por sus pliegues, acariciando cada milímetro de esa zona delicada y tentadora que me hizo vibrar… que me llevó a sucumbir ante mis deseos más salvajes. Esa sensación vive en cada partícula de mi ser.

Busco su delicado aroma. Esa fragancia que durante estos días ha invadido mis sentidos… pero no hay huellas. No queda nada. Solo el vacío.

Sin embargo, en mi entrepierna se forma un problema, que comienza a doler y a desear su presencia con urgencia.

—Alfa —me llama Lennon, devolviéndome al presente.

Necesito examinar cada cosa. No me gusta entrar en la mente de mi Beta, pero ella es importante.

Es mi compañera.

Mi mate.

La necesito.

Ella es mi fuerza.

Un vínculo sagrado y único.

La desesperación me está comiendo por dentro, aunque el maldito de Thor está de lo más relajado… hasta lo puedo escuchar roncar en mi mi mente, indiferente como si nada le importara… Como si no acabáramos de perder a la única mujer capaz de calmarnos.

"¡Maldito bastardo!" Gruño para mí.

Respiro profundamente y, antes de adentrarme en las memorias de mi amigo, recuerdo la promesa que le hice de no invadir su privacidad. Golpeo con frustración la encimera, quebrándola.

—Uhum… creo que alguien durmió desarropado —siempre con su tono sarcástico, ahí está mi Beta.

Sonrío de medio lado… pero mi preocupación real es ella.

"Potra… ¿dónde carajos estás...?"

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