La doctora termina el procedimiento.
—Annie, te vas a quedar recostada un par de horitas reposando y luego ya te puedes marchar —le indica la ginecóloga con voz suave, sin dejar de observarla con ternura. Ella asiente, con una expresión tranquila, aunque algo distraída, como si su mente estuviera en otro sitio. —¿Me puedes pasar mi celular? La doctora toma su bolso y se lo alcanza con una sonrisa cálida. —Recuerda mantener la calma —le dice mientras le acaricia el brazo con un gesto afectuoso, transmitiéndole paz. Annie toma el teléfono y revisa las notificaciones. Hay llamadas perdidas de sus amigos ingratos… y un mensaje de Júpiter: «Estamos afuera. Dile a la doctora que nos deje pasar». Ella sonríe. Sabía que no la dejarían sola, aunque eso no significa que los perdone tan fácilmente. Que esperen un rato más afuera. Sigue revisando hasta que aparece otro mensaje, esta vez del señor Lennon: «Gracias, señorita Becker, por aceptar el trabajo. La cabaña que le ofrecimos ya está lista. Por supuesto, sus amigos pueden hospedarse con usted. Además, estaríamos encantados de contratar los servicios profesionales del señor Salvador». Ese mensaje también le arranca una sonrisa. Siente cómo el corazón se le aligera. “Nunca más volveré a irme sin mis amigos… Aunque ellos tampoco volvieron a desaparecer como solían hacerlo.” Entonces, el recuerdo llega como una ola: el día en que conoció al que fue su esposo, todo comenzó con una propuesta de trabajo en uno de los viñedos más prestigiosos de Oregón. No lo pensó demasiado. Al día siguiente, empacó sus cosas, subió a su camioneta y se lanzó a la nueva travesía. Había estudiado Ingeniería Agroindustrial con especialización en viñedos. Era su sueño. Llevaba años sin vivir con sus padres. Sus mejores amigos, Júpiter y Salvador, habían desaparecido como siempre lo hacían: sin previo aviso, dejando alguna nota críptica, como si el tiempo no existiera para ellos. Pero esta vez fue Annie quien los dejó atrás. Y con una nota. FLASHBACK El viñedo le ofreció una cabaña dentro del complejo. Al llegar, queda maravillada: un paisaje verde rodeado de árboles gigantescos, un lago cristalino que parece sacado de un cuento, hectáreas de bosque y praderas que dan acceso a senderos para cabalgar. Es paz. Es libertad. Es el paraíso para ella. Después de instalarse, sale a recorrer el viñedo y se topa con unos caballos majestuosos. Se queda absorta acariciándolos, embelesada por su nobleza, y pierde la noción del tiempo. De pronto, unos gritos y golpes cercanos la sacan de su ensueño. Se acerca con cautela al lugar del ruido y alcanza a ver a un hombre alejándose a paso apresurado. Su espalda ancha y su estatura cercana a los dos metros le roban el aliento. —Preciosa, ¿qué tal si haces una obra de caridad y ayudas a este pobre samaritano? —dice una voz detrás de ella, con ese tono medio burlón que desarma cualquier defensa. Al voltear, Annie se encuentra con un hombre que parece esculpido por los dioses: ojos azules intensos, mandíbula firme, una herida visible en la mejilla, la ropa desordenada y rastros de sangre en los nudillos. Su apariencia lo delata. Aquello no ha sido un asalto… ha sido una pelea. —¿Señor, está bien? ¿Lo atracaron? —pregunta Annie, con genuina preocupación mientras lo examina con la mirada. Pero al fijarse mejor, nota que el verdadero conflicto ha sido entre hombres, probablemente por una disputa personal… tal vez una mujer. —Si estás pensando que fue por una mujer, saca esa idea de tu cabeza —dice él, con una sonrisa ladeada que podría hacer temblar a cualquiera. Jarek… así se llama: es apuesto, con piel clara, cuerpo atlético y ropa hecha a la medida. Su presencia deja claro que es alguien importante, poderoso… y acostumbrado a tener el control. Annie se queda viéndolo, sin poder evitar susurrar lo que piensa: —¿Acaso lee mentes? —No suelo dar explicaciones, pero algo me dice que contigo debo hacer una excepción. El que se fue corriendo era mi hermano… se cree el Alfa de Alfas —dice Jarek con sarcasmo. Al notar que ella es una humana común, intenta restarle importancia a sus palabras, pero ya es tarde. Annie frunce el ceño. Definitivamente, ha sido una pelea de egos. Dos machos midiendo fuerzas. Machos alfa, literalmente. Jarek la observa con detenimiento. Su aroma lo hipnotiza. No hay duda. Respira hondo y sonríe con picardía. La ha encontrado. —¿Señor, a dónde lo llevo? —pregunta Annie, tomándolo por la cintura mientras él apoya su brazo sobre sus hombros con evidente confianza. —Ayúdame a llegar a la casa principal, pero entremos por la parte trasera. No quiero que mi madre se altere al verme así —pide el desconocido—. Perdona, no me he presentado; soy Jarek Ferguson. —¡Usted es el dueño de este lugar y mi jefe! —exclama Annie, asombrada, como si de pronto el aire se volviera más denso. —Entonces, eres la nueva ingeniera —responde él con una sonrisa ladina, provocando que ella se ponga nerviosa. —Sí, señor. Soy Annie Becker y espero cumplir con las expectativas del trabajo —ambos llegan a la puerta trasera. —Annie, creo que, de ahora en adelante, pasaré más tiempo aquí. Gracias por ayudarme; mañana hablaremos formalmente —se despide Jarek. No quiere que su madre interfiera sin haberla puesto al tanto. Puede arruinar los planes. —¿Está seguro de que no necesita que lo ayude más? —pregunta preocupada, ya que durante el recorrido lo ha escuchado quejarse más de una vez. —No, preciosa, dentro de la casa, la gente de servicio me ayudará. —¿Y si el orangután sigue aquí y vuelve a golpearlo? Mire que está muy mal y no se podrá defender —Annie insiste en ayudarlo, casi rogando. Jarek sonríe; por primera vez se siente triunfador ante su hermano. Ahora tiene una pequeña ventaja sobre la chica, de la cual piensa sacar provecho. Escanea el lugar y respira profundamente, buscando el olor de Arón; su olfato desarrollado no lo detecta. —Ya se ha marchado —dice, dejando escapar pequeños gemidos de dolor—. Desahogó su furia en mí y se fue antes de enfrentar las represalias de mi madre —añade, fingiendo una expresión triste, calculada. —Me alegra que se haya largado, y ojalá no me lo tope, porque ya le tengo fastidio —expresa ella, mezclando temor y rabia en su voz. Antes de que Annie se aleje, una mujer muy elegante, vestida de blanco con un impecable traje de jinete, se aproxima a Jarek. La dama le lanza una mirada despectiva e ignora a Annie como si fuera una simple cucaracha digna de ser aplastada. —Hasta luego, señor Ferguson —se despide. Algo en la mujer que acaba de aparecer grita peligro. Corre. No te quedes. —Hasta mañana, señorita Becker —responde Jarek de manera muy formal. Conoce a su madre por la manera en que ha mirado a la chica, y sabe que no es de su agrado. —¿Qué te pasó, Jarek? ¿No me dirás que el salvaje de Arón se atrevió a golpearte? —pregunta, llena de ira ante el atrevimiento de su hijastro. —Mamá, preguntas cosas que son tan obvias —responde, haciendo una mueca. —¿Quizás porque no logro entender por qué permites que te lastime? Y aun tu lobo no te ha curado —su voz está cargada de reproche. —Señora Raiza, cálmese. He encontrado algo con lo que estoy completamente seguro de que lograré acabar con mi querido hermano. Le dejaré una herida tan profunda que rogará que termine con su patética vida. —Pero ¿por qué tu lobo no te ha curado aún? —pregunta preocupada, acariciándole con delicadeza el rostro. —Madre, porque necesitaba que ella me viera como la víctima —sonríe, mientras Ares, su lobo, empieza a curarlo. —¿Acaso esa humana patética es el talón de Aquiles de Arón? —su tono es despectivo, como si hablara de una plaga. —Sabes que tengo la habilidad de identificar a las parejas destinadas antes de que ellos mismos se den cuenta. Raiza asiente; ese es un don especial de su hijo, uno que le ha permitido obtener ciertos favores. —Ella es la pareja destinada de Arón. El imbécil estaba tan furioso al encontrar a la potra que golpeaste malherida, que no prestó atención. —Esa maldita yegua casi me tumba, así que tuve que enseñarle quién manda. —Madre, deja de golpear a los animales. Ellos te tienen pánico; tu sola presencia los altera y no quiero ver a Arón rondando por aquí, eso podrá hacer que mis planes se vengan abajo. —Está bien, solo por ti lo haré —responde girando los ojos. Ella detesta a los equinos, ya que sabe que son lo que más ama su hijastro, y golpearlo es como si lo hiciera con él. ¿Qué trama Jarek?…Annie se aleja. Iba directo a su cabaña, pero algo dentro de ella cambia de idea.Camina por los viñedos, charla con algunos trabajadores. Se siente también en ese lugar.A la hora del almuerzo va con ellos a la cafeteria a comer. Le cuentan que quien maneja el lugar es un hombre muy gentil y amable.Se siente como en casa, aunque extraña a sus dos ingratos amigos. Nunca ha logrado entender por qué se pierden por meses y luego aparecen como si solo fueran unos días, o tan solo horas.Además, nunca sabe a dónde van. Siempre la evaden cuando pregunta.Odia esos misterios, pero respeta sus vidas privadas.Sus pasos la llevan al lago, como si el viento mismo la empujara hacia allá.El paisaje es tan bello que quiere recorrerlo y aprovechar para respirar aire puro. El aire huele a lavanda y tierra húmeda. Las hojas susurran con el viento. Todo parece suspendido en un instante perfecto... hasta que un estruendo rompe la calma.Un caballo, salvaje y desbocado, galopa directo hacia ella. El
Annie está sumida en un profundo sueño, su cuerpo se mueve inquieto.Su mente navega entre las sombras del pasado… o tal vez una pesadilla.Un presentimiento oscuro recorre su espina dorsal, provocándole un escalofrío que le hiela la piel.—¿Estás seguro de viajar? —pregunta Annie con voz temblorosa. Hay algo en su actitud que no reconoce en sí misma—. No me siento bien…Es interrumpida por la mirada penetrante de Jarek, acompañada del gesto despectivo de su suegra, Raiza. Annie baja la cabeza, rindiéndose con sumisión, y sube al automóvil sin protestar.—Preciosa, sonríe. Tus padres vienen en el otro coche y no quiero que mis suegros piensen cosas que no son —dice Jarek mientras acaricia el rostro de Annie con una ternura que solo busca disfrazar su control.¿Cuánto más tiempo podré mantener esta farsa?, piensa, sin borrar la sonrisa. Mientras Arón no sepa dónde está, sigo ganando esta guerra silenciosa.Al saber que sus padres están cerca, se siente más tranquila y segura. Así que l
En Otro LugarArón ha estado inquieto. No logra concentrarse en nada.La llegada de su medio hermano junto a su Luna lo tiene tenso.El trono no es lo valioso, nunca se han llevado bien, pero espera que el haber encontrado a su Luna lo haga cambiar, que deje de ser tan egoísta y piense un poco más en su pueblo.El aire trae consigo el fuerte olor a cereza y durazno, una mezcla extraña, pero inconfundible: es su compañera.Ruge Thor en la cabeza del Alfa. Un alarido lleno de angustia.—Alfa, nuestra Luna está cerca y su vida está en peligro… siente su dolor… su sufrimiento. Ella nos necesita.Arón, sin transformarse, corre a gran velocidad en la dirección de su olor. Debe llegar y salvarla. Su cuerpo se llena de escalofríos al pensar que la perderá. Siente su agonía y su llamado.A pocos kilómetros de la ubicación, se desata una tormenta como si el cielo y el infierno se unieran.La tierra comienza a estremecerse y el firmamento se ilumina, centelleando luces acompañadas por terrorífic
—¡Rosalba! Deben salir —grita a todo pulmón.Observa cómo un enorme árbol se desploma, aprisionando a la vivienda y amenazando con derrumbarla.Sin pensarlo, brinca con todas sus fuerzas, transformándose y dándole el control a Thor.Se interpone entre el pesado tronco y la casa, justo a tiempo para detener el desastre. Recibe el brutal golpe… la ferocidad del impacto destroza una de sus patas delanteras. El crujir de sus huesos no lo detendrá. Aunque aulle de dolor. No puede retroceder, debe asegurar el tronco.Su cabeza también tiene algunas astillas de madera clavadas, pero siente que no es momento de lamentarse. Con destreza lanza el árbol a lo lejos, despejando el peligro.El dolor es insoportable; sin embargo, su deber y responsabilidad priman. Se transforma en su forma humana. Sabe que su lobo pronto lo curará. Es el Alfa de Alfas.La diosa le ha brindado la habilidad de crear un atuendo para cubrir su desnudez.—¡Señora Rosalba! —exclama, golpeando con fuerza la puerta, consci
En otro lugar.El teléfono del Alfa suena de nuevo, su tono insistente corta el silencio sepulcral del despacho donde se encuentra reunido con el Beta y el Delta.Aprieta los dientes con fuerza, haciendo que rechinen; intenta ignorarlo. La información que sostiene entre sus manos hace hervir su sangre, inundando su cuerpo de una ira densa y una frustración desgarradora que apenas puede contener.Con el ceño fruncido y un suspiro cargado de exasperación, finalmente toma el móvil. Mira la pantalla: un número desconocido. Eso lo inquieta aún más, así que decide responder.—¿Señor Taylor? —pregunta la doctora, con el nerviosismo a flor de piel.El médico encargado del laboratorio prefirió renunciar antes que enfrentar a Arón.—Con él —responde de manera seca.Por la bocina del teléfono, su oído agudo logra captar la respiración agitada de la mujer.—Señorita, hable de una vez… antes de que mi paciencia se agote por completo.—Señor Taylor… hemos sufrido un robo en los laboratorios de fert
—¿Dónde están las otras cachorras? —es la pregunta firme y potente que realiza el Alfa Supremo.Los lobos se levantan de inmediato, obedeciendo la orden. El sufrimiento se refleja en sus rostros como sombras grabadas a fuego, profundas, antiguas, casi irreparables.Arón se sumerge en sus memorias, y a través de ellas, contempla las atrocidades que cometió Primo, el Alfa que los sometía con crueldad.Para Primo, ellos no eran más que escoria. Bestias deformes que no merecían dignidad ni compasión.Los obligaba a trabajar más de veinte horas al día y los azotaba ante el menor intento de sublevación, sin permitirles siquiera la posibilidad de autocuración, ya que los collares de plata lo impedían.En medio de sus recuerdos, aparece la figura borrosa de un hombre desconocido, una sombra sin rostro que parece ser la mente maestra detrás de toda esa manipulación y avaricia que sedujo a los ahora fallecidos líderes de la manada.El Alfa Supremo es el mejor rastreador de todas las manadas. So
EN EL CASTILLO…Son recibidos por doña Gertrudis, el ama de llaves, y Asdrúbal, el mayordomo. Son esposos.—Bienvenidos, sigan, por favor. En unos momentos les acomodo las habitaciones —dice la tierna anciana, antigua nana de Arón.—Los instalaremos en el ala sur, lejos de los aposentos del señor —le susurra Asdrúbal.—No, allí deben iniciar unos trabajos de reconstrucción la próxima semana. Entonces lo haremos en el ala norte —responde Gertrudis con amabilidad.—¿Trabajos de reconstrucción? —pregunta el mayordomo, sorprendido. Él es el encargado de ese sector y no lo sabía.—Sí, hay unas paredes que se han fisurado o perdido su color. Creo que te estás haciendo muy viejo para este trabajo, que ya ni te fijas —le recrimina la anciana.Asdrúbal la mira con el ceño fruncido. Sin decir nada más, se aleja; irá personalmente a verificar lo que dice su esposa. Es muy cuidadoso con todo y no puede creer que algo así se le haya escapado.—Rico y Javier, traigan las maletas y síganme —ordena d
P.O.V. Arón Taylor Llegué hace un par de días a Canadá. He visitado algunas de las manadas. Me encanta llegar de improviso, merodear por sus alrededores y observar su funcionamiento. Así no pueden ocultar lo que sucede dentro de ellas. Destino bastante presupuesto para que todos estén bien. Como Alfa debo ejercer mi liderazgo en todos los campos, llevando a mi pueblo de la mano. Para mí, no existen los rangos por tradición. He luchado para que eso cambie. Que sean los méritos y talentos los que primen, pero como siempre, el puto concejo mete sus narices. Las manadas necesitan líderes de mente abierta, dispuestos a jugársela por su pueblo, que no discriminen y brinden oportunidades. Sin embargo, hay algunas que siguen considerando a los Omegas inferiores y a los humanos débiles, despreciándolos y negándose a aceptarlos. La diosa Luna es implacable ante los rechazos de sus destinados. Si tengo que reemplazar a los líderes completos de una manada, lo hago sin dudar. El c