8. Corre. No te quedes.

La doctora termina el procedimiento.

—Annie, te vas a quedar recostada un par de horitas reposando y luego ya te puedes marchar —le indica la ginecóloga con voz suave, sin dejar de observarla con ternura.

Ella asiente, con una expresión tranquila, aunque algo distraída, como si su mente estuviera en otro sitio.

—¿Me puedes pasar mi celular?

La doctora toma su bolso y se lo alcanza con una sonrisa cálida.

—Recuerda mantener la calma —le dice mientras le acaricia el brazo con un gesto afectuoso, transmitiéndole paz.

Annie toma el teléfono y revisa las notificaciones. Hay llamadas perdidas de sus amigos ingratos… y un mensaje de Júpiter:

«Estamos afuera. Dile a la doctora que nos deje pasar».

Ella sonríe. Sabía que no la dejarían sola, aunque eso no significa que los perdone tan fácilmente. Que esperen un rato más afuera.

Sigue revisando hasta que aparece otro mensaje, esta vez del señor Lennon:

«Gracias, señorita Becker, por aceptar el trabajo. La cabaña que le ofrecimos ya está lista. Por supuesto, sus amigos pueden hospedarse con usted. Además, estaríamos encantados de contratar los servicios profesionales del señor Salvador».

Ese mensaje también le arranca una sonrisa. Siente cómo el corazón se le aligera.

“Nunca más volveré a irme sin mis amigos… Aunque ellos tampoco volvieron a desaparecer como solían hacerlo.”

Entonces, el recuerdo llega como una ola: el día en que conoció al que fue su esposo, todo comenzó con una propuesta de trabajo en uno de los viñedos más prestigiosos de Oregón.

No lo pensó demasiado. Al día siguiente, empacó sus cosas, subió a su camioneta y se lanzó a la nueva travesía. Había estudiado Ingeniería Agroindustrial con especialización en viñedos. Era su sueño.

Llevaba años sin vivir con sus padres.

Sus mejores amigos, Júpiter y Salvador, habían desaparecido como siempre lo hacían: sin previo aviso, dejando alguna nota críptica, como si el tiempo no existiera para ellos. Pero esta vez fue Annie quien los dejó atrás. Y con una nota.

FLASHBACK

El viñedo le ofreció una cabaña dentro del complejo. Al llegar, queda maravillada: un paisaje verde rodeado de árboles gigantescos, un lago cristalino que parece sacado de un cuento, hectáreas de bosque y praderas que dan acceso a senderos para cabalgar. Es paz. Es libertad. Es el paraíso para ella.

Después de instalarse, sale a recorrer el viñedo y se topa con unos caballos majestuosos. Se queda absorta acariciándolos, embelesada por su nobleza, y pierde la noción del tiempo.

De pronto, unos gritos y golpes cercanos la sacan de su ensueño. Se acerca con cautela al lugar del ruido y alcanza a ver a un hombre alejándose a paso apresurado. Su espalda ancha y su estatura cercana a los dos metros le roban el aliento.

—Preciosa, ¿qué tal si haces una obra de caridad y ayudas a este pobre samaritano? —dice una voz detrás de ella, con ese tono medio burlón que desarma cualquier defensa.

Al voltear, Annie se encuentra con un hombre que parece esculpido por los dioses: ojos azules intensos, mandíbula firme, una herida visible en la mejilla, la ropa desordenada y rastros de sangre en los nudillos. Su apariencia lo delata. Aquello no ha sido un asalto… ha sido una pelea.

—¿Señor, está bien? ¿Lo atracaron? —pregunta Annie, con genuina preocupación mientras lo examina con la mirada.

Pero al fijarse mejor, nota que el verdadero conflicto ha sido entre hombres, probablemente por una disputa personal… tal vez una mujer.

—Si estás pensando que fue por una mujer, saca esa idea de tu cabeza —dice él, con una sonrisa ladeada que podría hacer temblar a cualquiera.

Jarek… así se llama: es apuesto, con piel clara, cuerpo atlético y ropa hecha a la medida. Su presencia deja claro que es alguien importante, poderoso… y acostumbrado a tener el control.

Annie se queda viéndolo, sin poder evitar susurrar lo que piensa:

—¿Acaso lee mentes?

—No suelo dar explicaciones, pero algo me dice que contigo debo hacer una excepción. El que se fue corriendo era mi hermano… se cree el Alfa de Alfas —dice Jarek con sarcasmo. Al notar que ella es una humana común, intenta restarle importancia a sus palabras, pero ya es tarde.

Annie frunce el ceño. Definitivamente, ha sido una pelea de egos. Dos machos midiendo fuerzas. Machos alfa, literalmente.

Jarek la observa con detenimiento. Su aroma lo hipnotiza. No hay duda. Respira hondo y sonríe con picardía. La ha encontrado.

—¿Señor, a dónde lo llevo? —pregunta Annie, tomándolo por la cintura mientras él apoya su brazo sobre sus hombros con evidente confianza.

—Ayúdame a llegar a la casa principal, pero entremos por la parte trasera. No quiero que mi madre se altere al verme así —pide el desconocido—. Perdona, no me he presentado; soy Jarek Ferguson.

—¡Usted es el dueño de este lugar y mi jefe! —exclama Annie, asombrada, como si de pronto el aire se volviera más denso.

—Entonces, eres la nueva ingeniera —responde él con una sonrisa ladina, provocando que ella se ponga nerviosa.

—Sí, señor. Soy Annie Becker y espero cumplir con las expectativas del trabajo —ambos llegan a la puerta trasera.

—Annie, creo que, de ahora en adelante, pasaré más tiempo aquí. Gracias por ayudarme; mañana hablaremos formalmente —se despide Jarek. No quiere que su madre interfiera sin haberla puesto al tanto. Puede arruinar los planes.

—¿Está seguro de que no necesita que lo ayude más? —pregunta preocupada, ya que durante el recorrido lo ha escuchado quejarse más de una vez.

—No, preciosa, dentro de la casa, la gente de servicio me ayudará.

—¿Y si el orangután sigue aquí y vuelve a golpearlo? Mire que está muy mal y no se podrá defender —Annie insiste en ayudarlo, casi rogando.

Jarek sonríe; por primera vez se siente triunfador ante su hermano. Ahora tiene una pequeña ventaja sobre la chica, de la cual piensa sacar provecho. Escanea el lugar y respira profundamente, buscando el olor de Arón; su olfato desarrollado no lo detecta.

—Ya se ha marchado —dice, dejando escapar pequeños gemidos de dolor—. Desahogó su furia en mí y se fue antes de enfrentar las represalias de mi madre —añade, fingiendo una expresión triste, calculada.

—Me alegra que se haya largado, y ojalá no me lo tope, porque ya le tengo fastidio —expresa ella, mezclando temor y rabia en su voz.

Antes de que Annie se aleje, una mujer muy elegante, vestida de blanco con un impecable traje de jinete, se aproxima a Jarek. La dama le lanza una mirada despectiva e ignora a Annie como si fuera una simple cucaracha digna de ser aplastada.

—Hasta luego, señor Ferguson —se despide. Algo en la mujer que acaba de aparecer grita peligro.

Corre. No te quedes.

—Hasta mañana, señorita Becker —responde Jarek de manera muy formal. Conoce a su madre por la manera en que ha mirado a la chica, y sabe que no es de su agrado.

—¿Qué te pasó, Jarek? ¿No me dirás que el salvaje de Arón se atrevió a golpearte? —pregunta, llena de ira ante el atrevimiento de su hijastro.

—Mamá, preguntas cosas que son tan obvias —responde, haciendo una mueca.

—¿Quizás porque no logro entender por qué permites que te lastime? Y aun tu lobo no te ha curado —su voz está cargada de reproche.

—Señora Raiza, cálmese. He encontrado algo con lo que estoy completamente seguro de que lograré acabar con mi querido hermano. Le dejaré una herida tan profunda que rogará que termine con su patética vida.

—Pero ¿por qué tu lobo no te ha curado aún? —pregunta preocupada, acariciándole con delicadeza el rostro.

—Madre, porque necesitaba que ella me viera como la víctima —sonríe, mientras Ares, su lobo, empieza a curarlo.

—¿Acaso esa humana patética es el talón de Aquiles de Arón? —su tono es despectivo, como si hablara de una plaga.

—Sabes que tengo la habilidad de identificar a las parejas destinadas antes de que ellos mismos se den cuenta.

Raiza asiente; ese es un don especial de su hijo, uno que le ha permitido obtener ciertos favores.

—Ella es la pareja destinada de Arón. El imbécil estaba tan furioso al encontrar a la potra que golpeaste malherida, que no prestó atención.

—Esa maldita yegua casi me tumba, así que tuve que enseñarle quién manda.

—Madre, deja de golpear a los animales. Ellos te tienen pánico; tu sola presencia los altera y no quiero ver a Arón rondando por aquí, eso podrá hacer que mis planes se vengan abajo.

—Está bien, solo por ti lo haré —responde girando los ojos. Ella detesta a los equinos, ya que sabe que son lo que más ama su hijastro, y golpearlo es como si lo hiciera con él.

¿Qué trama Jarek?…

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