ARTURO VEGA
Cáncer, cuando uno habla de esa maldita enfermedad solo hay una palabra que parece ir engarzada: muerte.
Cuando Katy y yo éramos niños y teníamos miedo, tristeza, enojo o cualquiera de esos sentimientos que te envenenan y te hacen llorar, terminábamos aquí, en la parte más alejada del viñedo, sentados sobre la misma barda de piedra la cual era terriblemente incómoda, pero… ¡qué vista tan más preciosa! Los viñedos floreciendo y la puesta de sol siempre traían paz para el alma, así que carecía de sentido preocuparse por un trasero adolorido cuando podías calmar un poco el dolor de tu corazón perdiéndote en los colores del atardecer.
Vi de reojo a Katy, su tristeza era tan profund
MARCOS SAAVEDRACuando Katia desapareció del mapa, le encargué a cada uno de mis trabajadores que vigilaran las finanzas de la familia Vega, sabía que en algún momento harían un gasto desmedido o significativo que me indicara dónde buscar. Lo único que no me esperaba era que se tratara de un pago a una clínica para realizar un aborto quirúrgico.Odiaba a Katia por intentar matar a mi hijo, porque estaba completamente seguro de que era mío, y creí que, al volver a verla, no podría contener mi rabia, pero… las cosas no salieron como esperaba. De pronto me encontré atrapándola contra la pared, deseando sus labios y el calor de su cuerpo, suplicando por una explicación.—¿No firmaste el divorcio? —pre
MARCOS SAAVEDRANo sé en qué momento terminé en la mesa del comedor, bebiendo junto a Arturo. Parecía una clase de parodia. Todas las veces que nos habíamos visto, había violencia de por medio, excepto en ese momento.Katia Vega, la chica hermosa de vestido de novia que caminó hacia el altar, renunciando a su vida para unirla a la mía, pese a mi abandono y frialdad. La esposa que siempre tenía un plato de comida caliente, la casa limpia y cuidaba de una niña que no era suya, como si fuera propia. La mujer que nunca quise tocar mientras estuvimos casados, a la que humillé y maltraté. Tenía cáncer y no sabía cómo… asimilarlo. —Aún no hay metástasis… Mientras la enfermedad no migre a otros órganos, aún hay esperanzas de que sobreviva, pero ella desea tener a ese niño y no recibir el tratamiento —contestó Arturo acabándose el contenido de su vaso de una sola intención—. Marcos Saavedra, puedes tener a cualquier mujer, a la que tú quieras, puedes destruir cuanta fémina se te ponga en el c
MARCOS SAAVEDRA Era la primera vez que le regalaba flores y no supe cómo explicar lo que me hizo sentir su sonrisa. Mis latidos se desquiciaron, mi corazón parecía rebotar dentro de mi tórax y mis ojos escocieron al notar su semblante cansado. Bajo la luz de la luna me percaté de que sus mejillas estaban desapareciendo, sus ojos se veían hundidos y su piel parecía demacrada.Katia se estaba marchitando y comprendí que Arturo tenía razón, yo era un maldito egoísta, ¿cómo es que no me di cuenta antes de su semblante? Solo estaba enfocado en mi hijo y en no perderlo cuando su madre estaba muriendo lentamente.Acerqué mi mano a su mejilla y la acaricié, volviendo a sentir su suavidad. —¿En verdad eres tú? —preguntó ladeando su cabeza como una cachorrita confundida. Sus dedos dejaron de acariciar las flores, extendiéndose hacia mí, temerosa de que solo fuera una alucinación. En cuanto percibí su tacto en mi mejilla, cerré los ojos, conmovido, y el dolor en mi pecho aumentó. Me incliné h
KATIA VEGAEvadí como toda una campeona cada pregunta de Rosa, mientras pensaba en esa visita tan enigmática de Marcos. Jamás lo había visto sin ropa elegante, jamás me había regalado flores, pero… como siempre, fue un regalo significativo, no podía esperar menos de él. Sentada a la orilla de la cama, vi las flores sin percibir el tiempo. Tenía ganas de salir corriendo de la finca y que un taxi me llevara a la ciudad, a las oficinas del banco nacional. No pude ocultar esa maldita sonrisa que se formaba cuando pensaban en lanzarme a los brazos de Marcos y llenarlo de besos, decirle al oído que él sería mi amor eterno, que había entendido el mensaje de sus flores y que estaba dispuesta a luchar a su lado. —¿Kat? ¿Estás indispuesta? —preguntó Arturo del otro lado de la puerta. Su voz sonaba a precaución y suspenso. Solo entonces volví a ser consciente de mi dolor físico, pero aún la felicidad parecía bombear endorfinas por mi sangre. —¡Pasa! —exclamé y quise forzar mi boca a esconder
KATIA VEGA —Piénsalo… —dijo Rosa mientras caminábamos entre las plantas de vid, recolectando las uvas maduras—. Con ese dinero podrías ir a un mejor lugar, más especializado. —No quiero tocar ni un centavo… —contesté con amargura. —¡Kat! ¡Por favor! ¡Es tu dinero! —exclamó deteniéndose y volteando hacia mí, desesperada por hacerme entender—. ¡Tú te lo ganaste con cada humillación y bofetada que ese desgraciado te dio! ¡Cada cosa mala que te hizo y tú aguantaste! ¿No te das cuenta? Puedes empezar de nuevo. Por fin volteé hacia ella, confundida. —Ese dinero no solo puede ayudarte a sanar físicamente… ¿Qué hay de retomar la universidad? ¿Qué hay de cumplir tus sueños? —No quiero hacerlo a costa de él… —contesté con tristeza, recordando esa noche en el viñedo. ¡Tenía que hablar con él! Debía de haber alguna clase de confusión. Tal vez lo hacía por el bebé. ¿Y si le decía toda la verdad? Si se arreglaba todo entre nosotros, ¿no había posibilidad de volvernos a casar?, y aunque eso
KATIA VEGAAbrí mi puño, mostrándole el anillo, pues yo aún seguía aferrándome a él, pero solo torció los ojos y con un suspiro apesadumbrado, tomó el anillo entre sus dedos y negó con la cabeza. —A veces eres tan absurda. Sabía que casarme con una mujer tan joven e inmadura era un gran error. —De pronto, sin que me lo esperara, tiró del anillo, arrancándolo de mi cuello y lanzándolo al suelo como si fuera basura—. Lo que necesito es una mujer fuerte y decidida, no una que se la pase llorando por todo. Lo dije antes, lo sostengo ahora.Cubrí mi cuello, aún escéptica. ¿En verdad me había arrancado el anillo?—Vete, aborta y deja de joderme… ¿quieres? —d
KATIA VEGA—Mi niña… recuerda que todo tiene un ciclo —dijo mi abuela con melancolía—. Es triste que los hijos entierren a los padres, pero es aún más triste que los padres entierren a los hijos. Imagínate cuánto sería mi dolor si te fueras antes que yo. No es natural, ni benevolente.Entendí lo que quería decir sin que fuera tan directa: «No mueras antes que yo». Asentí y besé su frente con ternura. —Lo sé, abuelita, lo sé… —contesté con media sonrisa.—Bien, te dejo a solas con el doctor —agregó dándome palmaditas en la mejilla y apoyándose en Arturo para salir de la sala.—Señorita
KATIA VEGADecidí viajar sola. Tanto mi hermano como Rosa deseaban acompañarme, pero los rechacé. Sentí que era necesario que me enfrentara a esto por mí misma. Posé mi mano sobre mi vientre y me lamenté por lo que estaba a punto de hacer. Me dolía perderlo, me dolía renunciar a él.—¿Señorita Vega? —preguntó la enfermera mostrándome una enorme sonrisa—. Ya puede pasar al consultorio. Me recibió una doctora muy joven y de apariencia agradable. Me revisó con minuciosidad y le presenté el expediente que el doctor me había entregado. Después de hojearlo, levantó la mirada hacia mí. —¿Embarazada? —inquirió sorprendida en cuanto entró un doctor que le llevaba más años. Por el parecido, de seguro era su padre, el cual se asomó al expediente y no pudo ocultar su cara de sorpresa. —Vaya problema… —contestó el doctor Chapman y por un momento se vio a los ojos con su hija. —Estoy consciente de que no puedo tenerlo, si quiero tomar el tratamiento pertinente para salvar mi vida —agregué con lo