MARCOS SAAVEDRAUna caricia dulce, un beso suave en mis labios y su aroma torturándome. Podía verla entre la bruma, así como a sus encantadores ojos azules, sus labios rosas y su piel tersa. De pronto sentí su boca en mi oído, pronunciando suavemente: «despierta». Abrí los ojos, conectándome de nuevo con la realidad. Me quedé por un momento estático sobre la cama, queriendo saborear aún su presencia en mis sueños, el único lugar donde todavía la podía tener. Cuando mi cuerpo terminó de despertar y mis sentidos se despidieron de su recuerdo, me intenté levantar de la cama. Pasaban de las once de la mañana, era demasiado tarde, como últimamente ocurría. Sacudí mi cabello mientras escuchaba el suave ronquido de las dos mujeres que habían pasado la noche conmigo.Desde que Katia había desaparecido de mi vida, a esto se reducía mi rutina: trabajar, ir a algún bar saliendo de la oficina, beber hasta olvidarme de mí mismo y pasar la noche con una mujer diferente, despertar tarde y volver a
KATIA VEGA—Entonces… ¿Ya te vas a titular? —preguntó Rosa mientras veía el vino en el fondo de su vaso.—Sí, solo tengo que recibir la autorización de mi sinodal para que pueda presentar mi examen de titulación —contesté con media sonrisa.—Me siento muy orgulloso de ti —agregó Arturo expresando en su mirada su sentir. Tomó mi mano y la apretó con dulzura.—¡Sí, mami! ¡Eres muy inteligente! —exclamó Emilia acurrucándose a mi lado en el sillón—. Te extrañé tanto. ¿Volverás cuando por fin termines la escuela? ¡La abuela te mandó un gran beso y un abrazo! ¡Ya quiere verte de nuevo! Si de algo estaba decidida era en no volver a pisar ese país donde fui tan infeliz. Italia me mostraba todo un mundo nuevo, sin toxicidad ni dolor. Cuando me sentía melancólica y pensaba que volver a Marcos no sonaba como una mala idea, tomaba mi libro de Cumbres Borrascosas y veía esa flor seca entre sus páginas, recordándome la última vez que estuve frente a él y como me humilló, haciendo que de nuevo volv
MARCOS SAAVEDRA —¿Siempre es tan explosivo y violento? ¿Ha golpeado a alguien en un arranque de ira? —preguntó la psicóloga tranquilamente mientras apuntaba en su libreta. —¿Hay algún problema con que sea así? —inquirí divertido sin apartar mi mirada—. ¿La intimidan los hombres fuertes? —La violencia no es sinónimo de fuerza… por el contrario, señor Saavedra —contestó levantando la mirada—. ¿Le importaría sentarse? Durante la sesión me había rehusado a estar quieto. Preferí deambular por mi despacho y concentrarme en el librero, paseando no solo la mirada, sino también mis dedos que buscaban algún título interesante para distraerme de ese momento. —¿Le molesta que caminé por mi propio despacho? —pregunté divertido, me detuve detrás de ella y posé mis manos en sus hombros—. ¿Se siente vulnerable al no tener el control de la situación? Lo lamento, pero… suelo tener un carácter muy dominante, más cuando se trata de mujeres hermosas. Pude sentir como su cuerpo tembló antes de que
KATIA VEGA —¿Cómo que trabajo especial? —pregunté al director de la universidad mientras mi estómago se retorcía. —Sí, recibí una solicitud de una persona muy influyente… —contestó sentado en el escritorio, revisando unos papeles—. Necesita que vayas a darle terapia a un hombre muy importante. Esto te servirá como un último escalón para titularte. —Yo creí que… con la tesis sería más que suficiente. Mi sinodal está contento con el resultado y, aunque el jurado sigue deliberando, parece que es un trabajo digno para titularme por fin. ¿Por qué agregar este requerimiento de improviso? —insistí angustiada. Me había esforzado demasiado para llegar hasta donde estaba como para hacer más larga mi espera. —Katia Vega, eres una psicóloga prometedora. Creo que tienes capacidades suficientes para llegar muy lejos… Sería una tristeza que, por no querer hacer un trabajo tan sencillo, vayas a truncar tu carrera. —¿Qué? —¿Me estaba amenazando? En ese momento la puerta se abrió y un taconeo i
MARCOS SAAVEDRACon la mirada clavada en las luces neón y esa escultural mujer bailando sobre mi mesa, no pude alejar mis pensamientos de la psicóloga. Me causaba molestia no saber tanto de ella como ella parecía saber de mí.Me acabé mi trago en el momento que mi teléfono comenzó a sonar. Se trataba de mi abogado. —Encontré su dirección… —dijo de inmediato—. Por lo que investigué, es psicóloga recibida en la universidad de Milán, aunque es nacida en Venecia. Eleonor Bianchi es su nombre completo.—Bien… Le haré una visita —contesté apretando los dientes.Salí del club, sacudiéndome a todas las mujeres que se me colgaban
MARCOS SAAVEDRALlegué cargado de determinación al despacho. Sabía que esa mujer ya estaba ahí, esperándome, pululando entre mis cosas. Abrí la puerta y me la encontré como siempre, tan misteriosa, frente a la ventana, viendo el jardín con atención. Giró sobre sus talones y me sonrió de medio lado, con la mano extendida me pidió que me sentara mientras ella tomaba sus apuntes.Sin perder más tiempo, me planté frente a ella y la tomé con fuerza del brazo, aumentando su desconcierto. Entreabrió los labios, pero antes de que me dijera algo, le arranqué la máscara de una sola intención.—¡No! ¡¿Qué le pasa?! —exclamó agachando el rostro y queriendo cubrirlo con sus m
KATIA VEGALlegué a la casa de Marcos, Silvia me recibió con cortesía. Mi disfraz era tan perfecto que ni siquiera ella me reconocía. Acomodé todo en el despacho y esperé paciente. Cuando la puerta se abrió, giré para poder ver a Marcos, con ese gesto frío. Conteniendo su malhumor, se dejó caer en una de las sillas frente a mí.—¿Qué pasa? ¿No era lo que querías? Vengo dispuesto a hablar… —dijo apretando los dientes. Parecía tener una lucha interna encarnizada.—¿De qué quieres que hablemos? —pregunté sentándome aún con desconfianza.—De ella… —contestó con melancolía y aga
MARCOS SAAVEDRASalimos juntos de la casa, manteniendo la distancia. Abrí la puerta de mi auto para ella y cuando pasó a mi lado, no pude evitar aprovechar para inhalar su aroma que se me hacía tan familiar y que solo aumentaba mi melancolía.Durante el camino ella se mantuvo en completo silencio y yo lo soporté. No quería decir algo que la espantara o hiciera que se arrepintiera.Llegamos a aquel bar en el que me refugiaba cada vez que me sentía vulnerable o perdía algo más en mi vida.—¿Entrarás con la máscara? —pregunté notando como estaba dispuesta a salir del auto así.—¿Y permitir que me vean contigo? —