KATIA VEGAEvadí como toda una campeona cada pregunta de Rosa, mientras pensaba en esa visita tan enigmática de Marcos. Jamás lo había visto sin ropa elegante, jamás me había regalado flores, pero… como siempre, fue un regalo significativo, no podía esperar menos de él. Sentada a la orilla de la cama, vi las flores sin percibir el tiempo. Tenía ganas de salir corriendo de la finca y que un taxi me llevara a la ciudad, a las oficinas del banco nacional. No pude ocultar esa maldita sonrisa que se formaba cuando pensaban en lanzarme a los brazos de Marcos y llenarlo de besos, decirle al oído que él sería mi amor eterno, que había entendido el mensaje de sus flores y que estaba dispuesta a luchar a su lado. —¿Kat? ¿Estás indispuesta? —preguntó Arturo del otro lado de la puerta. Su voz sonaba a precaución y suspenso. Solo entonces volví a ser consciente de mi dolor físico, pero aún la felicidad parecía bombear endorfinas por mi sangre. —¡Pasa! —exclamé y quise forzar mi boca a esconder
KATIA VEGA —Piénsalo… —dijo Rosa mientras caminábamos entre las plantas de vid, recolectando las uvas maduras—. Con ese dinero podrías ir a un mejor lugar, más especializado. —No quiero tocar ni un centavo… —contesté con amargura. —¡Kat! ¡Por favor! ¡Es tu dinero! —exclamó deteniéndose y volteando hacia mí, desesperada por hacerme entender—. ¡Tú te lo ganaste con cada humillación y bofetada que ese desgraciado te dio! ¡Cada cosa mala que te hizo y tú aguantaste! ¿No te das cuenta? Puedes empezar de nuevo. Por fin volteé hacia ella, confundida. —Ese dinero no solo puede ayudarte a sanar físicamente… ¿Qué hay de retomar la universidad? ¿Qué hay de cumplir tus sueños? —No quiero hacerlo a costa de él… —contesté con tristeza, recordando esa noche en el viñedo. ¡Tenía que hablar con él! Debía de haber alguna clase de confusión. Tal vez lo hacía por el bebé. ¿Y si le decía toda la verdad? Si se arreglaba todo entre nosotros, ¿no había posibilidad de volvernos a casar?, y aunque eso
KATIA VEGAAbrí mi puño, mostrándole el anillo, pues yo aún seguía aferrándome a él, pero solo torció los ojos y con un suspiro apesadumbrado, tomó el anillo entre sus dedos y negó con la cabeza. —A veces eres tan absurda. Sabía que casarme con una mujer tan joven e inmadura era un gran error. —De pronto, sin que me lo esperara, tiró del anillo, arrancándolo de mi cuello y lanzándolo al suelo como si fuera basura—. Lo que necesito es una mujer fuerte y decidida, no una que se la pase llorando por todo. Lo dije antes, lo sostengo ahora.Cubrí mi cuello, aún escéptica. ¿En verdad me había arrancado el anillo?—Vete, aborta y deja de joderme… ¿quieres? —d
KATIA VEGA—Mi niña… recuerda que todo tiene un ciclo —dijo mi abuela con melancolía—. Es triste que los hijos entierren a los padres, pero es aún más triste que los padres entierren a los hijos. Imagínate cuánto sería mi dolor si te fueras antes que yo. No es natural, ni benevolente.Entendí lo que quería decir sin que fuera tan directa: «No mueras antes que yo». Asentí y besé su frente con ternura. —Lo sé, abuelita, lo sé… —contesté con media sonrisa.—Bien, te dejo a solas con el doctor —agregó dándome palmaditas en la mejilla y apoyándose en Arturo para salir de la sala.—Señorita
KATIA VEGADecidí viajar sola. Tanto mi hermano como Rosa deseaban acompañarme, pero los rechacé. Sentí que era necesario que me enfrentara a esto por mí misma. Posé mi mano sobre mi vientre y me lamenté por lo que estaba a punto de hacer. Me dolía perderlo, me dolía renunciar a él.—¿Señorita Vega? —preguntó la enfermera mostrándome una enorme sonrisa—. Ya puede pasar al consultorio. Me recibió una doctora muy joven y de apariencia agradable. Me revisó con minuciosidad y le presenté el expediente que el doctor me había entregado. Después de hojearlo, levantó la mirada hacia mí. —¿Embarazada? —inquirió sorprendida en cuanto entró un doctor que le llevaba más años. Por el parecido, de seguro era su padre, el cual se asomó al expediente y no pudo ocultar su cara de sorpresa. —Vaya problema… —contestó el doctor Chapman y por un momento se vio a los ojos con su hija. —Estoy consciente de que no puedo tenerlo, si quiero tomar el tratamiento pertinente para salvar mi vida —agregué con lo
MARCOS SAAVEDRAUna caricia dulce, un beso suave en mis labios y su aroma torturándome. Podía verla entre la bruma, así como a sus encantadores ojos azules, sus labios rosas y su piel tersa. De pronto sentí su boca en mi oído, pronunciando suavemente: «despierta». Abrí los ojos, conectándome de nuevo con la realidad. Me quedé por un momento estático sobre la cama, queriendo saborear aún su presencia en mis sueños, el único lugar donde todavía la podía tener. Cuando mi cuerpo terminó de despertar y mis sentidos se despidieron de su recuerdo, me intenté levantar de la cama. Pasaban de las once de la mañana, era demasiado tarde, como últimamente ocurría. Sacudí mi cabello mientras escuchaba el suave ronquido de las dos mujeres que habían pasado la noche conmigo.Desde que Katia había desaparecido de mi vida, a esto se reducía mi rutina: trabajar, ir a algún bar saliendo de la oficina, beber hasta olvidarme de mí mismo y pasar la noche con una mujer diferente, despertar tarde y volver a
KATIA VEGA—Entonces… ¿Ya te vas a titular? —preguntó Rosa mientras veía el vino en el fondo de su vaso.—Sí, solo tengo que recibir la autorización de mi sinodal para que pueda presentar mi examen de titulación —contesté con media sonrisa.—Me siento muy orgulloso de ti —agregó Arturo expresando en su mirada su sentir. Tomó mi mano y la apretó con dulzura.—¡Sí, mami! ¡Eres muy inteligente! —exclamó Emilia acurrucándose a mi lado en el sillón—. Te extrañé tanto. ¿Volverás cuando por fin termines la escuela? ¡La abuela te mandó un gran beso y un abrazo! ¡Ya quiere verte de nuevo! Si de algo estaba decidida era en no volver a pisar ese país donde fui tan infeliz. Italia me mostraba todo un mundo nuevo, sin toxicidad ni dolor. Cuando me sentía melancólica y pensaba que volver a Marcos no sonaba como una mala idea, tomaba mi libro de Cumbres Borrascosas y veía esa flor seca entre sus páginas, recordándome la última vez que estuve frente a él y como me humilló, haciendo que de nuevo volv
MARCOS SAAVEDRA —¿Siempre es tan explosivo y violento? ¿Ha golpeado a alguien en un arranque de ira? —preguntó la psicóloga tranquilamente mientras apuntaba en su libreta. —¿Hay algún problema con que sea así? —inquirí divertido sin apartar mi mirada—. ¿La intimidan los hombres fuertes? —La violencia no es sinónimo de fuerza… por el contrario, señor Saavedra —contestó levantando la mirada—. ¿Le importaría sentarse? Durante la sesión me había rehusado a estar quieto. Preferí deambular por mi despacho y concentrarme en el librero, paseando no solo la mirada, sino también mis dedos que buscaban algún título interesante para distraerme de ese momento. —¿Le molesta que caminé por mi propio despacho? —pregunté divertido, me detuve detrás de ella y posé mis manos en sus hombros—. ¿Se siente vulnerable al no tener el control de la situación? Lo lamento, pero… suelo tener un carácter muy dominante, más cuando se trata de mujeres hermosas. Pude sentir como su cuerpo tembló antes de que