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Capítulo 2. ¿Por qué me odias?

Alessandra Cavani

Me avergüenza mirar a Ryan O' Conell, aunque no es mi culpa que su hermano me haya dejado tirada en medio de la nada, vistiendo incluso mi vestido de novia. Me trago la humillación y finjo que todo está bien, mientras subo al auto de mi cuñado. No me fijo en que mis tacones de aguja están llenos de fango y que puedo ensuciar la alfombrilla, pero parece que no es algo que a Ryan le importe.

Tomo asiento en el brillante cuero negro y con el cuerpo tenso, miro al frente. Estoy rígida, mis manos son dos puños apretados y mi mandíbula duele, por aguantar las ganas de llorar que me embargan.

«No preguntes nada, por favor». Me repito interiormente; con suerte, no tendré que dar explicaciones de algo que yo todavía no entiendo.

—No te voy a preguntar qué sucedió, solo necesito que me digas hacia dónde te llevo —aclara y yo giro la cabeza para mirarlo a los ojos. Frunzo el ceño ante la duda de si escuchó o no mis pensamientos—. Tu casa, ¿tal vez?

Escruto su rostro sin mediar palabra, la verdad es que no sé qué responder. Él espera en silencio a que yo tome una decisión. Muerdo mi labio inferior en lo que valoro mis opciones.

—Mi antigua casa no es una opción —murmuro, pensando en voz alta—. Y a la nueva no tengo intenciones de ir…todavía.

Ryan tamborilea sus dedos en el volante y hace una mueca medio divertida. No tengo idea si quiere reírse y solo se aguanta porque antes que todo es un caballero, pero no me extrañaría que quisiera hacerlo. Yo me reiría de mí misma si tuviera ganas. Pero lo único que quiero hacer es olvidar lo sucedido hoy, olvidar que acabo de casarme con un hombre que me odia y que le importa poco mi bienestar si fue capaz de dejarme para irse con una de sus tantas mujeres.

No es que me interese su vida privada, puede follarse a todas las mujeres que le dé su regalada gana; pero cuando su actitud de m****a me afecta a mí, entonces se le acaba su libre albedrío. Eso es algo que debo hacerle entender. Pero, por el momento, solo quiero olvidar.

Y para eso necesito beber.

—Llévame a donde pueda tomar un trago, por favor —pido, mirándolo a los ojos, que son muy parecidos a los de su hermano, pero los suyos son más grises. El azul eléctrico de Dylan nunca antes lo he visto en nadie más.

—No creo que…

—Por favor —lo interrumpo, a punto de hacer un puchero—. Necesito olvidar este desastre.

—Si lo hago, podría traerme problemas con mi hermano —asegura, con tono divertido.

Ruedo los ojos y poco me falta para soltar un resoplido.

—A tu hermano yo no le importo, es evidente —señalo mi cuerpo, con mi mano, para que se fije en mi ropa.

Él no se corta y hace caso a mi invitación. Mira mi cuerpo, desde mi rostro y hasta mis muslos, para luego subir con más lentitud de la que debería.

—A mí tampoco me importa lo que él piense —declara y sonríe. Su gesto eriza los cabellos de mi nuca y no sé la razón—, así que te llevo.

Le dedico una tensa sonrisa y él me guiña un ojo. Se coloca sus gafas de sol y pone el auto en movimiento otra vez. Yo me limito a mirar al frente, luego de ponerme el cinturón.

El viaje hasta la ciudad lo hacemos en silencio. La ceremonia de boda y todo lo demás, se hizo en la casa de la familia O' Conell, a las afueras, por lo que el trayecto es un poco largo. Intento relajarme en el asiento y trato de no pensar en lo que hubiera sido de mí si Ryan no hubiera salido prácticamente detrás de nosotros.

Lo que me hace pensar.

—Lo siento si ibas a otro lugar y yo frustré tus planes, no quise…

—No te preocupes —dice y gira su cabeza, para mirarme—, no tengo nada mejor que hacer.

Se enfoca otra vez en la carretera y yo solo pienso en el momento en la fiesta cuando fue a darme la bienvenida a la familia. Mi reacción estuvo fuera de lugar, pero sería raro e incómodo mencionarlo ahora. Mejor espero a tener un poco de alcohol en mi sistema para deshinibirme un poco.

Varios minutos después, atravesamos el salón principal de un local privado y moderno. Al instante me dirijo a la barra, ni siquiera me fijo si Ryan me sigue o no. En cuanto el barman me ve, observa mi vestido y enarca una ceja.

—Un whisky a las rocas, por favor —pido, obviando su mirada y aguantando el resoplido—. Y que sea doble.

—No creía que fueras una chica de whisky —murmura Ryan detrás de mí.

Yo no le presto atención, hasta que el chico detrás de la barra no pone el vaso ancho de cristal con el líquido ambarino delante de mí. Cuando lo hace, lo tomo con dos largos tragos que queman mi garganta. Cierro los ojos y dejo que esa cruda sensación haga su efecto. Dejo el vaso otra vez sobre la barra con un golpe seco y pido otra ronda.

Me volteo, para ver a Ryan con los ojos muy abiertos y una sonrisa bailando en sus labios. Me fijo en que lleva su esmoquin y que se ve completamente fuera de lugar, así como yo. Por alguna razón, eso me hace sentir cómoda.

—Si voy a beber, que sea algo fuerte —determino, tomo el vaso otra vez y me encojo de hombros.

—Solo por saber, ¿qué tanto aguantas? Necesito estar preparado —pregunta, con sus manos metidas en los bolsillos de sus pantalones de vestir, en una pose relajada.

—La verdad, la verdad…ya tomé más de lo que acostumbro —confieso, un poco avergonzada—. Pero prometo portarme bien.

Le guiño uno ojo, como es habitual en él. Y me tomo de un trago el contenido del vaso, una vez más.

***

Despierto con el sonido de agua corriendo en la ducha. Abro los ojos y un dolor de cabeza intenso me hace retorcerme sobre la cama. Me levanto de un salto cuando reacciono y el movimiento brusco revuelve mi estómago. Vuelvo a sentarme sobre la cama blanda cuando presiento que podré caerme. Miro a mi alrededor y reconozco la habitación principal de mi nueva casa, la de recién casada, donde se suponía que debía pasar mi “noche de bodas”.

Mi corazón se acelera al pensar lo peor. Miro mi cuerpo y todavía llevo el vestido de novia que ya empiezo a odiar, pero que, por el momento, me hace suspirar con alivio. Por lo menos no engañé a mi esposo el día de nuestra boda, esa hazaña se la dejo a él.

La puerta del baño se abre y aparece mi cuñado, abotonando una camisa que si mal no recuerdo, no es la que llevaba. A pesar de todo, no puedo evitar mirarlo; su complexión delgada, pero atlética, visible entre los últimos botones desabrochados, llama mi atención.

—Ya veo que estás despierta, empezaba a preocuparme —murmura, mientras seca su pelo con una toalla. Sus brazos definidos se tensan con el movimiento.

«Alessandra, enfócate en lo importante». Pestañeo varias veces para concentrarme y puedo notar el atisbo de sonrisa en sus labios ante mi actitud.

—¿Qué estamos haciendo aquí? —pregunto, porque no recuerdo mucho de lo sucedido.

—Te traje a tu nueva casa, sana y salva. Lástima que mi esmoquin no puede decir lo mismo. —Hace una mueca lastimosa y me saca una sonrisa—. La bebida no es lo tuyo, la próxima vez, con un cóctel será suficiente.

Mis mejillas se enrojecen por dos motivos. Uno, porque asumo que terminé vomitando encima de él luego de mi pase de locura temporal. Dos, porque considera que volveremos a beber juntos, lo que no será posible jamás.

—Siento todo esto, de verdad. No esperaba que mi noche de bodas fuera de esta forma.

—No es tu culpa —asegura y me mira por largo rato, al punto de que comienza a incomodarme.

Muerdo mi labio inferior y es la prueba directa de cómo me siento, porque suelo hacerlo cuando estoy nerviosa. Sus ojos se dirijen a mi boca y se quedan ahí por unos segundos de más. Hasta que carraspeo y él desvía su atención de mi rostro.

—Tuve que buscar una camisa en el armario de Dylan, dile que luego se la devuelvo —informa, termina de arreglarse.

Yo me levanto de la cama y asumo que ya querrá irse, aunque no ha hecho amago de tener esa intención.

—Muchas gracias por traerme y por…cuidarme —digo y salgo de la habitación.

No tengo idea qué hora es, pero no quiero malentendidos. Suficiente tengo con saber que estuve profundamente dormida por sabe Dios cúanto tiempo.

—Ya eres de la familia. —Escucho que dice detrás de mí.

Aguanto el resoplido que me provoca y asiento, solo por quedar bien con él. Avanzamos hasta el salón, donde mis maletas y algunas cajas con cosas personales, adornan el espacio. Pero no me detengo, voy directo a la puerta para evitar que Ryan se quede más tiempo. No quiero problemas y viendo la forma en que Dylan me trató, posiblemente crea que me acosté con su hermano.

Sin embargo, hoy no es mi día de suerte, definitivamente. En cuanto abro la puerta de entrada, a pocos metros veo que llega el auto de Dylan. Me tenso, no puedo evitarlo. A duras penas logré que estuviera de acuerdo en aplazar la fecha para el divorcio y esto puede no jugar a mi favor.

—Ya me voy, no te preocupes, no quiero que tengas problemas con mi hermano —musita, cuando pasa por mi lado. Su tono de voz se escucha como si le divirtiera esta situación—. Por cierto…

Alzo la mirada y me encuentro con su rostro muy cerca del mío. Me quedo sin respiración cuando pega su boca a mi oreja y susurra, en medio de una risa baja.

—Conozco tus secretos, Alessandra.

«¿Qué se supone que significa eso?», pienso, aterrorizada de repente.

No me da tiempo a reaccionar, se aleja sonriendo como el gato que se comió al canario. Cuando pasa por el lado de su hermano, que ya se bajó de su auto, lo saluda con un gesto de su mano y sigue hasta donde está aparcado el suyo.

Ni siquiera analizo la expresión furiosa de Dylan mientras se acerca. Me quedo mirando fijamente el lugar por donde desaparece el auto de Ryan, pensando y dándole mil vueltas a lo que él puede saber de mí. La inseguridad me llena y siento el temblor que me recorre, con solo pensar que puede exponerme si así lo desea.

—¿Qué estaba haciendo mi hermano aquí? —pregunta, rabioso, en cuanto llega a mi posición—. Ya veo que no eres capaz de respetar siquiera la casa donde deberíamos vivir juntos.

Pasa por mi lado y atraviesa el salón, va directo a las escaleras que dirigen al segundo piso, a las habitaciones. Lo sigo, aunque en realidad no estoy prestando atención a lo que dice. La preocupación que tengo ahora es demasiada y suficiente para mantenerme alerta.

—Ya no hay trato, firma el divorcio —exige, mientras recoge sus cosas y las guarda en dos maletas que sacó del armario. Veo el sobre que antes no revisé encima de la cama deshecha.

No intento explicar algo que él no entenderá, pero tampoco me quedo callada.

—¿Te atreves a usar esto como excusa luego de dejarme botada en medio de la nada?

—Al parecer te vino bien, si terminaste en la cama con mi hermano —declara, con brusquedad—. Espero que te hayas conformado con seducir al menos a uno de los O' Conell.

«Idiota».

—No me faltes el respeto —exijo, entre dientes—. Tú no sabes qué pasó y tampoco tienes la moral para reclamarme nada.

—No voy a perder mi tiempo contigo —desestima, terminando de empacar sus pertenencias—. Annabelle me está esperando.

«¡No puede ser!».

—¿Annabelle? ¿Ella no estaba fuera del país? —pregunto, aunque no debía hacerlo.

Dylan se voltea para medir mi reacción. Busca algo en mi rostro y no me queda claro qué es, pero no dudo que sea para justificar todo lo que cree de mí.

—Ya regresó —declara, con actitud hosca.

—Cuando supo que ibas a casarte, ¿no? Qué conveniente.

Con dos largos pasos se para delante de mí. Su entrecejo fruncido y sus ojos llameantes me avisan de que no le gustaron mis palabras.

—Te voy a advertir algo —me señala con un dedo—, no te quiero cerca de ella. O te las verás conmigo.

Muerdo mi lengua para no responderle lo que lleva, no obstante, le mantengo la mirada. Que no crea que podrá someterme como le dé la gana.

Da un paso atrás un segundo después y me da la espalda. Va hasta donde están sus maletas y las cierra. Toma una en cada mano y antes de salir de la habitación, señala el convenio de divorcio que sigue sobre la cama.

—Fírmalo y me lo devuelves en un mes, no acepto retrasos.

No espera mi confirmación, se limita a creer que haré lo que diga. Y aunque al menos debería agradecer que continúe nuestro acuerdo de seguir esta farsa por este tiempo, no puedo evitar que mis pensamientos se vayan por otros lados.

—¿Por qué me odias? —pregunto, antes de poder detenerme.

Puede que tenga una idea, si analizo todo lo que me ha dicho en las últimas horas, pero igual me gustaría escucharlo de su boca.

Dylan se detiene y sin voltearse siquiera, me responde.

—Porque tú arruinaste todo lo que yo tenía —declara y sin demorar un segundo más, sigue su camino; lejos de mí.

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