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Capítulo 5. ¿Qué hace ella aquí?

Dylan O¢ Conell

Mi agarre se hace más fuerte en su brazo cuando Alessandra intenta zafarse, porque no puedo dejarla ir. Ella no tiene que estar aquí y debe comprenderlo cuanto antes, este no es su lugar. No entiendo con qué intención mi hermano la llamó y además, la defiende, pero no dudo que ya se haya dejado influenciar por ella y su arte seductor. Su fama no es precisamente por su profesión, más bien por los problemas que siempre tiene alrededor y que, casi siempre, tienen que ver con hombres.

Me alejo de la casa, rumbo a donde dejé a Anyelina esperándome. Fue una suerte que ella estuviera de acuerdo y no me dejara una vez más por culpa de las acciones de Alessandra Cavani, la maldición de mi vida. Doblamos la esquina y suelto el agarre, para evitar dramas innecesarios, ya basta con los que tenemos. Anyelina, al verme, se me acerca con una sonrisa radiante en sus labios, pero la pierde por completo cuando se cruza con Alessandra.

—¿Qué hace ella aquí? —pregunta, con sus dientes apretados y una expresión indignada en el rostro—. ¿No le basta con todo lo que ha molestado ya?

—Anyelina, por favor…

—No, Dylan, no puedo creer que la hayas traído aun cuando sabes todo lo que ella me ha quitado —solloza, sus ojos se cristalizan y yo me siento horrible.

Anyelina Thompson es la mujer de mi vida, pero por motivos que de solo pensarlos me dan rabia, la relación nuestra se volvió tensa. Todo por culpa de Alessandra.

—¡Yo debería ser tu esposa! —exclama, en voz alta. Gesticula mucho con las manos, pese a que sabe que una dama no debe hacerlo—. En cambio…es esta…esta mujer…es tu esposa.

La señala con inquina y aunque creo que Alessandra le dirá algo, se queda callada. Lo que después de todo agradezco, porque me hace las cosas menos difíciles. Aprovecho y me acerco a Anye para tranquilizarla, para comentarle que ya estamos divorciados.

—Mi amor, no, ella y yo ya no estamos casados —aseguro, tomándola de las manos—. Ya firmamos el acuerdo de divorcio.

Anyelina abre mucho la boca, sorprendida con la noticia, supongo. Sus ojos brillan con algo que reconozco como alivio y le sonrío, para que me crea. Ella niega varias veces con la cabeza, todavía no muy convencida.

—¿Solo duraron casados tres días? —pregunta, escéptica.

Tomo su barbilla y la miro fijamente a los ojos, necesito que me crea.

—Todo esto es una farsa, ya te lo dije. Y el matrimonio no duró siquiera un día, la misma noche después de la boda, el divorcio fue firmado —explico, pero no creo que sea suficiente para hacerla entender.

Me giro para ver a Alessandra de frente y pedirle que confirme todo. Sobre todo la parte de la firma, ya que ella no lo hizo delante de mí, pero ese fue el trato al que llegamos.

—Dile la verdad a Anyelina, por favor —pido, sin parecer tosco. Al final de cuentas, necesito que me apoye y si es su intención, ahora mismo puede joderme—. Dile que ya estamos divorciados.

Alessandra enarca una ceja en un primer momento. Me pone nervioso su actitud, porque después de tantos meses alejado de Anyelina, todavía seguimos teniendo problemas para vivir tranquilos por culpa de esta mujer.

Cuando pienso que no hará nada, rueda los ojos y suelta un resoplido.

—Está diciendo la verdad —confirma, con voz monótona—, justo después de la boda me presentó el convenio del divorcio. Yo lo firmé esa misma noche.

Termina y me mira con actitud irritada. No soy tonto y sé que ella solo aceptó obedecer mi petición porque también le conviene, después de todo el trato va de ambos lados y ahora mismo, ella me necesita. Tiene que ceder, si pretende que las cosas sigan su curso.

Anyelina, después de unos segundos de dudas, sonríe radiante y se acerca a mí. Rodea mi cintura con sus brazos y apoya su cabeza en mi pecho, yo correspondo su gesto y dejo salir un suspiro de alivio.

—Te creo —susurra, mientras me aprieta con fuerza—. ¿Podemos irnos ya?

Hago amago de soltarme de su agarre y miro detrás de mí, a Alessandra, para saber si debo llevarla hasta su casa. Después de todo no tengo idea cómo llegó aquí y podría compensar su favor de hace unos segundos dándole un aventón. Ella nos observa con el ceño fruncido y por un momento, me siento incómodo estando abrazado a Anyelina delante de ella. Me digo que es porque si algún invitado de la fiesta nos ve en esta escena más que rara, los comentarios no se harán esperar y esta vez, no solo será culpa de ella el estar metida en un escándalo.

—¿Necesitas que te lleve? —pregunto a Alessandra y ella se sorprende, aunque trata de disimular su reacción.

Niega con la cabeza.

—Gracias, pero no, vine en mi auto —dice y mira alrededor. Muerde su labio y duda qué hacer. Me mira otra vez—. Creo que debo irme.

No me da tiempo a responder algo, porque da media vuelta y se va.

Cuando vuelvo a enfocarme en Anyelina, tiene el ceño fruncido y una mueca indignada en su rostro. Me observa con desconfianza y no dudo que esté analizando mi actitud con Alessandra en ese último momento. Pero finjo que no noto nada y tomo su mano para irnos de una vez.

El trayecto hasta mi apartamento no es muy largo y el viaje lo hacemos en silencio. No me extraña, pero no quiero iniciar un tema que nos ponga mal a nosotros ahora. Ya suficiente tiempo estuvimos separados por culpa de la intromisión de Alessandra como para que ahora vuelva a ser motivo de discusión. Tampoco pretendo justificar mis acciones y aunque siento resentimiento hacia ella, no puedo desentenderme del todo, porque tenemos un trato que debo cumplir. Mi palabra tiene peso y no la doy a la ligera.

Cuando llegamos, estamos solos. Mi hermano se quedó en casa de nuestros padres y dudo mucho que regrese por ahora. En cuanto atravesamos la puerta de entrada, Anye se encamina hacia el salón y se acomoda sobre el sofá de cuero que queda frente a los ventanales. Da unos golpecitos a su lado para que la acompañe. Le hago un gesto para que se espere, en lo que busco una botella de vino y dos copas.

Estando en la cocina pienso en Alessandra y la actitud rara con mi hermano, pero sacudo la cabeza para dejar de pensar en tonterías. No es en ella en la que tengo que enfocarme si quiero recuperar el tiempo perdido con Anyelina.

Regreso al salón y en cuanto le ofrezco la copa de vino a Anye, me siento a su lado.

—¿Tu ex esposa no es la actriz esa de cuarta que sale siempre en las listas de los más polémicos? —pregunta y yo chasqueo la lengua, irritado.

No quiero hablar de Alessandra ahora, pero conociendo a Anyelina, si niego el tema posiblemente lo haga un problema mayor. Suficiente tengo con su desconfianza de hace un rato.

—Sí, es ella misma —respondo, seco.

—Me preocupa, ¿sabes? —confiesa y me mira con los ojos llorosos y a punto de hacer un puchero. Me siento mal por ella y trato de confortarla—. El desenfreno es lo de ella, está obsesionada con armar escándalos y temo que quiera incluirnos a nosotros.

—Ella no hará eso…

—¿Cómo lo sabes? ¿Qué seguridad tienes? No me gustó su actitud de antes y no dudo que esté pensando en qué puede hacer para afectarnos —me interrumpe y me comunica sus mayores miedos. Coloca sus brazos alrededor de mi cuello y acerca su rostro al mío. De cerca puedo ver las marcas en su rostro de la preocupación—. Me aterra que pueda destruir nuestra relación.

Enjugo las lágrimas que caen por sus mejillas cuando me hace su confesión. Un nudo aprieta mi garganta y me siento mal por todo esto que está pasando. Pero algo puedo asegurarle y es que Alessandra Cavani no acabará jamás con nuestro amor.

—Ella jamás te hará daño, eso te lo prometo —declaro, mirándola fijamente a los ojos.

La felicidad brilla en sus ojos al instante y ese miedo injustificado desaparece. La beso con ansias para hacerle entender todo lo que siento por ella y lo que estoy dispuesto a hacer por su bienestar. Anyelina responde a mi beso como siempre lo hace, con docilidad, con amor y con una pasión increíble.

De su boca bajo a su barbilla y sigo hasta su cuello. Anyelina se coloca a horcajadas sobre mí después de dejar la copa sobre la mesilla y no puedo evitar el gemido que se me escapa al saberla otra vez entre mis brazos. A la mujer que he amado por años y que extrañaba demasiado. No me gustaría que nuestro encuentro fuese así, de esta forma y en este lugar, después de todo un año sin hacerla mía, pero la verdad es que la deseo demasiado y al parecer, a ella no es algo que le importe.

—Hazme tuya, Dylan, por favor —muerde mi labio inferior—, aquí mismo.

Pero el rugido que quiere vibrar en mi pecho, se corta en cuanto la puerta de entrada se abre con un suave clic. Y no necesito mirar para saber que tenemos compañía. Mi hermano debe haberse aburrido en la fiesta y decidió regresar a casa.

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