Dos semanas después
He notado a Priscilla muy intranquila durante estos últimos días. He estado muy preocupado por ella, porque después de lo que sucedió entre nosotros hace dos semanas, la he visto más pensativa y nerviosa de lo acostumbrado. Soy un completo idiota por haber mencionado algo como eso. Sé que fue parte de la promesa que le hice el día de nuestra boda, no obstante, nunca pensé que ella se lo tomaría tan a pecho. Si pudiera retroceder el tiempo, juro que lo haría tan solo para cerrar mi puta boca y evitar que mi hermosa esposa se preocupe por ello.
Cierro la puerta de la habitación de nuestra pequeña princesa una vez que coloco en su cunita los ositos de peluche que he comprado para ella. Priscilla aún no los ha visto, quiero que sea una sorpresa para ella, un intento por remediar de alguna forma la metida de pata que cometí en aquel momento.
Camino con sigilo en medio de la noche hasta mi recámara para evitar despertarla. Me siento a su lado y la observo dormir durante largo tiempo, grabando en mi memoria cada detalle de su delicado rostro y de la hermosura de mi tierna y dulce esposa. Me convertí en un maldito afortunado desde el mismo momento en que ella se atrevió a posar sus ojos sobre mí. Ella, es mi mayor tesoro y ahora lleva en su vientre el fruto de nuestro amor. Una pequeña princesita que me ha hecho el hombre más feliz del universo. No puedo desear más, porque con ellas lo tengo todo, incluso, más de lo que nunca soñé tener.
Me acuesto a su lado. La atraigo hacia mí para sentirla muy cerca de mi cuerpo. Amo su olor, su suave y rítmica respiración al dormir, la manera de acurrucarse entre mis brazos una vez los siente alrededor de su cuerpo. Le doy un beso en la sien y luego cierro los ojos para soñar al igual que lo he hecho durante esta última semana con mi hija. Desde que supe que mi mujer estaba embarazada no he dejado de sentirme nervioso. Quiero ser un buen esposo para ella, pero también, un buen padre para mi pequeña.
―Despierta, Paúl ―la voz de mi esposa se escucha a lo lejos, apenas como un ligero susurro―. Cariño, creo que es la hora… nuestra princesa está ansiosa por salir.
¡Mierda! Me levanto súbitamente y comienzo a corretear desesperado por toda la habitación.
―¿Estás segura, nena? ―le pregunto con el corazón en la boca― ¿Esta noche es la noche? ―ya ni sé lo que estoy diciendo―. Es decir… ¿Vamos a ser padres esta misma noche?
Trago grueso y me quedo mirándola con expectación. Mi bella esposa sonríe con dulzura y emoción. No puedo creer lo tranquila y serena que se ve, en cambio, yo, estoy a punto de perder el control y volverme loco. Se levanta de la cama y se pone de pie. Quedo impactado cuando veo salir de entre sus piernas una cascada de agua que empapa toda la alfombra.
―Acabo de romper fuente… así que allí tienes tu respuesta.
Con eso es suficiente para que mis nervios se disparen y esté a poco de sufrir un infarto fulminante. Comprendo bien que mi mujer lo tome de manera relajada debido a que siendo doctora comprende que es un proceso que se da de forma natural antes de traer un hijo al mundo, pero maldición, todos los días no se es padre y estoy a punto de pagar el noviciado.
―Está bien, cariño, lo tengo todo controlado ―expreso con una calma que de ninguna manera refleja el verdadero estado en el que me encuentro, aun así, debo dar el ejemplo; demostrarle que soy el hombre y cabeza de esta familia―. Respira con pausa ―le indico nervioso y más cagado que nunca―, buscaré ropa limpia para ti, te limpiaré y luego prepararé todo para que vayamos a la clínica.
Entro al baño y me acerco al gabinete del lavabo para sacar una toalla. Abro la llave y la meto debajo del chorro para humedecerla. Respiro profundo para calmar mis nervios antes de regresar con mi mujer. Al entrar a la habitación la consigo desnuda.
»Deja que me encargue de ti, cariño ―me acuclillo frente a ella y limpio entre sus piernas―. Siéntate en la cama ―me levanto y la tomo de las manos para ayudarla―, necesito limpiarte los pies ―al terminar de asearla, arrojo la toalla al cesto de la ropa sucia y me dirijo al vestier para coger un camisón cómodo y holgado. Vuelvo con ella y la ayudo a vestirse―. Espérame aquí, cielo ―le indico un poco más calmado―. Iré por las maletas. Vuelvo por ti en un par de segundos.
Voy a la habitación de mi princesa y tomo la pequeña maleta que hemos preparado con sus cosas. Regreso a nuestra habitación y busco la que Priscilla dejó lista para ella.
―Ahora sí, mi reina ―me acerco a ella y la ayudo a ponerse de pie―, ya podemos marcharnos ―bajamos las escaleras poco a poco mientras seguimos realizando los ejercicios de respiración. Ya en la planta baja cojo las llaves de la mesita que está en la entrada y abro la puerta―. Espérame aquí, enciendo el auto y vuelvo por ti.
Antes de que me aleje me detiene.
―Cielo, ¿No crees que estás olvidando algo?
Me doy la vuelta y la observo con confusión. Estoy seguro de no haber olvidado nada, estuve practicando durante mucho tiempo para que, llegado el momento, todo saliera a la perfección.
―Creo que no, cariño ―respondo seguro―, he hecho todo según lo acordado.
Chequeo las maletas, las llaves del auto en mis manos y por último miro a mi esposa. Tengo todo lo que vamos a necesitar.
―¿Puedes por favor mirar hacia la parte baja de tu cuerpo?
Lo hago e inmediatamente me doy cuenta de que no llevo puestos los pantalones. ¡Mierda! Esto está saliendo peor de lo que pensaba.
―Lo siento, nena ―me excuso avergonzado―. Subo a la habitación y termino de vestirme. No tardaré ni un par de segundo ―grito al tiempo que subo las escaleras―, así que dile a nuestra princesa que espere por papi, que no desespere.
Tardo menos de lo calculado. Bajo los escalones de dos en dos y me acerco a mi mujer para plantarle un enorme beso en los labios.
―Te amo, cariño, no sabes lo feliz que me hace saber que pronto tendremos a nuestra hija en casa.
Un par de lágrimas de felicidad resbalan por sus mejillas. Levanto las manos y las limpio con mis pulgares.
―Yo también te amo, Paúl, y estoy feliz por esta preciosa familia que me has dado.
Corresponde al beso con la misma intensidad. Unos minutos después abandonamos nuestro hogar para marcharnos al hospital y ver nacer a nuestra adorada princesa.
Sin embargo, jamás nos imaginamos que esta sería la última vez que estaríamos juntos.
—¿Bebiendo a esta hora de la mañana?La voz de Wilson, me sorprende en el momento justo en que abre la puerta de mi oficina y entra sin haberse anunciado antes.—Hace muchos años que nadie me dice lo que tengo que hacer Wilson, a estas alturas deberías saberlo mejor que nadie ―le indico con fastidio―. Soy mi propio dueño, hago y digo lo que quiero cuando se me da la real gana ―me levanto de la silla, camino hasta el bar y me sirvo un nuevo trago―. Esa es la ventaja de ser el maldito amo del mundo ―giro mi cara y sonrío con arrogancia―, tener dinero es como poseer la llave maestra que abre todas las puertas del mundo y que, para otros, permanecen totalmente cerradas.Suelta un bufido antes de sentarse en el sillón.—Y esa es la principal razón por la que nadie te soporta, Anthony —su comentario me molesta, de haber sido otro, lo habría enterrado vivo bajo tierra, sin embargo, tratándose de mi mejor y único amigo, lo dejo pasar―, si no cambias esa molesta actitud y dejas tu soberbia, pe
Estaciono y bajo de mi auto. Al entrar a la casa me sorprendo cuando observo a la Nana bajar por las escaleras apresurada y con gestos angustiados en su cara. Es algo poco común en ella, a menos que…―¿Qué sucede, Nana? ―pregunto en el acto.Su mirada es precavida. Hay cierta inquietud en ella, que no pasa desapercibida ante mis ojos. Lo que significa que este desafortunado día de mierda aún guarda sorpresas para mí.―Será mejor que entremos, hijo… ―me indica preocupada, sin embargo, noto cierta emoción en el tono de su voz―, hay algo que debo mostrarte. Necesito que estés preparado mentalmente para esto.Entrecierro los ojos y la miro intrigado. Doy un respiro profundo. Este jodido día aún no termina. Me paso las manos por el rostro con hastío y fastidio. Los problemas están empecinados en martirizarme la vida el día de hoy.―Muy bien, Nana ―le digo resignado―, guíame y muéstrame ese asunto que te tiene tan impactada.La sigo de cerca. No sé por qué, pero tengo un mal presentimiento.
A la mañana siguiente Fuertes golpes en la puerta me hacen abrir los ojos en medio de un intenso dolor de cabeza que me está matando. ¿Qué carajos hago en mi oficina? Ni siquiera recuerdo lo que sucedió el día anterior. La luz del sol impacta sobre mis córneas adoloridas. ―¡Por el amor de Dios! ¿Pueden esperar un momento? Vocifero furioso, lo que provoca que mis sienes palpiten como las entrañas de un volcán a punto de erupción. Me levanto del mueble. Observo el vaso y la botella que están tirados en el piso. ¿Qué rayos hice anoche? No logro recordar nada de lo que pasó durante las últimas veinticuatro horas. Los recojo de la alfombra y los coloco sobre la mesa. La cabeza me pulsa de manera incesante provocándome un dolor desesperante. Me dirijo a la entrada y abro la puerta, antes de que los golpes hagan que mi cabeza se parta en dos mitades. Encuentro a la Nana parada frente a mí con la mirada llena de preocupación. Es entonces cuando lo recuerdo todo. ―Tenemos que hablar, Anthon
¿Qué se ha creído esa zorr@? Ahora mismo voy a poner a esa desquiciada en su lugar y a acabar de una vez por todas con este absurdo e incómodo problema. ¿Qué pretende al aparecerse en mi empresa? Entro al estacionamiento subterráneo y aparco en mi plaza privada. Subo al elevador, harto y hasta la coronilla de que todo el mundo intente joderme la vida. Una vez que bajo de él, camino apresurado hasta mi oficina y con la clara intención de que esa mujer desaparezca para siempre de mi vida. Madit@ la hora en que vine a poner mis ojos en ella. No voy a consentir que venga a armar escándalos en mi empresa o que crea que puede intervenir en mi vida cada vez que a ella se le dé la regalada gana. Abro la puerta y la veo saltar sobre mí mientras llora inconsolable. Arranco sus brazos de mi cuello y la aparto de un empujón. La observo furibundo. Está desmejorada y descuidada. No queda rastro de la hermosa mujer con la que solía pasar el rato. Ha perdido peso. Hay bolsas y ojeras muy oscuras en
―¡Nena, despierta! ―intento hacerla reaccionar por todos los medios―, tienes que salir inmediatamente de aquí, antes de que sea demasiado tarde. El agua comienza a cubrirnos y desespero cuando la veo inconsciente. Intento ayudarla, pero mis piernas están atrapadas entre los fierros y evitan que pueda moverme de mi asiento. No obstante, no voy a permitir que nada me detenga. Voy a salvar a mi familia a como dé lugar. Empleo todo mi esfuerzo para alcanzar la guantera y sacar una navaja que guardo dentro de ella. Se me dificulta abrir la gaveta, sin embargo, puedo lograrlo y me hago con ella. ―Vamos, cariño ―insisto determinado―, necesito que tú y mi princesa salgan de aquí. Las necesito vivas. Corto el cinturón de seguridad que está trabado, en el preciso instante en que el auto vuelve a deslizarse y cae en el lago. Los minutos son aterradores. La rapidez con la que comenzamos a sumergirnos es impresionante y no da espacio para pensar en nada más. Sin embargo, lo tengo muy claro, mi v
Despierto agitada después de haber tenido una terrible pesadilla. Clavo los ojos en el techo y comienzo a llorar con desconsuelo. Mi marido, mi hija… no seré capaz de vivir sin ellos. Los extraño con toda mi alma. Estoy devastada. Sigo negada a aceptar que ellos se han ido, que los he perdido para siempre. Por mucho que mi madre intente hacerme entrar en razón, no logro o simplemente no quiero entenderlo. Siento que me han arrancado el corazón del pecho y que mi alma quedó enterrada en lo profundo de aquel lago. No he parado de llorar desde que desperté en el hospital y supe que los había perdido. Mi vida no tiene ningún sentido si no los tengo junto a mí. ―Por favor, Paúl, llévame con ustedes ―ruego entre sollozos―. Ya no quiero permanecer en este mundo. No soporto el terrible dolor que llevo dentro de mi pecho. Tengo que hacer algo al respecto, porque no quiero seguir sufriendo de esta manera. Unas cuantas noches atrás atenté contra mi vida, producto de la gran desolación que me e
Otra terrible e inquietante pesadilla me despierta de manera súbita. No he podido concebir el sueño luego de la terrible tragedia que sacudió y destruyó toda mi vida. Dormida o despierta, lo revivo todo. El sol brilla inclemente y sus rayos atraviesan a través de las cristalinas ventanas de la habitación en la que me encuentro e impactan directamente sobre mis frágiles retinas. Me tapo los ojos para evitar que la intensidad de la luz los lastime, pero una vez que me adapto a la claridad, soy consciente de que no me encuentro en mi habitación, ni tampoco en la casa de mi madre. ¿Dónde estoy? ¿Cómo llegué a este lugar? Me incorporo rápidamente y me bajo de la cama. Aclaro la vista y giro mi cuerpo con lentitud para observar todo a mi alrededor. El corazón palpita debajo de mi pecho a una velocidad vertiginosa. La habitación es hermosa y cada objeto que hay en ella me dice claramente que, en esta casa, el problema nunca ha sido la falta de dinero. Doy algunos pasos y siento que me hun
Me detengo frente a la puerta de la habitación detrás de la cual proviene el dulce y compungido lamento. Pongo mi mano sobre la perilla y la giro lentamente hasta que se abre. Ni siquiera lo pienso, entro al cuarto y me dejo guiar por la dulce melodía y, es entonces, cuando veo a la pequeña nena sobre la cama. Su lloriqueo se desata a todo pulmón mientras agita sus dos pequeñas manitos de manera inquieta. Aquella imagen me parte el corazón. Corro hacia ella para levantarla de la cama y arrullarla. ―Hola, cariño, no llores, ya estoy aquí. No puedo describir la sensación que me embarga una vez la envuelvo entre mis brazos. Todo mi cuerpo tiembla y las lágrimas comienzan a escurrirse sin parar por mis mejillas, como si fueran represas que abren sus compuertas para dejar correr el agua. La llevo conmigo hasta el sillón que está ubicado en una de las esquinas de la habitación y la acurruco contra mi pecho para darle mi calor. La pequeña nena comienza a buscar desesperada cuando siente mis