Nuestra vida era maravillosa. Habíamos luchado con mucho esfuerzo para convertir todos nuestros sueños e ilusiones en la más hermosa de las realidades.
Me había casado con el hombre más perfecto del planeta. Era hermoso, cariñoso, me amaba por sobre todas las cosas y lo mejor de todo, es que, estaba segura de que nuestro amor perduraría para el resto de nuestras vidas e, incluso, mucho más allá. Estábamos hechos el uno para el otro.
—El color es maravilloso —le digo a Paúl, mientras observo emocionada el rosa delicado que hay en las paredes de la que será la habitación de nuestra pequeña princesa—, estoy impaciente por ver cómo quedará todo, una vez que la decoremos.
Me extiende una hermosa sonrisa que resplandece más que el sol durante un día de verano.
—No puede haber una princesa sin su castillo —me dice emocionado, mientras deja su rodillo en la bandeja de pintura y se acerca a mí para rodearme con sus brazos—, te prometo que algún día te daré tu propio palacio, porque estoy decidido a partirme el alma solo para darle a mi reina todo lo que ella se merece.
Lo abrazo fuertemente. Sus palabras una vez más me dejan sin aliento. Sé que no ha sido fácil para nosotros, ya que cada uno de nuestros logros nos ha costado mucho sudor y lágrimas. Sin embargo, hemos alcanzado a ser muy felices con lo poco que tenemos y con eso tengo más que suficiente.
—¿Te he dicho alguna vez que me siento muy afortunada de tenerte en mi vida?
Me cuelgo de su cuello y clavo la mirada en ese par de ojos pintados del mismo color de las aguas del mar. Unos que no me canso de mirar.
—Creo que lo he escuchado al menos… —arquea una de sus cejas y simula estar recordando las veces en que lo he hecho—, ¿un millón de veces?
Le doy un suave manotazo en el hombro por la pequeña broma.
—Eres un payaso —dejo un beso corto en sus labios— y esa es una de las razones por las que me enamoré perdidamente de ti.
Aumenta la presión de su abrazo hasta donde mi inmensa barriga se lo permite.
—Y la primera fue por ser tan irresistible ―sonríe con arrogancia―, reconócelo de una vez por todas.
No podemos evitar reírnos a carcajadas, porque todo lo toma con tranquilidad y calma, incluso, en las circunstancias más adversas. Admiro su fortaleza y lo decidido que es cuando hay que hacerle frente a una situación por más difícil que esta sea. Es un hombre empecinado y cuando va por algo, no se rinde hasta lograrlo.
—Voy a preparar algo para el almuerzo —le expreso mientras me suelto lentamente de su abrazo—, nuestra nena está a punto de exigir que le dé de comer y sabes lo malcriada que puede ponerse cuando llega su hora.
De repente me toma desde atrás y me detiene, evitando que salga de la habitación.
—Yo también estoy hambriento, cariño —susurra sugerentemente al pie de mi oreja—, voy a exigirte ahora mismo que me des de comer o me pondré más que malcriado. Perderé la razón, me transformaré en un caníbal y te devoraré por completo. No dejaré nada de ti.
Su voz grave retumba en lo más profundo de mi cuerpo y en la parte más sensible de mis entrañas. Dejo caer mi cabeza sobre su hombro izquierdo, cuando sus manos comienzan a deslizar los tirantes de mi vestido hasta situarlos a la mitad de mis brazos. Amo su forma de acariciarme y esa vehemencia tan pasional que se desata en él, cada vez que hacemos el amor.
Poco a poco me lleva hacia atrás hasta que se detiene y deja caer el vestido a mis pies, dejándome completamente desnuda. Se sienta en la silla mecedora y me coloca sobre su regazo. Mete su mano entre nuestros cuerpos ansiosos y abre la cremallera de su pantaloncillo para sacar su miembro y ubicarlo en la entrada de mi sexo ya humedecido.
Poco a poco se va hundiendo dentro de mí, llenándome por completo y haciéndome sentir extasiada al mover sus caderas rítmicamente. El compás es exquisito y abrumador. Me sujetó del reposabrazos de la silla en busca de apoyo y me sostengo sobre la punta de mis pies para coordinar los movimientos de mi cuerpo con los suyos. Dejo caer mi espalda sobre su pecho en el instante en el que sus dedos comienzan a presionar la punta de mis pechos delicadamente. Su boca se mueve deliciosamente por mi cuello mientras va pronunciando palabras de amor que me llevan al borde del precipicio.
—Eres una delicia, nena, y me vuelves loco cuando absorbes de esa manera, como si quisieras devorarlo.
Sus embestidas se hacen más violentas y exigentes. Una de sus manos se cuela entre mis piernas para acariciar aquella parte de mi cuerpo que me vuelve loca de deseo. Provoca que mi cuerpo reaccione con descaro en respuesta a sus caricias. Comienzo a moverme desesperadamente de arriba abajo, luego de un lado al otro y en forma circular; alternando entre uno y otro movimiento, convirtiéndome en un instante, en su esposa, su amante y en la puta que todo hombre necesita en su cama.
Mis gemidos son la respuesta a las exquisitas sensaciones que me hace sentir cada vez que me toma entre sus brazos. Los suyos son el resultado de lo que le hago sentir cuando me dejo llevar y me entrego en cuerpo y alma. Cada vez que le demuestro lo mucho que lo amo. El final es el previsto para una pareja que se ama con toda el alma y el corazón. Un orgasmo que toma todo de nosotros y mucho más; un amor inmenso que es capaz de superar cualquier barrera por imposible que esta sea. Una vez que regresamos a la realidad, me acurruca sobre su regazo como si fuera su pequeña nena.
»Amo esta vida que tengo contigo, cariño ―expresa entre los suaves besos que deja sobre mi rostro―, haría cualquier cosa por volver una y otra vez a ti. Y, si el destino se empeña en separarnos, no dudes ni por un solo segundo que hallaría la forma de regresar. Eres mi gran amor, la única mujer a la que amaré por el resto de mis días y a la que juré amar más allá de mi vida.
Sus palabras me causan mucha emoción, pero también me afectan terriblemente, porque no soy capaz de imaginar una vida sin él. Prefiero morir si llego a perderlo. Iré con mi esposo a dónde quiera que vaya.
―¿Qué te parece si nos dedicamos a disfrutar de nuestra vida tal como lo hemos hecho hasta ahora? ―lo beso en los labios antes de levantarme de sus piernas. La conversación me puso intranquila―. Nuestra princesa ha comenzado a dar pataditas y sé que, si me demoro por más tiempo, me arrancará las entrañas y terminará comiéndoselas por tu culpa.
Recojo el vestido del piso y me lo pongo. Cierro los ojos y respiro profundo sin que él se dé cuenta. No quiero conversar sobre ese tipo de temas, porque me ponen nerviosa. Se levanta de la silla y me gira con lentitud para colocarme de frente. Ahueca mi mentón con sus dedos y eleva mi cara para que lo mire directo a los ojos.
―Lo siento, nena… no quise perturbarte con el comentario ―se ve agobiado―, no era mi intención.
Salto sobre él y lo aprieto fuertemente entre mis brazos mientras hundo mi cara debajo de su cuello para respirar de su delicioso aroma y convencerme, en medio de este momento perturbador, que él está conmigo y que lo estará por mucho tiempo.
―No te preocupes, cielo… solo estoy sensible por el embarazo ―niego con la cabeza―, no tienes por qué disculparte.
Sonrío y ahueco su rostro entre mis manos. Lo miro a los ojos mientras me alzo en la punta de los pies y lo beso con suavidad para empaparme de la dulzura de sus labios y de todo el amor que nadie, más que él, es capaz de ofrecerme.
―¿Estás segura, preciosa?
Él me conoce lo suficiente para saber que eso me ha afectado más de la cuenta, pero no quiero que una tontería como esta amenace el hermoso día que hemos compartido hasta ahora.
―¿Por qué no habría de estarlo?
Le inquiero risueña. Parece no estar convencido de mi respuesta en forma de pregunta. Así que le muestro la sonrisa más radiante de todas para convencerlo de que todo está bien conmigo. Que es algo pasajero provocado por el embarazo.
―Mueve ese trasero delicioso, cariño ―suelta un cariñoso azote sobre mis nalgas―, que ahora tu marido tiene hambre de comida… y quizás más tarde le provoque una buena ración de postre.
Salgo de allí con una enorme sonrisa dibujada en mi rostro, esta vez una real, que me hace olvidar el nefasto pensamiento que me produjeron sus palabras. Hago borrón y cuenta nueva.
Dos semanas despuésHe notado a Priscilla muy intranquila durante estos últimos días. He estado muy preocupado por ella, porque después de lo que sucedió entre nosotros hace dos semanas, la he visto más pensativa y nerviosa de lo acostumbrado. Soy un completo idiota por haber mencionado algo como eso. Sé que fue parte de la promesa que le hice el día de nuestra boda, no obstante, nunca pensé que ella se lo tomaría tan a pecho. Si pudiera retroceder el tiempo, juro que lo haría tan solo para cerrar mi puta boca y evitar que mi hermosa esposa se preocupe por ello.Cierro la puerta de la habitación de nuestra pequeña princesa una vez que coloco en su cunita los ositos de peluche que he comprado para ella. Priscilla aún no los ha visto, quiero que sea una sorpresa para ella, un intento por remediar de alguna forma la metida de pata que cometí en aquel momento.Camino con sigilo en medio de la noche hasta mi recámara para evitar despertarla. Me siento a su lado y la observo dormir durante
—¿Bebiendo a esta hora de la mañana?La voz de Wilson, me sorprende en el momento justo en que abre la puerta de mi oficina y entra sin haberse anunciado antes.—Hace muchos años que nadie me dice lo que tengo que hacer Wilson, a estas alturas deberías saberlo mejor que nadie ―le indico con fastidio―. Soy mi propio dueño, hago y digo lo que quiero cuando se me da la real gana ―me levanto de la silla, camino hasta el bar y me sirvo un nuevo trago―. Esa es la ventaja de ser el maldito amo del mundo ―giro mi cara y sonrío con arrogancia―, tener dinero es como poseer la llave maestra que abre todas las puertas del mundo y que, para otros, permanecen totalmente cerradas.Suelta un bufido antes de sentarse en el sillón.—Y esa es la principal razón por la que nadie te soporta, Anthony —su comentario me molesta, de haber sido otro, lo habría enterrado vivo bajo tierra, sin embargo, tratándose de mi mejor y único amigo, lo dejo pasar―, si no cambias esa molesta actitud y dejas tu soberbia, pe
Estaciono y bajo de mi auto. Al entrar a la casa me sorprendo cuando observo a la Nana bajar por las escaleras apresurada y con gestos angustiados en su cara. Es algo poco común en ella, a menos que…―¿Qué sucede, Nana? ―pregunto en el acto.Su mirada es precavida. Hay cierta inquietud en ella, que no pasa desapercibida ante mis ojos. Lo que significa que este desafortunado día de mierda aún guarda sorpresas para mí.―Será mejor que entremos, hijo… ―me indica preocupada, sin embargo, noto cierta emoción en el tono de su voz―, hay algo que debo mostrarte. Necesito que estés preparado mentalmente para esto.Entrecierro los ojos y la miro intrigado. Doy un respiro profundo. Este jodido día aún no termina. Me paso las manos por el rostro con hastío y fastidio. Los problemas están empecinados en martirizarme la vida el día de hoy.―Muy bien, Nana ―le digo resignado―, guíame y muéstrame ese asunto que te tiene tan impactada.La sigo de cerca. No sé por qué, pero tengo un mal presentimiento.
A la mañana siguiente Fuertes golpes en la puerta me hacen abrir los ojos en medio de un intenso dolor de cabeza que me está matando. ¿Qué carajos hago en mi oficina? Ni siquiera recuerdo lo que sucedió el día anterior. La luz del sol impacta sobre mis córneas adoloridas. ―¡Por el amor de Dios! ¿Pueden esperar un momento? Vocifero furioso, lo que provoca que mis sienes palpiten como las entrañas de un volcán a punto de erupción. Me levanto del mueble. Observo el vaso y la botella que están tirados en el piso. ¿Qué rayos hice anoche? No logro recordar nada de lo que pasó durante las últimas veinticuatro horas. Los recojo de la alfombra y los coloco sobre la mesa. La cabeza me pulsa de manera incesante provocándome un dolor desesperante. Me dirijo a la entrada y abro la puerta, antes de que los golpes hagan que mi cabeza se parta en dos mitades. Encuentro a la Nana parada frente a mí con la mirada llena de preocupación. Es entonces cuando lo recuerdo todo. ―Tenemos que hablar, Anthon
¿Qué se ha creído esa zorr@? Ahora mismo voy a poner a esa desquiciada en su lugar y a acabar de una vez por todas con este absurdo e incómodo problema. ¿Qué pretende al aparecerse en mi empresa? Entro al estacionamiento subterráneo y aparco en mi plaza privada. Subo al elevador, harto y hasta la coronilla de que todo el mundo intente joderme la vida. Una vez que bajo de él, camino apresurado hasta mi oficina y con la clara intención de que esa mujer desaparezca para siempre de mi vida. Madit@ la hora en que vine a poner mis ojos en ella. No voy a consentir que venga a armar escándalos en mi empresa o que crea que puede intervenir en mi vida cada vez que a ella se le dé la regalada gana. Abro la puerta y la veo saltar sobre mí mientras llora inconsolable. Arranco sus brazos de mi cuello y la aparto de un empujón. La observo furibundo. Está desmejorada y descuidada. No queda rastro de la hermosa mujer con la que solía pasar el rato. Ha perdido peso. Hay bolsas y ojeras muy oscuras en
―¡Nena, despierta! ―intento hacerla reaccionar por todos los medios―, tienes que salir inmediatamente de aquí, antes de que sea demasiado tarde. El agua comienza a cubrirnos y desespero cuando la veo inconsciente. Intento ayudarla, pero mis piernas están atrapadas entre los fierros y evitan que pueda moverme de mi asiento. No obstante, no voy a permitir que nada me detenga. Voy a salvar a mi familia a como dé lugar. Empleo todo mi esfuerzo para alcanzar la guantera y sacar una navaja que guardo dentro de ella. Se me dificulta abrir la gaveta, sin embargo, puedo lograrlo y me hago con ella. ―Vamos, cariño ―insisto determinado―, necesito que tú y mi princesa salgan de aquí. Las necesito vivas. Corto el cinturón de seguridad que está trabado, en el preciso instante en que el auto vuelve a deslizarse y cae en el lago. Los minutos son aterradores. La rapidez con la que comenzamos a sumergirnos es impresionante y no da espacio para pensar en nada más. Sin embargo, lo tengo muy claro, mi v
Despierto agitada después de haber tenido una terrible pesadilla. Clavo los ojos en el techo y comienzo a llorar con desconsuelo. Mi marido, mi hija… no seré capaz de vivir sin ellos. Los extraño con toda mi alma. Estoy devastada. Sigo negada a aceptar que ellos se han ido, que los he perdido para siempre. Por mucho que mi madre intente hacerme entrar en razón, no logro o simplemente no quiero entenderlo. Siento que me han arrancado el corazón del pecho y que mi alma quedó enterrada en lo profundo de aquel lago. No he parado de llorar desde que desperté en el hospital y supe que los había perdido. Mi vida no tiene ningún sentido si no los tengo junto a mí. ―Por favor, Paúl, llévame con ustedes ―ruego entre sollozos―. Ya no quiero permanecer en este mundo. No soporto el terrible dolor que llevo dentro de mi pecho. Tengo que hacer algo al respecto, porque no quiero seguir sufriendo de esta manera. Unas cuantas noches atrás atenté contra mi vida, producto de la gran desolación que me e
Otra terrible e inquietante pesadilla me despierta de manera súbita. No he podido concebir el sueño luego de la terrible tragedia que sacudió y destruyó toda mi vida. Dormida o despierta, lo revivo todo. El sol brilla inclemente y sus rayos atraviesan a través de las cristalinas ventanas de la habitación en la que me encuentro e impactan directamente sobre mis frágiles retinas. Me tapo los ojos para evitar que la intensidad de la luz los lastime, pero una vez que me adapto a la claridad, soy consciente de que no me encuentro en mi habitación, ni tampoco en la casa de mi madre. ¿Dónde estoy? ¿Cómo llegué a este lugar? Me incorporo rápidamente y me bajo de la cama. Aclaro la vista y giro mi cuerpo con lentitud para observar todo a mi alrededor. El corazón palpita debajo de mi pecho a una velocidad vertiginosa. La habitación es hermosa y cada objeto que hay en ella me dice claramente que, en esta casa, el problema nunca ha sido la falta de dinero. Doy algunos pasos y siento que me hun