Nos vemos mañana con un nuevo capítulo. Saludos!!
Me detengo frente a la puerta de la habitación detrás de la cual proviene el dulce y compungido lamento. Pongo mi mano sobre la perilla y la giro lentamente hasta que se abre. Ni siquiera lo pienso, entro al cuarto y me dejo guiar por la dulce melodía y, es entonces, cuando veo a la pequeña nena sobre la cama. Su lloriqueo se desata a todo pulmón mientras agita sus dos pequeñas manitos de manera inquieta. Aquella imagen me parte el corazón. Corro hacia ella para levantarla de la cama y arrullarla. ―Hola, cariño, no llores, ya estoy aquí. No puedo describir la sensación que me embarga una vez la envuelvo entre mis brazos. Todo mi cuerpo tiembla y las lágrimas comienzan a escurrirse sin parar por mis mejillas, como si fueran represas que abren sus compuertas para dejar correr el agua. La llevo conmigo hasta el sillón que está ubicado en una de las esquinas de la habitación y la acurruco contra mi pecho para darle mi calor. La pequeña nena comienza a buscar desesperada cuando siente mis
“No voy a permitir que me humilles de esta manera, Anthony, si no puedo tenerte, entonces, nadie más te tendrá” Me llevo la mano a la parte izquierda de mi pecho, en el mismo instante en que abro los ojos. Ardo de rabia y rencor. ¡Maldita perr@! ¡Cómo se atreve! Arranco la vía que está conectada a mi brazo y el soporte cae al piso con un sonido estruendoso que se replica por toda la habitación. ―Tony… ¿Eres tú? Lo fulmino con la mirada. ¿Qué clase de pregunta es esa? ―¡¿Acaso eres imbécil?! ―le respondo iracundo al escuchar su estúpida pregunta― ¿Cómo que quien soy? ―ruedo los ojos―. ¿Te la fumaste verde? Me mira intrigado y confuso. Estoy rodeado de idiotas, pero no esperaba que mi amigo se sumara a la lista. Quizás está pasando demasiado tiempo con el resto de los empleados de mi empresa. ―Es que hace rato tú… Ni siquiera lo dejo terminar la frase. No estoy dispuesto a escuchar más barbaridades. Aprecio al que considero como mi mejor y único amigo, pero en ocasiones pierdo
Me quedo petrificado. ¿Un mes hospitalizado? ―¡Te dieron por muerto! ―grita desconsolada―. No tienes idea de las horas amargas que tuve que pasar cuando los doctores me dijeron que la única opción que tenía era la de desconectarte y dejar que te marcharas en paz ―aquella revelación pone mi piel de gallina―. Durante todo ese tiempo en el que permanecí a tu lado, a la espera que despertaras y volvieras a mí; agonizaba lentamente, porque sabía que no sería capaz de sobrevivir si perdía a la única persona que me quedaba en esta vida ―expresa con la voz temblorosa―. No podía permitir que me quitaran a mi hijo. Te defendí como una leona para que nadie se acercara a ti ―un par de lágrimas comienzan a correr por sus mejillas y atraviesan cada surco de arruga que hay en su avejentado rostro―, que te arrebataran tu única oportunidad de vivir ―se limpia las lágrimas, pero estas siguen saliendo a borbotones―. Sabía de tu empeño, de tus ganas de vivir, de tu capacidad para sobreponerte a las adve
Un valioso tiempo de mi vida perdido por la culpa, esa maldit@ perra maniática. Prometo que voy a asegurarme que se quede tras las rejas para siempre; que pase los últimos días de su vida encerrada en la cárcel. Entro al baño y me mojo la cara para calmar la calentura que tengo. Me detengo frente al espejo del lavabo y me observo durante un rato. ¿Cómo es posible que luego de un disparo tan mortal haya sobrevivido? No dejo de hacerme la misma pregunta. Aún no puedo creerlo. Diría que tengo más vidas que un gato, pero la realidad es otra. Nadie sale vivo de un suceso como este. Abro mi camisa para observar la marca que el disparo dejó sobre mi piel. Recorro con mi dedo el pequeño orificio abultado y me estremezco cuando la realidad me golpea en la boca del estómago. Estuve muerto… estoy más que seguro de ello. Pero, ¿cómo es posible que haya sobrevivido? Abotono nuevamente mi camisa y decido bajar al comedor antes de que la Nana venga a buscarme. Sé bien lo obstinada que puede llegar
―¡Anthony! ―la voz preocupada de mi amigo se escucha al final del corredor―. ¿Te pasa algo? El dolor desaparece incomprensiblemente. Me recompongo de inmediato y me pongo de pie. ―No, todo está bien ―no doy más explicaciones―, espérame en el comedor Wilson, bajaré en un segundo. Me mira preocupado. No quiere alejarse de mí después de haberme visto en tales circunstancias. La condescendencia es algo que detesto por encima de cualquier cosa. ―¿Estás seguro? ―insiste―. Puedo llamar al médico si lo necesitas. Niego con la cabeza. ―Ya déjalo de una vez por todas, Wil, te dije que no era necesario ―menciono con fastidio―, acabo de decirte que estoy bien. Me mira inseguro, pero hace lo que le pido, antes de darle un último vistazo a la chica. ―Ahora tú y yo vamos a terminar con este asunto… Pero este día nada sale como lo espero. Esta vez la conversación se ve interrumpida con la aparición de la Nana. Se ve preocupada y desesperada. Seguro y el imbécil le fue con el chisme. ―Hijo mí
Me quedo allí parado, mirándola alejarse sin saber qué diablos está pasando. El dolor de cabeza persiste, pero en todo lo que se centra mi preocupación es en mi mujer y en su incomprensible reacción. El portazo suena cuando ella abandona la habitación y es entonces que caigo en cuenta del lugar en el que me encuentro. ¿Dónde diablos estoy? Giro mi cabeza y observo todo a mi alrededor. No reconozco este lugar. Pero, ¿qué hacemos aquí y cómo llegué a esta casa? No lo recuerdo. Estoy confuso. Intento pensar en todo lo que sucedió luego del accidente, sin embargo, es poco lo que recuerdo. ¿Qué es lo que está sucediendo? Primero, lo que pasó con todas esas personas en el hospital y, ahora, la sorpresiva reacción de mi esposa. Me acerco al tocador y me detengo frente al espejo. Mi cara palidece al ver la imagen que se refleja en el cristal. ¡No, no, no! ¿Qué narices está pasando aquí? Una corriente helada recorre mi espina dorsal. Retrocedo y me alejo del espejo debido a la gran impres
¿Cómo se atreve a besarme? Ese hombre no conoce la palabra respeto. ¿A caso se ha vuelto loco? Bufo con molestia. Además de ser un imbécil, es un abusador. Tengo pocas horas conociéndolo y ya no lo soporto. No sé si pueda resistir un solo segundo más al lado de ese desmedido. Entiendo las razones por las que la Nana lo ama y aguanta sus malcriadeces de niño berrinchudo, pero el resto no estamos obligados a permitir los desplantes y las amarguras de esa bestia. Camino de manera apresurada en dirección a la habitación de la pequeña que ya debe haber despertado. Respiro profundo y trato de calmar la ira que me embarga y me tiene temblando de pies a cabeza. Sin embargo, en el instante en que escucho llorar a la niña, toda la rabia que hay dentro de mí se esfuma en tan solo un nanosegundo. Entro al cuarto y me acerco a la cama. Sonrío al verla. Es preciosa. La levanto entre mis brazos y una vez que siente mi olor, se desespera buscando entre mis pechos. ―Hola, princesa ―no puedo evitar a
¿Qué? Abro los ojos como platos. Apenas la escucho exponer el plan que tiene previsto, doy un gran respingo que me hace arrancar el pecho de la boquita de la nena y la hago llorar con escándalo. Con mano temblorosa y contrariada por su súbita propuesta, la devuelvo a su boca y la hago callar. ―Nana, eso es absurdo ―aspiro una profunda bocanada de aire para calmar mi nerviosismo―, creo que no… Me hace callar antes de que continúe. ―Escúchame por favor. No tienes por qué responder ahora, cariño ―es que no podré hacerlo, aunque quisiera―. Sé que esta proposición que te acabo de hacer es repentina y, tal vez, te parezca descabellada ―me explica con apuro―. Puedo comprender que para ti es difícil asimilarla, sobre todo, por lo que acaba de pasar recientemente en tu vida ―mi pecho se comprime con dolor al recordar la pérdida de mi familia―. Más, sin embargo, me atrevo a pedírtelo debido a las difíciles circunstancias que me obligan a hacerlo. No sé qué pensar al respecto, pero imaginar c