El corte imperio de mi vestido, un diseño de inspiración griega, Llevaba un canesú justo debajo del pecho; desde ahí hasta abajo estaba la falta, muy vaporosa y suelta. Bueno, y sobre todo cómoda. Elegí el corte del vestido porque era muy romántico. Y justo encima del escote de mi vestido de corte imperio, la pedrería brillante. Aposté por pedrería en los pies, caminaría descalza, de modo que podría sentir la arena en mis pies, dando un aspecto más romántico, también. Llevaría el cabello suelto, con ondas en las puntas; y la diadema de flores sobre mi cabeza, aportó en mi look aún más feminidad y elegancia natural. Me decidí por unos pendientes pequeños, una pulsera en la muñeca derecha combinando con el anillo de compromiso ahí. Kelly elaboró en mi rostro un ligero maquillaje, resaltando mi mirada con un delineado en los ojos, máscara de pestañas y pintó mis labios con un gloss rosado. Ella como mi dama de honor, lucía un vestido de traje tipo sastre, fresco apostando por colores
Si no tuviera una enorme barriga de siete meses, hubiera saltado de la silla por la alegría que embargó mi alma. Diciembre empezaba con buen pie y yo con la respuesta de una editorial, que tomó en serio mi propuesta, no podía sentirme mejor. Era mi oportunidad, mi momento de sacar a la luz un libro que muchas veces tuve ganas de eliminar, que dejé, que pausé, que incluso creí absurdo. Nuestra historia estaba detrás de cada párrafo, plasmada entre las líneas de cada capítulo. Saber que un día no muy lejano “Un Susurro En La Tormenta” estaría detrás de las vidrieras de alguna librería o tienda, me llenaba de satisfacción y felicidad. —¿Amor? —inquirió Ismaíl encontrándome aún estupefacta mirando la pantalla de la portátil. Me giré hacia él con una enorme sonrisa. —¿Recuerdas mi manuscrito? —cuestioné extasiada, cubriendo mis labios. —Por supuesto, lo leí todo, no pudiste haber contado nuestra historia de otra mejor forma. Es perfecta, me comentaste de tus planes de enviarla a una
Al día siguiente, Kelly y la pequeña Sophia estaban en nuestro piso. La beba ya tenía dos semanas de nacida. Y nosotros que también esperábamos una nena, nos crecía la ilusión cada que la veíamos. Mi amiga que se había casado hace mes y medio, lucía radiante. Sean era un caballero, un buen padre y esposo. Me explicó que no había venido con ella porque estaba agotado, al parecer fue su turno de desvelarse en la madrugada. Y saber que eso también nos pasaría…—¿Sigue aquí la hermana de Ismaíl? —quiso saber bajando la voz. —No, se llevó a los niños al parque. Quedó en traerlos pronto. —Entiendo, ¿cómo te sientes? —Cada día mejor —admití —. ¿Y tú, ya te acostumbras a las noches sin dormir, lloriqueos…—No —confesó mirando a Sophia acunada en sus brazos —. Pero tenías razón, es una etapa hermosa. …Anocheció rápido, después de pasar por la habitación de los niños, ingresé a la mía, encontrando a Ismaíl metido en la cama; tenía el torso descubierto, así de guapo quise admirarlo más tie
—Es linda, mamá. ¿Puedo quedarme con ella? —inquirió Lizzy sujeta a la cuna en la que Malak dormía. Iba a responderle cuando Ismaíl llegó. —Ya es hora de ir a la cama, princesa —objetó su padre alzándola en sus brazos, en el acto la llenó de besos, haciendo que se partiera de la risa. —¿Me vas leer un cuento? Brenda no está, por favor, por favor —insistió uniendo sus manitas a modo de ruego. —Claro que sí, mi amor —continuó con los mimos, poco después la depositó en el suelo, acarició su coronilla —. Espérame en tu dormitorio. —De acuerdo, papi —la nena se dirigió a mí de brazos abiertos —. Buenas noches, mamá. —Descansa, angelito. —susurré besando su mejilla. Al quedarnos a solas, miré a Ismaíl. Corté cada centímetro entre nosotros, y me enredé en su cuello en punta de pies. Juguetón, rozó nuestras narices, con una sonrisa en sus labios que me estaban tentando a besarle. —¿Qué esperas? —inquirió sensual, incitando, dejando expuesto el deseo al fijar la mirada en mi boca. N
“La vida está llena de tanto: Giros, curvas peligrosas y de rectas que por muy derechas que sean, pueden torcerse en poco”.***PrólogoDesde el enorme ventanal de cristal se alzaban con pretensión los elevados edificios, los rascacielos y el tráfico de la icónica ciudad de New York, que por la noche brillaba bajo las luces de una urbe que no dormía y de los autos desplazándose por la autopista. Enfundado en un costoso traje italiano, estaba el magnate, tomando una taza de café árabe mientras observaba la fabulosa vista de la ciudad, un poco reflexivo.De pie, con una mano en los bolsillos de su pantalón Armani, miraba cada cierto tiempo el reloj en su muñeca como si temiera que el tiempo avanzara, deseando con ímpetu que la manecillas del reloj dejaran de girar. No atendió las llamadas a través del interfono, tampoco las citas que tenía pautadas para ese día, su mente era un caos, su vida un completo desastre. No había cabida para algo más que la joven dulce y tímida, absorbiendo su
»Sus ojos caramelos, sus mejillas escarlatas; su delicadeza y timidez. El sinónimo inmarcesible de belleza era ella: Mariané«.InmarcesibleUn par de ojos caramelos se clavaron en él. La dueña se movía con desasosiego de un lado a otro posada como un ángel en el centro del vestíbulo, sí, un ángel con el rostro cubierto de abundante cabellera rojiza cayendo sobre sus hombros y espalda. Estaba un poco despeinada y asustadiza. Tenía un precioso vestido grácil, de mangas cortas, batista. Las zapatillas blancas desgastadas y una extraña muñeca de trapo a la que abrazaba, aferrándola con fuerza. Era extraño que a su edad, aún siguiera jugando con muñecas.Además de ser una mirada curiosa, también estaba cargada de cierto temor; es que el intenso parpadeo perpetuo de su tío sobre ella la hacía cohibirse. No había nada avieso en él, pero tampoco encontró sentimientos, porque su mirada se hallaba desértica y carente de emoción casi como si su presencia ahí no le fuera de agrado, o simplemente
Atravesaron un largo pasillo iluminado, en las paredes blancas colgaban unos extraños cuadros en cada extremo. Solo reconoció el nacimiento de Venus, una pintura de Sandro Botticelli con la iluminación focalizada en la obra de arte. Recordó verla en algún viejo libro cuando su padre le permitía tomarlos de la enorme biblioteca de su vieja oficina. Pensar en ello le apresó el pecho, las telarañas de una contundente melancolía y nostalgia la volvió presa de un malestar emocional. Los echaba de menos, tanto que sentir la imperiosa necesidad de tenerlos dolía. La rozó el desapacible sentimiento de la pérdida, el terrible vacío de su ausencia y la de su cariñosa madre, y no se vino abajo porque estaba segura de que no habrían brazos para sostenerla, ni palabras bonitas asegurando un porvenir mejor, nada más susurros lejanos que retornaron de los escondrijos de su mente, cuando el ahora aún no existía y la vida valía la pena vivirla intensamente.Cuando era feliz.La felicidad le fue arre
Tórrido —No te voy a hacer daño, ni mucho menos, Mariané. Y espero que sea de tu agrado la habitación.Se relajó. No había de que preocuparse, su tío era amable y lo único que le quedaba en la vida. Estaba siendo muy dulce y ella solo le daba, a cambio, desconfianza.—Gracias, tío Ismaíl. —soltó dulce. Su fina y cariñosa voz, fue como un soneto a oídos del hombre embelesado.Correspondió con una sonrisa curvada, paseando las yemas de sus dedos sobre una mejilla, trazando una caricia que se desvío a su comisura, entonces se apartó abrupto. Lo que acababa de hacer se lo reprochó su mente, convirtiéndose en una escena indecorosa en su consciencia.Pero lejos estaba de serlo, quizá no se sentía con ese derecho de volverse tan cercano a ella, no así de pronto. Ajena a lo que pensaba, Mariané continuó el escrutinio.Un tocador blanco de madera pulida y reluciente, le robó la atención: lleno de cremas y perfumes, ahí se imaginó peinando su larga cabellera fuego. Había una mesa en la que pe