Mis párpados pesaban, a duras penas abrí los ojos por completo, recibiendo el impacto de la excesiva claridad sobre mi globo ocular. Mi cerebro procesó unos cinco segundos después, el lugar donde me encontraba. Traté de levantarme, sin embargo, me sentí débil, exánime; en mi brazo izquierdo tenía una vía intravenosa, arrugué el ceño, pero… ¿Qué me había pasado? Todo se tornaba confuso, tenía una de esas batas de hospital. La molestia entre mis piernas me arrojó a la realidad bruscamente. —Ha despertado la paciente Mariané Lombardi —habló una joven enfermera, que solo entonces note ahí en la habitación con el doctor Evanson. Marc se movió hacia mí, haciéndome varias preguntas. Al borde de la confusión, tardé en construir la respuesta a cada una, me costó hilar una palabra. —Terrible, me siento mal —emití sintiendo que se me trabó la lengua —. ¿Q-qué sucedió? —Te desmayaste en el pasillo, afortunadamente, pudimos detener el sangrado. Así que el bebé y tú, estarán bien. —¿De… de qué
Llegué a casa con análisis de sangre, con el sabor dulce y amargo de mi estado. Tenía poco tiempo, menos de un mes, y ya no debía exponerme a mucha tensión, estrés, nada que pudiera poner en riesgo la vida de mi pequeño. Incluso con tanto lodo, se tendía un camino transitable enfrente, un cuento, una luz que titilaba en mi vientre. Pero la presión seguía ahí, el dolor, la rabia extendida en mi pecho. La voz de Alexa regresaba a mi memoria deshaciendo mis ilusiones de verme por fin feliz al lado de Ismaíl. Aunque al tanto de la existencia de fotos que confirmaban su asqueroso encuentro, nada avalaba si ella estaba esperando un bebé, o solo era una falacia. Algún invento destinado al chantaje. ¡Estúpida perra! Morí de enojo, Ismaíl tenía la culpa por estar metiéndose en las piernas de cualquiera. Encima una bruja como esa. ¡¿Es que acaso no podía abstenerse a una sola mujer en la vida?!Rugí envalentonada.Él me había dado otro portazo en el alma, que no dejaba de doler. —¿Cielito?
No había más que odio en mi mirada.No iba a fingir lo contrario. Pero era también una mezcolanza en el alma, saturando mis emociones, él había cruzado la cuerda floja de la vida y la muerte sin problema, razón por la que debía estar contenta, rebosante de absoluta felicidad. Sin embargo, tener presente su mentira, me dejaba un pedazo de hielo clavado en el pecho, aborreciendo cada parte de su ser. El escabroso hecho no había sido confirmado por él, y ya me temía que fuera cierto. Troya ardía dentro de mí de solo pensar que se atrevió a revolcarse con la tal Alexa, tal vez si todo se hubiera quedado en una noche, el presente fuera distinto, pero el desliz traía consigo una consecuencia, un bebé. Me había olvidado de Smith a mi lado, aparté la lágrimas con disimulo.—Mientras el paciente duerme, la respiración tiene lugar con una máquina llamada ventilador, algo que puede resultar impactante para las visitas. Es normal, no tienes de que preocuparte —explicó antes de permitirme inqui
—Eres una maldita —escupí ardida, dejando de mala gana el pago de mi bebida en la mesa. Entonces me fui a toda velocidad de ese sitio. En mi retorno al piso evité hacer ruido al caminar, en cuestión avancé con cautela a la habitación que ocupaba. Ese ridículo sobre permanecía sin rasgar sobre la mesita. Lo agarré encarcelada en un torrencial enfado que oprimía el pecho, que me deshacía como una hoja expuesta a una abrasadora flama. …Ese sábado por la noche, me encaminé a la habitación de Ismaíl, fatal, derrotada. No pudo disimular la impresión inyectada en sus ojos, al verme ahí con la cara enrojecida de tanto llorar. Aunque miró las hojas que sostenía en mi mano derecha, volvió a sostener mis ojos calcinando en el proceso. —Sé que pasó algo entre tú y Alexa, no te atrevas a decir lo contrario, vengo de hablar con ella. ¿Cómo pudiste, Ismaíl? —solté dejándole la expresión desencajada. Se quedó de piedra. Y le tiré los exámenes de esa mujer. —¿Qué? —Me has escuchado perfecta
Ismaíl decidió vacacionar en familia, aprovechar lo que quedaba de verano. Regresar a la isla de Cerdeña, aunque a un área diferente como Ogliastra, trajo a mi cabeza los recuerdos en un hilo inolvidable. Estar todos en familia, resultó ser un calorcito que derritió el hielo forjado por bolas curvas en nuestras vidas.La felicidad florecía, el punto medio de las cosas estaba en su lugar, y eso era como estar dentro de nuestro propio cuento de hadas. No había rastro de un miedo que consumiera, tampoco existía la inseguridad torciendo nuestro presente. El sol…La arena…Y las olas del mar golpeteando en la orilla. Nada más cálido que sentir todo a la vez, adjunto a la alegría de mis niños. Isaac junto a su hermana hacían castillos de arena. Que lindo era mirarlos jugar, apreciar la escena más inocente de ellos dos, divirtiéndose juntos. Mi Lizzy hermosa presumía de un bañador rosado, pero Isaac no se quedaba atrás, la palidez fue sustituida en su tez por un bronceado. Quise sacar una
El interior de la enorme casa rústica, era un sitio acogedor también. Un lugar alegre, pintoresco, lleno de calidez absoluta. Se sentía bien pasearse por cada centímetro, o quedarse en el porche respirando la brisa marítima. Me hechizaba la isla, el momento, los días que pasaban sin nubes grises. Y no, no era una satisfacción transitoria, lo nuestro ya no venía viendo tropiezos. Empiné el contenido del vaso a mis labios, bebiendo de un sorbo lo que quedaba del refrescante zumo de limón. Los niños seguían durmiendo la siesta, e Ismaíl continuaba con el teléfono a la oreja, atendiendo una llamada internacional. Desde ahí sentada lo miraba, un idóneo ángulo de admirarlo a la perfección. Un mensaje de WhatsApp hizo sonar mi teléfono. Kelly me preguntaba por los niños, queriendo saber cómo iba todo. Además, me daba la buena noticia de una fecha definida para su boda. Sean y ella se decidieron por un dieciocho de octubre. Me pareció un poco lejana la fecha, tomando en cuenta que para ent
La cena estuvo bien. A Ismaíl ya no se le daba tan fatal la cocina, claro que me dejó lo más difícil a mí. Pero eran esos momentos los que se hacían inigualables, y a nosotros nos unía, instantes solo suyos y míos, de nadie más. Al final se encargó de lavar los trastes; Isaac le ayudó. Por mi parte, llevé a Lizzy a la cama quedándome con ella un rato, porque no me podía negar a su dulce petición de que le leyera un cuento. Sin más, busqué en internet uno interesante, de los que tenía en casa en papel, se nos olvidó empacar. Por fortuna encontré su favorito en línea, y se lo narré. En el proceso, la vi cabecear, luchando por no cerrar los ojitos, quería escucharlo todo a pesar de que ya se lo sabía de memoria. Me interrumpió un par de veces, cuestionando como solía, la decisión de la joven princesa al rechazar al príncipe. Cuando yo se lo leía recordé darle respuesta, quizá también Brenda lo hizo, pero ella no conforme con la contesta, inquiría de nuevo. —Lizzy, ella era muy joven p
—No tengo palabras para expresar lo mucho que me alegra conocerte, dulce muchacha —habló con el acento árabe marcado en sus palabras. A pesar de todo manejaba bien nuestro idioma. Se inclinó besando el dorso de mi mano —. ¿Puedo darte un abrazo? Cómo decirle que no. La abracé tomando la iniciativa. Pude palpar cierta familiaridad, esa confianza instantánea envolviendo la unión. —Al fin te conozco, Mariané. ¿Cómo estás? —se separó. —Y-yo… lo siento, de saber que venía, me habría arreglado —comenté apenada. Seguía con la pijama puesta. Una ropa poco acertada para ver por primera vez al padre de Ismaíl. ¡Que vergüenza! —No te preocupes, y yo que pensaba darles una sorpresa. ¿No está Ismaíl? —inquirió. —Hace rato salió con los niños, iban al aeropuerto por Brenda. Pero ya sabíamos que venía… —fruncí el ceño. —Le dije a mi hijo que mi vuelo llegaba al atardecer —sonrió —. No ha salido como esperé, pero que alegría conocerte, la verdad. —Por favor, no se quede ahí, pase señor Moh