La cena estuvo bien. A Ismaíl ya no se le daba tan fatal la cocina, claro que me dejó lo más difícil a mí. Pero eran esos momentos los que se hacían inigualables, y a nosotros nos unía, instantes solo suyos y míos, de nadie más. Al final se encargó de lavar los trastes; Isaac le ayudó. Por mi parte, llevé a Lizzy a la cama quedándome con ella un rato, porque no me podía negar a su dulce petición de que le leyera un cuento. Sin más, busqué en internet uno interesante, de los que tenía en casa en papel, se nos olvidó empacar. Por fortuna encontré su favorito en línea, y se lo narré. En el proceso, la vi cabecear, luchando por no cerrar los ojitos, quería escucharlo todo a pesar de que ya se lo sabía de memoria. Me interrumpió un par de veces, cuestionando como solía, la decisión de la joven princesa al rechazar al príncipe. Cuando yo se lo leía recordé darle respuesta, quizá también Brenda lo hizo, pero ella no conforme con la contesta, inquiría de nuevo. —Lizzy, ella era muy joven p
—No tengo palabras para expresar lo mucho que me alegra conocerte, dulce muchacha —habló con el acento árabe marcado en sus palabras. A pesar de todo manejaba bien nuestro idioma. Se inclinó besando el dorso de mi mano —. ¿Puedo darte un abrazo? Cómo decirle que no. La abracé tomando la iniciativa. Pude palpar cierta familiaridad, esa confianza instantánea envolviendo la unión. —Al fin te conozco, Mariané. ¿Cómo estás? —se separó. —Y-yo… lo siento, de saber que venía, me habría arreglado —comenté apenada. Seguía con la pijama puesta. Una ropa poco acertada para ver por primera vez al padre de Ismaíl. ¡Que vergüenza! —No te preocupes, y yo que pensaba darles una sorpresa. ¿No está Ismaíl? —inquirió. —Hace rato salió con los niños, iban al aeropuerto por Brenda. Pero ya sabíamos que venía… —fruncí el ceño. —Le dije a mi hijo que mi vuelo llegaba al atardecer —sonrió —. No ha salido como esperé, pero que alegría conocerte, la verdad. —Por favor, no se quede ahí, pase señor Moh
Mohammed se instaló en una de las habitaciones disponibles; me platicó más sobre él, yo un poco, disimulando el sueño que me apresaba. A veces, no se daba cuenta pero, decía cosas en su idioma que yo no entendía. Así que solo asentía. En medio de la charla, surgió su invitación a Dubái. Le agradecí su afable propuesta, quizás después de dar a luz, y pasado un tiempo más, podríamos viajar a aquel lugar. —De verdad, ¿no le apetece algo de comer? —inquirí al tanto de la hora. Y ya el reloj me indicaba que eran las doce del mediodía. —Tú, ¿tienes hambre? —quiso saber. —Un poco —susurré por no decir que moría en realidad. —Podemos ir a un restaurante, yo invito. Y llamo un taxi, también. —No es necesario…—La comida, como en el resto del país, es deliciosa. Anda, acompáñame. Yo me encargo de avisarle a Ismaíl —insistió. Me convenció, o no quise declinar, no sería grosera. Me puse en pies, y pedí permiso para arreglarme. Comprendió quedándose a la espera de mí. En la habitación, me p
Acabó acercándose a él. Mis ojos se llenaron de lágrimas. Me ponía muy emocional presenciar el encuentro. Y me hundía más en la reflexión, ¿cómo pude evitar por mucho que esto pasara?, ¿Cómo fui capaz de no permitirle a mi propio hijo tener felicidad completa? Cubrí mi boca, Ismaíl me abrazó por la cintura, adivinando el efecto en mí de lo que acontecía. Sentí sus labios tibios inclinados sobre mi frente. Reprimí la gigantesca necesidad de romperme, de rendirme ante el llanto. Por fin ocurría, al fin sucedían solo cosas buenas en nuestras vidas, aún así quería soltar lágrimas, pero no de tristeza. Sino lágrimas de alegría. Solo felicidad. …—Cuando yo te lo pedí te negaste, y ni siquiera lo pensaste cuando papá te ha invitado a comer —comentó sin rastro de molestia en la voz. Le seguí la corriente a mi amado captor. —No me digas que estás celoso. No pude negarme, además no me resisto a la pizza y mi bebé y yo moríamos de hambre —solté, era mi excusa. —Yo ahora muero de hambre,
Me cubrió los ojos, sus manos me guiaron en el andar. Todavía con la venda en mi rostro, sentí la arena bajo mi sandalias. ¿A dónde íbamos? —Ya casi —susurró a mi oído. Cada avance, cada paso que daba acrecentó un remolino dentro de mí, la emoción estaba arrasando conmigo sin siquiera tener idea de lo que ocurría. Pero mi corazón ya tenía la leve sospecha en un vuelco. —Sorpresa, florecilla…Cuando liberó mi mirada de la tela, no pude emitir una sola palabra. Jadeé extasiada, cubriendo mis labios ante la escena enfrente. Luces, velas, una cena a la luz de la luna, todo finamente adornado. Una mesa y dos sillas esperando por nosotros. —Ismaíl, no sé qué decirte, todo está hermoso… —mis ojos se llenaron de espesas lágrimas.Me abrazó cariñosamente. —No hace falta que digas algo, con solo mirarte sonreír, esa es la respuesta que quiero —se apartó tomando mi barbilla sutil, sostuve sus hipnóticos zafiros, con una avalancha emocional en el pecho —. Mariané…Entonces se arrodilló frent
El corte imperio de mi vestido, un diseño de inspiración griega, Llevaba un canesú justo debajo del pecho; desde ahí hasta abajo estaba la falta, muy vaporosa y suelta. Bueno, y sobre todo cómoda. Elegí el corte del vestido porque era muy romántico. Y justo encima del escote de mi vestido de corte imperio, la pedrería brillante. Aposté por pedrería en los pies, caminaría descalza, de modo que podría sentir la arena en mis pies, dando un aspecto más romántico, también. Llevaría el cabello suelto, con ondas en las puntas; y la diadema de flores sobre mi cabeza, aportó en mi look aún más feminidad y elegancia natural. Me decidí por unos pendientes pequeños, una pulsera en la muñeca derecha combinando con el anillo de compromiso ahí. Kelly elaboró en mi rostro un ligero maquillaje, resaltando mi mirada con un delineado en los ojos, máscara de pestañas y pintó mis labios con un gloss rosado. Ella como mi dama de honor, lucía un vestido de traje tipo sastre, fresco apostando por colores
Si no tuviera una enorme barriga de siete meses, hubiera saltado de la silla por la alegría que embargó mi alma. Diciembre empezaba con buen pie y yo con la respuesta de una editorial, que tomó en serio mi propuesta, no podía sentirme mejor. Era mi oportunidad, mi momento de sacar a la luz un libro que muchas veces tuve ganas de eliminar, que dejé, que pausé, que incluso creí absurdo. Nuestra historia estaba detrás de cada párrafo, plasmada entre las líneas de cada capítulo. Saber que un día no muy lejano “Un Susurro En La Tormenta” estaría detrás de las vidrieras de alguna librería o tienda, me llenaba de satisfacción y felicidad. —¿Amor? —inquirió Ismaíl encontrándome aún estupefacta mirando la pantalla de la portátil. Me giré hacia él con una enorme sonrisa. —¿Recuerdas mi manuscrito? —cuestioné extasiada, cubriendo mis labios. —Por supuesto, lo leí todo, no pudiste haber contado nuestra historia de otra mejor forma. Es perfecta, me comentaste de tus planes de enviarla a una
Al día siguiente, Kelly y la pequeña Sophia estaban en nuestro piso. La beba ya tenía dos semanas de nacida. Y nosotros que también esperábamos una nena, nos crecía la ilusión cada que la veíamos. Mi amiga que se había casado hace mes y medio, lucía radiante. Sean era un caballero, un buen padre y esposo. Me explicó que no había venido con ella porque estaba agotado, al parecer fue su turno de desvelarse en la madrugada. Y saber que eso también nos pasaría…—¿Sigue aquí la hermana de Ismaíl? —quiso saber bajando la voz. —No, se llevó a los niños al parque. Quedó en traerlos pronto. —Entiendo, ¿cómo te sientes? —Cada día mejor —admití —. ¿Y tú, ya te acostumbras a las noches sin dormir, lloriqueos…—No —confesó mirando a Sophia acunada en sus brazos —. Pero tenías razón, es una etapa hermosa. …Anocheció rápido, después de pasar por la habitación de los niños, ingresé a la mía, encontrando a Ismaíl metido en la cama; tenía el torso descubierto, así de guapo quise admirarlo más tie