No había más que odio en mi mirada.No iba a fingir lo contrario. Pero era también una mezcolanza en el alma, saturando mis emociones, él había cruzado la cuerda floja de la vida y la muerte sin problema, razón por la que debía estar contenta, rebosante de absoluta felicidad. Sin embargo, tener presente su mentira, me dejaba un pedazo de hielo clavado en el pecho, aborreciendo cada parte de su ser. El escabroso hecho no había sido confirmado por él, y ya me temía que fuera cierto. Troya ardía dentro de mí de solo pensar que se atrevió a revolcarse con la tal Alexa, tal vez si todo se hubiera quedado en una noche, el presente fuera distinto, pero el desliz traía consigo una consecuencia, un bebé. Me había olvidado de Smith a mi lado, aparté la lágrimas con disimulo.—Mientras el paciente duerme, la respiración tiene lugar con una máquina llamada ventilador, algo que puede resultar impactante para las visitas. Es normal, no tienes de que preocuparte —explicó antes de permitirme inqui
—Eres una maldita —escupí ardida, dejando de mala gana el pago de mi bebida en la mesa. Entonces me fui a toda velocidad de ese sitio. En mi retorno al piso evité hacer ruido al caminar, en cuestión avancé con cautela a la habitación que ocupaba. Ese ridículo sobre permanecía sin rasgar sobre la mesita. Lo agarré encarcelada en un torrencial enfado que oprimía el pecho, que me deshacía como una hoja expuesta a una abrasadora flama. …Ese sábado por la noche, me encaminé a la habitación de Ismaíl, fatal, derrotada. No pudo disimular la impresión inyectada en sus ojos, al verme ahí con la cara enrojecida de tanto llorar. Aunque miró las hojas que sostenía en mi mano derecha, volvió a sostener mis ojos calcinando en el proceso. —Sé que pasó algo entre tú y Alexa, no te atrevas a decir lo contrario, vengo de hablar con ella. ¿Cómo pudiste, Ismaíl? —solté dejándole la expresión desencajada. Se quedó de piedra. Y le tiré los exámenes de esa mujer. —¿Qué? —Me has escuchado perfecta
Ismaíl decidió vacacionar en familia, aprovechar lo que quedaba de verano. Regresar a la isla de Cerdeña, aunque a un área diferente como Ogliastra, trajo a mi cabeza los recuerdos en un hilo inolvidable. Estar todos en familia, resultó ser un calorcito que derritió el hielo forjado por bolas curvas en nuestras vidas.La felicidad florecía, el punto medio de las cosas estaba en su lugar, y eso era como estar dentro de nuestro propio cuento de hadas. No había rastro de un miedo que consumiera, tampoco existía la inseguridad torciendo nuestro presente. El sol…La arena…Y las olas del mar golpeteando en la orilla. Nada más cálido que sentir todo a la vez, adjunto a la alegría de mis niños. Isaac junto a su hermana hacían castillos de arena. Que lindo era mirarlos jugar, apreciar la escena más inocente de ellos dos, divirtiéndose juntos. Mi Lizzy hermosa presumía de un bañador rosado, pero Isaac no se quedaba atrás, la palidez fue sustituida en su tez por un bronceado. Quise sacar una
El interior de la enorme casa rústica, era un sitio acogedor también. Un lugar alegre, pintoresco, lleno de calidez absoluta. Se sentía bien pasearse por cada centímetro, o quedarse en el porche respirando la brisa marítima. Me hechizaba la isla, el momento, los días que pasaban sin nubes grises. Y no, no era una satisfacción transitoria, lo nuestro ya no venía viendo tropiezos. Empiné el contenido del vaso a mis labios, bebiendo de un sorbo lo que quedaba del refrescante zumo de limón. Los niños seguían durmiendo la siesta, e Ismaíl continuaba con el teléfono a la oreja, atendiendo una llamada internacional. Desde ahí sentada lo miraba, un idóneo ángulo de admirarlo a la perfección. Un mensaje de WhatsApp hizo sonar mi teléfono. Kelly me preguntaba por los niños, queriendo saber cómo iba todo. Además, me daba la buena noticia de una fecha definida para su boda. Sean y ella se decidieron por un dieciocho de octubre. Me pareció un poco lejana la fecha, tomando en cuenta que para ent
La cena estuvo bien. A Ismaíl ya no se le daba tan fatal la cocina, claro que me dejó lo más difícil a mí. Pero eran esos momentos los que se hacían inigualables, y a nosotros nos unía, instantes solo suyos y míos, de nadie más. Al final se encargó de lavar los trastes; Isaac le ayudó. Por mi parte, llevé a Lizzy a la cama quedándome con ella un rato, porque no me podía negar a su dulce petición de que le leyera un cuento. Sin más, busqué en internet uno interesante, de los que tenía en casa en papel, se nos olvidó empacar. Por fortuna encontré su favorito en línea, y se lo narré. En el proceso, la vi cabecear, luchando por no cerrar los ojitos, quería escucharlo todo a pesar de que ya se lo sabía de memoria. Me interrumpió un par de veces, cuestionando como solía, la decisión de la joven princesa al rechazar al príncipe. Cuando yo se lo leía recordé darle respuesta, quizá también Brenda lo hizo, pero ella no conforme con la contesta, inquiría de nuevo. —Lizzy, ella era muy joven p
—No tengo palabras para expresar lo mucho que me alegra conocerte, dulce muchacha —habló con el acento árabe marcado en sus palabras. A pesar de todo manejaba bien nuestro idioma. Se inclinó besando el dorso de mi mano —. ¿Puedo darte un abrazo? Cómo decirle que no. La abracé tomando la iniciativa. Pude palpar cierta familiaridad, esa confianza instantánea envolviendo la unión. —Al fin te conozco, Mariané. ¿Cómo estás? —se separó. —Y-yo… lo siento, de saber que venía, me habría arreglado —comenté apenada. Seguía con la pijama puesta. Una ropa poco acertada para ver por primera vez al padre de Ismaíl. ¡Que vergüenza! —No te preocupes, y yo que pensaba darles una sorpresa. ¿No está Ismaíl? —inquirió. —Hace rato salió con los niños, iban al aeropuerto por Brenda. Pero ya sabíamos que venía… —fruncí el ceño. —Le dije a mi hijo que mi vuelo llegaba al atardecer —sonrió —. No ha salido como esperé, pero que alegría conocerte, la verdad. —Por favor, no se quede ahí, pase señor Moh
Mohammed se instaló en una de las habitaciones disponibles; me platicó más sobre él, yo un poco, disimulando el sueño que me apresaba. A veces, no se daba cuenta pero, decía cosas en su idioma que yo no entendía. Así que solo asentía. En medio de la charla, surgió su invitación a Dubái. Le agradecí su afable propuesta, quizás después de dar a luz, y pasado un tiempo más, podríamos viajar a aquel lugar. —De verdad, ¿no le apetece algo de comer? —inquirí al tanto de la hora. Y ya el reloj me indicaba que eran las doce del mediodía. —Tú, ¿tienes hambre? —quiso saber. —Un poco —susurré por no decir que moría en realidad. —Podemos ir a un restaurante, yo invito. Y llamo un taxi, también. —No es necesario…—La comida, como en el resto del país, es deliciosa. Anda, acompáñame. Yo me encargo de avisarle a Ismaíl —insistió. Me convenció, o no quise declinar, no sería grosera. Me puse en pies, y pedí permiso para arreglarme. Comprendió quedándose a la espera de mí. En la habitación, me p
Acabó acercándose a él. Mis ojos se llenaron de lágrimas. Me ponía muy emocional presenciar el encuentro. Y me hundía más en la reflexión, ¿cómo pude evitar por mucho que esto pasara?, ¿Cómo fui capaz de no permitirle a mi propio hijo tener felicidad completa? Cubrí mi boca, Ismaíl me abrazó por la cintura, adivinando el efecto en mí de lo que acontecía. Sentí sus labios tibios inclinados sobre mi frente. Reprimí la gigantesca necesidad de romperme, de rendirme ante el llanto. Por fin ocurría, al fin sucedían solo cosas buenas en nuestras vidas, aún así quería soltar lágrimas, pero no de tristeza. Sino lágrimas de alegría. Solo felicidad. …—Cuando yo te lo pedí te negaste, y ni siquiera lo pensaste cuando papá te ha invitado a comer —comentó sin rastro de molestia en la voz. Le seguí la corriente a mi amado captor. —No me digas que estás celoso. No pude negarme, además no me resisto a la pizza y mi bebé y yo moríamos de hambre —solté, era mi excusa. —Yo ahora muero de hambre,