Al amanecer recibí el sol, junto a la crueldad de un impertinente dolor de cabeza. Me encaminé al baño desesperado por tomar una píldora que surtiera rápido efecto. Tomé la ducha mañanera, tras terminar me metí en el vestidor recorriendo el interior en busca de un traje. Me vestí pronto, me calcé los zapatos y me puse perfume. Me miré al espejo arreglando mi cabello, y no me olvidé de ponerme el reloj de muñeca. Gruñí al ver la hora, se hacía tarde. Salí a la velocidad de la luz de mi habitación. Abajo escuché ruidos en la cocina. Nada raro, y no era Brenda que tenía el martes libre, debía de ser Mariané. —Buenos días, ven a desayunar con nosotros —saludó en cuanto me vio aparecer. —Hola papi, come con nosotros —insistió Lizzy bajando del taburete, se me acercó rodeándome con sus cortos bracitos. —Buenos días. —devolví el saludo alternando la mirada entre ellos. Isaac, fue el único que no se volteó a verme, quizá estaba demasiado abstraído en sus pensamientos, cabizbajo como aho
Ismaíl al fin clavó sus ojos en mi persona, acercándose para hablarme demasiado cerca. Muy cerca, lo suficiente para que Kelly se diera cuenta de que surgió un avance entre nosotros; su delicioso perfume me caló profundo, quitándome el aliento todo el tiempo que estuvo en mi espacio. —No me quedaré mucho, solo pasaba a recoger unos documentos, pero llegaré ante de las seis, ¿está bien? —me dio un beso en la mejilla. Le dije adiós a mi actuación casi perfecta, no podía negarle a mi amiga que pasaba algo, si era más que obvio. —No te preocupes, Ismaíl. —lo miré a sus intensos zafiros. —Bien, con permiso —pronunció retirándose. Recuperé paulatinamente el oxígeno. —Es mucho más intimidante en persona —confesó una vez Ismaíl no se encontraba con nosotras —. Óyeme, pero que buen partido, eh. Con un tío así, uno cae rapidito. No te pongas celosa, pero demasiada perfección para mis ojos, me ha dejado el corazón latiendo fuerte. —No exageres —sonreí a medias. —¿Qué no exageres, dices?
Suspiré por quinta vez, observando la enorme pantalla. Ya hace unos minutos que miraba la entrevista. —¿Qué impacto ha tenido este escándalo en usted, señor Al-Murabarak? La morena lanzó su sexta pregunta, entonces las cámaras enfocaron a Ismaíl. Su semblante era seguridad absoluta. Ni siquiera con la atención en él, en un momento tedioso, le inyectó nerviosismo. Nada. Él, lucía hasta perfecto, guapo y sexy. Ya quise que regresara pronto, que estuviera a mi lado. —Me ha dejado claro que en la sociedad en la que vivimos se monetiza hasta el cotilleo más absurdo, sin importar si lo que se dispersa es cierto o falso. Supongo que momentos así de oscuros, irritantes, me han hecho más fuerte, algo que claramente no esperaban quienes empezaron con esto. —Y, de acuerdo con aquellas acusaciones falsas, entonces, ¿usted, jamás se involucró íntimamente con su sobrina? —Debo aclarar que Mariané no es mi sobrina. Y sí, nosotros estuvimos en una relación, pero hubo consentimiento de su parte
—¿Si? —tomé la llamada.—Disculpa la hora, Mariané. Solo quería saber cómo estás. —No, no se preocupe, señora Magnani. Estoy… la verdad estoy bien —me desinflé sobre la cama —. Espero que le haya llegado mi correo. —Sí, todo está perfecto. Me da gusto que todo ande mejor. ¿Qué tal las cosas con Ismaíl? Perdona la pregunta. —No lo sé. ¿Qué quiere que le diga? —Ay, lo siento, ya sé que no es de mi incumbencia. —Siento que estoy en una nube de la que no quiero bajar, ahora que todo marcha en orden, me aterra de que se desplome en un chasquido lo que he construido en mi mente —aspiré tomándome unos segundos, antes de volver a hablar —. Siento que este es mi lugar, con Ismaíl, y también que no encontraré algo parecido. —Primero, lo que sucede no es un invento de tu cabeza, es una hermosa realidad, de modo que debes aprovechar ese presente. Segundo, si es allí donde quieres estar, quédate. —Sí —suspiré —. Ya quiero volver al trabajo, extraño estar en mi escritorio, redactando por ho
Reconocí la varonil habitación, después de un par de bostezos. El espacio de Ismaíl estaba vacío. Respiré profundo. De seguro ya estaba alistándose para ir a trabajar. No me equivoqué, hizo acto de presencia enfundado en un traje azul marino que le sentaba de maravilla. Saludé saliendo de su enorme cama, se veía perfecto. —¿Te sientes mejor?—Buenos días, Mariané. Estaré bien —me regaló una sonrisa —. Gracias por permanecer a mi lado. —Está bien, puedo prepararte el desayuno, no es bueno empezar el día con el estómago vacío —ofrecí, aunque ya estaba mirando el Rolex con premura. —Te prometo que comeré en la empresa, y vendré a almorzar con ustedes. ¿Podrías hacer Risotto? —Por supuesto, te estaremos esperando. Ismaíl, ten un buen día. —Tú igual, preciosa. —dejó un beso casto en mi boca, luego se fue. Quedó su perfume saturando el aire, meciendo mis sentidos en la exquisitez de su olor. Aproveché de hacer la cama; después, salí camino a mi habitación para adecentarme. Los niño
Marcus y Sengei me ayudaron a abrirme paso entre la multitud de reporteros que estaban sesgados en la entrada del hospital. Los flash de las cámaras de todos modos cayeron sobre mí, constantes llamados inquiriendo, deseosos de saberlo todo. En el desespero que apresaba mi alma, avancé a zancadas hasta la recepción, lejos de la bruma de allá afuera pero más cerca de saber a detalle lo que ocurría con Ismaíl. La morena de ahí, pareció reconocerme, en todo caso lucía ofuscada con el alboroto en el exterior, me miró a mí, atando todo. Probablemente, entendiendo que el revuelo de la prensa me involucraba también. No debía de extrañarme, después de todo, seguía hablándose en los medios de nuestra relación “prohibida”, como si fuera el pan de cada día.Ella, amable, intentó calmar mi agitación; Marcus aún no se iba de mi lado. —Por favor, necesito que me diga cómo está él —pedí urgida, entre lágrimas que no cesaban. —Ella pregunta por el señor Al-Murabarak —explicó el guardaespaldas encar
El estupor sobrepasó mi pecho, me estremeció como el viento retuerce una rama seca y la quiebra en el azote. Mirarlo exánime, me desquebrajó por completo, verlo ahí postrado en esa cama de hospital, era una escena que creí mirar jamás; no soportaba saberlo frágil y vulnerable. Le quité la mascarilla de oxígeno y dejé un beso corto en sus labios. Antes de volver a ponérsela, examiné sus facciones. Como dijo Evanson, tenía un collarín en su cuello. El color violáceo surcaba algunos centímetros de su mejilla y mentón, raspones atravesando su pómulo izquierdo. Él, ajeno a mis dedos temblorosos recorriendo su mejilla, no se inmutó. La debilidad se dibujaba en su hermoso rostro. Le tomé las manos besándola en el acto, me aferré a su tacto con suavidad. —Odio mirarte así, me hace daño. Casi muero de solo pensar que te podía perder—emití en un susurro por lo bajo, apagada en un admisión que desgarraba mi vida; no me contuve y lo abracé posando la cabeza en su pecho, cuidadosamente. Cerca d
Toqué dos veces en la puerta del doctor Evanson. Aguardé su pase, al recibirlo ingresé a su oficina en la hora exacta que me indicó. Mis palmas sudaban, mi corazón en su caja saltaba con ferocidad; un subidón me retorció las entrañas al posarme bajo su mirada indescifrable. —¿Cuál es el diagnóstico? Dígame por favor. —Mariané, ¿cómo has estado? —Mal, no he podido estar de otra forma, ¿qué tiene Ismaíl? Ya no más rodeos, doctor —pedí implorando. —Smith no ha llegado todavía, él te explicará todo. Por mi parte, puedo informarte que se recupera bien de la lesión, y me sorprende mucho que progrese rápido. —Me alegra saberlo, es una noticia reconfortante. —Señorita Lombardi —me llamaron. Giré encontrando a otro hombre de bata blanca, pero más joven que Marc. Asentí sin reconocerlo, miré a Evanson. —Es el doctor que lleva el caso de Ismaíl. Él se aproximó tendiéndome una mano, la acepté recibiendo una cuidadosa sacudida.—Así es. Tony Smith, por favor, venga conmigo. —De acuerdo.