Reconocí la varonil habitación, después de un par de bostezos. El espacio de Ismaíl estaba vacío. Respiré profundo. De seguro ya estaba alistándose para ir a trabajar. No me equivoqué, hizo acto de presencia enfundado en un traje azul marino que le sentaba de maravilla. Saludé saliendo de su enorme cama, se veía perfecto. —¿Te sientes mejor?—Buenos días, Mariané. Estaré bien —me regaló una sonrisa —. Gracias por permanecer a mi lado. —Está bien, puedo prepararte el desayuno, no es bueno empezar el día con el estómago vacío —ofrecí, aunque ya estaba mirando el Rolex con premura. —Te prometo que comeré en la empresa, y vendré a almorzar con ustedes. ¿Podrías hacer Risotto? —Por supuesto, te estaremos esperando. Ismaíl, ten un buen día. —Tú igual, preciosa. —dejó un beso casto en mi boca, luego se fue. Quedó su perfume saturando el aire, meciendo mis sentidos en la exquisitez de su olor. Aproveché de hacer la cama; después, salí camino a mi habitación para adecentarme. Los niño
Marcus y Sengei me ayudaron a abrirme paso entre la multitud de reporteros que estaban sesgados en la entrada del hospital. Los flash de las cámaras de todos modos cayeron sobre mí, constantes llamados inquiriendo, deseosos de saberlo todo. En el desespero que apresaba mi alma, avancé a zancadas hasta la recepción, lejos de la bruma de allá afuera pero más cerca de saber a detalle lo que ocurría con Ismaíl. La morena de ahí, pareció reconocerme, en todo caso lucía ofuscada con el alboroto en el exterior, me miró a mí, atando todo. Probablemente, entendiendo que el revuelo de la prensa me involucraba también. No debía de extrañarme, después de todo, seguía hablándose en los medios de nuestra relación “prohibida”, como si fuera el pan de cada día.Ella, amable, intentó calmar mi agitación; Marcus aún no se iba de mi lado. —Por favor, necesito que me diga cómo está él —pedí urgida, entre lágrimas que no cesaban. —Ella pregunta por el señor Al-Murabarak —explicó el guardaespaldas encar
El estupor sobrepasó mi pecho, me estremeció como el viento retuerce una rama seca y la quiebra en el azote. Mirarlo exánime, me desquebrajó por completo, verlo ahí postrado en esa cama de hospital, era una escena que creí mirar jamás; no soportaba saberlo frágil y vulnerable. Le quité la mascarilla de oxígeno y dejé un beso corto en sus labios. Antes de volver a ponérsela, examiné sus facciones. Como dijo Evanson, tenía un collarín en su cuello. El color violáceo surcaba algunos centímetros de su mejilla y mentón, raspones atravesando su pómulo izquierdo. Él, ajeno a mis dedos temblorosos recorriendo su mejilla, no se inmutó. La debilidad se dibujaba en su hermoso rostro. Le tomé las manos besándola en el acto, me aferré a su tacto con suavidad. —Odio mirarte así, me hace daño. Casi muero de solo pensar que te podía perder—emití en un susurro por lo bajo, apagada en un admisión que desgarraba mi vida; no me contuve y lo abracé posando la cabeza en su pecho, cuidadosamente. Cerca d
Toqué dos veces en la puerta del doctor Evanson. Aguardé su pase, al recibirlo ingresé a su oficina en la hora exacta que me indicó. Mis palmas sudaban, mi corazón en su caja saltaba con ferocidad; un subidón me retorció las entrañas al posarme bajo su mirada indescifrable. —¿Cuál es el diagnóstico? Dígame por favor. —Mariané, ¿cómo has estado? —Mal, no he podido estar de otra forma, ¿qué tiene Ismaíl? Ya no más rodeos, doctor —pedí implorando. —Smith no ha llegado todavía, él te explicará todo. Por mi parte, puedo informarte que se recupera bien de la lesión, y me sorprende mucho que progrese rápido. —Me alegra saberlo, es una noticia reconfortante. —Señorita Lombardi —me llamaron. Giré encontrando a otro hombre de bata blanca, pero más joven que Marc. Asentí sin reconocerlo, miré a Evanson. —Es el doctor que lleva el caso de Ismaíl. Él se aproximó tendiéndome una mano, la acepté recibiendo una cuidadosa sacudida.—Así es. Tony Smith, por favor, venga conmigo. —De acuerdo.
—Es que…—Ven aquí, florecilla. —emitió en un susurro bajito, me debatí un segundo, terminé acercándome, y me incliné dejando que me abrazara lo que podía —. Te amo. —Y yo a ti, Ismaíl. —No quiero que le digas a Isaac o a Lizzy, no merecen verme así —agregó. Me separé y acaricié su mejilla. —Haré lo que pueda, no puedo prometerte algo así. …Un panorama grisáseo se asomaba en nuestras vidas, empañando los cristales, llevándose la fugaz claridad que nos iluminó tan poco. El presagio, la corazonada de saber que todo pendía de un hilo, atizando mi alma. La tranquilidad me abandonó sin intenciones de volver. Perdí la cuenta de cuánto derramé lágrimas sobre las almohadas. Hecha ovillo en su cama, me hundí en la tristeza, en los oscuros abisales de plañir incesante. —No puedes seguir así. —No consigo sentirme de otra manera, cada día lo extraño más. —Pero se está recuperando. Los doctores harán lo mejor…—Aunque esté mejorando de su lesión en la espalda, no deja de ser desfavorable
Busqué por todos lados a Lizzy, me preocupé de no verla en su habitación. La llamé por quinta vez, nada, no respondía a mis llamados. Le pregunté a Isaac al respecto, pero no obtuve respuesta. Mi propio hijo me ignoraba. —Te estoy hablando, Isaac. —Es que no la he visto, no sé dónde podría estar —se encogió de hombros. —Oye, necesito hablar con los dos. —¿Mami? —me giré y encontré a Kelly con la pequeña Lizzy tomándola de la mano, tenía un globo rosado. Entonces lo recordé todo, mi amiga se la había llevado a pasear en la mañana. ¿Cómo se me pudo olvidar? Supongo que todo lo que pasaba torno a Ismaíl me tenía agobiada. A sabiendas de verla sana, exhalé y me le acerqué recibiendo su tierno abrazo. —Mira, la tía Kelly me compró un bonito globo —comentó emocionada, esbozando la sonrisita más dulce que vi jamás. Le acaricié las mejillas regordetas.—Está hermoso, princesa. ¿Le diste las gracias a la tía Kelly? —Sí, ya le dije. También me compró un delicioso helado de chocolate —aña
En el hospital, Brenda se quedó en la sala de espera, incitándome a entrar primero con los niños. Le dije que podía ir con nosotros, pero se negó. Al final permaneció con Marcus a su lado. No insistí. Sengei apareció en nuestro camino, nos saludamos. Después de hablar con Evanson, pudimos ingresar a la habitación. Ismaíl se quedó sin palabras al verme ahí con los niños. Solo pude sonreírle, en medio del correteo de su pequeña ir hacia él, ansiosa. Isaac avanzó más despacio, pudiendo abrazarlo. Tuve que aproximarme rápidamente cargando a la niña que no alcanzaba llegar a su rostro. —Papi —susurró besándole toda la cara —. Mami me dijo que te pasó algo malo, ¿cómo estás? —Lizzy, Isaac… —por fin pronunció dibujando una sonrisa, besando a ambos en la frente —. Que bien me siento de verlos, hijos. Estaré bien, más al tenerlos aquí conmigo. ¿Qué han hecho estos días? Él intentaba desviarlos del tema con aquella inquisitiva. Le hablaron de su día, un poco más alegres por saber a su proge
El día se fue de volada, al anochecer pasé por el dormitorio de la niña. Me asomé un poco, alcancé a ver a Brenda en la cama con Lizzy; atendía con la vivaz sonrisa en su carita, mientras ella le contaba un cuento cómo la noche anterior. Iba a darle un beso de buenas noches, y preferí dejarlas a solas. En cambio, me dirigí a la habitación que ocupaba Isaac. Por el trayecto frené en seco al sentir mi móvil sonar. No sabía quién podía ser llamando a esa hora. Quizá Kelly que nunca se apareció en el hospital. En todo caso desbloqueé la pantalla, descubriendo que solo era un remitente desconocido. —¿Si? —contesté frunciendo el entrecejo. —Habla Alexa —expresó de golpe, así sin más. A los dos segundos mi cerebro recordó a la rubia de labios de piñón, vestidito apretado y ojos azules. ¿Qué rayos hacía llamándome? Y la incógnita más gigante, ¿cómo pudo encontrar mi número telefónico? La incertidumbre me atravesó en forma de escalofríos. —¿Alexa? —Eso he dicho —soltó. Casi pude jurar