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Capítulo 6: Comienza el caos en mi hogar.

Nikolay Petrov

La tenía enfrente de mí, no podía creerlo, por mucho que he soñado este día nunca pensé que sería de esta forma, ¿Por qué estaba huyendo? ¿Quiénes eran aquellos hombres que la perseguían? ¿Por qué razón parecía ser que era la primera vez que se enfrentaba a una muerte de aquella índole? ¿Por qué de pronto me siento tan confundido al darle cobijo bajo mi casa?

Pero, aún con todas mis preguntas, no podía rechazar el hecho de que aquella mujer es mucho más hermosa y joven de lo que alguna vez imaginé, en primera instancia, supuse que había sido que nunca lo mencionó en algunas de las cartas, pero podía intuir que se trataba de una mujer mayor por la manera en que se expresaba, no solo una adolescente.

A mis veinticinco años, aunque para muchos se trataba de estar en plena juventud, no corría con la misma suerte, es más, podía decir que a mis años les recorría una infinidad de hechos desastrosos y sangrientos, muchas muertes, demasiadas violaciones a lo que la gente considera derechos humanos, pero en mi mundo solo existen dos bandos y aun así las cosas no terminan de salir bien.

Ahora que esperaba comprender más de la vida de Ivonne, ¿Con qué excusa la iba a dejar quedarse conmigo más tiempo? Es obvio que lo que estaba buscando no está, ni siquiera conozco a ese tal Julián del que tanto habla y nombraba en cada una de las cartas. Por otra parte, aunque no muy significativa, le había comentado que nunca había recibido sus cartas, que las deseché, para que no sintiera vergüenza de sí misma, porque era obvio que comenzaba a sentirla, y es que a mí también me avergonzaría que alguien se diera cuenta que detrás de toda la coraza, detrás de todo aquello que enseño a las personas para causar temor a mi persona, existe un hombre capaz de sentir compasión y amor.

Aún que, tampoco debería importarme mucho, es la primera vez que la veo, no debo dejarme embobar por cursilerías, por una cara bonita, o un cuerpo espectacular, porque de ese tipo hay muchas mujeres en el mundo, pero no dejaba de sorprenderme las ganas que tenía de salvar a aquella mujer, tanto así que decidí comprarle un lugar en un cementerio cercano, no me gustaba influenciarme de aquella manera, pero puedo sacar cierto provecho de esta situación y eso es algo a lo que no puedo negarme.

Entré en mi despacho tocándome la entre ceja, me dolía la cabeza de pensar en todas las posibilidades que habían traído a esta chica hasta aquí. Antoine estaba allí esperándome para que resolviéramos algunos de los asuntos pendientes en Rusia.

—¿Qué hiciste con los cuerpos? —pregunté intuitivo, pero sin dar a entender segundas intenciones, quería que todo saliera lo más normal posible, no quería que nadie se detuviera a pensar que aquella chica me importaba de alguna manera, eso ni muerto. Esperaba que hubiera hecho su trabajo bien, si no estaremos en problemas también aquí.

—Los dejé en una esquina, parecerá que fue una pelea callejera, de hecho, he rompido sus ropas y llenado sus cuerpos de alcohol para que, efectivamente, parezcan unos vagos que se pelearon borrachos quien sabe porque diablos. —respondió, sonreí por aquello, Antoine siempre buscaba una muy buena salida a los problemas que se producían espontáneamente—. Aunque podemos también dejar el cuerpo de la chica junto a ellos y pensarán que es una disputa por amor. —agregó nuevamente, no me importaba que pasaba con ese cuerpo, total, había fallecido.

Pero una ráfaga de viento helado recorrió mi espalda, había prometido que le daríamos un funeral digno, no podía dejar que sucumbiera en aquella esquina, no cuando eso podría darme problemas con la chica que dormía en la habitación de arriba.

—Creo que eso no será posible, he hecho una promesa, no puedo faltar a mi palabra, Antoine. —mencioné, el hombre asintió y salió de la habitación dispuesto a hacer cada una de las cosas que le había encomendado.  

No pude dormir en toda la noche, la tensión de tener a aquella mujer que tanto deseaba encontrar en la habitación de al lado me sobrepasaba, necesitaba saber más de ella, todo de ella, mi cabeza parecía haber tomado conciencia propia, pensando constantemente en aquella mujer, en sus ojos atrayentes, en sus labios tan finos, en su cuerpo perfectamente ensamblado, y es que, no sabía por qué estaba pensando todo esto si ni siquiera había tenido tiempo para detallarla cuidadosamente o para trazar mis caricias en su piel, pero sin duda creía que iba a llevarme a un precipicio, tenía que poner distancia entre ella y yo, no porque tuviera miedo de ella, sino que tenía miedo de mis propios alcances, aun así no dejaba de contradecirme a mí mismo,  había dejado que se quedase aquí, a unos cuantos pasos de mí habitación.

Salí de la cama explotando, sentía mi cuerpo afiebrado, sentía mis manos temblar, ¿Qué me está pasando? ¿Qué es lo que ella provoca en mí? ¿Por qué no la puedo tener cerca de mí? Iba a enloquecer si no lograba mantener la calma, estaba seguro de ello, aun así, no podía hacerlo.

Bajé a la cocina esperando que algo del mal que sentía cesase y aprovechar de comer algo, nunca se me ha dado el controlar mi ansiedad y mis desordenes con el estómago vacío.

—Hola. —saludó aquella mujer, de la cual sabía más de lo que quería admitir, la miré de arriba abajo, sonreí de lado mientras sacudía mi cabello, mala costumbre la mía de hacerlo para llamar aún más la atención, cosa que en estos momentos no deseaba hacer, sus mejillas enrojecieron, producto de eso sentí que algo en mi interior se encendía con fuerza—. No sabía cómo agradecerte el que me dejaras quedarme, así que me pensé en preparar el desayuno. —mencionó ella sonriendo, la miré confundido, ¿Qué hora se supone que era?

—Creo que está bien. —dije mientras llevaba mi vista a las ventanas, ya era de día, para mi sorpresa y es que era de esperarse que no estuviera por enterado, mi pieza parece un calabozo, en el mal sentido, siempre permanezco en las tinieblas, al igual que mi vida.

Segundos después mi nariz se inundó por un olor, quemado, un intolerable olor a quemado se estaba colando por mis fosas nasales, la miré y sus ojos se abrieron de asombro, se volteó a ver el contenedor que tenía puesto en la cocina y llevó sus manos a la boca, abriendo sus ojos con asombro.

—¡Mierda está quemándose! —dijo en casi un grito, me reí a sus espaldas, sin que ella pudiera darse cuenta de ello, ella no era buena cocinando, estaba seguro de eso.

—No importa, ven antes de que llegue Katherina, es muy quisquillosa con las personas que entran en su cocina, así qué será mucho mejor que te escondas de ella. —comenté aun riéndome en silencio por todo lo que había pasado con el mentado desayuno ese.

—Está bien. —respondió tímidamente golpeando su frente como castigo de un acto de torpeza, caminé hacía el patio trasero para apreciar la mañana que me brindaba España, que era mucho mejor que las frías mañanas en Moscú, supongo que siempre desee venir a este lugar, pero nunca lo había hecho por cuestiones laborales.

Ella me seguía de manera prevenida, lo poco que la observé me di cuenta de que miraba a todos lados, supongo que esta casa le traía muchos recuerdos agradables y quizás, algunos no tanto, después de todo aquí vivía este tal Julián que la había dejado sin siquiera darle una nueva dirección o algún número para poder comunicarse con él.

—¿En qué piensas? —pregunté acabando con su mirada lejana y con su silencio que me ponía un poco incómodo, cosa que no pasaba muy a menudo, porque me gustaba el silencio, me dejaba pensar más tranquilo, suponía que era porque aparte de relacionarme con las mujeres de mi familia, solo me metía con prostitutas a las cuales solo me llevaba a la cama y luego las desechaba como basura, porque eso eran, igual que las narcotraficantes a las que estoy tan acostumbrado, pero ella no encajaba en ninguna de las clases que había mencionado.

—Es solo que me trae gratos recuerdos estar aquí. —respondió a mi pregunta en apenas un susurro. No la miré en lo absoluto, pero sonreí por lo que había dicho, cosa que me sorprendió más a mí mismo, ¿Por qué lo había hecho?

—Qué bueno que estés contenta. —mencioné. No sabía que decir o que hacer para romper el hielo que había entre nosotros. A lo lejos divisé a Antoine, no sabía si quería decir algo o no, hasta que se acercó a mí—. Dame un segundo, por favor. —agregué dirigiéndome a la mujer, ella asintió.

—Señor, tengo noticias urgentes y sumamente graves. —mencionó mi mano derecha, preocupándome, volteé los ojos, sabía perfectamente que no me gustaba que la gente se diera tantos rodeos para decir algo.

—¿Y bien? —dije un poco cabreado por la demora del hombre en decirme las cosas.

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