Aquella gran ciudad, lentamente se iba quedando atrás. La larga carretera que ya lo recibía, se apreciaba casi vacía a esas horas de la madrugada, y pocos eran los autos que se veían viajando sobre la misma. La oscuridad lo cubría todo a su paso y los nubarrones de lluvia que se divisaban a lo lejos, presagiaban una gran tormenta. Mirando por el espejo retrovisor, aquel joven hombre miraba la ciudad quedarse cada vez más atrás, Henry Russo se preguntaba cómo es que había terminado enredado en tal lio; se consideraba a sí mismo como una persona sensata y de pensamiento lógico, aunque, en esa situación no estaba siendo ninguna de las cosas, pero, ¿Cómo actuar cuando la única mujer por la que había mostrado interés, ahora yacía en los brazos de su más férreo enemigo?“Todo hombre comete, aunque sea una sola, locuras por una mujer”Aquella frase casi le hizo mostrar una desapercibida sonrisa de ironía, siempre había considerado que su padre no era una persona sensata, siempre dominado por
Aquella mañana, Aurora había salido sin despertar a Massimo. Una lluvia ligera aun caía sobre la ciudad después de la tormenta, y los cielos se apreciaban completamente grises. Mirando por la ventana en un sexto piso de aquel hospital, Aurora sentía su mente nublada, completamente nublada, y no lograba pensar con claridad. Estaba allí para realizarse una prueba de sangre, pues en sus pensamientos aun había la esperanza de no estar realmente embarazada…pero en su interior, ya lo sabía…sentía que si lo estaba.A su alrededor, observaba a varias mujeres con sus abultados y crecidos vientres; algunas de ellas, traían consigo a algún niño o niña acompañándolos. El llanto inconfundible de un bebé, se escuchaba a lo lejos en el pasillo, aquel, después de todo, era el piso de maternidad y ginecología, y entonces, sus miedos se acrecentaron aún más.El amor de una madre era sagrado, o, al menos, eso decían; el primer y verdadero amor que se experimenta en la vida, y aquel al que nunca podríamo
—Señora Contessa, la señora Bensiali. — anunciaba el sirviente ante la condesa de Capua, que no disimuló su disgusto ante la mención de aquella mujer.—Hazla pasar. — ordenó Virgilia.Aquella enorme y elegante mansión, había visto pasar a muchas generaciones de condes y condesas, antes de que la familia real italiana cediera el poder con la abdicación de Napoleón. Dibujando una mueca de enfado, Virgilia Contessa vio entrar a su saloncito privado, a aquella mujer que tan solo había traído problemas a los Bensiali, descendientes reales que no conservaron sus títulos, pero que se habían consolidado como la familia más poderosa e importante de Italia.—Su excelencia. — saludó Brunella a la condesa.Virgilia le regaló a cambio una mirada cargada de soberbia y desprecio.—Es algo bastante infame y cínico de tu parte, el aun usar el apellido de mi sobrino después de haber fingido tu propia muerte para fugarte con un amante. ¿A qué has venido Brunella Berrycloth?, sabes bien que no eres bienv
—Estoy embarazada… —Massimo sintió como, repentinamente, el corazón le latió con tanta fuerza que parecía que se le iba a escapar del pecho para salir corriendo. En ese momento, no supo que decir, y tantas palabras, y tantas emociones que lo golpearon al mismo tiempo, se le quedaron atorados en la garganta. Lo único que pudo hacer, fue tomar a Aurora entre sus brazos y apretarla contra si sin desear soltarla.Un par de lágrimas se le escaparon de sus ojos azules como el zafiro, y en ese momento sintió en su pecho las de Aurora mojándolo repentinamente. Tomándola por hombros, Massimo la miró fijamente a los ojos.—Tu… ¿Estas bien? — le preguntó siendo lo único que pudo realmente articular.Aurora negó. — No lo estoy…no esperaba convertirme en madre tan pronto…no estoy lista para dar un paso tan grande, y, sin embargo, tampoco voy a retractarme…seremos padres, Massimo, tendremos un hijo…y yo no sé si voy a poder ser una buena madre… ¿Y si termino siendo igual a Georgia? — cuestionó ent
Aquel vaso de cristal fino, era llenado con un costoso Bourbon de una grandiosa cosecha. Las nubes grises habían cubierto por completo a Palermo, y una lluvia pesada comenzaba. Julio Hancock bebía de aquel licor que le calentaba la garganta, mientras apreciaba los relámpagos que alumbraban el cielo de aquella tarde lluviosa en noviembre.Aurora Bianco lo había dejado plantado, y se sentía decepcionado al respecto. Sabía que Juliana haría un escándalo al respecto, así que tan solo había decidido pasar su fin de semana en el lujoso departamento que había comprado con sus propios recursos. No podía mentirse a sí mismo cuando se hallaba en completa soledad; odiaba ser el perro de ataque de tu tío y de su prima…era un precio alto el hacer su trabajo sucio, tan solo para seguir conservando el apellido Hancock.Negando en silencio, el joven de cabellos castaños meditaba aquellos sentimientos y resentimientos que contra sus parientes tenía; él era un hijo bastardo de los Hancock, y por ende,
—Señor, no puede seguir retrasando lo inevitable, la familia extendida se está poniendo cada vez más impaciente, y exigen que el testamento de su padre sea leído ante todos de inmediato, no sé por cuánto tiempo más podré seguirlo evitando, pero le aseguro que no será mucho. — decía Giuseppe al teléfono, mientras miraba desde la ventana de su estudio en la mansión Bensiali, como nuevamente Enzo llegaba para volver a insistir al respecto, esta vez, acompañado de un hombre vestido con un elegante traje al que reconoció como Henry Russo. — Su primo Enzo esta nuevamente aquí, y esta vez viene acompañado de un abogado…el hijo de Alessandro Russo.Desde el otro lado de la línea, Massimo frunció el entrecejo, sabía muy bien que el hijo bastardo de Alessandro Russo, no era alguien para tomar a la ligera, pues de hecho ya había logrado ocasionarle algunos problemas. A Henry Russo, lo llamaban el abogado del diablo. Apretando el celular en sus manos, vio que Aurora dormía plácidamente aun, apena
Aquel día era domingo, y apenas amanecía. La lluvia había, por fin, cesado, y acurrucado en la cama con su esposa, vio como el viento cimbraba los ventanales. El viento afuera soplaba frío, tal y como debía ser en noviembre, y con un deje de nostalgias cargadas de recuerdos. El aroma de aquel perfume natural que emanaba de Aurora, embriagaba sus sentidos, y aquella mujer en sus brazos era todo lo único que realmente le importaba en el mundo. Apretándola contra sí mismo, nuevamente aquellos temores que le decían que podía perderla, golpeaban con fuerza en sus pensamientos, sin embargo, haciéndolos hacia un lado, Massimo se sintió por primera vez plenamente dichoso, y deseo más que nunca proteger a la única mujer que había amado siempre.Acariciando su sedosa cabellera de fuego, Massimo se sintió aliviado de saberla en paz. ¿Cómo había llegado a esto? Era sencillo, bastó con verla una sola vez acariciando su pequeño vientre mientras hablaba con su hijo por nacer, y supo que ella, a pesa
En su departamento privado en un edificio de super lujo, Leandro compartía el lecho con su joven sirvienta, y la miraba dormir plácidamente. Después de ver a la heredera de los Hancock y pasar la noche con ella, le había dicho a Juliana que saldría a un viaje de negocios en nombre de su padre, pues no quería ni tenía ganas lidiar con la caprichosa mujer. La sirvienta a su lado dormía después de su sesión de sexo, y saliendo de la cama, el pelinegro heredero caminó hacia la sala al tiempo que leía los mensajes de su celular.“Ven a verme a mi departamento a eso de las cuatro de la tarde, tengo algunas preguntas que hacerte, y es importante.” decían los mensajes de Henry, su medio hermano menor.Frunciendo el entrecejo, Leandro se negó a ir a ver a su medio hermano, que recién había regresado a la ciudad; su presencia le molestaba, y después de saber todo lo que el bastardo hijo de su padre había logrado por sí mismo, lo toleraba menos aún.Sacando una botella de agua de su refrigerador