CAPÍTULO 38

En la sofocante oscuridad de la cueva, apenas puedo ver la forma de Caleb: una silueta desaliñada delineada por el más tenue destello de la luz de la luna que entra desde una grieta en lo alto. Sólo está en pantalones, el resto de su ropa se perdió por la furia de su transformación.

Sé que mi propia apariencia no es mucho mejor; mi camisa cuelga hecha jirones, evidencia de la bestia que se liberó en mi última transformación.

—Freya —la voz de Caleb tiembla en el aire frío, y hay algo desconocido en su timbre, algo vulnerable—. Lo lamento.

Acerco mis rodillas a mi pecho, sintiendo el frío de la roca debajo de mí filtrarse en mis huesos. Una parte de mí quiere rechazar su disculpa, dejarlo hundirse en la culpa que veo nadando en sus ojos grises. Pero muchas veces imaginé el momento de encontrar al padre de mis trillizos y escuchar sus explicaciones.

—¿Por qué? —Mi voz es firme a pesar del temblor que recorre mi cuerpo—. ¿Porqué ahora?

—Porque he sido un tonto —dice, acercándose. Su c
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