CAPÍTULO 43

El fuerte golpe en la puerta me sacó de los restos de un sueño, uno en el que la luz de la luna bailaba sobre el agua y la risa de Freya era una melodía que se entrelazaba a través de la noche. Sus jadeos, sus gritos de placer, eso fue lo que soñé toda la noche.

Parpadeé para alejar la fantasía, la insistente voz de mi padre cortando la serenidad del recuerdo.

—Caleb —ladró, el timbre de su orden no admitía discusión—. ¡Levántate! Tenemos asuntos importantes que atender.

Suspiré, dejando a un lado las sábanas que parecían cadenas en el frío de la mañana. Las tablas del suelo estaban frías bajo mis pies mientras estaba de pie, los músculos protestaban por el abrupto despertar.

Con movimientos practicados, me puse la ropa, la tela se sentía áspera contra la piel aún caliente con el recuerdo del abrazo prohibido de la noche anterior junto al lago. El cabello ardiente de Freya y esos penetrantes ojos verdes brillaron detrás de mis párpados, un marcado contraste con la sombría realidad
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