CAPÍTULO 35

Mi corazón era una tempestad de furia y miedo mientras conducía a Aaron y Nova a través de la maleza, con sus pequeñas manos entrelazadas con fuerza en las mías. El bosque, que alguna vez fue un santuario esmeralda, ahora parecía una jaula asfixiante, con sus sombras preñadas de amenazas tácitas.

—Mamá, no queremos irnos —la voz de Aaron tembló, sus grandes ojos buscando los míos—. El rey Caleb dijo que hablaría contigo.

—Por favor, mamá —intervino Nova, su súplica suave pero seria—. Queremos quedarnos aquí contigo.

Sus palabras fueron lanzas para mi corazón ya dolorido, pero oculté mi dolor con una mirada endurecida. —Las promesas del rey son tan fugaces como la niebla de la mañana. —espeté, con más dureza de lo previsto—. No podemos quedarnos. No es seguro.

Se quedaron en silencio, con los hombros caídos en señal de derrota. La culpa me carcomía las entrañas, pero rápidamente fue consumida por el furioso infierno de mi ira. ¿Cómo se atrevía Caleb a despertar la esperanza dentro de e
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