La oí ahogarse cuando llegué al fondo de su garganta, pero solo le di un minuto antes de empujar una y otra vez. Sabía que la tenía más larga y ancha que la mayoría de los hombres, pero no iba a darle ventaja a menos que me la pidiera. Logró asentir, sus ojos húmedos pestañeaban de esa forma sincera y acusatoria y supe que estaba bien.—Me vas a volver loco.Sonrió en mi polla y joder, todo en mí palpitó. Me moví en su boca varias veces más hasta sentir esa presión en mi estómago y luego la saqué, con la respiración agitada por el esfuerzo que tuve que hacer para no correrme en ese precioso rostro.En cambio, usé el pulgar para limpiar los ojos de ella, que ahora estaban sucios de lágrimas.Tenía los labios hinchados y, sin embargo, eran receptivos a mi beso, tan deliciosamente suaves. Gemí en su boca mientras lamía mis dientes y saboreaba mi lengua, moví la boca con más fuerza contra la suya. Apenas podía respirar por besar a esta mujer.Era casi imposible parar, pero estaba lleg
La mañana irrumpe como una bofetada para Camille Leclerc.La luz que se filtra por las cortinas de su dormitorio parece más cruel que de costumbre, como si el universo supiera lo que está a punto de enfrentar.Un sonido insistente la despierta: su móvil vibra sobre la mesita de noche, parpadeando incesantemente.Mensajes. Llamadas perdidas. Notificaciones.Demasiadas.Frunce el ceño, irritada, mientras estira la mano para tomarlo.Cuando abre la primera alerta, su corazón se detiene.Fotos.Fotos de ella.Camille pestañea, incapaz de procesarlo de inmediato.Las imágenes son explícitas. Comprometedoras. Escandalosas.Ella, en situaciones privadas con hombres que no son Alexander Blackwood.Fechas, lugares, todo perfectamente documentado.Un montaje imposible de negar.—¡No! —exclama, sentándose de golpe en la cama, su voz rasgada por el pánico.El móvil resbala de sus manos y cae al suelo, pero el daño ya está hecho.La sangre le retumba en los oídos mientras intenta entender quién pu
El aroma del café recién hecho y las risas infantiles llenan el departamento de Isabella Reyes. La luz dorada de la mañana atraviesa las ventanas, iluminando la cocina donde tres cabecitas idénticas discuten sobre quién untará la mayor cantidad de mermelada en su tostada.—¡Yo primero! —protesta Liam, levantando la mano como si estuviera en clase.—¡No! ¡Fue mi idea! —reclama Gael, arrugando la nariz.—¡Mami dijo que todos tenemos que compartir! —interviene Emma, con las manitas en la cintura.Alexander Blackwood, apoyado en el marco de la puerta, observa la escena con una sonrisa cálida en los labios. Ha amanecido de un humor excelente. La noche anterior para él ha marcado un antes y un después en su relación con Isabella y eso lo tiene entusiasmado.Lleva la camisa remangada hasta los codos y un mechón de su cabello rebelde cae sobre su frente. Esa imagen de domesticidad —tan simple, tan pura— se graba en su corazón como un anhelo que no sabía que tenía hasta ahora.—¿Qué tal si y
El café se le derramó por tercera vez esa mañana. —¡Maldición! —bufó Isabella mientras intentaba limpiar la mancha en su blusa con una servilleta húmeda. Los trillizos habían dejado un caos en la cocina, la niñera había llegado tarde, y su cita con el nuevo empleo no podía ser más inoportuna. Aun así, ahí estaba: parada frente a uno de los rascacielos más imponentes de la ciudad, con una mezcla de nerviosismo, adrenalina y… algo más que no sabía cómo nombrar. Blackwood Enterprises. El nombre retumbaba en su mente desde que aceptó el trabajo como diseñadora dentro del departamento creativo. El sueldo era una bendición, la oportunidad, un sueño. Pero algo dentro de ella vibraba extraño desde que escuchó aquel apellido. Sacudió la cabeza y entró al edificio. Al pisar el mármol brillante del vestíbulo, sus pasos resonaron como una advertencia. El ascensor estaba abierto. Isabella se apresuró, ajustando su bolso y ocultando la mancha de café como podía. Dentro, un hombre con un
Cinco años atrás La música suave del cuarteto de cuerdas llenaba la sala del hotel con elegancia, mientras el murmullo de la élite empresarial flotaba entre copas de champán, risas fingidas y sonrisas ensayadas. Isabella se sentía como una intrusa. Llevaba puesto un vestido negro prestado y unos tacones que no eran suyos. Había acompañado a Valentina, su mejor amiga y abogada en ascenso, a esa gala benéfica solo porque prometieron que habría canapés caros, vino gratis y, con suerte, alguien interesante para mirar. —Solo estás aquí para disfrutar —le recordó Valentina, dándole un leve codazo—. Olvídate del mundo real por una noche. Y así lo haría, se lo había prometido a sí misma. Después de pasar mucho tiempo donde su plan más atrevido era quedarse en su casa viendo comedias románticas y llorando por el daño que su ex le había hecho, estaba lista para comenzar de nuevo. Caminaba hacia la terraza cuando lo vio. Alto, traje oscuro perfectamente ajustado, copa en mano, mirada intens
El tic-tac del reloj colgado en la pared de la clínica privada resonaba como un tambor en su cabeza. Isabella tenía las manos frías, el estómago revuelto y una sola palabra dando vueltas como una nube negra en su mente: "imposible".Había pasado poco más de un mes desde su encuentro con Alexander, el hombre que la había marcado para toda la vida. —Señorita Reyes —llamó la enfermera con voz suave. Isabella se levantó lentamente y entró al consultorio. La doctora era joven, de rostro amable. Llevaba una carpeta en la mano y una mirada que intentaba ser reconfortante. —Ya tengo tus resultados. Isabella asintió, pero no dijo nada. No podía. Sentía que si abría la boca, iba a vomitar el miedo. Jamás había estado tan asustada como en ese momento. —Estás embarazada, Isabella. Aproximadamente de cinco semanas. Silencio. Todo a su alrededor pareció alejarse: el sonido, el color, el aire.Su mano fue rápidamente hacia su garganta, sentía que no podía respirar. De pronto todo le estaba
Isabella salió del edificio sin poder contener las lágrimas. Se sentía más perdida que nunca. No tenía ni idea de qué hacer, hacia quién acudir, estaba sola y desolada. Por pura costumbre, cruzó la calle y se metió en una cafetería vacía. Pidió un vaso de agua y se sentó en una esquina, con las manos cubriéndose el rostro, cubriendo las gotas que no paraban de caer. Tenía las mejillas rojas, el maquillaje corrido y el cabello hecho un completo desastre. Ella era el reflejo exacto del desastre que la había rodeado por completo y que ahora la acompañaba.Cuando menos lo esperaba, su teléfono vibró. Era un mensaje de Valentina, su mejor amiga. “¿Todo está bien? No sé por qué, pero tengo una sensación extraña y me tiene incómoda. ¿Dónde estás?”A pesar de todo, Isabella no pudo evitar que se le dibujara una sonrisa en su rostro. Su mejor amiga y ella se conocían desde hacía tanto tiempo y habían pasado por tantas cosas juntas que habían desarrollado como un sexto sentido la una hacia
El murmullo del equipo se desvanece detrás de Isabella mientras regresa a su nuevo escritorio, sintiendo el peso de una mirada clavada en su espalda, la mirada de Alexander.Cuando la reunión de acabó, ella salió a toda prisa de ahí."Eres una cobarde Isabella, eso es lo que eres." —se repitió a sí misma una y otra vez.Quería hablarle, quería hacerlo desde que le dijeron que era aceptada en la empresa e investigando se encontró con la foto de él, Alexander Blackwood, el CEO del lugar donde comenzaría a trabajar; pero de pronto, Isabella no encontraba las palabras.Se encerró en su pequeño cubículo y respiró hondo. Acababa de saludar —frente a todos— al padre de sus hijos. El hombre con quien había compartido una noche que cambió su vida para siempre… y que no tenía idea de que había dejado algo atrás. Algo no. Tres algo. De pronto, un correo emergió en la pantalla de su computador. De: Alexander Blackwood Asunto: Oficina. Ahora. Su corazón se comprimió de inmediato. No solo le h