Los días posteriores a la gala transcurren como una niebla espesa alrededor de Isabella. A pesar de la rutina que se esfuerza por mantener, algo ha cambiado. Lo siente en el ambiente, en la forma en que ciertas miradas se clavan en su espalda, en los susurros que se apagan cuando pasa.Pero sobre todo, lo siente en Camille.Cada vez que sus caminos se cruzan en Blackwood, Camille parece llevar puesta una máscara de cortesía, tan impecable como su maquillaje. Sin embargo, debajo de su sonrisa pulida hay algo más: un filo, una sombra de veneno cuidadosamente disfrazada.Hoy no es la excepción.Isabella camina por uno de los pasillos principales, un montón de carpetas en brazos, cuando la figura estilizada de Camille aparece a la vuelta de la esquina.—¡Isabella! —exclama ella, su voz como una campana dulce, pero con un eco que no encaja del todo—. ¡Qué eficiente te ves! Siempre tan ocupada.La frase, en apariencia inofensiva, resuena en Isabella como un zumbido molesto.—Gracias —respon
La ciudad parpadea a través de los ventanales, ajena al peso que Alexander lleva en el pecho. Se sienta en el borde de su cama, la chaqueta del traje aún puesta, la corbata floja, los ojos perdidos en la oscuridad del dormitorio. El eco de la gala todavía retumba en su mente: las risas falsas, las sonrisas forzadas, la presencia insoportable de Camille a su lado... y, sobre todo, la mirada herida de Isabella, que apenas pudo sostenerse antes de apartarse de él.Ella piensa que lo ha elegido a propósito. Que prefiere las apariencias, el compromiso frío que lo ata a Camille. Pero nada podría estar más lejos de la verdad.Alexander se siente vacío. No hay triunfo en su vida sin Isabella ni sus hijos. No hay sentido en los contratos, en los millones, en los eventos sociales. Todo su mundo, todo lo que realmente importa, está a pocos metros de él en este mismo edificio, pero se siente más lejos que nunca.Se pasa una mano por el rostro, frustrado. No puede seguir así. No puede permitir
POV DE ALEXANDER Me besó. Ella acaba de besarme, ella. Me separo un poco para fijarme en su expresión y me doy cuenta. Quiero esto, nos quiere a nosotros y yo no soy quien para impedirlo. Estoy aquí para cumplir sus deseos.Quería ser delicado al principio, intercambiar más besos suaves y profundos, de esos que nos dejaban confundidos y alborotados, pero tenerla ahí frente a mí tan dispuesta, no me lo permitió…A la mierda con la delicadeza.La cogí de la muñeca, la conduje hasta su habitación y tiré hacia dentro, llegando apenas a trabar la puerta antes de empujarla y estampar mi boca en la suya. Deslicé la mano debajo de su culo y la alcé para que quedara atrapada entre la madera y mi pelvis, que mecí contra ella mientras la besaba.La alejé de la pared, pero seguí sosteniéndola y la llevé hacia la cama. Envolvió las piernas en mi cintura y, fue tan natural tenerla en mis brazos, que no quería soltarla nunca más.— Solo para que quede claro, estamos haciendo esto porque yo quiero
La oí ahogarse cuando llegué al fondo de su garganta, pero solo le di un minuto antes de empujar una y otra vez. Sabía que la tenía más larga y ancha que la mayoría de los hombres, pero no iba a darle ventaja a menos que me la pidiera. Logró asentir, sus ojos húmedos pestañeaban de esa forma sincera y acusatoria y supe que estaba bien.—Me vas a volver loco.Sonrió en mi polla y joder, todo en mí palpitó. Me moví en su boca varias veces más hasta sentir esa presión en mi estómago y luego la saqué, con la respiración agitada por el esfuerzo que tuve que hacer para no correrme en ese precioso rostro.En cambio, usé el pulgar para limpiar los ojos de ella, que ahora estaban sucios de lágrimas.Tenía los labios hinchados y, sin embargo, eran receptivos a mi beso, tan deliciosamente suaves. Gemí en su boca mientras lamía mis dientes y saboreaba mi lengua, moví la boca con más fuerza contra la suya. Apenas podía respirar por besar a esta mujer.Era casi imposible parar, pero estaba lleg
La mañana irrumpe como una bofetada para Camille Leclerc.La luz que se filtra por las cortinas de su dormitorio parece más cruel que de costumbre, como si el universo supiera lo que está a punto de enfrentar.Un sonido insistente la despierta: su móvil vibra sobre la mesita de noche, parpadeando incesantemente.Mensajes. Llamadas perdidas. Notificaciones.Demasiadas.Frunce el ceño, irritada, mientras estira la mano para tomarlo.Cuando abre la primera alerta, su corazón se detiene.Fotos.Fotos de ella.Camille pestañea, incapaz de procesarlo de inmediato.Las imágenes son explícitas. Comprometedoras. Escandalosas.Ella, en situaciones privadas con hombres que no son Alexander Blackwood.Fechas, lugares, todo perfectamente documentado.Un montaje imposible de negar.—¡No! —exclama, sentándose de golpe en la cama, su voz rasgada por el pánico.El móvil resbala de sus manos y cae al suelo, pero el daño ya está hecho.La sangre le retumba en los oídos mientras intenta entender quién pu
El aroma del café recién hecho y las risas infantiles llenan el departamento de Isabella Reyes. La luz dorada de la mañana atraviesa las ventanas, iluminando la cocina donde tres cabecitas idénticas discuten sobre quién untará la mayor cantidad de mermelada en su tostada.—¡Yo primero! —protesta Liam, levantando la mano como si estuviera en clase.—¡No! ¡Fue mi idea! —reclama Gael, arrugando la nariz.—¡Mami dijo que todos tenemos que compartir! —interviene Emma, con las manitas en la cintura.Alexander Blackwood, apoyado en el marco de la puerta, observa la escena con una sonrisa cálida en los labios. Ha amanecido de un humor excelente. La noche anterior para él ha marcado un antes y un después en su relación con Isabella y eso lo tiene entusiasmado.Lleva la camisa remangada hasta los codos y un mechón de su cabello rebelde cae sobre su frente. Esa imagen de domesticidad —tan simple, tan pura— se graba en su corazón como un anhelo que no sabía que tenía hasta ahora.—¿Qué tal si y
El café se le derramó por tercera vez esa mañana. —¡Maldición! —bufó Isabella mientras intentaba limpiar la mancha en su blusa con una servilleta húmeda. Los trillizos habían dejado un caos en la cocina, la niñera había llegado tarde, y su cita con el nuevo empleo no podía ser más inoportuna. Aun así, ahí estaba: parada frente a uno de los rascacielos más imponentes de la ciudad, con una mezcla de nerviosismo, adrenalina y… algo más que no sabía cómo nombrar. Blackwood Enterprises. El nombre retumbaba en su mente desde que aceptó el trabajo como diseñadora dentro del departamento creativo. El sueldo era una bendición, la oportunidad, un sueño. Pero algo dentro de ella vibraba extraño desde que escuchó aquel apellido. Sacudió la cabeza y entró al edificio. Al pisar el mármol brillante del vestíbulo, sus pasos resonaron como una advertencia. El ascensor estaba abierto. Isabella se apresuró, ajustando su bolso y ocultando la mancha de café como podía. Dentro, un hombre con un
Cinco años atrás La música suave del cuarteto de cuerdas llenaba la sala del hotel con elegancia, mientras el murmullo de la élite empresarial flotaba entre copas de champán, risas fingidas y sonrisas ensayadas. Isabella se sentía como una intrusa. Llevaba puesto un vestido negro prestado y unos tacones que no eran suyos. Había acompañado a Valentina, su mejor amiga y abogada en ascenso, a esa gala benéfica solo porque prometieron que habría canapés caros, vino gratis y, con suerte, alguien interesante para mirar. —Solo estás aquí para disfrutar —le recordó Valentina, dándole un leve codazo—. Olvídate del mundo real por una noche. Y así lo haría, se lo había prometido a sí misma. Después de pasar mucho tiempo donde su plan más atrevido era quedarse en su casa viendo comedias románticas y llorando por el daño que su ex le había hecho, estaba lista para comenzar de nuevo. Caminaba hacia la terraza cuando lo vio. Alto, traje oscuro perfectamente ajustado, copa en mano, mirada intens