Una noche sin nombre

Cinco años atrás

La música suave del cuarteto de cuerdas llenaba la sala del hotel con elegancia, mientras el murmullo de la élite empresarial flotaba entre copas de champán, risas fingidas y sonrisas ensayadas.

Isabella se sentía como una intrusa. Llevaba puesto un vestido negro prestado y unos tacones que no eran suyos. Había acompañado a Valentina, su mejor amiga y abogada en ascenso, a esa gala benéfica solo porque prometieron que habría canapés caros, vino gratis y, con suerte, alguien interesante para mirar.

—Solo estás aquí para disfrutar —le recordó Valentina, dándole un leve codazo—. Olvídate del mundo real por una noche.

Y así lo haría, se lo había prometido a sí misma. Después de pasar mucho tiempo donde su plan más atrevido era quedarse en su casa viendo comedias románticas y llorando por el daño que su ex le había hecho, estaba lista para comenzar de nuevo.

Caminaba hacia la terraza cuando lo vio. Alto, traje oscuro perfectamente ajustado, copa en mano, mirada intensa. Parecía estar solo entre la multitud. Y cuando sus ojos se encontraron, fue como si el resto del salón se apagara.

Nunca antes había experimentado algo así. Fue como si dos estrellas colisionaran. Nunca creyó que alguien pudiera atraerle tanto con han solo una mirada.

Él se acercó con una sonrisa leve, con paso confiado, como si supiera que ella no pertenecía a ese lugar… y aún así, la quisiera ahí.

—¿Disfrutando de la gala? —preguntó, con una voz suave y segura.

Él tampoco sabía qué bicho le había picado. No acostumbraba a acercarse a las mujeres de manera tan directa. De hecho, era conocido por ser un hombre de negocios enfocado, nunca se había mostrado con alguna mujer al público o a la prensa.

Era más del tipo de hombre que le gustaba disfrutar de la compañía de una mujer en la noches y en completa privacidad.

No tenía ni idea de que con Isabella estaba a punto de romper todas sus reglas

—Si por “disfrutar” te refieres a intentar no tropezarme con estos tacones, entonces sí. —Isabella sonrió, deslumbrada por sus ojos esmeraldas.

Él soltó una risa corta, auténtica. Tampoco estaba acostumbrado a que las mujeres fueran tan naturales.

—Me gusta tu sinceridad. No abunda por aquí.

—¿Y tú? ¿Eres parte de todo este mundo ridículamente elegante o solo estás de paso?

Él dudó un segundo, luego extendió su mano y volvió a reír consternado con la sencillez de la chica que tenía delante.

—Alexander.

—Isabella —respondió ella, sin dar apellidos.

—¿Sin apellido?

—Por esta noche, no. —Y alzó su copa con picardía.— Además, tú tampoco has dado el tuyo.

No lo había hecho porque todos ahí sabían quién era él. Estaba acostumbrado a que todos lo reconocieran. Isabella no hacía más que sorprenderlo a cada segundo que pasaba.

Él la observó con más interés.

—Entonces esta noche solo somos Alexander e Isabella. —le dijo aceptando ser anónimo por esa noche.

Y así fue.

Hablaron durante horas. Se alejaron de la fiesta, de la música, de las formalidades. Compartieron historias pequeñas, detalles tontos, carcajadas sinceras. Era como si el universo hubiera hecho una pausa para ellos.

Él no mencionó su apellido, ni su trabajo, ni su fortuna. Ella no le habló de sus sueños frustrados, ni de las cuentas pendientes, ni de su vida real, pero, por alguna razón, estaban tan conectados como si lo hubieran hecho.

Parecía como si se conocieran de toda una vida y Alexander estaba encantado de interesarle a alguien por primera vez por cómo era en verdad y no por su influencia y fortuna.

Solo eran dos personas conectando en un punto fuera del tiempo. En un mundo que habían creado, apartado de todo y de todos.

El tiempo pasó sin que se dieran cuenta y, cuando la lluvia comenzó a caer suavemente sobre la ciudad, Alexander le ofreció llevarla a casa, pero no fueron a casa. Fueron a la suite de un hotel.

Isabella no sabía por qué había aceptado. Solo sabía que se sentía viva, más boba que nunca y quería alargar esa sensación lo más que pudiera antes de que la burbuja se rompiera.

Se sentía como si todo en su vida la hubiera llevado a ese momento. No fue por despecho, ni por diversión. Fue por algo que no podía explicar, una especie de magnetismo que la arrastraba hacia él.

Dentro de la habitación, Alexander la besó con una mezcla de suavidad y hambre contenida.

La chica que tenía entre sus manos era única, lo sabía.

No hubo prisas, ni torpeza, él tampoco quería que el momento se fugara. Solo hubo deseo, conexión, y una intensidad que parecía fuera de lugar en un encuentro de una noche.

—¿Estás segura? —susurró él, antes de adentrarse en ella.

—Completamente. —le respondió y sus ojos brillaron de emoción contenida.

La noche se consumió entre sábanas, gemidos y palabras entrecortadas. Fue un fuego lento, profundo, de esos que dejan huellas invisibles en la piel. De esos que se sabe que nunca se van a poder olvidar ni a repetir, así que se dejaron llevar.

Cuando Isabella despertó al amanecer, él aún dormía, el cabello desordenado, la respiración tranquila.

Por un instante pensó en quedarse a su lado, en esperar a que abriera los ojos y le preguntara si podían desayunar juntos, si podían verse otra vez, pero la realidad la golpeó como un balde de agua fría.

Ella no pertenecía a ese mundo. No conocía su apellido, ni su historia. Solo sabía que, cuando saliera por esa puerta, esa burbuja desaparecería.

Se vistió en silencio, dejó una nota con un “Gracias por una noche mágica. Nunca la olvidaré.” y salió de la habitación sin mirar atrás.

Lo que no sabía era que, minutos después, Alexander despertaría, encontraría la nota y saldría corriendo tras ella.

Tarde.

No habría apellido, no habría número, no habría forma de encontrarla.

Y ella… ya no estaría sola.

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