Explota la burbuja

Dos labios colisionando en un beso que tenía sabor a tranquilidad, a calma después de tanto tiempo, a deseo.

No fue un beso torpe o rápido, sino uno cargado de tormento contenido, de años de preguntas sin respuesta, de anhelos que jamás se apagaron y que por fin estaban encontrando descanso.

Las manos de Alexander se posaron con firmeza en su cintura, atrayéndola hacia sí con una necesidad notable.

Ella le sabía a gloria. Tocarla y tenerla ahí entre sus manos de nuevo era la respuesta a todas sus plegarias, al final habían sido respondidas.

Su cabello olía a lavanda, su cuello a flores con un toque cítrico. Ella era su pecado personal, creado específicamente para él y nadie más. Era su cielo, y también su infierno.

Para Isabella, él era el mar, el vasto océano en el que estaba dispuesta a ahogarse, en el que estaba dispuesta a vivir sin que se lo pidieran, a pesar de los peligros que eso trajera consigo.

Enreda los dedos en su camisa y se aferra a ella como si fuera su salvación, su salvavidas en medio de ese bar.

A pesar de estar bien sostenida, sintió cómo el mundo desaparecía bajo sus pies de golpe. Una vez más tenía la sensación de estar flotando libre en el espacio dentro de una burbuja.

Sus labios se movían al compás del latido acelerado de sus corazones, como si intentaran decir con ese contacto todo lo que no se habían dicho en cinco años.

Pum-pum Pum-pum Pum-pum

El ritmo errático y apresurado de sus pechos confirmaba lo desesperados que estaban el uno por el otro.

Años buscándose, años soñándose, años añorándose y, por fin, estaban juntos de nuevo.

El sabor, el calor, el temblor de sus cuerpos encajando, era tan adictivo como devastador.

El beso fue fuego. Tormenta. Pasión retenida por demasiado tiempo.

No hubo palabras, solo esa chispa que había sobrevivido a la distancia, al tiempo, a lo imposible y una maraña de manos intentando tocar lo más posible de manera desesperada, temiendo el momento en que se separaran.

Y justo cuando parecía que el universo podía detenerse ahí y permitirles se feliz por toda una eternidad, la burbuja explotó. Un golpe en la puerta los congeló y el hechizo se rompió.

—Señor Blackwood —dijo la voz de su secretaria desde el otro lado—. Su prometida está aquí. Pregunta si puede pasar.

Isabella se separó lentamente, con la boca entreabierta y los ojos clavados en él pensando que era imposible lo que acababa de escuchar.

Alexander cerró los ojos, maldiciendo en silencio, pero era demasiado tarde, la tormenta había comenzado y ahora, ninguno de los dos tenía un paraguas.

Isabella retrocedió un paso, clavando sus ojos en los de Alexander, su expresión era una mezcla de incredulidad, desilusión y espanto.

—¿Escuché bien? —preguntó con la voz apenas contenida, como si a cada palabra le costara mantener el control. Volvía a temblar, estaba tan aterrorizada como el día que descubrió que sería madre.

Alexander bajó la mirada por un instante y luego asintió con gravedad. Ahora era a él al que no le salían las palabras. Estaba avergonzado.

—Sí… Estoy comprometido. Me casaré en unos meses. —dijo finalmente.

El corazón de Isabella se hundió como una piedra lanzada al fondo del mar. Todo el calor que le había provocado su beso, toda la electricidad que aún sentía en los labios, se congeló en un segundo.

Una vez más el destino de reía de ella en su cara, se burlaba con maldad.

Lo había encontrado solo para darse cuenta de que lo había perdido... no, peor, para darse cuenta de que no era suyo porque nunca lo tuvo.

—¿Y aún así… me besaste? —le reclamó, su voz quebrándose en el borde entre el dolor y la rabia, sintiendo más dolor que nuca.

Alexander dio un paso hacia ella, con las manos levantadas como si quisiera acercarse y explicarle, pero temiera romperla.

—Perdí la cabeza al verte, Isabella, ya te lo dije. Han pasado cinco años… y no ha habido un solo día en que no pensara en ti. Cuando entraste en esa sala, fue como si el mundo se detuviera. No podía pensar, no podía respirar.

—¿Y eso justifica que juegues conmigo? —ella negó con la cabeza, furiosa—. Yo también pensaba en ti… todos los días. ¿Y ahora me dices que vas a casarte con otra, después de hacerme besado?

La ira iba incrementando en ella. Estaba harta de que todos los hombres jugaran con ella.

—No sabía que eras tú —replicó él, con la voz tensa—. Te busqué, Isabella. Te juro que lo hice. No sabía tu apellido, no sabía cómo encontrarte. Y cuando finalmente apareces… no puedo controlarlo. No puedo dejarte ir otra vez.

Alexander se siente como un cretino, pero cada palabra que dice es cierta, al verla se le olvidó todo, solo supo que necesitaba tenerla cerca y se dejó llevar por sus impulsos.

No quiere colocarla en una situación complicada, pero tampoco puede alejarse, lo supo desde que las vio... estaba jodido.

Las palabras de él la golpeaban como una marea, furiosas, cálidas, confusas. Se vuelve hacia la ventana, luchando por recuperar el aliento, pero Alexander no se detiene.

Se acerca aún más, hasta que están a un suspiro de distancia.

—No, no puedo hacer esto, no podemos hacer eso —le replica ella justo cuando se escucha otro llamado a la puerta y, segundos después una mujer entra.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP