El café se le derramó por tercera vez esa mañana.
—¡Maldición! —bufó Isabella mientras intentaba limpiar la mancha en su blusa con una servilleta húmeda. Los trillizos habían dejado un caos en la cocina, la niñera había llegado tarde, y su cita con el nuevo empleo no podía ser más inoportuna. Aun así, ahí estaba: parada frente a uno de los rascacielos más imponentes de la ciudad, con una mezcla de nerviosismo, adrenalina y… algo más que no sabía cómo nombrar. Blackwood Enterprises. El nombre retumbaba en su mente desde que aceptó el trabajo como diseñadora dentro del departamento creativo. El sueldo era una bendición, la oportunidad, un sueño. Pero algo dentro de ella vibraba extraño desde que escuchó aquel apellido. Sacudió la cabeza y entró al edificio. Al pisar el mármol brillante del vestíbulo, sus pasos resonaron como una advertencia. El ascensor estaba abierto. Isabella se apresuró, ajustando su bolso y ocultando la mancha de café como podía. Dentro, un hombre con un traje negro, espalda recta y aroma a madera y poder, revisaba su teléfono. Isabella levantó la vista… y el mundo dejó de girar. Alexander. No podía ser. Su respiración se detuvo por un instante eterno. De entre todas las personas de ese enorme edificio, tenía que toparse con él en un ascensor. El mismo cabello rubio perfectamente peinado, la mandíbula marcada, los ojos verdes que la habían mirado hace cinco años como si pudieran ver su alma. Estaba igual. Mejor, incluso. Ella se quedó petrificada. De inmediato, sus manos se volvieron temblorosas y resbaladizas por el sudor. Era él. Después de cinco años lo tenía en frente y, de pronto, todas las palabras que había ensayado para cuando llegara ese momento, se le olvidaron por completo. Los nervios se hicieron cargo de la situación e Isabella se giró lo más rápido que pudo, dándole la espalda en el instante justo en el que él levantaba la cabeza. Al verla, las cejas de Alexander se fruncieron. Por un segundo, sus labios se entreabrieron, como si algo en ella le resultara familiar, había algo en ella chica que lo llamaba, una vibra que captaba su atención incluso de espaldas como estaba, pero no logró ubicarla. —¿Subes? —preguntó con voz grave en un intento de llamar su atención y que se girara hacia él. Isabella tragó saliva. —Sí. Claro. —pero se quedó quieta en el lugar. El ascensor se cerró con un suspiro metálico. Subieron en silencio. Ella intentaba no mirarlo, pero sentía su presencia como un campo magnético. ¿No la había reconocido? ¿Después de esa noche? ¿Después de… todo? "Calma, Isabella. Nii siquiera le has dado tiempo a que te mire." —se dijo a sí misma. —Primera vez en la empresa? —volvió a preguntar él, rompiendo el silencio y la tensión que cada vez crecía más en ese maldito ascensor. —Sí —dijo ella, con una sonrisa que le costó horrores mantener. —Empiezo hoy. —Bienvenida entonces. —La miró de reojo con una sonrisa leve y encantadora. Esa que ella hubiese recordado muy bien si se hubiese girado. Por un instante, Alexander se vio impulsado a dar un paso hacia delante para mirarla. Había algo que tiraba de él hacia la chica. Necesitaba acercarse, como una polilla a la luz, pero el ascensor se detuvo en el piso 20. Isabella salió disparada sin mirar atrás y exhaló como si hubiera estado conteniendo el aire desde que entró. Antes de que tuviera tiempo de alcanzarla, si asistente llegó leyéndole su horario del día como de costumbre, y la chica misteriosa se le perdió de vista. --- Horas después, Isabella caminaba por el pasillo hacia la sala de juntas donde se presentaría con su equipo. Intentó concentrarse en su portafolio, en su presentación, en no pensar en cómo iba a convivir con el hombre que había cambiado su vida sin siquiera saberlo, pero no lo consiguió, no en todo el día desde que se había topado con él. Al llegar, todos estaban de pie. Se escuchaban murmullos. —El CEO va a dar unas palabras —le susurró una de las diseñadoras. Todo el cuerpo de Isabella se tensó. Por supuesto que se encontraría con él de nuevo el mismo día. Al parecer, al destino le parecía chistoso ponerla en situaciones difíciles. Sin saber qué hacer, se quedó cerca de la puerta para no llamar la atención. Entonces la voz volvió a llenar el aire. —Buenos días a todos. Soy Alexander Blackwood. Entró con esa misma presencia que había dominado el ascensor, el mismo porte, el mismo aire de hombre poderoso. Sus ojos recorrieron la sala mientras hablaba… y por un instante se detuvieron en los de Isabella. Su ceño se frunció, apenas. —Hoy damos la bienvenida a una nueva integrante de nuestro equipo creativo… Isabella Reyes. —y caminó hacia ella. Isabella sintió que el piso se abría bajo sus pies porque Alexander la miró. Esta vez, realmente la miró. Sus ojos verdes se agrandaron, y el gesto en su rostro cambió de inmediato. Como si algo hiciera clic en su memoria. Como si todo le golpeara de pronto. —¿Isabella? —dijo en voz más baja, sorprendido. Solo ella lo escuchó. Ella sostuvo su mirada. No había espacio para mentiras ahora. —Hola, Alexander. El murmullo del equipo siguió, ajenos a la tensión invisible que flotaba entre ellos. Alexander retrocedió medio paso, como si necesitara reordenar sus pensamientos porque era ella, en verdad la tenía delante de él después de tanto tiempo y no podía creerlo. Pestañó rápido para salir del trance y su voz se volvió más controlada. —Bienvenida oficialmente a la empresa. Estoy seguro de que… será una colaboración interesante. Isabella solo pudo asentir. Sabía que él la recordaba ahora. Lo vio en sus ojos. En ese momento exacto, Alexander Blackwood supo quién era ella. Y todavía no tenía idea de que tenía tres hijos suyos esperándolo en casa.Cinco años atrás La música suave del cuarteto de cuerdas llenaba la sala del hotel con elegancia, mientras el murmullo de la élite empresarial flotaba entre copas de champán, risas fingidas y sonrisas ensayadas. Isabella se sentía como una intrusa. Llevaba puesto un vestido negro prestado y unos tacones que no eran suyos. Había acompañado a Valentina, su mejor amiga y abogada en ascenso, a esa gala benéfica solo porque prometieron que habría canapés caros, vino gratis y, con suerte, alguien interesante para mirar. —Solo estás aquí para disfrutar —le recordó Valentina, dándole un leve codazo—. Olvídate del mundo real por una noche. Y así lo haría, se lo había prometido a sí misma. Después de pasar mucho tiempo donde su plan más atrevido era quedarse en su casa viendo comedias románticas y llorando por el daño que su ex le había hecho, estaba lista para comenzar de nuevo. Caminaba hacia la terraza cuando lo vio. Alto, traje oscuro perfectamente ajustado, copa en mano, mirada intens
El tic-tac del reloj colgado en la pared de la clínica privada resonaba como un tambor en su cabeza. Isabella tenía las manos frías, el estómago revuelto y una sola palabra dando vueltas como una nube negra en su mente: "imposible".Había pasado poco más de un mes desde su encuentro con Alexander, el hombre que la había marcado para toda la vida. —Señorita Reyes —llamó la enfermera con voz suave. Isabella se levantó lentamente y entró al consultorio. La doctora era joven, de rostro amable. Llevaba una carpeta en la mano y una mirada que intentaba ser reconfortante. —Ya tengo tus resultados. Isabella asintió, pero no dijo nada. No podía. Sentía que si abría la boca, iba a vomitar el miedo. Jamás había estado tan asustada como en ese momento. —Estás embarazada, Isabella. Aproximadamente de cinco semanas. Silencio. Todo a su alrededor pareció alejarse: el sonido, el color, el aire.Su mano fue rápidamente hacia su garganta, sentía que no podía respirar. De pronto todo le estaba
Isabella salió del edificio sin poder contener las lágrimas. Se sentía más perdida que nunca. No tenía ni idea de qué hacer, hacia quién acudir, estaba sola y desolada. Por pura costumbre, cruzó la calle y se metió en una cafetería vacía. Pidió un vaso de agua y se sentó en una esquina, con las manos cubriéndose el rostro, cubriendo las gotas que no paraban de caer. Tenía las mejillas rojas, el maquillaje corrido y el cabello hecho un completo desastre. Ella era el reflejo exacto del desastre que la había rodeado por completo y que ahora la acompañaba.Cuando menos lo esperaba, su teléfono vibró. Era un mensaje de Valentina, su mejor amiga. “¿Todo está bien? No sé por qué, pero tengo una sensación extraña y me tiene incómoda. ¿Dónde estás?”A pesar de todo, Isabella no pudo evitar que se le dibujara una sonrisa en su rostro. Su mejor amiga y ella se conocían desde hacía tanto tiempo y habían pasado por tantas cosas juntas que habían desarrollado como un sexto sentido la una hacia
El murmullo del equipo se desvanece detrás de Isabella mientras regresa a su nuevo escritorio, sintiendo el peso de una mirada clavada en su espalda, la mirada de Alexander.Cuando la reunión de acabó, ella salió a toda prisa de ahí."Eres una cobarde Isabella, eso es lo que eres." —se repitió a sí misma una y otra vez.Quería hablarle, quería hacerlo desde que le dijeron que era aceptada en la empresa e investigando se encontró con la foto de él, Alexander Blackwood, el CEO del lugar donde comenzaría a trabajar; pero de pronto, Isabella no encontraba las palabras.Se encerró en su pequeño cubículo y respiró hondo. Acababa de saludar —frente a todos— al padre de sus hijos. El hombre con quien había compartido una noche que cambió su vida para siempre… y que no tenía idea de que había dejado algo atrás. Algo no. Tres algo. De pronto, un correo emergió en la pantalla de su computador. De: Alexander Blackwood Asunto: Oficina. Ahora. Su corazón se comprimió de inmediato. No solo le h
Dos labios colisionando en un beso que tenía sabor a tranquilidad, a calma después de tanto tiempo, a deseo. No fue un beso torpe o rápido, sino uno cargado de tormento contenido, de años de preguntas sin respuesta, de anhelos que jamás se apagaron y que por fin estaban encontrando descanso. Las manos de Alexander se posaron con firmeza en su cintura, atrayéndola hacia sí con una necesidad notable. Ella le sabía a gloria. Tocarla y tenerla ahí entre sus manos de nuevo era la respuesta a todas sus plegarias, al final habían sido respondidas.Su cabello olía a lavanda, su cuello a flores con un toque cítrico. Ella era su pecado personal, creado específicamente para él y nadie más. Era su cielo, y también su infierno. Para Isabella, él era el mar, el vasto océano en el que estaba dispuesta a ahogarse, en el que estaba dispuesta a vivir sin que se lo pidieran, a pesar de los peligros que eso trajera consigo. Enreda los dedos en su camisa y se aferra a ella como si fuera su salvación
El corazón de Isabella se partió un poco más. Dio un paso atrás, alejándose de él y cruzó sus brazos sobre el pecho como si quisiera protegerse de lo que acababa de pasar y consolarse a la vez. La puerta se abrió y Camille, la prometida de Alexander entró como si el mundo le perteneciera. Alta, elegante, perfectamente maquillada, su cabellera de un rico perfecto oxigenado y un porte digno de la prometida del CEO más codiciado del país. Cruzó la habitación con paso firme, se acercó a él y lo besó con seguridad en los labios, aplastando el que Isabella le había dado, pisoteado su sabor y aroma para invadir a Alexander con el suyo. Isabella y Camille eran todo lo contrario. Ambas eran hermosas, pero diferentes. El sol y la luna. Mientras Camille era más producida, Isabella era más natural y salvaje. —¿Interrumpo algo? —ignorando la tensión en el aire, suelta la pregunta mientras mira a ambos con una sonrisa ensayada en la boca. —¿Quién es ella? —pregunta, señalando a Isabella con u
El restaurante estaba casi vacío a esa hora de la noche. Elegante, discreto. Camille lo había elegido por eso, porque nadie los vería, nadie escucharía. Porque sus secretos necesitaban silencio. Henry llegó con su habitual andar relajado, impecablemente vestido, con ese aire de arrogancia heredada que lo seguía como un perfume caro. Se sentó frente a ella sin saludarla, solo alzó una ceja con desdén. —¿Tan urgente era? Camille bebió un sorbo de vino antes de responder. Sus dedos tamborileaban contra la copa. —Está aquí. —le soltó ella sin más. Henry no fingió no entender. —¿La del pasado? —Isabella —confirmó, con un dejo de veneno en la voz—. Es la nueva empleada en la entrega y la que besó a tu hermano esta mañana en su oficina justo antes de que yo llegara.Camille estaba haciendo un esfuerzo sobrenatural por hablar con una entonación normal. Lo que menos deseaba es que Henry se diera cuenta de lo mucho que eso la había afectado, pero sí lo había hecho. Para ella no había si