Cuando Natalia volvió a mirar a Orena Arison, ya no pudo hacerlo con los mismos ojos. El recuerdo de las palabras compartidas por Fabián con respecto a la pérdida de su hermano menor le llegó a la mente de inmediato, haciéndole ver que esa mujer, como cualquier otra madre que pasaba por algo similar, cargaba con un dolor imposible de calmar.La pérdida de un hijo era una de esas cosas que no se superaban jamás.Era un sufrimiento constante, una agonía imparable.Ambas mujeres se cruzaron en medio del pasillo, Natalia tuvo el impulso de ser cordial, de decirle un “buenos días” quizás, pero la indiferencia de parte de Orena la detuvo en sus intentos.La mujer cargaba con una amargura en su ser que era casi palpable. Se podía notar en el fruncimiento de su ceño, en las arrugas que se marcaban junto a su boca.—¿Y tú qué me ves?La inesperada pregunta hizo que Natalia se estremeciera, siendo consciente, de repente, de que había observado a la mujer mucho más tiempo del que se consideraría
—Esta mujer es una insolente —respondió Orena justificándose.Fabián le dedicó una mirada interrogante a Natalia, buscando comprender qué era lo que en verdad había sucedido.—¿Le dirá la verdad a su hijo, señora? —la retó Natalia, adivinando que no lo haría.Aunque Orena mostrara odio ante el niño fallecido, sabía que era importante para su hijo. Así que sin duda actuaría como si realmente lo apreciara. Esa mujer sabía jugar muy bien sus cartas, era astuta.—La única verdad aquí es que no tienes ningún derecho de faltarme el respeto —se fue por las ramas—. ¿Imagino que lograste escucharlo, hijo? —se giró hacia su primogénito—. ¿Escuchaste cómo me llamo? Me dijo escoria. Esa mujer es…Ahora fue el turno de que Fabián la mirara con sospecha, exigiendo una explicación silenciosa.—¿Es eso así? —presionó.—Sí —admitió Natalia, porque a diferencia de Orena ella sí sabia reconocer sus culpas—. ¿Pero dígale por qué lo hice, señora?Orena le dedicó una mirada cargada de cólera.Parecía gritar
Los niños no paraban de correr emocionados por los senderos de gravas que eran rodeaban por flores de todo tipo: rosales, margaritas amarillas y lavandas moradas. —¡Cuidado, niños! ¡Pueden caerse! —les advirtió Natalia, tratando de darle alcance a su trío de cervatillos. Al ver que sus advertencias no surtían ningún efecto, Fabián se apresuró a alcanzar a los pequeños antes de que se cayeran o se enredaran con alguna de las ramas circundantes. —Obedezcan a su madre —les habló con firmeza, haciendo que los trillizos se girarán rápidamente en su dirección y se detuvieran en el acto.Natalia suspiró.Sabía perfectamente que en parte lo que sus hijos necesitaban era de una figura de autoridad. Roberto solía serlo, al menos las pocas veces que los visitaba, porque eso era precisamente lo que hacía: visitarlos. El recordatorio de que su relación fue una mentira, hizo que Natalia se sintiera inesperadamente enferma. Últimamente, pensar en Roberto tenía ese efecto. Antes, cuando evocab
Natalia había tenido que pausar sus clases un par de días para poder estar completamente enfocada en lo que se le avecinaba.La invitación para los Buendía estaba pautada para ese fin de semana.Todo debería estar impecable.Todo era tan… asfixiante.—¿En serio te parece que el plato principal deba ser filete mignon? —la riñó su suegra, quien únicamente se había dedicado a criticar y cuestionar todas sus decisiones respecto a la cena desde que se enteró de que Fabián la había dejado a cargo.“No eres una dama de sociedad. Así que no pretendas serlo”, le había gritado con desprecio el día anterior.Aparentemente, ese día tampoco sería la excepción a la regla, así que terminarían insultándose mutuamente antes de que el sol se ocultara en el horizonte.Natalia suspiró.Estaba harta de todo esto.Si unos meses atrás alguien le hubiera dicho que terminaría organizando una cena para recibir a Roberto y a su esposa, se habría burlado en la cara de esa persona.Desde luego que aquella hubiera
En esa ocasión, Natalia tenía otras cosas de que preocuparse. Lo referente a su apariencia y los arreglos sobre sí misma, todo eso había pasado a un segundo plano. Tenía algo más urgente que atender y eso era asegurarse de que sus hijos entendieran a cabalidad lo que sucedería esta noche cuando volvieran a ver a su padre.—Niños —los reunió en la cama, mientras se agachaba a la altura del trío—, necesito que presten mucha atención a los que les diré —comenzó, esperando que sus pequeños lograran captar el mensaje. Después de todo seguían siendo unos niños de tan solo cuatro años, así que posiblemente algunas cosas no la entenderían del todo, pero aun así lo intento:—. Como les dije anteriormente, su padre sufrió de una pérdida de memoria significativa —les recordó.La expresión de los niños decayó ante ese hecho.—¿Todavía no nos recuerda? —quiso saber el mayor.—Me temo que no.Los trillizos agacharon la cabeza y parecieron sumergirse en esa tristeza que los había invadido los últimos
El dolor que sintió en ese momento fue indescriptible, no imaginó que una escena semejante fuera a desarrollarse en ese comedor, pero debió suponerlo. Sus hijos extrañaban a su padre y esta, era una clara muestra de ello. —Niños, por favor —suplicó con las lágrimas a punto de manifestarse. Odiaba todo esto. Odiaba haber expuesto a sus hijos al rechazo delante de tantas personas. —Papá… —presionaron ellos, anhelantes. Roberto no hizo ni el más mínimo gesto de contestarles, era como si de pronto se hubiera quedado ciego y mudo.Natalia le lanzó una mirada al hombre cargada de todo su desprecio y luego acortó la distancia para tomar las manos de sus pequeños y sacarlos del gran salón. —¿Y esto qué significa? —escuchó la voz de Orena preguntando a nadie en particular. —No sé qué… no sé de qué hablan —contestó Roberto, sintiéndose de pronto muy intimidado y haciendo que el odio que sentía hacia él se incrementara mucho más. Natalia se giró para mirarlo, los ojos de ambos se encontra
El viaje de regreso a la mansión Buendía fue demasiado tenso para el matrimonio.Ana Paula no dejaba de mirar por la ventanilla de su asiento, mientras sus manos se empuñaban fuertemente en la tela de su vestido. Tenía muchas preguntas por hacer y muchas cosas por gritar, pero se contenía a duras penas de no hacerlo. No podía hacer un espectáculo delante de su chofer ni de nadie en particular; era una dama, no una verdulera que lanzaba insultos de una manera vulgar.La imagen de Natalia llegó a su mente de repente. Rápidamente, hizo un repaso de la mujer, de su aspecto y porte. No necesitaba ser muy inteligente para saber que no pertenecía a su mundo. Natalia no era rica ni de buena familia y no necesitaba contratar a un investigador privado para averiguar eso, pero, aun así, terminó casándose con Fabián. Aun así, tenía tres hijos de su esposo.«¿Qué tenía de especial esa mujer?», se preguntó con cierta amargura, concluyendo que era la persona más simple que había conocido en toda su
Era más de medianoche para el momento en el que Natalia decidió levantarse de la cama y salir al exterior.El frío nocturno removió sus cabellos castaños cuando puso un pie fuera de las puertas de la gran mansión.Miró a su alrededor, el lujoso lugar, la fuente que se alzaba a lo lejos y el impresionante jardín que parecía seducirla para que lo recorriera a pesar de lo tarde que era. Había sido una noche tan agitada que no se resistió ante la tentación de perderse entre flores y matas exóticas. Necesitaba despejar su mente de todo lo ocurrido en la cena.Los pies de Natalia se movieron y acomodó mejor su grueso abrigo, ese que hacía un vano intento de protegerla del inclemente frío. Pero a pesar de portar la mullida prenda, su cuerpo no paraba de temblar. Aun así, no hizo ningún ademán de regresar. No quería.Después de todo, ¿a dónde iba a volver exactamente?Sus hijos dormían profundamente. La última vez que comprobó la habitación de sus pequeños, los encontró descansando con una su