Paso 3

Nino

Después de cruzarme con mi príncipe, de forma mágica mis ganas de huir desaparecieron, y como era de esperarse, esa noche no volví a casa. Efectivamente terminé por dormir en la cama de Tomás, pero a diferencia de lo pronosticado, él durmió en el suelo, lejos de mi enamoradizo cuerpo. Me costó conciliar el sueño, un poco por lo borracha y un poco por lo vivido, por eso asumo que fui la última en quedarme dormida, aunque para sorpresa de mi estimado compañero, fui la primera en despertar. Desde temprano comencé a interrogar a Tomás para reunir información sobre mi nuevo descubrimiento, aunque lo único que obtuve fue su nombre y su edad. Manuel, veinticinco años, hermano mayor de Tomi. Y como no fue suficiente para mí, tímidamente me quedé a desayunar.

—¿Y esta señorita? —preguntó Claudia, madre de esos curiosos hermanos, de rostro joven pero cansado.

Era hermosa, lo que de alguna forma me hacía comprender lo bendecida que estaba la genética de esa familia. Sus ojos eran del mismo negro que Manuel, pero el cabello lo tenía rizado y claro como Tomás. Toda una belleza exótica que de seguro era la envidia del barrio. Ni hablar de que su talla obviamente era una menos que la mía.

—Se invitó sola —respondió cariñosamente mi amigo, con el tono burlesco que utilizaba en medio de nuestras recurrentes discusiones.

—Soy Nino —saludé, extendiendo mi mano.

Me se senté de forma delicada a la mesa, haciendo el mayor de mis esfuerzos para lucir perfecta y encantadora. Una mozuela adorable para cualquier suegra. Sobre el comedor, Claudia había distribuido tazas y cubierto para tres personas, por lo que supuse que, o no estaba contemplada o mi anhelado joven no bajaría a desayunar junto a nosotros. Antes de comenzar a disfrutar el té, disimulando cuanto pude mi resaca, Claudia comenzó un bombardeo de preguntas hacia mí y, en el momento en que el reloj dio las diez en punto, los pasos de Manuel comenzaron a bajar. En cuestión de segundos estuvo en la cocina y antes de que pudiese mirarlo para sonreír, sentí mis mejillas de un vergonzoso color rojo y la terrible mirada de Tomás.

Verlo ahí, en la entrada, fue una imagen demasiado bella para mí. Incluso si hubiese muerto en ese instante, habría tenido la certeza de que había sido feliz. Mi príncipe, recién bañado, con su pelo negro todavía mojado rozando la perfección de su blanca piel impecable y pura, parecía un personaje de cuentos para niñas. De hecho, si su piel hubiese comenzado a brillar como la de Edward Cullen, juro por Dios que no me habría sorprendido. Era hermoso. Podría haber pasado mi vida contemplándolo, por lo que mis ojos lo recorrieron sin mucho disimulo antes de que me decidiese a saludarlo. Tomé la mejor sonrisa de mi repertorio de coqueterías y formulé el más ridículo "buenos días" que alguien pueda imaginar. Aun así, él no respondió. Se dio la vuelta, abrió un cajón del estante, sacó una taza, una cuchara y me observo inexpresivo. Temblando, crucé mi vista con la de él.

—Ese es mi lugar —dijo entonces, con una amabilidad forzada y una mirada de furia.

Su voz sonó tan odiosa como bella. Me disculpé, me moví un lugar y Manuel se sentó a mi lado sin mirarme ni por un segundo. Su madre le sirvió una aguada leche y salpicó un poco su mejilla algo nerviosa por lo que acababa de ocurrir. Yo, que era valiente, osada y coqueta y que conocía mis movimientos a la perfección, intenté algo que sabía era arriesgado, pero era una oportunidad y un recurso infalible. Jamás un hombre se había resistido a mi modo encantador, por lo que de forma decidida tomé una servilleta, y con todas mis armas de seducción a flor de piel, me acerqué a su rostro y lo limpié. Le sonreí con timidez esperando su respuesta, pero no hubo. Ahí terminó —y fracasó— mi intervención.

Manuel me miró con una expresión que mezclaba la rabia, el asco y la sorpresa. Jamás alguien me había hecho sentir tan mal. Su mirada habría bastado para entender que no estaba interesado en mí, pero esa escena destrozó mi corazón y mi autoestima. Fue lo más humillante que me ha pasado en la vida. Ni caer borracha a un charco en mi propia fiesta de cumpleaños era comparable con eso.

—¿Esta es la clase de persona que traes a la casa? —dijo dirigiéndose a su hermano—. No te vuelvas a acercar a mí —me dijo a mí, furioso. Lanzó sus cubiertos y se fue.

Hubo un incómodo silencio. Yo, impactada, estaba a punto de llorar. Sin embargo, las lágrimas no eran parte de mi vida. Tuve la intención de levantarme para mantener lo poco que me quedaba de dignidad, pero la madre de ambos se acercó de forma afectuosa para tomar mi mano.

—Muchas gracias por pensar en él. Es un hombre muy lindo. En el fondo es amable y respetuoso, pero es diferente a ti —sentenció ella, con una cálida sonrisa en el rostro.

Los miré con atención tratando de descifrar lo que sucedía a mí alrededor, pero me fue imposible. ¿En qué podía diferenciarse él a mí? Era guapo, seguro que sí, pero tampoco era necesario ser tan crueles conmigo y hacerme notar que mis encantos no estaban a su altura. Ellos notaron mi confusión y, tras una pausa igual de incómoda, Tomás y su madre decidieron hablar.

—Él está loco, de verdad —agregó Tomi, y lo hizo con total seriedad aun cuando Claudia le devolvió una mirada molesta.

De inmediato comencé a angustiarme al pensar que tal vez ese tan adorable hombre era nada menos que un asesino en serie o un depravado, qué se yo. Pensar en locura, en esos años, solo me remontaba a payasos asesinos o novias psicópatas. Tomás notó como la consternación aumentaba en mi mente y continuó:

—¿Has oído hablar del T.O.C.? ¿Trastorno Obsesivo Compulsivo? Bueno, él lo tiene, y es grave. Tiene una fijación con la limpieza, el orden, la seguridad, la perfección en todo lo que hace. No solo no puedes tocarlo, Nino. No puedes cruzarte en su camino, ni tomar nada que le pertenezca, ni interrumpir sus rituales y mucho menos pensar en acercarte. Si él no te conoce, eres un peligro. Y estoy seguro de que no tiene intenciones de hacerlo.

Al escucharlo, fui incapaz de reaccionar. Estaba impresionada. ¿Una persona tan hermosa era así de inalcanzable? No podía y no quería conformarme. Tal vez, pensé, al menos podría disculparme. En ese minuto, de alguna misteriosa forma, ya deseaba permanecer a su lado aunque fuera a la distancia, aunque mi motivación, siendo honesta, era un poco de curiosidad.

Le rogué a Claudia que me permitiera disculparme con su hijo por abrumarlo de esa forma. Ella dudó y lo discutió con Tomás, quien ofreció acompañarme para asegurarse de que no cometiera otro desastroso error. Así lo hicimos, tal como me comprometí. Golpeé despacio una, dos, tres veces, y Manu no salió ni respondió a ninguna de ellas. Claro que sabía que estaba ahí, y también sabía que no quería escucharme. Por eso, lo obligué.

—Lo siento, no lo sabía. La próxima vez no me equivocaré —grité junto a su puerta.

Porque estaba segura de que habría un segundo, tercer, cuarto intento. Me despedí de todos en esa casa, y sin anunciarlo en voz alta, me autoinvité para una siguiente visita.

No me importaba el largo camino que debería recorrer si deseaba entrar en ese difícil y aislado corazón.

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