Nino ¿Se había terminado todo? ¿Incluso sin que algo hubiese comenzado realmente? Mis teorías eran: o me había excedido a tal punto que Manu decidía remarcar la distancia y terminar con sus intentos de vida normal, o me odiaba. Ambas eran terribles, pero desde el fondo mi corazón prefería que me odiara a que volviera a encerrarse o dejara de sonreír por mi culpa. Me daba pánico provocar un retroceso y, aunque violara mi promesa de ir con calma, le escribí cuando se cumplieron catorce días desde mi metida de pata: "¿Me odias?""Jamás", respondió Manu en cuestión de segundos, lo que dejaba como alternativa solo una de mis teorías."¿Entonces volveremos a hablar?", pregunté."Lo siento, pero estoy ocupado", sentenció. "¿Es mi culpa? Puedes decirlo, soy muy fuerte."Como Manu dejó de contestar, la mañana siguiente tomé mi mejor sonrisa y me dispuse a obtener respuestas en forma personal, o al menos a intentar enmendar mi grave error. Toqué el timbre una y otra vez, pero nadie salió. T
Manu La tarde en que Nino decidió cruzar la línea que nos separaba, fue, debo reconocerlo, un fiasco. En un comienzo estaba bien, el momento era agradable y yo disfrutaba por completo la nueva sensación que me provocaba estar cerca de ella. Era increíble que mi voz temblara cada vez menos si deseaba hablarle, o que el solo mirarla me diera alegría. Íbamos bien, yo iba bien. Hasta que Nino mencionó la pintura que reposaba sobre la pared a un costado de mi madre. Huir fue una respuesta intuitiva para mí, pues no deseaba ver la expresión de mamá al recordarlo, sabiendo lo difícil que le resultaba evocar esos días en que todo rastro de júbilo fue arrojado a la basura. Me levanté sin ser capaz de dar explicaciones y esperé con paciencia en mi habitación a que Nino golpeara como cada tarde, solo para decir adiós con su genuina sonrisa, y en efecto, no pasó mucho tiempo hasta que la oí subir. Me levanté de mi escritorio con el corazón acelerado, listo para acudir a sus tres golpecitos en
ManuMamá me esperaba a dos cuadras, en el único lugar donde había conseguido estacionar. No sé por qué, pero caminé despacio, tal vez con la intención de tentar a la suerte y permitir que la vida me sorprendiera y me cruzara con ella, algo que por desgracia, no ocurrió. Desanimado di con mi madre, y segundos antes de subir al auto, oí el teléfono, y luego su dulce voz emocionada, diciéndome que la esperara y que no me moviera de aquel lugar. Mamá no entendió porque me detenía. Me voltee, creo que avancé un par de pasos y la vi frente a mí, agitada y con los ojos cubiertos de lágrimas. Desee hablarle, explicarle la demora, que había pasado tiempo sin pintar, que quería usar solo su recuerdo, pero antes de que pudiera decir una palabra, ella estaba abrazándome con fuerza. Una persona real estaba rodeándome con sus brazos, y era ella. Y no estaba temblando, al contrario, mi cuerpo la recibió de forma automática, como si hubiese estado esperando por ella toda la vida. No sé cuánto duró,
NinoNo es que Manu no me gustara lo suficiente, sino que tan solo no había notado por completo lo mucho que lo hacía, hasta ese domingo en que lo visité, cuando sentí la flecha traviesa de cupido clavarse en mi corazón, en forma lenta y dolorosa, para que no lo olvidara jamás.Como acostumbraba, me presenté en su casa para la hora del té. Lo normal, siempre era que Tomás o su madre me hicieran pasar directo a la cocina donde se encontraba el comedor diario, y que Manu bajara al escucharme llegar para sentarse con rapidez en su lugar de la mesa, junto a la ventana que daba hacia el patio y muy cerca de mí. Pero esa tarde, Claudia abrió la puerta con un entusiasmo para nada característico en ella. Me saludó con un sincero abrazo y me hizo un gesto de silencio con sus manos para llevarme a hurtadillas hasta el patio de su casa, donde se encontraba una habitación de madera con enormes ventanas. Muy despacio hizo que me acercara hasta ahí, mientras me explicaba que aquello era el taller de
NinoEl momento de nuestra cita llegó y me preparé como nunca. Si bien jamás me sentí perfecta o única, supe, mientras anudaba mi cabello frente al espejo, que estaba hermosa. En ese minuto, asumí que de alguna forma amaba a Manu, y que si él no me volviera tan loca como lo hacía, de seguro me habría enamorado de mi misma. De tanto arreglarme, salí algo retrasada, y eso, sumado a al lento tráfico acostumbrado cada vez que alguien va con prisa, me hizo llegar a casa de Manu casi a las cinco de la tarde.Bajé del autobús corriendo nerviosa, segura de que mi galán estaba odiándome por completo. Fue Claudia quien me abrió, con rostro sonriente y tranquilo. Eso era otro aspecto que cambió en los días en que Manu y yo nos comenzamos a acercar: Claudia se veía algo más relajada, incluso bajo la evidente preocupación que le provocaba ver adentrarse a su hijo en un mundo que él desconocía, y para el que según ella, no estaba preparado. Aun así, lo disimulaba y me recibía con total amabilidad. E
Manu En el momento exacto en que escuché la risa cómplice de mi madre, adiviné que Nino estaba ahí, junto a ella. Ya estaba feliz, pero verla lo superaba todo. Con rapidez me encaminé hasta la puerta, deseoso de sentir el alivio que me provocaba cada vez que miraba sus ojos. Estaba hermosa, como siempre, con un sweater de tres colores y su pelo cogido con una cinta de lunares. No parecía una mujer adulta vestida así, o tal vez yo era solo un aburrido pasado de moda. Al menos, esa terrible falta de estilo que me faltaba —mientras a ella le sobraba— no se sentía como un obstáculo. Aunque de seguro yo, todo sucio y con ese ridículo pañuelo en la cabeza, me encontraba muy lejos de combinar con ella. Aun así, me saludó con la misma alegría a la que ya me estaba acostumbrando.Entusiasmado con su presencia la hice pasar de inmediato al taller para compartir con ella mi inspiración, y de alguna forma, agradecerle por impulsarme a pintar una vez más. Caminé delante de Nino enseñándole mis ma
ManuEse sábado me preocupé de arreglarme para verme algo más... ¿apuesto? Es vergonzoso asumirlo, pero sí, quería que me mirara, que pensara que con mucho esfuerzo podía intentar lucir casi tan genial como ella. Me duche tres veces, hice mis ejercicios de relajación, la pinté, la pensé, la soñé. Media hora antes de la hora acordada, ya estaba listo para verla, y como sabía que me pondría nervioso, fui hasta mi taller, que volvía a ser el mejor lugar para relajarme.Si bien sabía que Nino no llegaría antes, la angustia se apoderó de mí desde el minuto en que cerré la puerta de mi estudio.Eran las tres con cuarenta y cinco, y Nino no llegaba. No está del todo mal, pues todavía no son las cuatro, pensé, comenzando a retratarla sobre la mesa.Dieron las tres con cincuenta, y ella todavía no estaba a mi lado. Todavía no está del todo mal, pues aún no dan las cuatro, repetí, poniéndome de pie para caminar un poco.A las tres con cincuenta y cinco, Nino todavía no aparecía. Volví a sentarm
NinoNo fue agradable volver a la universidad después de lo ocurrido con Manu. Casi no había dormido por la angustia de no saber nada sobre él. De hecho, si no hubiese tenido esa terrible semana de trabajos de seguro me habría quedado en casa, lamentándome por perder mi teléfono y no ser capaz de contactarme con Tomás para recibir noticias sobre su hermano. Sin embargo, no tenía alternativa. Recuerdo que estuve toda esa mañana construyendo ridículas maquetas en la facultad, sin apenas tomar un respiro y concentrada a fondo en que la réplica del London Bridge a base de spaghetti resistiera a mi profesor haciendo presión sobre él; cuando Andrés, uno de mis compañeros de sección, se asomó a la puerta.—Nino, te están esperando en la cafetería —dijo él.Lo primero que pensé fue que Tomás venía a buscarme para salir en busca de fiesta aún cuando recién era lunes, y aunque me moría de ganas de hablar con él para saber de Manu, me tomé el tiempo de asegurar el extremo final de mi hermoso y c