NinoNo fue agradable volver a la universidad después de lo ocurrido con Manu. Casi no había dormido por la angustia de no saber nada sobre él. De hecho, si no hubiese tenido esa terrible semana de trabajos de seguro me habría quedado en casa, lamentándome por perder mi teléfono y no ser capaz de contactarme con Tomás para recibir noticias sobre su hermano. Sin embargo, no tenía alternativa. Recuerdo que estuve toda esa mañana construyendo ridículas maquetas en la facultad, sin apenas tomar un respiro y concentrada a fondo en que la réplica del London Bridge a base de spaghetti resistiera a mi profesor haciendo presión sobre él; cuando Andrés, uno de mis compañeros de sección, se asomó a la puerta.—Nino, te están esperando en la cafetería —dijo él.Lo primero que pensé fue que Tomás venía a buscarme para salir en busca de fiesta aún cuando recién era lunes, y aunque me moría de ganas de hablar con él para saber de Manu, me tomé el tiempo de asegurar el extremo final de mi hermoso y c
NinoManu sonrió, sin apartarse de mi lado, y guardamos silencio una vez más, aunque en esta ocasión, ya no era incómodo. Jamás imaginé que un acercamiento tan diminuto pudiera provocar tanto. Manu no temblaba ni se veía nervioso, y tampoco me pidió que me alejara cuando volvimos a hablar. Estaba encantada, y feliz habría extendido ese momento por siempre. Sin embargo, en medio de la dulce escena, un par de fuertes golpes a la puerta nos distrajeron. Eso sí puso nervioso a Manu, quién sin preguntarme, decidió abrir por sí solo.—¡Manu! ¿Qué estás haciendo acá? ¡Mamá está histérica! ¡Llámala de inmediato! —bramó la voz furiosa de Tomás.Solo en ese minuto recordamos que había salido sin avisar y que muy probablemente su madre estaría a punto de volverse loca. Tomás, todavía en la puerta, le dio un sermón enorme sobre lo importante que era que se comportara como un adulto y no hiciera ese tipo de cosas —contradictorio ¿no? —, y solo cuando acabó, pudimos notar a las tres personas que le
ManuA pesar de la evidente incomodidad que le provocaba a Tomás y Nino tenerme entre ellos, la tarde en que conocí a sus demás amigos resultó ser más que agradable. Es más, yo mismo me sentía orgulloso por ser capaz de compartir con esas personas que en mi vida había visto —y que jamás habría conocido de no ser por Nino—, y casi podría asegurar que Nino también lo estaba. Aun así, lo maravilloso de todo lo ocurrido, fue que se repitió cada vez con más frecuencia. Poco a poco, tomando todo el tiempo que necesitara, y sin ninguna presión de por medio, redescubrí el autocontrol que yacía escondido en mi interior para empezar a retomar la vida que había perdido. Todo fue gracias a ellos y la paciencia que tenían cuando se trataba de mí. Así, cuando el grupo decidía reunirse, siempre me incluían, y yo, por supuesto, me presentaba en el departamento de Nino un par de horas antes con la excusa de sentirme más tranquilo si podía tomar una ducha y cambiar mi ropa antes de verlos a todos, aunq
NinoDe entre todas las formas posibles que existen para comenzar una historia de amor, nosotros sin duda, escogimos la más extraña. Si bien no me arrepiento de ninguna de las miles de vergonzosas situaciones que viví antes de conocerlo a él, debo confesar que muchas veces llegué a pensar en mentir sobre cómo se originó todo. Si, modificar algunas cosas, nada tan grave, solo un poco de adornos por aquí y por allá que me permitieran narrar sin sentir que hablaba de una descriteriada irresponsable, aunque he de asumir que eso era en esos días. Por desgracia, obviar la vergonzosa realidad de aquel tiempo restaría sabrosísimos detalles que, estoy segura, ninguna persona quisiera pasar por alto.La noche en que todo comenzó fue como cualquier otra de día viernes —como cualquier otra, al menos para mi yo de célebres veintiún años—, cargada de excesos y locura. A esa edad me resultaba difícil imaginarme vivir de otra forma, sobre todo porque solo tenía una prioridad en la vida: divertirme. Y
Manu Desde el día en que abandoné la universidad y me encerré en casa, mis noches se volvieron una búsqueda constante de explicaciones. Hasta ese exacto minuto en que me crucé con ella, llevaba seis años preguntándome cuándo mi vida se había vuelto de verdad insoportable. Sin embargo, por más esfuerzo que ponía en ello, no lograba establecer el momento preciso en que terminé por alejarme de todo y de todos, para refugiarme en la seguridad de mi cuarto y el cuidado agobiante de mi madre.Si bien había ciertos puntos de inflexión que logré identificar con el paso del tiempo, como los cambios que empecé a vivir al entrar en la adolescencia, la cruda realidad era que nunca fui uno de esos niños que el mundo entero adora. Jamás, en toda mi existencia, fui capaz de sociabilizar de forma fluida con las personas que me rodeaban. Siempre me angustió la percepción que el mundo pudiese tener sobre mí y, cualquier tipo de responsabilidad, se transformaba en una exigencia que no me dejaba lidiar
NinoDespués de cruzarme con mi príncipe, de forma mágica mis ganas de huir desaparecieron, y como era de esperarse, esa noche no volví a casa. Efectivamente terminé por dormir en la cama de Tomás, pero a diferencia de lo pronosticado, él durmió en el suelo, lejos de mi enamoradizo cuerpo. Me costó conciliar el sueño, un poco por lo borracha y un poco por lo vivido, por eso asumo que fui la última en quedarme dormida, aunque para sorpresa de mi estimado compañero, fui la primera en despertar. Desde temprano comencé a interrogar a Tomás para reunir información sobre mi nuevo descubrimiento, aunque lo único que obtuve fue su nombre y su edad. Manuel, veinticinco años, hermano mayor de Tomi. Y como no fue suficiente para mí, tímidamente me quedé a desayunar.—¿Y esta señorita? —preguntó Claudia, madre de esos curiosos hermanos, de rostro joven pero cansado.Era hermosa, lo que de alguna forma me hacía comprender lo bendecida que estaba la genética de esa familia. Sus ojos eran del mismo
ManuRecuerdo que lo primero que vi fueron sus ojos, y como ellos se centraron en los míos. Luego, en cuestión de segundos, mi respiración se detuvo para comenzar a calmarse. Dejé de temblar y mi corazón se disparó. El caos de mi mente guardó silencio, y los gérmenes que se esparcían por la habitación, se esfumaron. Todo, más allá de mi control, se volcó hacia ella, y de pronto en mi mundo no existió nadie más. Ella, envuelta en los brazos de mi hermano, parecía pedir ayuda. ¡Cómo me habría encantado poder hacerlo! Sin embargo, no sabía quién era y no podía pretender que algo en mí podría ayudarla. Además, era muy probable que se tratara de la novia de Tomás, o mucho más factible, que su figura solo fuera el desesperado intento de mi imaginación por salvarme del pánico que me asechaba.No supe qué decir. No supe qué hacer. Y me odié.—¿Hasta qué hora debo soportar este ruido? —bramé, incapaz de esbozar otra frase.Tras mi ridículo momento de ira, entré a mi habitación desesperado por
Nino El fin de semana que siguió a mi fallido intento por conocer a Manu, confirmé que Tomás me odiaba. Por desgracia, debo reconocer también que merecía todo su rencor, pues desde el mismísimo lunes en que nos vimos en la facultad, comencé a insistir para que me invitara una vez más a su casa, aunque como era de esperar, no hubo promesa o argumento que lograra convencer a mi amigo: juré que tendría cuidado, que no cruzaría palabra con su hermano y, si era necesario, ni siquiera lo miraría. Mis motivos no eran un misterio. Solo deseaba una oportunidad más con él, pero Tomás no estuvo de acuerdo, y nunca logré adivinar si su negativa era motivada por celos o por la responsabilidad que sentía de proteger a Manu. Por esos días, solo estaba segura de una cosa: Tomi me quería lejos de ahí. Sin embargo, darme por vencida nunca fue algo sencillo para mí y, por gracia del destino, y como todo aquel que me conociera sabía, la timidez no estaba dentro de mis atributos, por lo que la única solu