ManuEra de madrugada cuando salí de aquel departamento que en algún momento me hizo feliz. La tristeza nubló por completo mi razón, y sin pensar en nada, me dejé llevar por el movimiento inconsciente de mis pies, sin siquiera analizar la forma en que a esa hora llegaría a la casa de mi madre. De pronto, me encontré en la mitad del puente que separaba mi dulce vida con Nino de la patética realidad que me esperaba. Podría haber acabado con todo en ese instante, pero el dolor que cada paso me provocaba, de alguna forma me recordaba que había sido real, aun cuando la oscuridad comenzaba a cernirse sobre mis sentidos.En casa de mi madre, me recibió un silencio abrumador que me impedía poner en práctica cualquiera de mis técnicas de autocontrol. No me servía contar, no me servía respirar, no me servía visualizar el rostro de Nino, ni sus ojos, ni sus labios, ni sus dientes... Abrí la puerta con la desesperación amenazando con invadirme por completo y destruirme sin piedad. Mamá escuchó las
NinoEn el momento en que las angustiadas llamadas telefónicas de mis amigos comenzaron a ser para mis padres y no para mí, comprendí que debía ser fuerte y regresar. La necesidad de refugio que sentía no había conseguido nada más que preocupar a quienes me apreciaban, aun cuando no parecía ser digna de ello. Fue así como me despedí entre lágrimas de los cariñosos brazos de mi madre, buscando volver con valentía a afrontar la decisión que yo misma había tomado. Creo que nunca me fue más difícil abandonar la casa de mis padres como ese día, en que el vacío que entraba a borbotones por las puertas y ventanas de mi hogar me recibió.Casi de inmediato comencé a recibir las visitas de mis amigos, incluido Tomás, quienes se esforzaron en hacerme sentir mejor e intentar que la culpa no se sintiera como un puñal. Mil veces intenté explicarles, a modo de disculpa por el daño causado, pero cada vez que hablaba me ahogaba en lágrimas y recuerdos. Nadie hizo preguntas, no sé si fingían entenderlo
NinoDesde que recibí el título profesional que no regresaba a la universidad. La odiaba, y ni siquiera tenía una razón de peso para hacerlo. La verdad es que asumo que cuando perdí a Manu, perdí también mucha de mi ingenuidad, y me convertí en una persona que odiaba más de lo que debía. Qué extraño es sentir que una persona alberga todo lo bueno de ti.Esa tarde recorrí el camino que acostumbraba mientras era estudiante, y me detuve con asombro frente a la cantidad de gente que salía de la galería, todos comentando lo fabuloso que era el artista y la forma en que plasmaba sus sentimientos en la tela; y oír sus comentarios solo hizo que sintiera tanto orgullo como pánico. Manu había crecido, era un profesional que exponía su arte en la más importante galería de la ciudad, mientras yo temblaba titubeando ante la posibilidad de que un exnovio me hubiese olvidado o no deseara verme. ¿En qué minuto algo así se había convertido en algo tan importante para alguien como yo? Estaba enojada co
NinoDe entre todas las formas posibles que existen para comenzar una historia de amor, nosotros sin duda, escogimos la más extraña. Si bien no me arrepiento de ninguna de las miles de vergonzosas situaciones que viví antes de conocerlo a él, debo confesar que muchas veces llegué a pensar en mentir sobre cómo se originó todo. Si, modificar algunas cosas, nada tan grave, solo un poco de adornos por aquí y por allá que me permitieran narrar sin sentir que hablaba de una descriteriada irresponsable, aunque he de asumir que eso era en esos días. Por desgracia, obviar la vergonzosa realidad de aquel tiempo restaría sabrosísimos detalles que, estoy segura, ninguna persona quisiera pasar por alto.La noche en que todo comenzó fue como cualquier otra de día viernes —como cualquier otra, al menos para mi yo de célebres veintiún años—, cargada de excesos y locura. A esa edad me resultaba difícil imaginarme vivir de otra forma, sobre todo porque solo tenía una prioridad en la vida: divertirme. Y
Manu Desde el día en que abandoné la universidad y me encerré en casa, mis noches se volvieron una búsqueda constante de explicaciones. Hasta ese exacto minuto en que me crucé con ella, llevaba seis años preguntándome cuándo mi vida se había vuelto de verdad insoportable. Sin embargo, por más esfuerzo que ponía en ello, no lograba establecer el momento preciso en que terminé por alejarme de todo y de todos, para refugiarme en la seguridad de mi cuarto y el cuidado agobiante de mi madre.Si bien había ciertos puntos de inflexión que logré identificar con el paso del tiempo, como los cambios que empecé a vivir al entrar en la adolescencia, la cruda realidad era que nunca fui uno de esos niños que el mundo entero adora. Jamás, en toda mi existencia, fui capaz de sociabilizar de forma fluida con las personas que me rodeaban. Siempre me angustió la percepción que el mundo pudiese tener sobre mí y, cualquier tipo de responsabilidad, se transformaba en una exigencia que no me dejaba lidiar
NinoDespués de cruzarme con mi príncipe, de forma mágica mis ganas de huir desaparecieron, y como era de esperarse, esa noche no volví a casa. Efectivamente terminé por dormir en la cama de Tomás, pero a diferencia de lo pronosticado, él durmió en el suelo, lejos de mi enamoradizo cuerpo. Me costó conciliar el sueño, un poco por lo borracha y un poco por lo vivido, por eso asumo que fui la última en quedarme dormida, aunque para sorpresa de mi estimado compañero, fui la primera en despertar. Desde temprano comencé a interrogar a Tomás para reunir información sobre mi nuevo descubrimiento, aunque lo único que obtuve fue su nombre y su edad. Manuel, veinticinco años, hermano mayor de Tomi. Y como no fue suficiente para mí, tímidamente me quedé a desayunar.—¿Y esta señorita? —preguntó Claudia, madre de esos curiosos hermanos, de rostro joven pero cansado.Era hermosa, lo que de alguna forma me hacía comprender lo bendecida que estaba la genética de esa familia. Sus ojos eran del mismo
ManuRecuerdo que lo primero que vi fueron sus ojos, y como ellos se centraron en los míos. Luego, en cuestión de segundos, mi respiración se detuvo para comenzar a calmarse. Dejé de temblar y mi corazón se disparó. El caos de mi mente guardó silencio, y los gérmenes que se esparcían por la habitación, se esfumaron. Todo, más allá de mi control, se volcó hacia ella, y de pronto en mi mundo no existió nadie más. Ella, envuelta en los brazos de mi hermano, parecía pedir ayuda. ¡Cómo me habría encantado poder hacerlo! Sin embargo, no sabía quién era y no podía pretender que algo en mí podría ayudarla. Además, era muy probable que se tratara de la novia de Tomás, o mucho más factible, que su figura solo fuera el desesperado intento de mi imaginación por salvarme del pánico que me acechaba.No supe qué decir. No supe qué hacer. Y me odié.—¿Hasta qué hora debo soportar este ruido? —bramé, incapaz de esbozar otra frase.Tras mi ridículo momento de ira, entré a mi habitación desesperado por v
Nino El fin de semana que siguió a mi fallido intento por conocer a Manu, confirmé que Tomás me odiaba. Por desgracia, debo reconocer también que merecía todo su rencor, pues desde el mismísimo lunes en que nos vimos en la facultad, comencé a insistir para que me invitara una vez más a su casa, aunque como era de esperar, no hubo promesa o argumento que lograra convencer a mi amigo: juré que tendría cuidado, que no cruzaría palabra con su hermano y, si era necesario, ni siquiera lo miraría. Mis motivos no eran un misterio. Solo deseaba una oportunidad más con él, pero Tomás no estuvo de acuerdo, y nunca logré adivinar si su negativa era motivada por celos o por la responsabilidad que sentía de proteger a Manu. Por esos días, solo estaba segura de una cosa: Tomi me quería lejos de ahí. Sin embargo, darme por vencida nunca fue algo sencillo para mí y, por gracia del destino, y como todo aquel que me conociera sabía, la timidez no estaba dentro de mis atributos, por lo que la única solu