Manu
Recuerdo que lo primero que vi fueron sus ojos, y como ellos se centraron en los míos. Luego, en cuestión de segundos, mi respiración se detuvo para comenzar a calmarse. Dejé de temblar y mi corazón se disparó. El caos de mi mente guardó silencio, y los gérmenes que se esparcían por la habitación, se esfumaron. Todo, más allá de mi control, se volcó hacia ella, y de pronto en mi mundo no existió nadie más. Ella, envuelta en los brazos de mi hermano, parecía pedir ayuda. ¡Cómo me habría encantado poder hacerlo! Sin embargo, no sabía quién era y no podía pretender que algo en mí podría ayudarla. Además, era muy probable que se tratara de la novia de Tomás, o mucho más factible, que su figura solo fuera el desesperado intento de mi imaginación por salvarme del pánico que me asechaba.
No supe qué decir. No supe qué hacer. Y me odié.
—¿Hasta qué hora debo soportar este ruido? —bramé, incapaz de esbozar otra frase.
Tras mi ridículo momento de ira, entré a mi habitación desesperado por ver lo que mi traviesa mente creaba. Para mi asombro, lo único que permanecía en mi cabeza era aquella curiosa pieza de arte: su rostro perfecto, sus ojos cafés, su pelo oscuro, su piel morena, sus ropas de colores y su semblante luminoso. Antes de que pudiese olvidarla, tomé un lápiz y la dibujé, no una, sino cientos de veces. No quería dejar de pensarla. Por primera vez en muchos años, tenía una imagen hermosa en mi mente. No quería que volvieran los tics, no quería volver a pensar en desorden, en suciedad o en casualidades absurdas que solo me provocaban terribles muertes. Esa noche supe que solo deseaba aquel rostro en mi cabeza.
Por supuesto que mi descubrimiento me provocó un insomnio encantador, sin embargo, lo único que sentía que podía hacer para retribuir a mi agotada madre, era comer junto a ella. Al despertar esa mañana, y luego de mi ritual de limpieza, baño y orden, respondí a su llamada para el desayuno. Como siempre, bajé la escalera a las diez en punto y entré a la cocina, donde mi hermosa musa aguardaba sonriente. Nuestras miradas se cruzaron, y mientras mi rostro palidecía aún más, el de ella se tornaba cada vez más rojo. No pude sonreír. Tomé mis cubiertos, los lave con sumo cuidado, y la observé con seriedad, pues ese fue el peor de los comienzos: Ella estaba en mi lugar.
Volví a temblar. La miré, y la culpa también volvió. Incluso ella, perfecta y todo, no podía ocupar mi territorio en la mesa.
—Ese es mi lugar —reclamé.
Ella no me contestó y se movió un asiento hacia la izquierda. Estaba roja, y supuse que la ira comenzaba a invadirla. Mi temblor se agudizó y, tanto Tomás como mi madre lo notaron. Siempre lo notaban, por lo que evitaban que me cruzara con cualquier desconocido. Mamá también se puso nerviosa, por eso derramó parte de la leche de almendras orgánicas que acostumbraba beber y me salpicó. Me enfurecí, pero no con ella, conmigo, pero nadie lo notó. Hubo silencio, demasiado a mi parecer, y mis manos comenzaron a perder el control. Sin embargo, lo peor vino después, cuando una osada mano toco mi rostro intentando limpiarlo.
Ella, la intrusa, con una mirada demasiado dulce para ser real, secaba las gotitas de leche de mi mejilla izquierda con una servilleta. Me recorrió un escalofrío y sentí que moría. La maldije en secreto. ¿Qué le pasaba a esa chica? Odié a mi madre por permitirle estar ahí, odié a Tomás por traerla, me odié a mí mismo por no ser capaz de controlarme, y la odié a ella, aunque nada era su culpa. Estaba claro que mi hermano no le había explicado el protocolo de conducta a tener cuando estoy cerca. ¡Y odié que existiera un protocolo para acercarse a mí! Pero ¿por qué? ¿Por qué tenía que tocarme? ¿por qué tenía que arruinarlo de esa forma? ¿Sabes hace cuánto tiempo nadie me toca? pensé, furioso.
—¿Está es la clase de persona que traes a la casa? —dije a Tomás—. No te vuelvas a acercar a mí —le dije a ella, y escapé.
No era su culpa, sabía que no lo era, pero había sido demasiado para mí. Esa mañana asumí que su rostro en mi cabeza era suficiente, pues me era imposible lidiar con lo demás. Subí de prisa a mi habitación en busca de paz para que mis manos dejaran de temblar, me senté frente a mi escritorio, y la dibujé. Mis lápices que yacían abandonados por años, recorrieron sus facciones con la delicadeza de las caricias que jamás mis manos serían capaces de entregar, y poco a poco, comencé a recuperar la calma. Qué hermosa y fantástica droga era esa desconocida mujer de cabello despeinado y sonrisa maliciosa. Jamás existió medicamento que lograra tranquilizarme como ella. Me detuve a observarla, plasmada en un retrato, y noté la tristeza que reflejaba su mirada. ¿La había hecho sentir mal? ¿por qué?
—¿Sería posible que estuvieras intentando acercarte a mí? —murmuré. Pero, ¿por qué alguien perfecto querría acercarse a un ser defectuoso como yo?
Absorbido por esos ojos castaños e intensos, comencé a perderme, hasta que unos golpes en la puerta me devolvieron a la realidad. Supuse que era Tomás quién me buscaba, preocupado por mí y sintiéndose culpable. Que círculo vicioso y sin sentido era vivir con alguien como yo. Intenté contestar, pero mi voz desapareció con ella y sus miles de rostros dibujados sobre mi mesa. Entonces, la oí:
—Lo siento, no lo sabía. La próxima vez no me equivocaré.
A través de la puerta, una dulce, potente y segura voz me obligó a escuchar. Hablaba de disculpas, y de próximas veces. Entendí con eso que ya estaba enterada de que no éramos iguales, aunque seguía sin saber qué clase de relación la unía a mi hermano. Tuve el impulso de abrir, y hasta avancé para pedirle disculpas por arruinar su cita, pero mis manos fueron incapaces de girar la manilla.
Había perdido una vez más. Derrotado, volví sobre mis pasos hacia mi escritorio, a mi droga perfecta, a mi calmante recién descubierto.
Aunque sin duda, esa mañana quise confiar en ella y en su próxima vez.
NinoEl fin de semana que siguió a mi fallido intento por conocer a Manu, confirmé que Tomás me odiaba. Por desgracia, debo reconocer también que merecía todo su rencor, pues desde el mismísimo lunes en que nos vimos en la facultad, comencé a insistir para que me invitara una vez más a su casa, aunque como era de esperar, no hubo promesa o argumento que lograra convencer a mi amigo: juré que tendría cuidado, que no cruzaría palabra con su hermano y, si era necesario, ni siquiera lo miraría. Mis motivos no eran un misterio. Solo deseaba una oportunidad más con él, pero Tomás no estuvo de acuerdo, y nunca logré adivinar si su negativa era motivada por celos o por la responsabilidad que sentía de proteger a Manu. Por esos días, solo estaba segura de una cosa: Tomi me quería lejos de ahí.Sin embargo, darme por vencida nunca fue algo sencillo para mí y, por gracia del destino, y como todo aquel que me conociera sabía, la timidez no estaba dentro de mis atributos, por lo que la única soluc
NinoNo conté los segundos, pero puedo asegurar que el mundo se detuvo cuando atravesó el umbral de la puerta con su caminar suave y algo torpe. Estaba igual de hermoso, con unos jeans que a mí no me habrían entrado ni aunque embarrara mi cuerpo en mantequilla. Sí, me fijé en su ropa, en la camisa a cuadros que llevaba y en esa camiseta blanca que lo hacía parecer un niño bueno, y me recriminé por eso. Yo no era una persona que se dejara llevar por el aspecto de un hombre, pero es que era inevitable no perderse en la hermosura de ese ser humano. Además, ¿qué otra cosa podía decir sobre él si no lo conocía? Claro que podía estar idealizándolo, pero me daba igual. Su imagen perfecta, se grabó en mi retina para siempre.Intenté sonreír, pero Manu me miró evitando mis ojos, solo para comprobar que no ocupaba su lugar. No dijo nada, pero se sentó a mi lado, derecho y elegante. Su madre le sonrió con ternura, Tomás se ubicó frente a mí y la rutina comenzó. Claudia se volteó para servir la c
ManuEsa tarde, Nino apareció en casa despilfarrando toda la magia que emanaba su presencia. Nada combinaba en su figura, ni su pelo violeta con su piel, ni su vestido de lunares con sus zapatillas rojas. Toda ella era un caos elaborado de forma cuidadosa y delicada, que al unirse en su cuerpo curvilíneo creaba una imagen que solo inspiraba una adictiva alegría. No la conocía, pero deseaba mantenerme cerca solo para contagiarme de su curiosa sonrisa que lo iluminaba todo junto a su desvergonzada forma de moverse y hablar. Si bien mi círculo de personas conocidas se había reducido a mi familia, era innegable el hecho que nunca vi ser humano más seguro de sí mismo que ella. Nino parecía no temer a nada, y eso me incluía.Por lo mismo, todas sus palabras parecían un descarado intento por integrarme a esa relación extraña que tenía con mi hermano. Me sonreía, me preguntaba cosas y, para sorpresa de todos, logró mantenerme interesado por largo tiempo, soportando incluso la culpa que me pro
ManuDesperté pasada la media noche, con ellos a mi lado. Mamá trataba de disimular su preocupación, y Tomas seguía repitiéndome que lo perdonara. Quise incorporarme, pero estaba demasiado mareado. No pude hablar, sin embargo, permití que en ese instante la calma regresara a paso lento entre nosotros. No sé con exactitud cuánto tiempo transcurrió, pero al momento en que la voz me volvió al cuerpo, fui capaz de decirles que no se alarmaran, que había exagerado, que me había confundido. Mi madre estaba aterrada, y todos conocíamos muy bien la razón.Por fortuna, todavía existía algo que podía hacer para dejarla tranquila.—Mamá, dame un momento, por favor. Quiero volver a dibujar.La mirada de mi madre se iluminó. Sabía lo que pensaba. Su hijo, su pequeño artista, quería volver al color. Una hermosa sonrisa se dibujó en su rostro y cogió la mano de Tomás para salir en silencio de la habitación. Todavía estaba mareado, pero necesitaba verla. Con algo de esfuerzo me levanté para ir a mi e
Nino La noche en que Manu respondió mi mensaje, marcó un antes y un después en nuestra relación de amistad, porque he de aclarar que no había nada más entre nosotros, y era muy difícil que otra cosa sucediera, considerando lo problemático que resultaba acercarse a él. Pero daba igual, pues solo tener la fortuna de intercambiar algunas palabras con Manu me hacía feliz. Además, aclaro que mi voluntad para insistir no estaba, en absoluto, dañada. Así, poco a poco comencé a volverme una visita frecuente en casa de Tomás, en un intento por aprovechar al máximo esa pequeña ventana que se abría para mí. De forma paciente invertí mi gran cantidad de tiempo libre en cálidos almuerzos y amenas charlas a la hora del té, a tal punto, que incluso Claudia se sorprendía si de pronto faltaba una tarde sin avisar. Ella también lo disfrutaba, no solo porque existiera una mujer que pretendiera a su hijo mayor, sino porque llevaba años presa de la rutina. Por lo mismo, me esforcé en alegrar las tardes
Nino ¿Se había terminado todo? ¿Incluso sin que algo hubiese comenzado realmente? Mis teorías eran: o me había excedido a tal punto que Manu decidía remarcar la distancia y terminar con sus intentos de vida normal, o me odiaba. Ambas eran terribles, pero desde el fondo mi corazón prefería que me odiara a que volviera a encerrarse o dejara de sonreír por mi culpa. Me daba pánico provocar un retroceso y, aunque violara mi promesa de ir con calma, le escribí cuando se cumplieron catorce días desde mi metida de pata: "¿Me odias?""Jamás", respondió Manu en cuestión de segundos, lo que dejaba como alternativa solo una de mis teorías."¿Entonces volveremos a hablar?", pregunté."Lo siento, pero estoy ocupado", sentenció. "¿Es mi culpa? Puedes decirlo, soy muy fuerte."Como Manu dejó de contestar, la mañana siguiente tomé mi mejor sonrisa y me dispuse a obtener respuestas en forma personal, o al menos a intentar enmendar mi grave error. Toqué el timbre una y otra vez, pero nadie salió. T
ManuLa tarde en que Nino decidió cruzar la línea que nos separaba, fue, debo reconocerlo, un fiasco. En un comienzo estaba bien, el momento era agradable y yo disfrutaba por completo la nueva sensación que me provocaba estar cerca de ella. Era increíble que mi voz temblara cada vez menos si deseaba hablarle, o que el solo mirarla me diera alegría. Íbamos bien, yo iba bien. Hasta que Nino mencionó la pintura que reposaba sobre la pared a un costado de mi madre.Huir fue una respuesta intuitiva para mí, pues no deseaba ver la expresión de mamá al recordarlo, sabiendo lo difícil que le resultaba evocar esos días en que todo rastro de júbilo fue arrojado a la basura. Me levanté sin ser capaz de dar explicaciones y esperé con paciencia en mi habitación a que Nino golpeara como cada tarde, solo para decir adiós con su genuina sonrisa, y en efecto, no pasó mucho tiempo hasta que la oí subir. Me levanté de mi escritorio con el corazón acelerado, listo para acudir a sus tres golpecitos en la
NinoDe entre todas las formas posibles que existen para comenzar una historia de amor, nosotros sin duda, escogimos la más extraña. Si bien no me arrepiento de ninguna de las miles de vergonzosas situaciones que viví antes de conocerlo a él, debo confesar que muchas veces llegué a pensar en mentir sobre cómo se originó todo. Si, modificar algunas cosas, nada tan grave, solo un poco de adornos por aquí y por allá que me permitieran narrar sin sentir que hablaba de una descriteriada irresponsable, aunque he de asumir que eso era en esos días. Por desgracia, obviar la vergonzosa realidad de aquel tiempo restaría sabrosísimos detalles que, estoy segura, ninguna persona quisiera pasar por alto.La noche en que todo comenzó fue como cualquier otra de día viernes —como cualquier otra, al menos para mi yo de célebres veintiún años—, cargada de excesos y locura. A esa edad me resultaba difícil imaginarme vivir de otra forma, sobre todo porque solo tenía una prioridad en la vida: divertirme. Y