ManuSin quererlo, para cuando los dos estuvimos abajo, yo ya no tenía las mismas ganas de hablar. Y el ver como en todo el salón había gente que no conocía, no ayudó en absoluto. Ya no éramos seis, sino cientos, miles de personas, aunque en la realidad no eran más de treinta. Treinta seres que jamás había visto y que se abalanzaban sobre Nino para saludarla mientras ella reía, los abrazaba y besaba en la mejilla en forma cariñosa. Por desgracia, no pude seguir a su lado, por lo que voluntariamente me mantuve en un rincón, lejos del gentío desde donde podía seguir a Nino, que iba en busca de cerveza. En ese pequeño camino, su risueño rostro joven se detuvo hablar con casi todos los invitados. Creo que incluso la envidié un poco. ¿Y có
NinoManu estaba furioso, y aunque podía tratar de imaginar el porqué, jamás entendí que en toda su furia, resultara apareciendo yo como protagonista y responsable de casi toda su molestia.—¡Ya basta! ¡Denme un respiro, por favor! ¡Me están volviendo loco! Tú —dijo dirigiéndose a su madre—. Déjame tranquilo de una vez, te he dicho que eso no se repetirá. ¡Me agobias! ¡Dame un poco de espacio! Y tú —me gruñó—: no te tomes atribuciones que no te corresponden. No soy tu novio, no soy tu hermano. Entiéndelo.Eso dolió tanto. No solo escucharlo hablarme de esa forma, sino el espectáculo completo, pues esas atribuciones que supuestamente me tomaba, no eran más que lo que sentía por él y los grandes avances estaba segura de que teníamos. Me había equivocado una vez más, y no era rabia lo que sentía, sino una profunda decepción conmigo misma y mi nefasta intuición. A final de cuentas, lo único que había logrado con mi papel de mártir dispuesta a ayudar a Manu, fue agobiarlo, al igual que Cla
ManuEn el momento exacto en que dejé de hablar -gritar-, comprendí que había exagerado. No fue algo que hiciese del todo consiente y, aunque nadie en el universo lo crea, es cierto. De ninguna forma me habría permitido hablar así a mi madre o a Nino. Jamás. Y puede parecer absurdo como excusa, pero la verdad es que solo tenía una desconocida rabia que crecía en mi interior, y había explotado dañando a las mujeres que más paciencia me tenían.Estaba arrepentido de hacerlo, claro que lo estaba, pero no sabía qué hacer con todas esas nuevas sensaciones que me inundaban día a día. Por supuesto que alguna vez en mi vida estuve enfadado, pero ¿enojarme porque Francisco hablaba muy cerca de Nino, o por qué no entendía lo que pasaba entre ella y mi hermano, o por qué mi madre, como todos los días de su vida, se la pasaba preguntándome si estaba bien, si necesitaba algo o si estaba tranquilo? Oh, pero eso no era todo, ¿amigos? yo jamás había tenido amigos. Pero sobretodo Nino, y es que ¿qué e
NinoLo primero que sentí, fue el dolor de cabeza, luego el sol radiante con su molesto brillo, y por último, un exquisito aroma que parecía conocer. Abrí los ojos con dificultad para deleitarme con la inesperada espalda blanca y desnuda de Manu. ¡Bendito el momento en que mi cerebro decidió que la mañana ya estaba demasiado avanzada y que debía despertar! Para mi grandiosa —e inexplicable— fortuna, Manu se vestía, ahí, frente a mí. Confundida, comencé a incorporarme y pestañeé para obligar a mis ojos a abrirse por completo, pues no me habría sorprendido en absoluto que se tratara de uno de esos agradables sueños que acostumbraba tener, en los que su T.O.C. no existía y la prudencia tampoco.Supongo que mi boca estaba abierta por el asombro, pues antes de escuchar su regaño, divisé una leve sonrisa en su rostro.—Despertaste, borrachita. Pareces una acosadora mirándome así. Depravada —sermoneó mientras me lanzaba una almohada sobre la cara.No era un sueño.No era ningún maldito sueño
ManuEsa mañana desperté temprano, mucho más de lo que acostumbraba, ideando la mejor forma preguntar a mi hermano sobre su relación con Nino para luego poder visitarla, ya con un panorama más claro de lo que sentía y de lo que tenía permitido sentir. Nervioso golpeé su habitación, pero Tomás ya no estaba en casa, y lo único que podía pensar era que estaba con ella.Volví a mi alcoba, caminé una y otra vez por ella para reunir el valor para ser consecuente con mis decisiones, pero estaba costándome más de lo esperado. Pero le había gritado a Nino, y ahora Tomás estaba junto a ella. Tenía que lograrlo, debía ser capaz de salir solo. Lo primero, sería disculparme con Nino, y no podía ir acompañado de mi madre, pues acababa de ser destituida de su cargo de guardiana. Me miré al espejo, y con todo el valor que logré reunir, me aventuré a tomar locomoción y llegar hasta la calle donde se ubicaba el departamento de Nino, desde dónde observé la silueta de Tomás entrar.Mi cuerpo entero entró
NinoConfieso que oírlo pedir que me mantuviera a su lado, se sintió como el equivalente a una propuesta de matrimonio, y no es que estuviera esperando con mi vestido de novia bajo el brazo. Claro que no. Tan solo sentí cierta necesidad de compromiso, no por obligación, sino que por cariño. Por esa comodidad que sentíamos el uno con el otro, y no necesité más para entender que la paciencia tendría que ser mi mayor compañera. Por fortuna, ni él ni yo teníamos prisa.A paso lento, mis días junto a Manu comenzaron a tomar un ritmo encantador que me tenía viviendo un ensueño inimaginado. Cuatro veces por semana, me visitaba en casa los lunes, miércoles, viernes y domingo. Siempre a la misma hora del día, en micro desde su hogar, cruzaba el río que dividía una ciudad de la otra, cuidando de hacerlo en el lapso con menor cantidad de pasajeros, con guantes y un pañuelo que cubría su boca y nariz. En mi departamento, guardaba para él una muda completa de ropa que usaba después de bañarse —inm
ManuEstaba casi listo para recibir a Elisa cuando un mensaje de Nino me distrajo:"Lo siento, hoy no podré ir. Tengo que resolver asuntos académicos. No me necesitas ahí, porque eres el mejor."Me quedé helado al leerlo ¿qué iba a hacer si Nino no estaba conmigo? No podía pintar sin ella, y tampoco deseaba hacerlo. Entendía que mi lienzo era otra mujer, pero siempre estaba pensado en Nino como referencia, porque nada en Elisa me provocaba inspiración. Si tomaba un color, lo primero que hacía era pensar en el tono de piel de Nino; si buscaba sus ojos, imaginaba como unas estrellas sobre su frente los harían resaltar, tal vez de colores anaranjados, o tonos rosas que contrastaran con la oscuridad de ellos; sus hombros pequeños se convertían en alas; y su cintura, más gruesa que la de Elisa, parecía un lugar agradable para transformarla en el hábitat de pájaros libres como ella.De forma inconsciente, lo único que hacía sobre Elisa, era dibujar a Nino. Por eso, cuando la vi atravesar el
NinoAcepté con alegría convertirme en su lienzo, aunque la convicción con que me lo pidió, dejaba poco espacio para dudarlo. Tras el sí, Manu comenzó a correr. —Bien, estamos retrasados. Retrasados. Retrasados. Tienes que ir al vestidor, sacarte la ropa, yo te esperaré abajo. ¡No bajes sin ropa! Tras el biombo hay una manta blanca para que te cubras. Pero no puedes cubrirte mientras te pinto, ahí si debes quitarte la ropa, solo no te la quites antes, quiero decir, sí, quítatela, cúbrete, y luego te quitas la manta.Manu nervioso era encantador, y complejo, pues todo debía hacerse según sus reglas, lo que incluyó subir al segundo piso utilizando primero el pie derecho y bajar utilizando el izquierdo, al igual que cuando subí a la tarima dispuesta para mí, en el centro de un café donde reinaba el esnobismo y la intelectualidad.Una vez allí, vistiendo solo mí no muy sexy ni diminuta ropa interior —nadie me dijo que debía ir preparada—, sentí que el pánico se apoderaba de mi cuerpo. To