Nino no tenía malas intenciones, lo juro.
Manu En el momento exacto en que escuché la risa cómplice de mi madre, adiviné que Nino estaba ahí, junto a ella. Ya estaba feliz, pero verla lo superaba todo. Con rapidez me encaminé hasta la puerta, deseoso de sentir el alivio que me provocaba cada vez que miraba sus ojos. Estaba hermosa, como siempre, con un sweater de tres colores y su pelo cogido con una cinta de lunares. No parecía una mujer adulta vestida así, o tal vez yo era solo un aburrido pasado de moda. Al menos, esa terrible falta de estilo que me faltaba —mientras a ella le sobraba— no se sentía como un obstáculo. Aunque de seguro yo, todo sucio y con ese ridículo pañuelo en la cabeza, me encontraba muy lejos de combinar con ella. Aun así, me saludó con la misma alegría a la que ya me estaba acostumbrando.Entusiasmado con su presencia la hice pasar de inmediato al taller para compartir con ella mi inspiración, y de alguna forma, agradecerle por impulsarme a pintar una vez más. Caminé delante de Nino enseñándole mis ma
ManuEse sábado me preocupé de arreglarme para verme algo más... ¿apuesto? Es vergonzoso asumirlo, pero sí, quería que me mirara, que pensara que con mucho esfuerzo podía intentar lucir casi tan genial como ella. Me duche tres veces, hice mis ejercicios de relajación, la pinté, la pensé, la soñé. Media hora antes de la hora acordada, ya estaba listo para verla, y como sabía que me pondría nervioso, fui hasta mi taller, que volvía a ser el mejor lugar para relajarme.Si bien sabía que Nino no llegaría antes, la angustia se apoderó de mí desde el minuto en que cerré la puerta de mi estudio.Eran las tres con cuarenta y cinco, y Nino no llegaba. No está del todo mal, pues todavía no son las cuatro, pensé, comenzando a retratarla sobre la mesa.Dieron las tres con cincuenta, y ella todavía no estaba a mi lado. Todavía no está del todo mal, pues aún no dan las cuatro, repetí, poniéndome de pie para caminar un poco.A las tres con cincuenta y cinco, Nino todavía no aparecía. Volví a sentarm
NinoNo fue agradable volver a la universidad después de lo ocurrido con Manu. Casi no había dormido por la angustia de no saber nada sobre él. De hecho, si no hubiese tenido esa terrible semana de trabajos de seguro me habría quedado en casa, lamentándome por perder mi teléfono y no ser capaz de contactarme con Tomás para recibir noticias sobre su hermano. Sin embargo, no tenía alternativa. Recuerdo que estuve toda esa mañana construyendo ridículas maquetas en la facultad, sin apenas tomar un respiro y concentrada a fondo en que la réplica del London Bridge a base de spaghetti resistiera a mi profesor haciendo presión sobre él; cuando Andrés, uno de mis compañeros de sección, se asomó a la puerta.—Nino, te están esperando en la cafetería —dijo él.Lo primero que pensé fue que Tomás venía a buscarme para salir en busca de fiesta aún cuando recién era lunes, y aunque me moría de ganas de hablar con él para saber de Manu, me tomé el tiempo de asegurar el extremo final de mi hermoso y c
NinoManu sonrió, sin apartarse de mi lado, y guardamos silencio una vez más, aunque en esta ocasión, ya no era incómodo. Jamás imaginé que un acercamiento tan diminuto pudiera provocar tanto. Manu no temblaba ni se veía nervioso, y tampoco me pidió que me alejara cuando volvimos a hablar. Estaba encantada, y feliz habría extendido ese momento por siempre. Sin embargo, en medio de la dulce escena, un par de fuertes golpes a la puerta nos distrajeron. Eso sí puso nervioso a Manu, quién sin preguntarme, decidió abrir por sí solo.—¡Manu! ¿Qué estás haciendo acá? ¡Mamá está histérica! ¡Llámala de inmediato! —bramó la voz furiosa de Tomás.Solo en ese minuto recordamos que había salido sin avisar y que muy probablemente su madre estaría a punto de volverse loca. Tomás, todavía en la puerta, le dio un sermón enorme sobre lo importante que era que se comportara como un adulto y no hiciera ese tipo de cosas —contradictorio ¿no? —, y solo cuando acabó, pudimos notar a las tres personas que le
ManuA pesar de la evidente incomodidad que le provocaba a Tomás y Nino tenerme entre ellos, la tarde en que conocí a sus demás amigos resultó ser más que agradable. Es más, yo mismo me sentía orgulloso por ser capaz de compartir con esas personas que en mi vida había visto —y que jamás habría conocido de no ser por Nino—, y casi podría asegurar que Nino también lo estaba. Aun así, lo maravilloso de todo lo ocurrido, fue que se repitió cada vez con más frecuencia. Poco a poco, tomando todo el tiempo que necesitara, y sin ninguna presión de por medio, redescubrí el autocontrol que yacía escondido en mi interior para empezar a retomar la vida que había perdido. Todo fue gracias a ellos y la paciencia que tenían cuando se trataba de mí. Así, cuando el grupo decidía reunirse, siempre me incluían, y yo, por supuesto, me presentaba en el departamento de Nino un par de horas antes con la excusa de sentirme más tranquilo si podía tomar una ducha y cambiar mi ropa antes de verlos a todos, aunq
ManuSin quererlo, para cuando los dos estuvimos abajo, yo ya no tenía las mismas ganas de hablar. Y el ver como en todo el salón había gente que no conocía, no ayudó en absoluto. Ya no éramos seis, sino cientos, miles de personas, aunque en la realidad no eran más de treinta. Treinta seres que jamás había visto y que se abalanzaban sobre Nino para saludarla mientras ella reía, los abrazaba y besaba en la mejilla en forma cariñosa. Por desgracia, no pude seguir a su lado, por lo que voluntariamente me mantuve en un rincón, lejos del gentío desde donde podía seguir a Nino, que iba en busca de cerveza. En ese pequeño camino, su risueño rostro joven se detuvo hablar con casi todos los invitados. Creo que incluso la envidié un poco. ¿Y có
NinoManu estaba furioso, y aunque podía tratar de imaginar el porqué, jamás entendí que en toda su furia, resultara apareciendo yo como protagonista y responsable de casi toda su molestia.—¡Ya basta! ¡Denme un respiro, por favor! ¡Me están volviendo loco! Tú —dijo dirigiéndose a su madre—. Déjame tranquilo de una vez, te he dicho que eso no se repetirá. ¡Me agobias! ¡Dame un poco de espacio! Y tú —me gruñó—: no te tomes atribuciones que no te corresponden. No soy tu novio, no soy tu hermano. Entiéndelo.Eso dolió tanto. No solo escucharlo hablarme de esa forma, sino el espectáculo completo, pues esas atribuciones que supuestamente me tomaba, no eran más que lo que sentía por él y los grandes avances estaba segura de que teníamos. Me había equivocado una vez más, y no era rabia lo que sentía, sino una profunda decepción conmigo misma y mi nefasta intuición. A final de cuentas, lo único que había logrado con mi papel de mártir dispuesta a ayudar a Manu, fue agobiarlo, al igual que Cla
ManuEn el momento exacto en que dejé de hablar -gritar-, comprendí que había exagerado. No fue algo que hiciese del todo consiente y, aunque nadie en el universo lo crea, es cierto. De ninguna forma me habría permitido hablar así a mi madre o a Nino. Jamás. Y puede parecer absurdo como excusa, pero la verdad es que solo tenía una desconocida rabia que crecía en mi interior, y había explotado dañando a las mujeres que más paciencia me tenían.Estaba arrepentido de hacerlo, claro que lo estaba, pero no sabía qué hacer con todas esas nuevas sensaciones que me inundaban día a día. Por supuesto que alguna vez en mi vida estuve enfadado, pero ¿enojarme porque Francisco hablaba muy cerca de Nino, o por qué no entendía lo que pasaba entre ella y mi hermano, o por qué mi madre, como todos los días de su vida, se la pasaba preguntándome si estaba bien, si necesitaba algo o si estaba tranquilo? Oh, pero eso no era todo, ¿amigos? yo jamás había tenido amigos. Pero sobretodo Nino, y es que ¿qué e