VI

—¿Tienes frío, Kay?

—No. Me siento perfectamente en estas alturas. Pero dime, Greg, ¿has abandonado a tus enfermos?

— Cuando lo creas conveniente volveré a Nueva York. Vendré a verte todos los fines de semana. Será fácil. Se hallaban en el departamento amplísimo que tenían a su nombre en el sanatorio de Suiza. El director de aquel sanatorio era amigo de Gregory y éste compartía con su mujer tres departamentos. Uno para la enfermera de Kay, otro para ésta y otro para él. Se hallaban en lo alto, casi cerca del cielo, y Kay respiraba mucho mejor.

—Greg, ven a mi lado.

El hombre se aproximó. Vestía un traje de franela oscuro y no llevaba corbata. Las ventanas se hallaban abiertas de par en par y se veía el monte a través de ellas, el parque por donde paseaban los enfermos, la carretera empinada que conducía a la

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